El mentalismo logocéntrico: La escritura como solución de problemas retóricos

En los años 70 se produjo un cambio importante en la forma de abordar la investigación y la enseñanza de la composición escrita, a la que hemos llamado mentalismo logocéntrico. Esta perspectiva se caracteriza por la idea de que escribir supone la puesta en marcha por parte del escritor de un conjunto de tareas mentales.

Si contextualizamos este cambio de concepción acerca de la escritura en un marco epistemológico más general, veremos como este coincide con la polémica que se planteó entre el conductismo y el cognitivismo. Esta polémica se fundamenta en la reivindicación de la mente como objeto de estudio. En el mismo sentido, desde este momento la escritura se concibe como la solución de una tarea compleja en la que se ponen en marcha procesos de pensamiento, entre los que destacan los procesos de planificación. Es por eso que muchos han venido a llamar a esta corriente enfoque del proceso de escritura (Nystrand, Greene y Wiemelt, 1993).

Este enfoque adquiere su mayor importancia con los modelos de composición en los años 80, desarrollados por una serie de autoras y autores a partir del paradigma de solución de problemas de Newell y Simon (1972). Desde este paradigma, el objeto de estudio es el funcionamiento psíquico del individuo humano, definido este como un sistema de procesamiento de la información (SPI). El SPI desarrolla su actividad enfrentándose a múltiples problemas o tareas que tiene que resolver manipulando la información contenida en estructuras de memoria mediante procesos mentales que forman parte de su funcionamiento natural. El funcionamiento del SPI no depende directamente del problema al que se enfrenta, sino de la forma en la que el propio sistema lo representa en un espacio del problema. Es en este espacio representacional interno donde, según estos autores, tienen realmente lugar las actividades de solución de problemas.

La representación del problema incluye la representación de las metas a alcanzar, las reglas y otros aspectos de la situación, así como la siguación inicial, la situación meta deseada y varios estados intermedios imaginados o experimentados, así como conceptos para describir estas situaciones.

Por tanto, desde este planteamiento, los problemas a los que se enfrentan las personas se resuelven por completo en el interior de su cabeza, donde se encuentra recluido el SPI y las acciones que vemos son el resultado de estos procesos invisibles que, de una u otra forma, ya han sucedido de manera hipotética en un reducto representacional. Esta separación de la resolución de los problemas de escritura en dos momentos, el que tiene lugar en un espacio hipotético y el que se desarrolla de manera concreta en una hoja de papel, pone de relieve la concepción de la mente como una máquina que funciona con planteamientos estratégicos y ordenados.

Flower y Hayes (1981; Hayes y Flower, 1980) adaptan su modelo de composición escrita (figura 1) a este paradigma y conciben al escritor modelo como un SPI que se enfrenta a un problema retórico de escritura.  La aproximación de estos autores consistía en estudiar la escritura como un proceso cognitivo de solución de problemas.

Figura 1

Por lo tanto, la composición escrita se concibe como la búsqueda de una solución a un problema retorico, mediante un conjunto de procesos cognitivos que se plantean como abstractos, universales y transituacionales. Como podemos ver en la figura 1, estos procesos son la planificación, traducción y revisión, guiados por el monitor o procesador central de información y cuyo material de trabajo se encuentra en la Memoria a Largo Plazo (MLP) del escritor, en la tarea planteada y en el texto ya producido.

La MLP es el almacén donde la escritora o el escritor pueden encontrar la información relevante para resolver una tarea de escritura. En cuanto al ambiente de la tarea, ésta es la única estructura que se supone está fuera de la piel del escritor. Sin embargo, su importancia radica únicamente en función de cómo el sujeto las integra en una representación del problema de escritura. De acuerdo con los autores, las personas solo resolvemos aquellos problemas que definimos para nosotras mismas, de modo que la representación de este problema, aunque se a inexacta o poco desarrollada, es la que guiará hacia la solución, que en este caso será difícil de alcanzar. Por tanto, la definición del problema retórico es, en este modelo, una parte principal e inmutable del proceso de escritura.

En este sentido, todas las actividades que se llevan a cabo al resolver una tarea de escritura, tienen lugar en el espacio del problema, una representación construida por el SPI. El resultado de este conjunto de procesos es una representación del problema, cuya fuente de información es un almacén de conocimientos también localizados en el SPI y un texto: la solución del problema.

Detengámonos un momento a reflexionar sobre el concepto de escritora/or que plantean estos autoras: una persona que tiene que resolver un problema escribiendo un texto y lo hace poniendo en marcha un conjunto de procesos cognitivos sobre una serie de información disponible en el sistema. Una suposición central que descansa tras esta definición es que, sean cuales sean los problemas a los que se enfrentan las escritoras y escritores, los procesos cognitivos que ponen en marcha son siempre los mismos, no importa cuál sea la situación en la que se escribe y el texto que se quiere componer.

A partir de este modelo, surgieron dentro del paradigma cognitivista otras propuestas teóricas dignas de mención. Este es el caso del doble modelo de composición escrita propuesto por Bereiter y Scardamalia (1987), contar el conocimiento y transformar el conocimiento. Una de las motivaciones principales de las que parten Bereiter y Scardamalia es incluir el problema de la inmadurez y el desarrollo en el estudio de la composición escrita. Estos autores proponen dos modelos distintos para explicar los modelos de escritura, uno para exopicar los procesos inmaduros, al que denominan contar el conocimiento (CC) y otro que explica los procesos maduros y al que llaman transformar el conocimiento (TC).  Según Bereiter y Scardamalia (1992), la diferencia principal entre estas dos formas de escribir, que son independientes de la edad del escritor, es el modo en que el conocimiento, tanco conceptual como lingüístico, se introduce en el proceso de composición y se maneja a lo largo del mismo.

