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¿Son los exámenes la «solución» a la IA?

Hace poco, mi alumnado se quejaba de que había profesores que les obligaban a entregar trabajos escritos a mano. Me pareció sorprendente y curioso, aunque en seguida me explicaron que era para que no usasen los modelos LLM. Me pareció un poco absurdo: los trabajos escolares siempre han consistido en copiar de aquí y de allá, de las enciclopedias, de la Wikipedia, de los libros de la biblioteca, de las páginas web… por eso nunca uso el «trabajo» como método de evaluación. Y el entregarlos «a mano» no va a evitar esa copia, aunque sí que se reduzca la longitud de los mismos, lo cual, a lo mejor, sí que es una ventaja.

En este contexto, los exámenes presenciales son una estrategia interesante. Si me quiero asegurar de que mi alumnado sabe de memoria los 4 preceptos básicos de la teoría de Vygotsky, los tipos de motivación extrínseca de Ryan y Deci o los tipos de diseños cuasiexperimentales sin que lo puedan preguntar a un ChatBot, pues un examen presencial me ofrece lo que busco. ¿Pero qué ocurre si lo que quiero es que demuestren sus competencias para diseñar una investigación, para razonar sobre una situación de intervención logopédica desde la perspectiva vygotskyana o para intervenir en la motivación de los usuarios de una terapia logopédica? Ahí, la verdad, el examen es una estrategia bastante pobre.

Si estamos preocupadas por que nuestro alumnado vaya a sustituir su propio pensamiento por el pensamiento de una inteligencia artificial (IA), creo que una buena solución es incluir el ChatBot en el proceso de enseñanza-aprendizaje como una herramienta de apoyo. Esto nos permitirá, en primer lugar, formar a nuestro alumnado en los usos éticos y seguros de la IA y, en segundo lugar, disponer de un asistente que se adapta a las necesidades de cada uno de nuestros estudiantes sin ofrecer un «café para todos».

En este contexto, las tareas que propongamos a nuestros estudiantes deben ir más allá de lo que una IA puede hacer por sí misma. Estos sistemas son muy buenos a la hora de escribir textos generalistas sobre un tema. Por tanto, es absurdo pedir como tarea escribir textos generalistas sobre un tema. En mi caso, inserto el uso de la IA en el transcurso de un proyecto de un mes de duración, que consiste en la realización de una mini-investigación pasando por todas sus fases, desde el planteamiento del tema, la búsqueda de información, la recogida de datos, su análisis, la preparación de la comunicación y su presentación en un congreso de estudiantes. En esta actividad, que se realiza en grupos colaborativos en las 8 horas lectivas a la semana de dos asignaturas, se instruye al alumnado para usar la IA en todas las fases. Esta herramienta es complementaria con el apoyo que ofrece la profesora de forma presencial en el aula y dando retroalimentación escrita a las entregas semanales que hace cada grupo.

El alumnado de primer curso del Grado en Logopedia, de esta forma, aprende a plantear preguntas de investigación e hipótesis relacionadas con la asignatura de Psicología de la Educación, documentarse en bases de datos científicas, usar gestores bibliográficos, redactar textos científicos, elaborar un informe para el comité de ética y consentimientos informados, recoger datos y analizarlos (todo ello en el contexto de la asignatura de Métodos de Investigación) para, finalmente, preparar una comunicación oral y/o un poster escrito para un congreso. Se enfrentan a esta situación desde un rol de investigadoras e investigadores, no como estudiantes que van a ser examinados.

Y sí, no os preocupéis: al final hacen un examen. Después de todo el proceso por el que han pasado, es la parte más sencilla de la asignatura. Este examen sirve para dar un último repaso a todo lo aprendido durante los cuatro meses que dura nuestra experiencia de aprendizaje, en la que también hay momentos de enseñanza directa, y para que demuestren su conocimiento de una forma simple. El examen corresponde a un 50% de la calificación, mientras que el trabajo en grupo corresponde a un 40% y un 10% queda reservado para una tarea individual que realizan de manera autónoma. Otro día hablaré del por qué de estos porcentajes.

El desarrollo de competencias en el uso de la IA es uno de los objetivos prioritarios de la Unión Europea. Para que el uso de la IA sea seguro y esté alineado con los derechos humanos, debemos aprender a usarla adecuadamente. En los entornos educativos, hemos de desarrollar una ética de la honestidad en el uso de estas herramientas. Esto no se consigue expulsándolas de nuestras aulas, sino integrándolas en nuestras prácticas con el propósito de que las mejoren, de que optimicen nuestro tiempo apoyandonos en las tareas más rutinarias, multipliquen nuestras ideas y den brillo y explendor a nuestros textos iniciales, y nos ofrezcan información de forma rápida y eficaz, todo ello sabiendo que la responsabilidad última de nuestro trabajo la tenemos nosotras y nosotros.

