Recuerdo y nostalgia de Luis Ortega en Toledo

Recuerdo y nostalgia de Luis Ortega
Toledo.  Junio 2015

 

Agradezco muy cordialmente al Rector Magnífico, Miguel Ángel Collado, su encomienda para dirigirles la palabra sobre la labor de Luis Ortega en la fundación de la Universidad. Me sirve también a mí para proclamar mi nostalgia del compañero desaparecido antes del tiempo de cumplir con su vida, con la de su familia – Maite, Cristina y “orteguitas”- y con la nuestra.

Luis vino a la Universidad de Castilla-La Mancha y a su Facultad de Derecho de Albacete en 1986. Le conocía bien de la Complutense, donde los dos comenzamos de PNN y éramos ya Profesores Titulares. En septiembre del año anterior me habían nombrado Decano Comisario para crear la Facultad de Derecho del Albacete. Al depender la Universidad del Ministerio, se ocupaba de estos menesteres un joven y en mi opinión ya de entonces competente y prometedor profesor de Química, que mostraba una extraordinaria vocación por la elaboración de órdenes ministeriales a las que los Juridicos del Ministerio no pudieran poner pegas. En verdad, solo me preocupó su desmedida afición al futbol: Don Alfredo Pérez Rubalcaba. Para seleccionar a los profesores en comisión de servicio hasta convocar las oposiciones, suavemente me indicó que me sería útil consultar a los más cualificados maestros. Así me propuso a don José Antonio Escudero, entonces eurodiputado de altos vuelo Populares; para Historia del Derecho, a Santiago Varela, Subsecretario del Ministerio del Interior para Derecho Constitucional; Gregorio Peces- Barba, Presidente del Congreso de los Diputados, para Filosofía del Derecho; para Derecho Romano a Juan Antonio Arias Bonet, que había sido mi catedrático de Romano y Rector de Valladolid, así como Director General de Universidades de la UCD; Enrique Fuentes Quintana, Vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suarez, para Economía Política y Hacienda Pública; Rodrigo Berkovitz, para Derecho Civil; a Julio González Campos, para los Internacionales y para Derecho Administrativo ni más ni menos que a Don Eduardo García de Enterría.

En esa relación de Catedráticos excelentes y de universitarios comprometidos con la Institución y con la Democracia española en todo su espectro ideológico se encuentran las razones del éxito de lo que es hoy el conjunto de profesores de ciencias jurídicas de nuestra Universidad. Me estremeció como pueden ustedes imaginar la tarea que se le encasquetaba a un bisoño Titular que todavía no había perdido las maneras propias de las dehesas de la tierra de Castilla y de las germánicas y no había más que acariciado las propias de la capital del Reino, en donde había de conseguir que torres tan principales del mismo tuvieran a bien atender a un joven Decano comisario de La Mancha. Para mi sorpresa, este asunto de las cátedras resultaba de un extraordinario atractivo para aquellas personalidades, que llegaban incluso a ofrecer candidatos de las escuelas vecinas si carecían de la propia en aquellos momentos en que el parón de la legislación universitaria, hasta la LOU, ofrecía una formidable cantera de valiosos profesores titulares en todas las áreas.

Aquel elenco de sabios y excelentes grandes Maestros se amplió con los sucesivos cursos, y sumamos más tarde al Presidente del Tribunal Constitucional, Álvaro Rodríguez-Bereijo, para Derecho Financiero o al Maestro Girón Tena para Mercantil. Así llegaron a la UCLM, entre otros, Luis Prieto, Juan José Solozábal, Ángel Carrasco, Gaudencio Esteban, Miguel Ángel Collado y Luis Ortega.

Luis Ortega estaba entonces metiéndose el Estado en la cabeza, en Presidencia del Gobierno, cuyo titular era Felipe González. Era entonces la Moncloa centro verdadero de poder imperial, sin que se hubiera desplegado todavía el de las Comunidades Autónomas. Se le formularon a Luis Ortega los tres compromisos que a todos se requirieron: el de permanencia al menos 4 ó 5 años, el de dedicación permanente e intensa a la Facultad y el de formar a un grupo de jóvenes investigadores de esta tierra que nos garantizaran futuros profesores de calidad.