En este sentido, las personas que utilizan el modelo CC escriben reflejando sobre el papel lo que saben sobre un tema y para ello utilizan como único elemento organizador su conocimiento sobre el género textual que están manejando (narración, descripción, argumentación, etc.) Sin embargo, los escritores que usan el modelo TC se enfrentan a las tareas de escritura como un proceso de solución de problemas en el que el modelo contar el conocimiento constituye solo un subproceso de un entramado cognitivo más complicado.

De nuevo, los planteamientos de Bereiter y Scardamalia sobre la escritura definen este fenómeno como un conjunto de procesos mentales que se insertan en un sistema mental para la composición escrita. La diferencia entre este planteamiento con el de Flower y Hayes que estos últimos autores reconocen la existencia de distintos procesos mentales para explicar diferentes formas de escribir. Sin embargo, estos distintos modelos no se relacionan con el producto escrito, sino con los procedimientos a los que recurren escritoras y escritores para componer sus textos. Los autores señalan, en este sentido, que la calidad del texto no tiene porqué estar relacionada con los procesos seguidos para su composición y que lo importante para determinar si se usa un modelo maduro o inmaduro es determinar los procesos de pensamiento que está utilizando la persona par generar el texto escrito.

En términos generales, podemos decir que una carencia esencial en el estudio de la composición escrita desde los planteamientos cognitivos en general es, desde nuestro punto de vista, el olvido sistemático de los factores sociales y culturales en el uso del lenguaje en general y del lenguaje escrito en particular. ¿Determina la situación de escritura la elección de unas formas lingüísticas  o de otras, de un modelo de composición o de otro, o de representaciones del problema retórico alternativas? ¿Cómo influyen los factores situacionales en las características de los textos escritos y en los procesos y procedimientos que ponen en marcha las escritoras y escritores? No es posible responder estas preguntas cuando las prácticas de escritura estandarizadas en las que los planteamientos cognitivos basan su estudio no recogen en su propio diseño este problema pragmático y, lo que es más grave, no reconocen estas tareas como determinantes contextuales en el tipo de textos que se escriben y en los procedimientos de escritura que ponen en marcha las personas. En este sentido, los problemas clave que surgen desde los planteamientos cognitivos para el estudio de la composición escrita se generan a partir del supuesto de universalidad de los procesos cognitivos de escritura. Este planteamiento construye a priori las prácticas de escritura como un fenómeno homogéneo en el que no tiene cabida la diversidad.

 

 

 

 

 

 

El mentalismo fonocentrista: El lenguaje escrito como transcripción del lenguaje oral

Llamo mentalismo fonocentrista a una postura tradicional acerca del lenguaje en general y del lenguaje escrito en particular, que actualmente todavía juega un importante papel en las teorías cotidianas sobre la escritura. Esta postura consiste, en primer lugar, en concebir el lenguaje como un artefacto situado en la mente de los individuos, de ahí el uso del término mentalismo para referirme a esta postura. Pero además, desde esta perspectiva, el lenguaje no es considerado un sistema independiente de la modalidad a través de la que se manifiesta con más frecuencia. Por el contrario, la oralidad es considerada una de las características esenciales de este sistema. ¿Qué es entonces la escritura?. Desde esta perspectiva, este fenómeno se define como la transcripción del lenguaje oral a un código de signos visibles. Una consecuencia inmediata de esta postura es que la escritura se ignora como objeto de estudio lingüístico, ya que consiste simplemente en el aprendizaje de un código de grafismos para traducir el lenguaje oral, un aprendizaje mecánico y memorístico que poco tiene que ver con el lenguaje.

El estructuralista Ferdinand de Saussure (1857-1913) estableció la distinción entre langue (lenguaje) y parole (palabra). Esta división se establecía entre un sistema abstracto, el lenguaje y su realización particular en los actos de habla. Sin embargo, Saussure consideraba que la manifestación del lenguaje por medio de sonidos era un hecho natural y necesario, mientras que su manifestación a través de grafismos pertenecía por completo al ámbito de la parole. De este modo, lo escrito se considera una manifestación secundaria de un sistema lingüístico básico sin relevancia para el estudio del lenguaje.

En términos generales, el lenguaje oral se concibe desde este planteamiento como el resultado natural de una facultad humana y la escritura como un artificio que surge con la única función de representar  el el lenguaje oral y que, como tal, parasita las estructuras y los mecanismos de producción y comprensión del habla.

Scinto, en 1986, daba el nombre de canon fonocéntrico a esta idea, señalando que forma parte de una teoría lingüística del sentido común según la cuál mientras el campo de referencia semático para lo oral es una realidad externa, objetiva y conceptual, lo escrito se refiere a lo oral y sólo cobra sentido en relación con las palabras sonoras a las que representa. Desde este punto de vista, la escritura no tiene lugar en el estudio del lenguaje, ya que se concibe como un artificio que se superpone a las capacidades lingüísticas básicas e innatas del ser humano, y no añade más a su naturaleza esencial.

