Todas las entradas de: JOSE A. SANCHEZ

La narrativa in-trascendente de Hong Sang-soo (2012)

¿Puede la in-trascendencia constituir un modo resistir en los tiempos actuales? El pensamiento intrascendente afirma la experiencia presente y prescinde de su aplazamiento. La condición intrascendente invita a la humildad en relación con los otros y con el planeta, alejando la tentación de imponer un criterio basado en la postulación de existencias y verdades suprahumanas. Pero también libera de responsabilidades que exceden la capacidad del individuo o que atentan contra su integridad. La inteligencia intrascendente cancela el misterio, se reconcilia con el cuerpo y lo celebra, se celebra. El ser intrascendente afirma la vida y acepta su inevitable finitud y postrera decadencia; goza del amor y los encuentros, consciente de su soledad cósmica y terrena; procura el bien a pesar de sus límites. Lastrado de idealismos y rodeado de ficciones inútiles, dogmatismos combativos y mentiras cínicas, la suya, sin embargo, no es una empresa fácil.

La producción cinematográfica de Hong Sang-soo constituye un ejemplo cristalino de pensamiento intrascendente, que se plasma tanto en la construcción narrativa y los detalles que la sostienen como en las situaciones y acontecimientos mostrados en las imágenes. Aprender a vivir en la época de la intranscendencia es una de las tareas que Hong Sang-soo impone a sus personajes y a la que los masculinos responden con mucha mayor dificultad que los femeninos. El choque entre intrascendencia e idealismo remanente provoca un sufrimiento en todos ellos que abre el espacio dramático de las películas, si bien este dramatismo resulta siempre relativizado mediante el patetismo o el humor. ¿Quién puede escuchar los lamentos del hombre atormentado por su impotencia o por la incomprensión si la amada o la madre se niegan ya a representar ese papel? No desde luego los otros hombres. Ni mucho menos el cielo.

>> Descargar pdf:  2012. La narrativa in-trascendente de Hong Sang-soo. Alternativa Teatral 8 – Septiembre 2012

>> English version: 2012. Intranscendental narrative

Cuerpo, memoria, lenguaje (2012)

Algunas reflexiones a propósito de un proyecto multidisciplinar en Jerusalén.

En enero de 2011 fui invitado por la fundación Al Ma’mal para participar como comisario en la nueva edición del Jerusalem Show, que habría de celebrarse a final de octubre de ese mismo año. La invitación me la envió la artista Jumana Emil Abboud, en nombre del director de la fundación, el comisario Jack Persekian. Me proponían trabajar junto a Lara Khaldi, comisaria palestina por entonces residente en Omán, en el diseño de un programa de diez días consistente en exposiciones, instalaciones y actuaciones en diferentes localizaciones de la ciudad. Al Ma’mal es una fundación independiente creada en 1998 cuyo objetivo es la promoción del arte contemporáneo en Jerusalén y la creación de un tejido artístico en los fragmentados territorios palestinos. Al Ma’mal continúa la tarea iniciada por Jack Persekian en la galería Annadiel, que desde 1992 presentó en Jerusalén a los artistas de la diáspora palestina y abrió un espacio para el arte en una ciudad por definición (“santa”, “eterna”) hostil a lo contemporáneo.

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Publicado en la revista A[l]berto, nº 2 (Sao Paulo, Brasil, 2012), pp. 97-106. ISSN 2237-2938

 

Teoría y crítica de las prácticas performativas (2009-2011)

Ciclo de conferencias en el Museo Reina Sofía en colaboración con el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual.

 

El objetivo de estos ciclos es pensar las prácticas escénicas y performativasen el contexto de la cultura contemporánea, con especial atención a su relación con las artes visuales y los discursos que dialogan con las artes.

