Sorpresa es lo que se llevan al llegar a Peralvillo los que camino a Toledo desde Andalucía conocen La Mancha sólo de referencias o de la literatura. Gente hay que cree que La Mancha es como su nombre dicen que indica: seca como un páramo. Es más, los hay leídos, que saben que el Quijote es un libro en el que apenas llueve, y piensan que siendo el nuestro un reino de la literatura, en La Mancha ni hay agua, ni llueve. Así pues, no cejan de sorprenderse los que tras pasar Ciudad Real se asoman al brazo de mar con el que uno se topa cuando busca el Molino del Emperador y la vista se llena del Piélago maravilloso, Piélago que de modo natural viene dotado por el río Bañuelos y al que reprieta el Guadiana y todo ello se arremansa por la obra humana del embalse del Vicario. Todo es en estos años que tanto llueve como un documental de naturaleza de canal de pago. No se harta uno de tanta maravilla suelta que se disfruta sin costar un duro: garzas, garcillas y garcetas, puestas allí como por el Ayuntamiento para solaz de los paseantes; los patos –azulones y colaraos- se levantan por parejas al paso del caminante; Las garzas imperiales observan ceñudas y de reojo lo que circula a su alrededor. Hay un incesante tráfico de seres en dirección a todos los puntos cardinales. Que sensación más placentera, cortar el agua por la presilla desde la carretera hasta el otro lado.