De notas, esfuerzo y aprendizaje

imageHubo un momento en la historia en la que se decidió que el aprendizaje era cuantificable. Que se podía asignar un número que reflejase la cantidad de conocimientos, destrezas o habilidades que alguien había adquirido a lo largo de un proceso de enseñanza-aprendizaje. Este número, además de referirse a la calidad de lo aprendido, servía para situar a la persona en comparación con sus co-aprendices. Desde ese momento, existen personas de 4, de 6, de 8 y de 10. Y todas sabemos lo que eso significa.

La calificación numérica se ha ido complejizando hasta tal punto, que ahora, en los actuales sistemas de evaluación por competencias, el número final es el reflejo de la ponderación de muchas notas parciales que miden distintos aspectos del aprendizaje. Al final, la ilusión es que hemos logrado definir con un número el resultado alcanzado por una persona.

En términos generales, una creencia que subyace a esta forma de evaluación es que el alcanzar un 4, un 7 o un 9 depende del esfuerzo que haga el aprendiz, de modo que la calificación alta se convierte en un premio al esfuerzo y la baja en un castigo. Sin embargo, esta forma de concebir la evaluación educativa encierra varios peligros.

El primer peligro es creer que toda persona que se esfuerza acaba aprendiendo y obteniendo una calificación alta. El basar todo el proceso de aprendizaje en el esfuerzo del aprendiz resta importancia a los apoyos educativos que ofrece el docente y que sirven para ir adquiriendo competencias. Si esos apoyos no son adecuados, o no son bien usados por el aprendiz, por mucho esfuerzo y tesón que se ponga en las tareas propuestas, el avance será lento y sin resultados claros. Los niños y niñas con dificultades de aprendizaje no diagnosticadas y no reconocidas sufren esta situación. Acaban hartos de que su esfuerzo sea minusvalorado, son etiquetados como holgazanes y acaban, si no dan con buenos profesionales, tirando la toalla.

En niveles superiores de enseñanza, como la Universidad, donde se intenta fomentar el aprendizaje autónomo y la evaluación está basada a veces en productos muy elaborados, es común escuchar eso de «pero si yo me he esforzado mucho. Merezco más nota». En estos niveles, los estudiantes tienen que aprender que no basta con esforzarse: hay que demostrar que se tienen las destrezas necesarias para ejecutar un producto a nivel profesional. Y para ello, les tenemos que enseñar a usar su caja de herramientas, esas destrezas cognitivas que les ayudan a planificar sus procesos de trabajo y a autoevaluar sus resultados.

El segundo peligro es convertir la calificación numérica en el objetivo de aprendizaje. Si usamos la calificacion como un premio, al final se pierde el objetivo real del proceso de aprendizaje: que se produzca un cambio comportamental en el proceso educativo. Cuando una persona aprende algo, esto significa que se enfrentará al mundo de una forma diferente. Y ese es el objetivo de la educación, no sacar un 8, un 9 o un 10 y salir corriendo. Las calificaciones numéricas usadas como premio o castigo hacen que la motivación por el aprendizaje sea extrínseca: «tengo un 10 y lo llevo como una insignia para enseñársela a todos mis amigos y amigas. Sin embargo, el aprendizaje que se obtiene desde una motivación intrínseca nunca termina con un número. Si un conocimiento nos motiva, queremos seguir sabiendo más y más. El aprendizaje no acaba cuando termina el curso o la asignatura.

¿Por qué seguimos usando entonces las calificaciones numéricas? En términos generales, el sistema impone el uso de estas calificaciones. Es un lenguaje que todas y todos entendemos y del que es muy difícil desprenderse. Todo el sistema está organizado alrededor de la puntuación final. El 95% de las preguntas que me hacen mis estudiantes en mis asignaturas no tienen nada que ver con el contenido de las mismas, sino con el sistema de evaluación. Las pocas preguntas que me hacen sobre conceptos complejos, o sobre argumentos acerca de algún planteamiento, son las que plantean en la revisión de pruebas o exámenes. Todo este sistema de funcionamiento se gesta desde Primaria. Acostumbrados a ser calificados y etiquetados por compiar, repetir, reproducir y resolver problemas estandar, los estudiantes se convierten en el resultado de un sistema viciado, del cuál ya no se pueden desprender y seguirán reproduciendo en todas las facetas de su vida. El esfuerzo se traduce en memorización sin comprensión, y la nota es la insignia que sirve para olvidar y repetir el ciclo. Y así hasta el final.

En definitiva, la calificacion numerica conlleva aprendizajes y aprendices poco creativos. La creatividad es muy difícil de medir y cuantificar, así que, para que el sistema funcione, no se aceptan resultados creativos. No se permite a los aprendices salirse del guión. De todas formas, no tenemos esa dificultad: ellos mismos han aprendido muy bien cómo permanecer dentro del sistema sin desentonar. Por eso, cuando intentas que den respuestas abiertas a problemas que no tienen una única solución (los problemas que normalmente se plantean en la vida real), se enfadan, te dicen mil veces que no saben qué tienen que hacer, intentan buscar en internet la respuesta correcta, etc. etc. Todo menos producir de la nada, crear, argumentar con instrumentos propios. Y dicen que la calificación es subjetiva. ¿Os suena?