2010-11. Repensar el espectador. Invitados: Anna Vujanovic, Reinaldo Laddaga, Bojana Kunst, Ric Allsopp, Erika Fischer-Lichte, Màrte Spànberg. Coordinado por Victoria Pérez Royo

2009-10. Arte / Tiempo. Invitados: Rudi Laermans, Gurur Ertem, André Lepecki, Hans-Thies Lehman, Adrian Heathfield, Tehching Hsieh, Peter Pal Pelbart, Christophe Kihm. Coordinado por José A. Sánchez

Sobre la oralidad

La recuperación de la oralidad como forma de comunicación y pensamiento en la sociedad y en la cultura contemporánea tiene que ver con la afirmación de la naturaleza corporal del ser humano y su continuidad con el mundo natural, pero al mismo tiempo tiene que ver con la afirmación de su especificidad en relación con otros los seres vivos y con los seres inertes, derivada de su capacidad de habla. En un momento en que el mundo inteligente funciona como una combinación de seres humanos y cosas, integrados en dispositivos de funcionamiento conjunto, la oralidad puede ser un medio, por una parte, de mostrar la pertenencia del ser humano a la naturaleza y no a la máquina y al mismo tiempo mostrar su distinción en el ámbito de lo natural. […]

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Emergencia del arte investigación

En los últimos diez años ha surgido un nuevo contexto de formación y trabajo denominado “arte-investigación”. No categoriza la investigación realizada por los artistas como parte de su proceso de producción. Ni tampoco la investigación académica en artes. Se trata de un espacio intermedio que aún no ha encontrado pleno reconocimiento ni en el sector artístico ni en el académico, pero que ha experimentado un fuerte crecimiento en los últimos años.

El arte-investigación es menos espectacular que el arte. Los artistas-investigadores, habitualmente egresados de escuelas y facultades artísticas, reúnen en su práctica la tradición crítica de la academia y la productividad creativa propia del arte. Se conciben a sí mismos no solo como inventores y manipuladores de formas, sino como generadores de conocimiento o agentes en una red de generación de conocimiento. Al ser aún integrantes de las primeras promociones, estos investigadores-artistas carecen de maestros localizados en un solo campo y practican más bien la transdisciplina. Pueden reclamar el legado de artistas como Marcel Duchamp, Gertrude Stein, Antonin Artaud, Jean-Luc Godard, John Cage, Yvonne Rainer o Marina Abramović, pero su objetivo no es el de producir arte ni tampoco el de negar la autonomía artística, sino más bien el de reivindicar la libertad de movimientos de la universidad a la galería, del teatro al laboratorio, y del museo al espacio social.

El icono de este nuevo campo es el del joven artista frente a un ordenador portátil (normalmente un mac). Es indiferente si se trata de un artista visual, un coreógrafo, un realizador, un arquitecto o un músico. Por más que su trabajo tenga lugar fuera del formato pantalla informática, su imagen es la del artista-portátil. Esto es así porque el arte-investigación ya no se inscribe en el marco de una disciplina, y en la tradición o la memoria generada por la misma, desde la que se accedía a la realidad y a la producción. Ahora, el medio es utilizado para la construcción de marcos provisionales (indisciplinares) que resultan generalmente de la exploración de archivos y repertorios de formas simbólicas no necesariamente artísticas.

El artista-investigador es un artista etnólogo, historiador, filósofo, o al menos un artista que se plantea cuestiones abstractas de carácter lingüístico, político o epistemológico. Se le distingue fácilmente del antiguo investigador porque en cualquier momento puede dar la vuelta a su portátil y mostrar imágenes de sí mismo haciendo, o bien vídeos, dibujos y proyectos que él mismo ha realizado. También se puede levantar de la silla y ofrecer una demostración práctica, guardar silencio mientras se mira su película o se escucha su composición sonora, bailar, gesticular, actuar o invitar a un juego. Aunque obviamente la diferencia más importante reside en la heterodoxia metodológica y la sucesión imprevisible de las preguntas que guían la investigación.