El desarrollo de una parte importante de la psicolingüística actual sigue manteniendo esta división saussuriana entre lengua y palabra, que implica restringir el estudio del lenguaje a la definición de un sistema abstracto universal que subyace a cualquier acto particular de habla o escritura. Sin embargo, una novedad importante, introducida por la lingüística chomskiana, es atribuir el origen de este sistema lingüístico abstracto a mecanismos cerebrales que han evolucionado a lo largo del tiempo en la especie humana. La característica esencial de la lingüística chomskiana es plantear la existencia de un Mecanismo de Adquisición del Lenguaje (M.A.L.) innato, compuesto de una serie de reglas universales (una gramática universal) que cumple un papel fundamental en la adquisición del lenguaje. Desde este planteamiento, el interés por el estudio de la escritura es escaso, al igual que lo era desde los planteamientos saussurianos. El estudio del lenguaje escrito no es relevante para apoyar la existencia del M.A.L., un mecanismo que se supone innato, dado que es difícil atribuir a la escritura las dos características básicas que definen un hecho humano como determinado genéticamente: su aparición temprana y la facilidad para dominarlo.

Frente a los planteamientos del mentalismo fonocentrista, que destierra la escritura como objeto digno de estudio, queda preguntarnos qué lugar queda para el estudio psicológico de la escritura. En este sentido, la Psicología Cognitiva encuentra un lugar para la escritura que va más allá de la definición de este fenómeno como la adquisición de destrezas mecánicas que se plantea el fonocentrismo. Desde esta perspectiva, la escritura supone un problema cognitivo de alto nivel, que no está al alcance de todas las personas, y aquellas que llegan a dominarlo son consideradas expertas.

¿Qué es la escritura?

De entre las definiciones académicas de escritura, podemos mencionar perspectivas muy diferentes. Desde ciertos ámbitos tradicionales, la escritura es una destreza que permite traducir el habla a signos visibles. Desde una perspectiva cognitiva, la escritura se define como un conjunto de procesos cognitivos y lingüísticos que nos permiten componer un texto. Desde una perspectiva sociocultural, el lenguaje escrito es un herramienta construida en el transcurso de la historia en determinados ámbitos y con diversos usos y funciones.

En las próximas entradas, introduciremos las perspectivas más importantes que se han desarrollado sobre escritura. Reflexionaremos sobre la forma en que, desde estas perspectivas se conceptualizan y desarrollan estos fenómenos en torno a tres ideas básicas: el lenguaje, el pensamiento y la cultura.

Los deberes escolares y la colaboración familia-escuela

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Hace años colaboré en una investigación sobre los deberes escolares. En ella, indagábamos la forma en que se insertaban actividades descontextualizadas propias de una comunidad de aprendizaje en otra comunidad en la que el conocimiento se construía en actividades cotidianas muy diferentes a las que se desarrollan en la escuela. En este sentido, los deberes se convertían en una extensión del conocimiento que se manejaba en la escuela y que no aprovechaba en absoluto los saberes propios del contexto familiar.

En este sentido, familia y escuela son dos entornos completamente diferentes, con funciones muy distintas, aunque relacionadas, en el desarrollo de las niñas y los niños. Pero hemos de tener en cuenta que el nicho de origen, el entorno en el que las criaturas están enraizadas, es la familia. No podemos pretender que la escuela dicte normas de funcionamiento a la familia, mientras que la escuela tiene que conocer, respetar y tener en cuenta las características de las familias a las que pertenecen los niños y niñas con los que trabajan. Es un entorno profesionalizado y debe estar preparado para la diversidad en todas sus facetas.

Quizás por ello, el “café para todos” de los deberes escolares cada vez levanta más críticas y menos comprensión en muchas familias. Están las que no comprenden por qué sus hijos e hijas tienen que pasar la tarde haciendo tareas mecánicas y rutinarias, teniendo un rendimiento óptimo en las materias escolares, y también aquellos que tienen que ocuparse de las dificultades de aprendizaje de sus hijos e hijas en el hogar sin tener ninguna formación ni orientación al respecto. Habría otro grupo de familias que abordan de forma diligente las tardes de mesa y cuaderno de sus hijos por motivos que pueden ser diversos.

Nos deberíamos plantear qué utilidad tienen los deberes escolares y si es lícito delegar en la familia funciones que es la escuela la que tiene que desempeñar. Las dificultades de aprendizaje deberían ser atendidas de manera específica por los especialistas. Si consideran que es necesario que los niños y niñas realicen actividades fuera del entorno escolar, estas actividades deberían ser específicas y diseñadas para cada niño o niña en particular. En cuanto a los niños y las niñas que no presentan dificultades, invadir su tiempo libre con más tareas mecánicas y descontextualizadas impide que puedan desarrollar competencias que no están relacionadas con el entorno escolar y que pueden desarrollar de forma abierta fuera de los muros del colegio.