Luis cumplió cabalmente con las tres y además con una cuarta, el compromiso de la gestión universitaria como Director del Departamento y sobre todo como Vicerrector de Toledo. No nos abandonó nunca. Sólo el Tribunal Constitucional se lo llevó, la única Institución a la que un jurista no puede decir que no. De su dedicación demandada habla la amplitud y la excelencia de la escuela que ha dejado, desde Consuelo Alonso en Toledo, a los tres catedráticos Miguel Beltrán en Ciudad Real, Francisco Delgado en Albacete y José Antonio Moreno en Cuenca, además de los que ya cumplieron con nosotros como José Luis Piñar y Carmen Chinchilla y hasta casi 20 profesores titulares más que son el orgullo de nuestra Universidad. Además cuenta en este compromiso la puesta en marcha y consolidación del Centro de Estudios Europeos en Toledo, que había sido responsable no solo de proporcionar la información jurídica europea a los cuatro campus de la Universidad y a la propia administración autonómica, sino que con su master de estudios europeos ha proporcionado formación especializada a generaciones enteras de funcionarios de la Junta de Comunidades, Diputaciones y Ayuntamientos, Centro que a partir de hoy llevará su nombre y que dirige en modo que honra a su Maestro, Isaac Martín.

A lo que llamamos con sorprendente modestia “gestión” Universitaria dedicó años de excelente trabajo, especialmente como Vicerrector de Relaciones Institucionales y del Campus de Toledo. Plaza esta de Toledo bien difícil, como bien saben Ángel Carrasco, que ya nos ha dirigido la palabra, y Eduardo Espín, quien lamenta estar hoy en Sala, en el Tribunal Supremo, sin poder abandonarla para compartir con nosotros la jornada, a diferencia de Juan José Solozábal, que está con nosotros por ser libre como un pájaro.

No me puedo resistir a reproducir aquí las advertencias que realizaba el gran toledano Federico Latorre y Rodrigo, en el primer artículo de la Revista Toledo, semanal de arte y cultura, de junio de 1916, que reproducía uno anterior, al referirse por cierto al palacio del Rey Don Pedro, que curiosamente iba por mediación de Luis Ortega a revertir en el Patrimonio de la Universidad como Escuela de Traductores. Isidro Sánchez, historiador metido a vicerrector de infraestructuras y buen toledano, me había llamado la atención sobre el texto y se lo reproduje a nuestro compañero: ” No deben hacerse ilusiones los que se llaman hombres prácticos; Toledo no puede ser jamás una ciudad a la moderna; ni las inveteradas y rancias costumbres, arraigadas como sus riscos, ni su idiosincrasia particular, ni el terreno en que se asienta le permiten otra importancia, otro carácter que los de museo arqueológico”.

En efecto, la capital de Castilla-La Mancha es sumamente compleja, sobre todo cuando tenía Presidente tan intenso y apasionado en la dedicación a su tierra como José Bono, quien advertía al Vicerrector desde los fallos en la calefacción a las luces encendidas en vano, y quien, además, nunca nos quiso presidir, ni nos negó nunca nada para hacer cumplir el sueño colectivo de una Universidad para Castilla-La Mancha. Como ejemplo solo les mencionaré el de haber conseguido para nosotros el Convento de San Pedro Mártir, rehabilitado y hasta con la fibra óptica puesta para Delegación del Gobierno, que es el edificio clásico de uso universitario cotidiano más hermoso de Europa y al que posteriormente pudimos integrar el Convento que se llamaba de la Madre de Dios. Aquí cumplió el Vicerrector Ortega sobradamente, visitando asiduamente a las monjitas que allí todavía quedaban y ajustando con reja interpuesta, camilla y café con leche con olores a recuerdos del colegio, uno de sus mayores servicios, obtener un precio justo, a pesar de que tras la cortina que protegía a las monjas se apreciaban las lustrosas puntas de zapato de un ignoto ecónomo irlandés que despachaba las propuestas del Vicerrector directamente con Roma.