La figura del artista-investigador es inconcebible sin el proceso paralelo de digitalización de la cultura, que permite el acceso a documentos de todo tipo sin grandes esfuerzos físicos y económicos, acelera la producción y ensamblaje de materiales, democratiza la evaluación y la crítica y facilita la colaboración más allá de los equipos constituidos. El ahorro de tiempo aportado por la digitalización y virtualización respecto a la formación basada en cátedras y bibliotecas, la apertura tanto de los departamentos universitarios como de los procesos artísticos y la movilidad generada por la red hacen posible la múltiple especialización, o más bien la integración del trabajo práctico-artístico y del trabajo crítico-teórico (o incluso del trabajo científico). Para el investigador-artista la página o el lienzo en blanco constituyen un mito irrecuperable del pasado: su práctica ocurre de un modo u otro en el espacio red, y la red constantemente le invita a explorar territorios externos a lo artístico.

El artista-investigador es una figura de transición, en la que se realizan de manera inesperada la vinculación de experiencia ordinaria y experiencia estética reclamada por Dewey y la emancipación de las formas creativas respecto al arte mismo anunciada por Benjamin (ambas en los años treinta del siglo pasado). Tiene algo en común con el ingeniero decimonónico, en su comprensión de lo creativo y lo utilitario, en su preocupación por resolver problemas concretos y en su equidistancia de teoría y práctica. En términos generales, su perfil parece más adecuado a las necesidades sociales contemporáneas que los perfiles disciplinares que en cierto modo fagocita: responde al proceso de transferencia de la teoría a la práctica que se ha producido en el ámbito de las humanidades en las últimas décadas, su actividad puede resultar socialmente más justificable y además sus producciones se presentan económicamente más asequibles entre otras razones por la renuncia a la espectacularidad.

La portatilidad del artista-investigador constituye uno de sus principales valores, pero también uno de sus puntos débiles: esa misma versatilidad que les dota de un perfil muy adecuado para satisfacer las demandas actuales, le sitúa como objetivos prioritarios de explotación por parte de instituciones formativas y culturales pauperizadas no sólo por los efectos de la crisis financiera, sino por el vuelco pragmatista de las últimas décadas. La tensión pragmática que justifica y de la que es consecuencia la existencia del artista-investigador, da lugar, paradójicamente, a una política económica y cultural que amenaza a sus propias criaturas. En cierto modo, el artista-investigador aparece como síntoma de la precariedad que afecta a toda una generación (o quizá dos), a la que toca sufrir una etapa de transformaciones estructurales sin horizonte definido, en que la protección estatal no hace sino aumentar los desequilibrios generados por un capitalismo desbocado, y en que la desatención a la sostenibilidad ecológica resulta tan preocupante como la desatención a los jóvenes.

¿Y qué investigan los artistas-investigadores?

Básicamente la relación entre el lenguaje y la experiencia. Se diferencian así de quienes estudian el lenguaje exclusivamente como medio de codificación de experiencias no presentes o como huella-código-anticipo de las mismas. Y en lugar de hacerlo de una manera contemplativa, lo hacen de una manera práctica, jugando con los archivos de formas simbólicas disponibles en la red o sus usos actuales en muy diversos ámbitos, desde la vida cotidiana a la ciencia experimental, pasando por los lenguajes de la legalidad y la política.

Los artistas-investigadores han aprendido de la antropología, pero también de las ciencias experimentales, que no existe el observador neutral. Por ello una de sus premisas es hacer efectiva esa intervención de una manera consciente, no con el fin de imponer una visión o una forma, sino con el fin más bien de producir una colaboración, un diálogo o un intercambio.

El empuje de los artistas investigadores ha sido tal en la última década que muchos antiguos investigadores a secas y también muchos antiguos artistas puros quieren ser también ahora artistas-investigadores. En ciertos ámbitos académicos comienza a ser cuestionable la elaboración de discursos críticos que no impliquen una dimensión práctica en su realización. Ésta puede venir dada por los medios de elaboración del discurso: recurso a lenguajes audio-visuales, propuestas ensayísticas, dialógicas o incluso ficciones, pero también puede darse como generación de dispositivos de producción o realización de experimentos que no se dejan traducir verbalmente y para cuya transmisión se debe recurrir a formatos multimediales.