Por otra parte, la familia debería ser respetada como un ente autónomo que decide de manera libre cómo gestionar su tiempo. A menudo, he escuchado quejas de maestras y maestros sobre la sobrecarga de extraescolares de los niños y niñas. Hemos de tener en cuenta que, nos parezca mal o bien, es la familia quien decide cómo usar el tiempo libre. No es función de la escuela organizar este tiempo o decir lo que se debe hacer en el mismo. Quizás en la actualidad existe un afán adoctrinador sobre la forma de ser padres y parece que todo debe estar prescrito por especialistas. No debemos dejar que se pierda la sabiduría que hemos acumulado durante siglos y que ahora parece que sólo está en los libros.

Quizás este reconocimiento de la familia por parte de la escuela, como un entorno autónomo y autogestionado, podría iniciar nuevas formas de colaboración no jerárquicas y verdaderamente constructivas. Los dos entornos son valiosos e importantes. Tender puentes entre ellos implica una colaboración simétrica en la que las decisiones no sean impuestas por una de las partes, sino informadas y consensuadas por ambas.

De notas, esfuerzo y aprendizaje

imageHubo un momento en la historia en la que se decidió que el aprendizaje era cuantificable. Que se podía asignar un número que reflejase la cantidad de conocimientos, destrezas o habilidades que alguien había adquirido a lo largo de un proceso de enseñanza-aprendizaje. Este número, además de referirse a la calidad de lo aprendido, servía para situar a la persona en comparación con sus co-aprendices. Desde ese momento, existen personas de 4, de 6, de 8 y de 10. Y todas sabemos lo que eso significa.

La calificación numérica se ha ido complejizando hasta tal punto, que ahora, en los actuales sistemas de evaluación por competencias, el número final es el reflejo de la ponderación de muchas notas parciales que miden distintos aspectos del aprendizaje. Al final, la ilusión es que hemos logrado definir con un número el resultado alcanzado por una persona.

En términos generales, una creencia que subyace a esta forma de evaluación es que el alcanzar un 4, un 7 o un 9 depende del esfuerzo que haga el aprendiz, de modo que la calificación alta se convierte en un premio al esfuerzo y la baja en un castigo. Sin embargo, esta forma de concebir la evaluación educativa encierra varios peligros.

El primer peligro es creer que toda persona que se esfuerza acaba aprendiendo y obteniendo una calificación alta. El basar todo el proceso de aprendizaje en el esfuerzo del aprendiz resta importancia a los apoyos educativos que ofrece el docente y que sirven para ir adquiriendo competencias. Si esos apoyos no son adecuados, o no son bien usados por el aprendiz, por mucho esfuerzo y tesón que se ponga en las tareas propuestas, el avance será lento y sin resultados claros. Los niños y niñas con dificultades de aprendizaje no diagnosticadas y no reconocidas sufren esta situación. Acaban hartos de que su esfuerzo sea minusvalorado, son etiquetados como holgazanes y acaban, si no dan con buenos profesionales, tirando la toalla.

En niveles superiores de enseñanza, como la Universidad, donde se intenta fomentar el aprendizaje autónomo y la evaluación está basada a veces en productos muy elaborados, es común escuchar eso de “pero si yo me he esforzado mucho. Merezco más nota”. En estos niveles, los estudiantes tienen que aprender que no basta con esforzarse: hay que demostrar que se tienen las destrezas necesarias para ejecutar un producto a nivel profesional. Y para ello, les tenemos que enseñar a usar su caja de herramientas, esas destrezas cognitivas que les ayudan a planificar sus procesos de trabajo y a autoevaluar sus resultados.

El segundo peligro es convertir la calificación numérica en el objetivo de aprendizaje. Si usamos la calificacion como un premio, al final se pierde el objetivo real del proceso de aprendizaje: que se produzca un cambio comportamental en el proceso educativo. Cuando una persona aprende algo, esto significa que se enfrentará al mundo de una forma diferente. Y ese es el objetivo de la educación, no sacar un 8, un 9 o un 10 y salir corriendo. Las calificaciones numéricas usadas como premio o castigo hacen que la motivación por el aprendizaje sea extrínseca: “tengo un 10 y lo llevo como una insignia para enseñársela a todos mis amigos y amigas. Sin embargo, el aprendizaje que se obtiene desde una motivación intrínseca nunca termina con un número. Si un conocimiento nos motiva, queremos seguir sabiendo más y más. El aprendizaje no acaba cuando termina el curso o la asignatura.

¿Por qué seguimos usando entonces las calificaciones numéricas? En términos generales, el sistema impone el uso de estas calificaciones. Es un lenguaje que todas y todos entendemos y del que es muy difícil desprenderse. Todo el sistema está organizado alrededor de la puntuación final. El 95% de las preguntas que me hacen mis estudiantes en mis asignaturas no tienen nada que ver con el contenido de las mismas, sino con el sistema de evaluación. Las pocas preguntas que me hacen sobre conceptos complejos, o sobre argumentos acerca de algún planteamiento, son las que plantean en la revisión de pruebas o exámenes. Todo este sistema de funcionamiento se gesta desde Primaria. Acostumbrados a ser calificados y etiquetados por compiar, repetir, reproducir y resolver problemas estandar, los estudiantes se convierten en el resultado de un sistema viciado, del cuál ya no se pueden desprender y seguirán reproduciendo en todas las facetas de su vida. El esfuerzo se traduce en memorización sin comprensión, y la nota es la insignia que sirve para olvidar y repetir el ciclo. Y así hasta el final.

