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En la recepción del premio Sebastià Gasch

Cuando recibí la llamada de Emili Gasch anunciándome la concesión del premio que lleva el nombre de su padre, pensé que se había equivocado. Hay tantos individuos con los que comparto el mismo nombre. Y más cuando supe que el primer premiado fue Charlie Rivel y que en el palmarés figuran varios payasos célebres. La verdad es que si hay algo que no me sobra es gracia y mucho menos la capacidad de hacer reír con inteligencia. Luego me llegó la resolución del jurado y comprobé que efectivamente era yo y que se me premiaba por mi actividad teórica. Esto me tranquilizó: ya no tendría que disfrazarme, ni hacer reír sobre un escenario. Pero entonces me sentí abrumado, por compartir este premio con personas a las que admiro enormemente, y entre las que no puedo dejar de nombrar a Carles Santos, heredero directo del espíritu experimental y neosurrealista de Joan Brossa, a través del cual conocí yo a Sebastià Gasch.

Efectivamente Emili Gasch no se había equivocado. Y como en el jurado hay personas a las que respeto y también admiro, no voy a llevarles la contraria, de modo que sólo me queda el agradecimiento, el agradecimiento a todos los artistas cuya obra ha hecho posible mis reflexiones, muchos de los cuales están aquí presentes, a los críticos y teóricos que han empleado sus horas en escribir sobre estas actividades marginales que Gasch y Brossa llamaban parateatro y que ahora nosotros llamamos, quizá demasiado pretenciosamente, artes escénicas.

Puede que tuvieran razón Gasch y Dalí en denunciar la putrefacción de la cultura catalana de su tiempo y desviar la atención hacia la vida de la calle, hacia el cine industrial, hacia el cabaret, el circo y las máquinas. Su postura era en el fondo muy similar a la del vitalista Brecht, a quien dediqué mi primer libro: amante del boxeo, del cine cómico, de la literatura exótica, de los aviones y las hazañas de sus pilotos, de las novelas populares y de las mujeres a quienes se puede seducir mediante canciones. El comunismo vino después, y no es menos importante. La cultura con mayúscula viene después, y no es menos importante. ¿Pero de qué sirve el comunismo o la cultura si no están anclados en la vida y en la realidad?

El amor de Sebastià Gasch por la cultura popular dejó una huella muy visible en la tradición escénica catalana: de Carles Santos, Marcel.lí Antúnez, de Albert Vidal a Simona Levi o de Albert Boadella a Roger Bernat. En una época en la que nos toca volver a formas de poder concentrado e invisible, los bufones, los cuentacuentos, las óperas subversivas y los espectáculos de lo cotidiano vuelven a adquirir eficacia vital y eficacia política.

En estos días, en el centro dramático nacional de Madrid, una actriz llamada Angélica Liddell se disfraza de perro – bufón y se ríe de sus contradicciones por actuar en un teatro de la corte, corte democrática, pero corte al fin y al cabo. Ella se confronta de nuevo con los orígenes de la modernidad y también con los orígenes de la colonización europea, con el pensamiento de Rousseau y con el pensamiento de Diderot. Pero no puede hacerlo sino desde la exposición frágil de una actriz heredera de los putos y las putas de la escena paralela, que renuncian a los disfraces y las máscaras de los actores y actrices de la escena oficial, esa escena que no ocurre en los teatros, sino en los espacios sociales de poder.

Ante este panorama, se impone un retorno a formas ya ensayadas por nuestros antepasados: es el tiempo de los bufones ilustrados convertidos a veces en bufones virtuales y telemáticos, de los genios cínicos capaces de manipular los deseos espectaculares habitualmente sometidos a la promoción del consumo, y también de la buena gente, la que comparte sus talentos, la que se resiste a la mercantilización del arte y opta por mantenerse en el modesto campo de las artes menores, en las que reside la sabiduría de lo oprimido. Desde ahí se puede volver a encontrar la autenticidad del placer y del pensamiento, sin renunciar por ello a la denuncia de lo putrefacto y la admiración de la belleza. Muchas gracias por este premio y gracias a todos por su asistencia.