Como en todas las fases de transición, se producen aberraciones. La emergencia de los artistas-investigadores y la reconversión de los investigadores en investigadores-artistas ha dado lugar a simplificaciones y degradaciones: repeticiones de métodos básicos o descartados, reformulación de preguntas obsoletas, pauperización de la crítica o simplificación de las formas y las técnicas. Por otra parte, la permanente movilidad física, virtual e intelectual incide en el riesgo de dispersión y en el ejercicio de una superficialidad improductiva. Pero todas estas aberraciones propias de la fase de transición no pueden anular la inevitabilidad del proceso de trasvase del conocimiento y de la crítica a la práctica, y la consolidación de un campo académico que cruza transversalmente distintos ámbitos de la estructura social.

Este nuevo campo resulta en parte del cruce de lo que anteriormente se denominaba humanidades y lo que anteriormente se denominaba artes, un cruce en el que ambas resultan definidas y ampliadas. El objeto de investigación son las prácticas de lo humano, que incluyen lo que Michel de Certeau denominó “artes del hacer”, pero que no excluyen el “hacer del arte” y la postulación de este hacer-arte como instrumento de crítica, laboratorio de experimentación de formas o espacio de colaboración con repercusión en ámbitos tan diversos como la pedagogía y el trabajo en comunidad, la salud integral, la historia, la arquitectura y la gestión de lo simbólico.

No obstante, tangente a este nuevo campo sigue teniendo lugar una actividad que podemos calificar sin más como artística y una actividad que podemos calificar sin más como filosófica, y que no admiten la hibridación. La persistencia de la filosofía como trabajo sobre la vida del lenguaje y la persistencia del arte como vida en el trabajo del lenguaje siguen siendo paradójicamente la condición de posibilidad, de mantenimiento y de expansión de ese campo denominado arte-investigación.

 

José A. Sánchez

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La regla de juego (1939)

Durante la Exposición Internacional de París en 1937, las grandes potencias ponían en escena su poderío. Los pabellones del Reich alemán y de la Unión Soviética habían sido erigidos uno frente al otro, flanqueando con sendas torres la construida por Eiffel cincuenta años antes para celebrar el triunfo de la técnica y la expansión colonial; la alemana estaba coronada por un águila imperial; la soviética, por un obrero y una campesina que entre ambos enarbolaban la hoz y el martillo. Los “artistas” que firmaban las esculturas se llamaban Arno Becker y Vera Mujina. En el modesto Pabellón de la República Española, otros artistas habían puesto su talento y su trabajo al servicio de la causa política. La obra de Alberto era muy distinta a la de sus colegas alemán y soviética: El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella se elevaba por sí misma hasta los 12,5 metros de altura, sin torre que la alzara ni arquitectura que la soportara. El Guernica de Picasso mostraba la otra cara de las utopías: el primer bombardeo de una población civil, la plasmación brutal de lo que tantos artistas habían experimentado en sus obras al supeditar lo humano a lo maquinal.

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Dramaturgia en el campo expandido

Publicado en   Repensar la dramaturgia: errancia y transformación / Rethinking dramaturgo: errancy and transformation, CENDEAC-Centro Párraga, Murcia.

“La vigencia de las artes escénicas en cuanto medio tiene que ver con su resistencia a la textualidad y, paradójicamente, a la fijación de la representación. A diferencia de lo que ocurre con la literatura y el cine, las prácticas escénicas no pueden ser convertidas en textos. De ahí la imposibilidad de documentarlas. De ahí la frustración de la semiótica en su aproximación a lo escénico. De ahí también el interés de su estudio para abordar nuevos fenómenos de comunicación y creación derivados de la red y la implementación de las tecnologías digitales en el ámbito artístico.