En definitiva, la calificacion numerica conlleva aprendizajes y aprendices poco creativos. La creatividad es muy difícil de medir y cuantificar, así que, para que el sistema funcione, no se aceptan resultados creativos. No se permite a los aprendices salirse del guión. De todas formas, no tenemos esa dificultad: ellos mismos han aprendido muy bien cómo permanecer dentro del sistema sin desentonar. Por eso, cuando intentas que den respuestas abiertas a problemas que no tienen una única solución (los problemas que normalmente se plantean en la vida real), se enfadan, te dicen mil veces que no saben qué tienen que hacer, intentan buscar en internet la respuesta correcta, etc. etc. Todo menos producir de la nada, crear, argumentar con instrumentos propios. Y dicen que la calificación es subjetiva. ¿Os suena?

 

La importancia del diagnóstico temprano en la Dislexia

Últimamente escucho con relativa frecuencia eso de “mi hijo tiene que repetir 2o curso porque no sabe leer.” Y esto, sin que el niño en cuestión haya sido diagnosticado, ni siquiera evaluado para determinar en qué consiste su dificultad con el lenguaje escrito.

La mayoría de las niñas y niños aprenden a leer y escribir sin dificultad y en poco tiempo, incluso si no existe una enseñanza explícita del código escrito. Los niños y niñas que tienen acceso a la manipulación libre de material impreso, que juegan con el lenguaje escrito y que tienen modelos letrados en su hogar, aprenden a leer y escribir de manera natural, igual que aprenden a hablar. Este es el fundamento de lo que Kennet y Yetta Goodman llamaba “juego de adivinación psicolingüística”, y que a su vez está en la base de la orientación pedagógica llamada Whole Language o Lenguaje Integrado.

Sin embargo, aproximadamente un 5% de las niñas y niños no aprenden a leer y escribir fácilmente. Su cerebro tiene una configuración diferente, y tienen dificultades para establecer la relación fonema-grafema, que está en la base del descifrado del código alfabético. Esta dificultad hace que, en una lengua transparente como el castellano, su lectura sea poco fluida. La falta de fluidez en la lectura produce cansancio y dificultad en la comprensión lectora, lo que es desmotivante y la lectura se asocia pronto a una actividad desagradable y que ofrece pocas gratificaciones. Todo ello actúa como una pescadilla que se muerde la cola, y la falta de fluidez lleva a la falta de motivación, que a su vez impide el trabajo necesario para alcanzar objetivos de aprendizaje.

Todo esto se podría solventar relativamente si no dejásemos que los niños y las niñas con dificultades lectoras llegasen a esta situación y actuasemos ANTES de que sus problemas con la lectura se hiciesen tan evidentes que es necesario implementar medidas drásticas como la repetición de curso, con efectos colaterales relacionados con la autoimagen y las emociones que deberíamos evitar en la medida de lo posible.

Esta mirada de intervención temprana o preventiva hacia las dificultades de lectoescritura no ha prosperado hasta ahora por culpa del criterio de diagnóstico por discrepancia. Según este criterio, solo se puede hablar de dislexia cuando existen dos años de diferencia entre el nivel de desarrollo de la lectoescritura con respecto al CI. De esta forma, sólo se podía hablar de dificultades de lectoescritura cuando el niño lleva durante dos cursos luchando con la lectura y la escritura con nulos resultados. Se espera a los 7-8 años, en el mejor de los casos, para emitir un diagnóstico de dislexia que llega tarde para un niño que está harto de luchar contra el sistema educativo.

En la actualidad, este criterio de discrepancia ha sido cuestionado por numerosos autores y profesionales de la educación, que proponen comenzar a trabajar las dificultades en la lectura y la escritura ANTES de que los niños tengan que abordar su aprendizaje. En este sentido, los modelos RtI o de respuesta a la intervención proponen una intervención temprana basada en los prerequisitos cognitivos de la lectura y la escritura a todos y todas las niñas de los niveles preescolares. El cómo respondan las niñas y niños a esta intervención nos ofrecerá conocimiento sobre la posibilidad de que tengan ciertas dificultades relacionadas con estos pre-requisitos que se pueden empezar a trabajar de manera temprana.

Estos pre-requisitos tienen que ver con la Conciencia Fonológica y otras competencias de Alfabetización Temprana relacionadas con el uso de material impreso en contextos significativos y situaciones de interacción con un adulto. Trabajar estos elementos no implica machacar al niño con cartillas y otros instrumentos de tortura. En actividades interactivas, lúdicas y adaptadas a los intereses de los niños y niñas, se pueden detectar a aquellos que presentan más dificultades que sus compañeros y requieren apoyos adicionales para desarrollar estas competencias.

En este sentido, hay que tener en cuenta que la dislexia no es una cuestión de todo o nada y la intervención temprana en cociencia fonológica y otras competencias puede mejorar mucho el pronóstico. Además, la motivación del niño o niña hacia las actividades relacionadas con el lenguaje escrito será un elemento de inestimable valor a la hora de abordar tareas más complejas. Muchas veces, el tedio y la sensación de fracaso más que la falta de capacidad es lo que conducen a un estancamiento en el aprendizaje de la lectoescritura.

Vivimos en un mundo letrado en el que aprender a leer y a escribir ha cobrado una importancia que no tenía hace pocos años. Por tanto, es importante que nos tomemos en serio las dificultades de lectura y escritura y que haya un conocimiento fundado y basado en la evidencia sobre las mismas. No podemos seguir realizando diagnósticos tardíos y sin instrumentos adecuados y dejando al azar el rendimiento y la adaptación escolar de las niñas y niños con dislexia.

