Luis Arroyo Zapatero Presidente de la Société Internationale de Défense Sociale, Vicepresidente de la AIDP y presidente honorario del Grupo Español.
Supe de Cherif Bassiouni desde el comienzo de mis estudios de doctorado. En los convulsos años finales del franquismo Marino Barbero Santos, en su cátedra de la vieja universidad castellana de Valladolid, nos explicaba a los tres alumnos que habríamos de ser con el tiempo catedráticos lo que era la AIDP, de la que el patriarca del Derecho penal hispanoamericano, discípulo de Von Liszt, don Luis Jiménez de Asúa había sido Vicepresidente, de su supervivencia tras la guerra, la inminente presidencia imperial de Hans Heinrich Jescheck, desde su instituto de Freiburg en el cual había sido el primer español invitado, en 1956, que nos describió con tanto detalle y entusiasmo. Nos habló también de un poderoso Secretario General, encantador en cualquiera de los idiomas que dominaba a la perfección y que describía también con detalle: joven oficial condecorado del ejército de Egipto durante la guerra del canal de Suez, de exitosa aventura europea y americana, con el apoyo de la familia de condición diplomática, con cátedra en la Universidad DePaul de Chicago y de gran poderío en el Departamento de Estado y en las Naciones Unidas.
Varias veces se cruzaron los destinos de ambos: en primer lugar, con motivo de la creación del Instituto en Sicilia, el de Siracusa, que lideraba nuestro homenajeado y el de Messina, en el que participaba Barbero Santos y en el que yo iba ser el primer becario internacional, como consecuencia de estar yo entonces a la espera de un juicio penal ante el tribunal de orden público, circunstancia que me tenía excluido de cualquier beca o contrato en la España de Franco. Se asentó plenamente el Instituto de Siracusa, con un éxito total. Basta con ver la fotografía de la primera promoción del seminario internacional de jóvenes penalistas de entonces, donde destaca José Luis de la Cuesta y Christine Van den Wyngaert, y comprobar que ha venido siendo desde entonces la fábrica de los mayores especialistas en derecho penal internacional del mundo.
Mi destino me llevó a preparar el doctorado junto a Hans Joachim Hirsch en la Universidad de Colonia de 1975 a 1977, y regresé a España tras las primeras elecciones en 1977. Barbero Santos, que era presidente del grupo español, organizó el primer congreso de la AIDP, con pleno apoyo del primer gobierno democrático. Se celebró con gran éxito en Madrid y Plasencia. Con esta ocasión traté a Jescheck y a Vassalli. Se publicó un volumen ordinario en español de la Revue, tras un enconado debate con cientos de escritos cursados entre el grupo español y el Secretario General, quien no quería ampliar las lenguas de la revista, más allá de las tradicionales inglesa y francesa. ¿Qué pensaría hoy al comprobar que solo se publica en inglés? A ese encuentro en la distancia siguieron otros muchos en persona de los que deseo mantener el recuerdo de los siguientes:
En el consejo de dirección de París, donde acudí siempre tras mi elección como presidente del grupo español tras 2002, a los postres había siempre un magnífico espectáculo, pues el mejor Bassiouni se dirigía entre las mesas de la Maison des Avocats a todos nosotros, dando noticias, señalando problemas y seduciéndonos en todas las lenguas a todos y cada uno. De modo singular recuerdo la noche en que con gran emoción nos dio noticia de la aparición de las actas de la reunión en Núremberg en la que se reconstituye la AIDP, ahora ya con americanos y soviéticos, aprovechando la instalación de traducción simultánea del tribunal internacional, el 18 de mayo de 1946.
Creo que seguramente el momento más especial de la vida profesional de Cherif Bassiouni fue el congreso internacional en la Haya, en el que presentó el informe final de su gran proyecto. The Pursuit of International Criminal Justice: A World Study on Conflicts, Victimization, and Post-Conflict Justice, publicado en 2 vols., en Intersentia, Bruselas, Belgica, 2010. Todos estuvimos a su alrededor: magistrados de la Corte internacional de justicia, de la Corte penal internacional y de los Tribunales ad hoc, presidentes de sociedades científicas, de instituciones académicas. Todos con él. Se afirmaba allí su obra titánica, de toda una vida de impulso a la convención contra la tortura, a la corte penal internacional y al efecto civilizador de las naciones unidas y sus instituciones en un mundo de inagotable ferocidad.
En Pekín, en 2005, en el congreso que elegía presidente a José Luis De la Cuesta estaba inquieto, tanto por razones de familia, como por su viaje al volcán de Afganistán y la terrible comprobación de estar viviendo allí una gran farsa.
En Doha, en el congreso de Naciones Unidas, participó en el homenaje a Gao Ming Xuan, con motivo de la entrega de la Medalla Beccaria que le otorgaba la Socité Internationale de Défense Sociale. No estaba optimista, ni respecto de la abolición de la pena de muerte, ni sobre todo lo demás, veía el mundo con una gran preocupación y nos dejó a nosotros también preocupados.
El momento quizá para mí de mayor emoción fue su discurso en el parlamento español, con los presidentes del parlamento, del Tribunal Supremo, el Fiscal General del Estado, en la entrega de la Medalla Beccaria a él y a Mireille Delmas-Marty. Una pareja de lujo. Se había hecho tarde y, tras su laudatio que hizo Muñoz Conde, dejó los papeles sobre la mesa y en un español de sonidos mediterráneos nos explicó la razones de su vida dedicada a proteger a los débiles mediante el progreso del derecho internacional.
Bassiouni y su obra apasionada y de completo fundamento académico no se desvanecerá y su figura resplandece entre nosotros.