Al hablar de dramaturgia y no de texto podemos pensar en un espacio intermedio entre los tres factores que componen el fenómeno escénico: el teatro, la actuación y el drama. El teatro es el lugar del espectador  (espacio social o de representación); la actuación (performance), el lugar de los actores (espacio expresivo o de dinamizacion); el drama es el lugar de la acción, codificable o no en un texto (espacio formal o de construcción). Y podríamos entonces descubrir cómo en distintas épocas y en diferentes perspectivas desde cada uno de esos lugares se ha sometido a crítica y transformación a los otros. Y podríamos entender también que la dramaturgia es un lugar que está en el medio de esos tres lugares y por tanto también en ningún lugar. Es un espacio de mediación.

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Sobre el libro

Autores: Antônio Araújo, Mario Bellatin, Pablo Caruana, Juan Domínguez, Óscar Cornago, Adrian Heathfield, Hans-Thies Lehman, André Lepecki, Angélica Liddell, Bonnie Marranca, Quim Pujol, José A. Sánchez. Editores: Amparo Écija, Manuel Bellisco, María José Cifuentes / ARTEA. Publicado por Centro Párraga / CENDEAC, 2011

“Podemos pensar que la dramaturgia ocupa un espacio intermedio entre los tres factores que componen el fenómeno escénico: el teatro, la actuación y el drama. Y podríamos entonces descubrir cómo en distintas épocas y en diferentes contextos, desde cada uno de esos lugares se ha sometido a crítica y transformación a los otros. La dramaturgia se constituye como un lugar de mediación. Al definir dramaturgia de esta manera podría parecer que estamos reinventando algo muy antiguo. Y en cierto modo así es. Pero las redefiniciones tienen también la función de abrir nuevos espacios para la acción y la reflexión sin por ello prescindir de una densa red de memorias y mediaciones. En la presente obra se recogen las diferentes propuestas que en torno a la dramaturgia hicieron  artistas y teóricos de las artes escénicas durante el Seminario Internacional sobre Nuevas Dramaturgias celebrado en Murcia en noviembre de 2009.”

Teatro en el Museo (2010)

Itinerario para la colección permanente del Museo Reina Sofía realizado en colaboración con Zara R. Prieto

Las artes visuales han mantenido un diálogo permanente con el teatro desde principios del siglo XX. Bajo el influjo del simbolismo, las vanguardias hicieron suya la idea de “obra de arte total” y concibieron el teatro como un espacio de realización de la misma, en tanto el cine aún no estaba en condiciones técnicas de producirla. En paralelo, el teatro y la danza se aproximaron a las artes visuales en busca de su definición como artes autónomas, reivindicando su independencia de la literatura y de la música. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, la relación se invirtió: el modelo de “obra de arte total” fue sustituido por la idea de “obra abierta” y las artes visuales practicaron la teatralidad entendida como una recuperación del cuerpo, de sus experiencias y de sus huellas, tanto por parte de los artistas como por parte de los espectadores. En este itinerario se analizarán los modos en que las artes visuales han utilizado la teatralidad y al mismo tiempo cómo el diálogo entre los medios ha producido sucesivas redefiniciones de todos ellos: de la pintura, la escultura, el cine, la danza y teatro, pero también nuevos modos de teatralidad y de performatividad en las prácticas contemporáneas de la instalación, el audiovisual, la acción y otras artes del tiempo.

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Tratado de ateología (2005)

Comentario al libro de Michel Onfray

Un libro militante, que pretende luchar contra el dominio de las religiones en el espacio público, no sólo para alcanzar una sociedad laica basada en la separación del ordenamiento social y el religioso, sino para erradicar la ideología religiosa infiltrada en la cultura contemporánea y en los modelos de comprensión de la realidad y la convivencia.

En la primera parte explica lo difícil que resulta aún socialmente ser ateo, el estigma que sigue pesando sobre quienes se consideran ateos, la identificación de ateísmo e inmoralidad.