PARA APRENDER MÁS

Carrillo, M., & Alegría, J. (2009). Mecanismos de identificación de palabras en niños disléxicos en español:¿ Existen subtipos?. Ciencias Psicológicas, 3(2), 135-152.

Goodman, Y. M. (1992). Las raíces de la afabetización. Infancia y aprendizaje, 15(58)

Goodman, Y. M. (2013). Learning to Read ls Natural. Theory and Practice of Early Reading, 1, 137.

Jiménez, J. E. (2012). Retos y prospectiva de la atención al alumnado con dificultades específicas de aprendizaje: hacia un modelo basado en la respuesta a la intervención. Navarro, J; Fernández, Mª. Tª; Soto, FJ y Tortosa F.(Coords.), Respuestas flexibles en contextos educativos diversos. Murcia: Consejería de Educación, Formación y Empleo.

Justice, L. M. (2006). Evidence-based practice, response to intervention, and the prevention of reading difficulties. Language, Speech, and Hearing Services in Schools, 37(4), 284-297.

Lacasa, P., Anula, J. J., & Martín, B. (1995). Leer y escribir:¿ cómo lograrlo desde la perspectiva del lenguaje integrado?. Comunicación, Lenguaje y Educación, 7(1), 31-49.

 

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Diversidad funcional e inclusión social

Bebé con IC
Bebé con IC

En el Grado de Logopedia hablamos mucho de personas con diversidad funcional, como no puede ser de otra forma. La finalidad última de esta titulación es formar profesionales que trabajen con personas que tienen dificultades en las áreas de la comunicación y el lenguaje, de  modo que es importante que nuestras/os estudiantes tengan una orientación ética muy clara sobre lo que supone tener competencias diferentes a las de la media poblacional y cómo se ha de abordar esto desde los entornos profesionales.

Sin embargo, el discurso dominante en nuestro entorno sobre la discapacidad hace muy difícil abordar esta formación. Es lo que yo llamo la “visión caritativa” hacia la discapacidad, esa que afirma que las personas con discapacidad “son iguales a nosotros, son personas normales y hay que tratarles igual que a cualquiera“. Esto es lo que sueltan como loros ante cualquier pregunta sobre la forma en que hay que abordar la inclusión social de personas con formas diversas de comunicación.

Esta visión caritativa es la que encontramos a veces entre equipos desinformados de profesionales en el entorno educativo, por ejemplo. Imaginad que un orientador de un instituto tiene que abordar la inclusión en el aula de un niño con un implante coclear. Si este orientador no sabe cómo oye un niño con un implante, difícilmente podrá reflexionar sobre las necesidades especiales de este estudiante en un aula de 30 alumnos, que suele ser un espacio ruidoso por definición. Y si aplica como único precepto para la inclusión que al niño hay que tratarle como a cualquier otro, desde una visión caritativa de la discapacidad, lo único que conseguirá será que ese estudiante se pierda entre un marasmo de ruidos incomprensibles y desesperantes.

Un logopeda debe ser consciente de que la inclusión social de una persona con dificultades de comunicación y lenguaje parte de una implicación activa del entorno. Y esta implicación no supone, ni mucho menos, tratar a esta persona “como una más” y dejar todo como está, sino que es necesario introducir modificaciones en el entorno que permitan a esta persona comunicarse en igualdad de condiciones. Por lo tanto, el buenismo implícito en la afirmación “a este niño le tenemos que tratar como a cualquier otro” puede convertirse en un grave obstáculo para la inclusión social de personas con competencias comunicativas diferentes. Para que estas personas sean como una más hay que hacer cosas diferentes, hay que tratarles conociendo su diversidad y adaptando el entorno para que sea operativo para que estas personas puedan funcionar con sus peculiaridades y diferencias.

Volviendo al ejemplo del estudiante con un implante coclear (IC), un orientador informado, aún no siendo logopeda, pediría a los profesores de ese estudiante que tuviesen en cuenta sus peculiaridades en cuanto a la audición. Un estudiante con un implante coclear no oye como un estudiante con audición natural (aquí podéis escuchar una simulación de como oye una persona con IC) . Las condiciones sonoras del entorno son muy importantes para conseguir que este estudiante pueda seguir una clase y avanzar en igualdad de condiciones con sus compañeros. Y esto implica una concienciación del entorno. Es importante que no haya ruido de fondo, que las personas hablen de una en una, que se respeten los turnos, que la clase guarde silencio durante las clases magistrales o las explicaciones al grupo, etc. Esto en cuanto al entorno. Luego habría otro tipo de consideraciones educativas sobre el lenguaje escrito y la comprensión de textos en las que no vamos a profundizar aquí, pero que son cruciales para el rendimiento académico de nuestro hipotético estudiante.

En conclusión, cuando hablamos de inclusión social y diversidad funcional es útil alejarse de las nociones bienintencionadas del discurso reinante en nuestra sociedad y adoptar un discurso profesional que asume responsabilidades en dicha inclusión. Para fomentar la inclusión social hay que cambiar el entorno social, no basta con ser muy buenos y tratar a las personas diferentes como si fuesen “uno de los nuestros“.