Los éxitos de Luis en la construcción del Toledo universitario son obra también de los alcaldes, presidentes de Diputación y personalidades que apoyaron el proyecto común: Joaquín Sánchez Garrido, Mariano Díez Moreno, José Manuel Molina, Adolfo González Revenga y Miguel Angel Ruíz-Ayúcar, tristemente desaparecido en 2013. De los que en el patronato no tuvieron ni uno ni otro cargo más que el de representar a la Asociación de Amigos de la Universidad destacó en su apoyo siempre Juan Pedro Hernández Moltó. Junto a José Bono, sirvió de gran apoyo a la Universidad y al vicerrector José María Barreda, primero como Consejero de Cultura y luego como Presidente de las Cortes. Suerte tuvo también de contar con la absoluta disposición de los funcionarios del originario Colegio Universitario, con Gervasio Fernández, Eduardo Reguero y Juan José Pérez del Pino a la cabeza.

Además de la obra organizativa, la académica consistía entonces en la fundación de los centros nuevos y en la refundación de los que ya existían, como la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, con Feliciano Barrios Pintado como Decano, la de Humanidades, con Luis Lorente y Lourdes Campos, la de Enfermería y Fisioterapia con Mari Paz Mompart. Todo era tensión de espacios: llegamos a convertir en un gran aula la antigua y -por fortuna- desacralizada iglesia mudéjar de San Vicente. El único espacio pacífico fue siempre la Escuela de Magisterio, con el longevo director Raimundo Drudis, quien fue gran colaborador. La tensión perduró hasta que nos fue entregado el convento de San Pedro Mártir, objeto de rehabilitación titánica durante años por parte del arquitecto Mario Muelas -también desaparecido meses atrás- para Delegación del Gobierno y sede de los servicios periféricos del Estado. Aunque entonces el futuro no había llegado todavía con el campus –de nuevo- más bonito de Europa en la antigua Fábrica de Armas.

La integración de la Universidad en la sociedad toledana no resultaba tampoco tarea sencilla. Para empezar, en Toledo quien no sale en la procesión del Corpus no es nadie, y nosotros no salíamos. Luis Ortega encontró de nuevo apoyo en el Decano Feliciano Barrios, quien, como buen historiador, encontró fuentes documentales que, aunque dudosas, permitieron argumentar ante el deán del Cabildo Catedral, a la sazón Don Evencio Cófreces, que la Universidad de Toledo salía ya en procesión antes de su supresión a principios del XIX. Y salimos, aunque Luis se encastilló en el Palacio de Lorenzana para atender a los invitados en la tribuna. No conseguí nunca que procesionara. ¡Y luego se le quejaba Don Marcelo de que el Rector era persona poco pía ¡

De la obra académica de Luis Ortega hablan otros colegas, pero como jurista comprometido con la Región debo proclamar que de su propia mano y de su dirección sobre los jóvenes investigadores surgió el entero aparato doctrinal del Derecho autonómico de Castilla-La Mancha, desde los comentarios al Estatuto, hasta las numerosas leyes europeas, estatales y autonómicas que se cruzaron en los caminos de La Mancha, acompañado con su sistemática presentación en las jornadas anuales de estudios autonómicos, que complementaban las destinadas a los estudios europeos.

Nos queda ahora de Luis Ortega su obra académica, sus discípulos, su ejemplo y la tristeza y nostalgia de su espíritu positivo, su mirada plena de inteligencia y su permanente y cautivadora sonrisa. Y concluyo, por fortuna, con ayuda de Fernando Pessoa:

“lo que lloro es diferente

está en el centro del alma

mientras en el cielo silente

Se mece el alma”.

“pero al fin, lo que es llanto,

en esta triste amargura, vive

en el cielo más alto, en la

nostalgia más pura”.

Luis Arroyo Zapatero

Toledo, Palacio del Cardenal Lorenzana, 2 de junio de 2015.