Reconoce su deuda con Bataille, que concibió el proyecto de una Suma ateológica (1950). Hace una breve historia del ateísmo, reivindicando la herencia de la Ilustración, pero proponiendo recuperar a autores menos conocidos y más radicales, como el barón Holbach, en contraste con otros autores ilustrados que más bien habrían propuesto un laicismo deísta. Se detiene inevitablemente en Nietzsche, pero expone a continuación un cierto fracaso del proyecto más radical de Nietzche en su superación del nihilismo y la pervivencia del cristianismo en las sociedades occidentales, incluso en las formas de un ateísmo cristiano. Onfray se decanta por luchar contra esos restos de ideología cristiana en el ateísmo contemporáneo. Y aquí es donde se introduce una de las denuncias más certeras del libro: la persistencia de una concepción del cuerpo escindido y jerárquicamente constituido por una parte mental (o espiritual), que se prioriza, y otra orgánica (o carnal), que se desprecia como baja, grosera o pecaminosa.

El objetivo de la ateología, como el autor explicita al final de esta primera parte, es crear las condiciones para proyectar una política más fascinada con la pulsión de vida que con la pulsión de muerte y afirmar una intersubjetividad no dominada por la mirada divina. Para ello se propone hacer una crítica en tres niveles: 1) desconstruir los tres monoteísmos y mostrar su base común, el odio a la vida; 2) desmitificar el cristianismo (el judeocristianismo y también el Islam); 3) criticar la teocracia o los regímenes políticos basados en las religiones.

En el capítulo sobre el monoteísmo insiste en la descripción del pensamiento religioso como aliado de la muerte, explica cómo la religión construye su discurso desde el miedo a la muerte que, paradójicamente, desarrolla como un miedo a la vida y como una prohibición de la vida, que se manifiesta en dos grandes odios: el odio a la inteligencia y el odio a la corporalidad. Una de las aportaciones más interesantes de Onfray es la identificación de ese odio a la sexualidad y el placer, que en las religiones monoteístas se traslada a un odio a las mujeres como enemigas de la bondad masculina. La negación del cuerpo se hace en beneficio de una idea de pureza. La negación de la inteligencia se hace en beneficio del control del saber por parte de las jerarquías religiosas (de ahí la memorización, la repetición, etc.). Y a la realidad cognoscible y practicable se oponen realidades imaginadas, que tienen consecuencias nefastas para la vida. Onfray concreta algunas de ellas: la conversión de la mujer en ángel, la negación del placer sexual mediante la mutilación, la promesa de vidas futuras mediante la negación de la presente.

La tercera parte es una crítica histórica del cristianismo: de su origen, su desarrollo y de su Iglesia. Tras observar algunas imprecisiones y contradicciones del Evangelio, la crítica más fuerte de Onfray se produce al calificar este libro como “performativo”: “Para decirlo en términos de Austin: la enunciación crea la verdad. Los relatos de los Testamentos no se ocupan en absoluto de la verdad, lo verosímil o lo verdadero. Revelan, más bien, el poder del lenguaje, el cual, al afirmar, crea lo que enuncia.” (137) Pero la crítica más virulenta de Onfray se dirige contra Pablo de Tarso, “el histérico”, a quien describe como un personaje acomplejado, bajo, calvo, barbudo, afectado por una enfermedad, que desarrolla un odio a sí mismo que se traduce en un odio al mundo. Ese odio al mundo se concreta en un odio a la carne y al cuerpo, en un elogio de la mortificación y la esclavitud y en un odio a la inteligencia. Pablo crea el catolicismo que con el tiempo daría lugar a lo que Onfray califica como el primer estado totalitario de la historia tras la adopción del cristianismo por Cosntantino como religión oficial. A continuación da una serie de datos de las atrocidades perpetradas por el poder real cristiano a lo largo de la historia.