Presentaciones de Power Point y otros engendros

https://www.youtube.com/watch?v=Iwpi1Lm6dFo
Llegadas estas fechas, muchas estudiantes me preguntan cómo hacer su presentación de PowerPoint para acompañar la exposición oral de su Trabajo de Fin de Grado ante el tribunal. Bien, vamos a asumir que tenéis que usar PowerPoint, porque cuando nos aventuramos con otro tipo de formatos no sabemos qué nos vamos a encontrar con esos maravillosos ordenadores que tenemos en las salas en las que se celebran las exposiciones públicas. Ya nos ha pasado en alguna ocasión que no teníamos una buena conexión a internet y no podíais acceder a vuestro Prezi, y tampoco lo teníais descargado. Así que, aunque no quede tan bonito y original, lo más seguro es usar PowerPoint (PP). No obstante, si os empeñáis en usar otro formato, avisad con tiempo al presidente o presidenta de vuestro tribunal y pedidle que compruebe si el ordenador con el que vais a realizar la presentación funciona correctamente con dicho formato.

También tenéis que tener cuidado con la versión de PP que usáis: tened en cuenta que si usáis versiones distintas a la del ordenador que váis a utilizar, las propiedades de la presentación que habéis preparado pueden cambiar.

En cuanto a la forma de preparar la presentación, lo primero que tenéis que tener en cuenta es el tiempo que tenéis y lo que vais a contar. Para la presentación del TFG tenéis un máximo de 15 minutos en el que tenéis que resumir las características más importantes de vuestro trabajo ante el tribunal. Por tanto, os tenéis que plantear seriamente para qué sirve la presentación de PP. Yo os aconsejo que primero preparéis la presentación oral y luego diseñéis la PP para acompañarla, y no al revés. Así no tendréis la tentación de elaborar 50 diapositivas para vuestros escasos 15 minutos de tiempo.

Una vez elaborada vuestra presentación oral, podéis diseñar vuestra PP. ¿Para qué va a servir? Principalmente para cautivar al tribunal con vuestro maravilloso hilo argumental acompañado de estímulos multimedia que mantendrán su atención. El vídeo que os he dejado al principio os da una magníficas pautas para hacer una buena presentación de PP. Yo os voy a recordar aquí las cosas que no tenéis que hacer:

1) No copiéis el índice de vuestro TFG para pegarlo en la primera diapositiva: ¿Para qué creéis que serviría esto? El tribunal ya tiene vuestro TFG escrito y el índice figura en la primera página. Poner el índice en el PP no aporta nada y es bastante antiestético.

2) No pongáis la lista de referencias bibliográficas en la última diapositiva de vuestro PP: Es incluso más absurdo que lo del índice. ¿Para qué querría vuestro tribunal ver una lista de referencias en una diapositiva? Siempre que elaboréis un elemento de vuestra presentación, pensad en su utilidad.

3) Cuando tengáis tentaciones de copiar un párrafo de vuestro TFG y pegarlo en una diapositiva, pensad qué queréis que haga el tribunal con ella. Usar la presentación para pegar texto que ya está en vuestro trabajo vuelve a ser una estrategia que solo conseguirá hacer que vuestra exposición sea tediosa y repetitiva.

4) No uséis una plantilla de PP llena de flores, colorines, atributos geométricos o adornos innecesarios. No es lo que buscamos en una presentación de un trabajo académico.

5) Sabemos que los estudiantes de Logopedia sois grandes amantes de los niños y las niñas, pero no llenéis las presentaciones con sus fotos. Y si lo hacéis, aseguraos de que podéis compartirlas libremente y de que no estáis vulnerando su intimidad.

6) Aseguraos que el texto que escribís en las diapositivas es fácilmente legible. Por ejemplo, no uséis un color de letra claro con un fondo también claro, porque no podremos leer nada.

Creo que con estas indicaciones y vuestra sabiduría seréis capaces de diseñar unas presentaciones estupendas. ¡Mucho ánimo y energía en esta recta final! ¡Ya casi sois logopedas!

El sentido de la evaluación en la enseñanza superior

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En la enseñanza superior, cuyo objetivo es formar profesionales que van a adquirir responsabilidades sociales importantes, la evaluación toma un carácter especial. Siempre he abogado por la evaluación formativa, aquella que no sólo asigna un número a una hoja llena de cruces en la opción elegida, sino que va más allá y pide al estudiante trabajar los contenidos y aplicarlos a casos reales. En este proceso, el estudiante tiene que traer a la conciencia sus ideas previas, contrastarlas con el conocimiento y las propuestas nuevas que están a su disposición y trabajar el conflicto en relación a experiencias concretas.

En este sentido, el esfuerzo no siempre se traduce en una alta calificación (aunque sin esfuerzo es prácticamente imposible adquirir las competencias, claro). Si el estudiante, una vez realizadas todas las actividades educativas propuestas en la asignatura, sigue manteniendo ideas previas que entran en conflicto con los contenidos y procedimientos planteados y no es capaz de aplicar los conocimientos sin cometer errores conceptuales de base, no podemos dar por aprobado su proceso formativo. “Es injusto” es una de las frases que más escucho en esta época del año. Pero lo cierto es que superar una asignatura no es una cuestión de justicia, sino de competencias. Poniéndome en plan muy dramático, les suelo decir a mis estudiantes que no, que no sería justo para las familias encontrar un logopeda que dijese el tipo de cosas que pone en sus pruebas de evaluación. Eso no siempre sienta bien, pero es la única forma que se me ocurre de hacerles ver que la evaluación no se trata (solo) de ellos, sino que supone también una responsabilidad para con la sociedad.

