Decía el famoso Doctor Spock a los que le acusaban de haber abandonado la pediatría que no era así, que hasta los 60 años no se había dado cuenta hasta qué punto la política forma parte de ella. Spock se hizo popular cuando escribió un libro que suplió la falta de tribu y de seguros sociales de las familias estadounidenses y la dotó de consejos directos y de seguridad en la crianza de sus bebés. En 1946 publicó su popular libro «Tu hijo«, en inglés, «The common sense book of baby and child care«, traducido a 30 idiomas y que vendió más de 50 millones de ejemplares. Podemos decir que este es el origen de los influencers de la crianza infantil.
Los preceptos de crianza en los que se basaba la obra de Spock era la confianza en las propias capacidades de las madres y los padres para solucionar los problemas que surgían en el día a día de la crianza y la educación con sus hijas/os. Además, frente a la rigidez de costumbres que dominaba épocas anteriores, abogó por una relajación en las prácticas en cuanto a horarios y disciplina y animó a las familias a ver a sus hijos e hijas como individuos y educarles con respeto y cariño.
Años después, cuando en los años 60 participó en movilizaciones y acciones contra la guerra del Vietnam, fue acusado por distintos políticos conservadores estadounidenses, como por ejemplo Spiro Agnew, de haber criado una generación indisciplinada, educada en la tolerancia y el desprecio de las tradiciones y las normas. La generación hippie había crecido educada según los consejos del Doctor Spock y llegaba pidiendo libertad y resistiéndose a participar en los juegos de dominación imperialista.
Desde aquel entonces, la sociedad occidental sabe que las líneas maestras que se ofrezcan a las familias para educar a sus vástagos son de suma importancia para conformar las características de las nuevas generaciones. En nuestro país, tuvimos nuestro propio Doctor Spock, salvando las diferencias, con la publicación del libro Bésame mucho, de Carlos González, en el año 2003. Este libro se convirtió en el estandarte de los grupos de apoyo a la lactancia materna y supuso el surgimiento de movimientos de crianza basados en el respeto de las criaturas en todos los aspectos de su desarrollo (la crianza natural, con apego, respetuosa, etc.) La némesis del Bésame mucho era (y sigue siendo) el Duérmete, niño, de Eduard Estivill y Sylvia Bejar, en el que se ofrece a las familias un método conductista de adiestramiento del sueño, ya expuesto en los años 60 por Richard Ferber. Durante casi dos décadas hemos sido testigos de enconados enfrentamientos entre las seguidoras (fundamentalmente mujeres) de estas dos filosofías de crianza, enfrentamientos que no son exclusivos del estado español y que se han venido a llamar comúnmente «guerra de las madres«.
En la actualidad, existe una presión mediática impresionante para marcar estas líneas conductoras de la crianza desde diversos sectores de la sociedad. No hay día que los periódicos de tirada nacional no publiquen artículos dirigidos a decir a las familias lo que hacen mal en la educación y crianza de sus hijos e hijas y cómo lo deberían hacer. Ya no son solo médicos, psicólogos y pedagogos los que se lanzan a dar consejos y pautas para la crianza adecuada de los bebés y la educación infantil: ahora son los propios periodistas los que se animan a tomar las riendas. Este es el caso de Eva Millet, que ha publicado recientemente dos libros de gran repercusión: Hiperpaternidad, dedicado a poner su acento en lo que, desde su punto de vista, es un celo excesivo de las familias actuales en la crianza de sus hijos e hijas, y el de Hiperniños: ¿Hijos perfectos o hipohijos?
Parece que la tendencia en la época actual es totalmente diferente a la que surgió con los libros del Dr. Spock. El nuevo milenio ha comenzado con la idea de que las nuevas generaciones son blandas y están demasiado cuidadas por sus padres, a los que se aplican apelativos como padres helicóptero, madres malvavisco, madres tigre, etc. Aunque estos distintos términos aluden a distintas casuísticas, en el fondo se basan en los mismos preceptos: las familias cuidan demasiado de sus hijos, no les dejan autonomía, les agobian para que sean los mejores, eliminan todos los obstáculos de su camino para evitar su frustración, dando lugar a una generación de niñas y niños mimados, poco autónomos, sin empatía y narcisistas.
Lo cierto es que esta presión sobre las familias conduce a una falta de confianza en el propio criterio para educar y a una externalización de la moral que infantiliza a la familia, más que dotarla de recursos para abordar las dificultades y los retos que surgen día a día en las tareas de crianza. El dar fórmulas generalistas para enfrentarse a la tarea de ser madres y padres no es de gran ayuda, ya que se trata de una labor afectada por miles de variables, contextos que se influyen unos a otros, motivaciones individuales y circunstancias sociales y económicas que escapan de nuestras manos. Además, cada familia es libre de elegir la forma en que quiere educar a sus hijas e hijos, ya sea para que se conviertan en personas inconformistas y revolucionarias o en personas conservadoras de las tradiciones patrias. Desde los ámbitos profesionales, es nuestra obligación dotar a las familias de recursos que les puedan ser útiles en determinadas circunstancias, sin que esto suponga un adoctrinamiento sobre la cantidad de autoridad y disciplina que deben imponer en sus prácticas y sin perder de vista lo que la investigación sobre el desarrollo humano nos dice sobre las necesidades de los seres humanos. La responsabilidad de que las generaciones que nos siguen sean sanas física y psicológicamente y respetuosas con los valores democráticos es de todos los estamentos sociales y debemos desarrollar maneras efectivas para formar a los que educan, más allá de la propaganda mediática.