En la cuarta parte habla del poder real, de lo que llama teocracias. Comienza con una nueva crítica del Libro y en las utilizaciones perversas que se han hecho de él, incluida la que hizo Hitler. Critica la pulsión de muerte presente en la Biblia y en el Corán, la justificación que ambos hacen de las guerras. Denuncia el apoyo a guerras reales, la complicidad del cristianismo con el nazismo, o el apoyo del cristianismo a los genocidios cometidos durante las colonizaciones y los atentados a los derechos humanos que justificaron.

Finalmente, hace una crítica del islamismo, insistiendo en su dimensión más sangrienta. Sostiene la imposibilidad de entender los preceptos islámicos al margen del contexto social y geográfico en que surgieron y acaba calificando esta religión como “arcaica”. Y concluye con la propuesta de un laicismo poscristiano, en defensa de los valores de la Ilustración, y en defensa de una convivencia liberada del sustrato ideológico religioso.

Lo más válido de este Tratado es aquello que propone en positivo: su defensa de una política de la vida y la liberación del ojo que vigila, representado en las iglesias y en los poderes reales que se apropian de la verdad trascendente. Son divertidos los ataques furibundos que realiza, especialmente su ataque a Pablo de Tarso, fundador del catolicismo, que puede tener o no un rigor histórico pero que indudablemente corresponde a una psicología muy extendida en el ámbito de la Iglesia católica. Y también es importante recordar la complicidad de las religiones con regímenes totalitarios y su silencio ante múltiples casos de genocidio. Más allá de la precisión histórica, están apuntando a una verdad: las religiones no son una garantía de moralidad, de mantenimiento de valores. Uno de los grandes miedos de muchos ciudadanos el miedo al nihilismo. Con el argumento de que la educación religiosa sigue siendo la única garantía de mantener una base ética, padres no creyentes siguen enviando a sus hijos a clases de religión y aceptan las liturgias que consagran los cambios sociales: bautismo, matrimonio, funeral. Pero lo cierto es que el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, y especialmente ésta última, que es la religión que más poder real ha tenido, han sido cómplices de los mayores crímenes contra la humanidad. ¿Qué garantías hay de que una Iglesia con esa historia pueda ofrecer una ética más positiva para la humanidad que la ética que pueda proponer los ateos? El miedo al nihilismo, a la vida sin valores, es un miedo históricamente injustificado.

Pero Onfray va más allá: no admite la posibilidad de un cristianismo laico, ni siquiera de un laicismo que conserve algunos principios éticos del cristianismo. Y ésta puede ser una de las propuestas más problemáticas. Es cierto que deben ser criticados y denunciados los idealismos subyacentes que siglos y siglos de dominación cristiana han infiltrado en el ordenamiento público, y especialmente, como Onfray observa muy acertadamente, en relación con la corporalidad, la sexualidad, la relación entre el placer y el trabajo. Pero no podemos olvidar que el cristianismo sin Iglesia es una de las religiones más avanzadas en la liberación de los hombres respecto a la dominación de Dios. Y que estando de acuerdo en liquidar el cristianismo y la trascendencia, resultaría empobrecedor prescindir de la herencia de quienes, siendo cristianos, musulmanes o budistas, han pensado la convivencia no en diálogo con Dios, sino en diálogo con los hombres y han volcado su práctica al enriquecimiento de la intersubjetividad. Todas las prácticas humanas y todas las tradiciones contienen valores o herencias positivas que hay que identificar tanto como denunciar las negativas. El desprecio general de una religión y los calificativos monolíticos (“histérico”, “arcaica”) pueden ser una táctica necesaria en determinados contextos, pero no una buena estrategia para la aceptación real del ateísmo poscristiano en el espacio público contemporáneo. No se trata de ser condescendientes con el poder real ni con la infiltración ideológica, pero sí efectivos en la búsqueda de aliados en el pensamiento y en la práctica.

No obstante, este libro debería ser de distribución gratuita entre los jóvenes y adolescentes, y estar disponible en las mesillas de los hoteles, junto a las Biblias, Coranes y Evangelios.

Londres 2010

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