Siempre hemos escuchado que las ingenierías o medicina son carreras muy demandantes. Esto me preocupa, porque indica que grados como Magisterio, Logopedia, Trabajo Social, etc. , no lo son. ¿Son acaso las responsabilidades de estos profesionales que salen al mundo laboral menos importantes que las de los ingenieros o los médicos. No lo creo. Por ello, considero que la exigencia en la evaluación de cualquier titulación debe de ajustarse a las exigencias de la sociedad sobre esos profesionales que estamos formando. Esto, seguramente, será muy poco popular, pero posibilita que los profesionales que lanzamos a la calle estén bien formados en la medida de nuestras posibilidades.

Todo esto implica que nos cuestionemos nuestros métodos de evaluación. A mí siempre me ha gustado el concepto de triangulación, tomado de la Investigación-acción, y que implica usar distintas técnicas de recogida de datos para llegar a una conclusión “colegiada” sobre un fenómeno. En este caso, uso distintas formas de evaluación, que van desde el examen tipo test, la exposición oral, la elaboración de proyectos en grupo, las reflexiones escritas, las preguntas cortas, etc. Todos los datos obtenidos por estos diversos medios me hacen formarme una idea más o menos precisa del proceso de aprendizaje que están siguiendo mis estudiantes.  Todo esto implica una gran cantidad de trabajo de producción, que se realiza en su mayor parte en el aula, de modo que las clases magistrales quedan relegadas a una parte muy pequeña del proceso. Su trabajo es producir y aplicar el conocimiento, y el mío es dirigir esta producción. Y de la evaluación no escapa mi forma de guiarles: todos los años me planteo en qué he fallado y por qué no he conseguido que el proceso de aprendizaje haya fluido adecuadamente para ciertas personas. En eso estamos: la docencia es un aprendizaje constante que no cesa y que está lleno de baches. ¿Quién dijo que fuese fácil?

 

 

La escuela y la familia en el siglo XXI

Hace ya años, mi compañero David Poveda y yo escribíamos sobre la congruencia cultural en la educación de los niños y niñas gitanas. Mostrábamos cómo las estructuras conversacionales de estas niñas y niños en sus contextos “naturales” eran muy diferentes a las estructuras que se desarrollaban en el colegio. Estas diferencias, entre otras más explícitas, contribuyen al distanciamiento que se produce entre la escuela paya y la familia gitana sin apenas darnos cuenta. En ese artículo, abogábamos porque la escuela se hiciese consciente de este tipo de fenómenos y trabajase en pos de la congruencia cultural.

En la actualidad, me encuentro este artículo y observo que la brecha se agranda. No sólo con la cultura gitana, que sería un caso extremo a considerar. La escuela se está alejando de otro tipo de familias, que comienzan a entender la educación de formas diferentes y a comprender que el aprendizaje repetitivo y falto de significado que predomina en la escuela no es congruente con el modelo cultural en el que ellas se desarrollan.

La evaluación mediante exámenes, la exigencia de repetición textual de los contenidos en los libros de texto, la imposición de tareas que los niños y niñas tienen que realizar en su tiempo libre y el estilo autoritario que les obliga a estar callados y quietos en clase ya no cuadra con la sociedad de la gamificación. Mientras que nuestra sociedad está tendiendo a una forma de producción del conocimiento áltamente creativa, intertextual e interdisciplinar, la escuela sigue anclada en un marco decimonónico que impide el libre desarrollo de nuestros pequeños y pequeñas ciudadanas.

La solución a todo esto no puede ser solo de abajo a arriba, confiando en las buenas voluntades de maestros aislados como César Bona y los realilty shows en busca de maestros y maestras innovadoras. Y tampoco sólo de arriba a abajo, imponiendo por ley y por decreto una supuesta calidad educativa basada en pruebas de nivel que nuevamente exponen a niños y niñas a exámenes sin sentido. El cambio educativo requiere un cambio de mentalidad global en la sociedad española, tan dada a la copia y a la reproducción tipo loro de feria.

Por otra parte, se está adoptando por parte de la institución escolar una versión muy peligrosa del manido “la familia y la escuela tienen que colaborar”. Esto se está traduciendo en que la familia tiene que estar a las órdenes de la escuela para apuntalar las acciones que se emprenden en la primera. La familia se quiere convertir en una extensión de la escuela, en la que el currículum oficial pasa a ser el objetivo principal de las actividades extra curriculares. Desde mi punto de vista, es la escuela la que tiene que adaptarse a las realidades familiares. Es la escuela la que tiene que buscar los medios pedagógicos para trabajar con las diferencias que habitan sus aulas, más que imponer un molde y una afán uniformizador al grupo.

La congruencia familia-escuela pasa por una colaboración, pero una colaboración no jerárquica. Una colaboración bidireccional en el que la familia penetre con sus métodos y sus valores en una institución que, a día de hoy, permanece cerrada y retroalimentando sus prácticas ancestrales a pesar de que el mundo sigue rodando en una dirección muy distinta.