Cuando la lengua escrita no existía o solo se usaba en círculos de personas elegidas, la memoria cumplía una valiosa misión. Las culturas orales preservaban su conocimiento transmitiéndolo a través de exposiciones públicas con formatos amigables para la memoria, como la rima y los géneros narrativos. La tradición oral tomaba la forma de cuentos, mitos, leyendas, poesías, etc.
La escritura permite, entre otras cosas, que surjan los géneros en prosa y la transmisión de saberes más abstractos. La acumulación de conocimiento en formato escrito libera nuestro sistema cognitivo para la reflexión y la elaboración del conocimiento más allá del simple almacenamiento de información. Autores como David Olson (2016) señalan a la escritura como la invención humana que más repercusión ha tenido en el cambio de la estructura cognitiva del ser humano y la sitúa en el origen de la racionalidad y del pensamiento sistemático y científico.
Desde este punto de vista, la escritura libera a las personas de la necesidad de memorizar . Al tener la posibilidad de registrar datos y recuperarlos a partir de su lectura, no tenemos que depender solo de nuestro cerebro para almacenar información. De esta forma, los materiales impresos adoptan la función de una suerte de cerebro externo al que podemos acudir para recuperar información sin necesidad de invertir tiempo en su codificación y almacenamiento en nuestra memoria. Por otra parte, podemos registrar la información en formas menos “memorables” que la poesía o la narración, como el discurso de tipo expositivo, lo que ofrece nuevas posibilidades a nuestro pensamiento.
Por tanto, la reflexión se desvincula de la memoria. Ahora, podemos leer textos en formato expositivo y tener acceso a reflexiones que van más allá de las narraciones con moralejas propias de otras épocas. Esto no quiere decir que nuestra memoria haya dejado de funcionar: nuestro cerebro sigue teniendo la propiedad de almacenar información a largo plazo y recuperarla cuando es necesario. Lo que hemos dejado de hacer son dos cosas:
1) Encapsular la información que debe ser recordada para la supervivencia histórica del grupo en géneros y estructuras lingüísticas memorables y
2) Memorizar la información para transmitirla.
Bueno, en realidad no hemos dejado de hacerlo. Seguimos creando historias y memorizando datos, pero los entornos en los que lo hacemos y los objetivos de estas actividades han cambiado. Uno de los entornos sociales que sigue apegado a las reglas mnemotécnicas y al almacenamiento de información para luego volcarla es el educativo. En el colegio, el instituto y la universidad se equipara a veces memorización con aprendizaje. De hecho, la forma en que se evalúa el aprendizaje, los exámenes, responden a ese concepto de aprendizaje como un proceso de almacenamiento de información en la memoria. Sin embargo, lo importante de aprender no es la información que almacenas, sino saber recuperarla de manera pertinente en el momento adecuado.
En primero del Grado en Logopedia, mis estudiantes estudian en Psicología de la Educación cuáles son los procesos implicados en el aprendizaje y cómo influir educativamente a una persona para que aprenda. La mayoría superan con éxito la asignatura. Cuando les vuelvo a ver en 4º de grado, les tengo que recordar que hubo un día en que estudiaron esa asignatura. Quizás hubo un día que atendieron en clase y tomaron apuntes. Quizás leyeron las lecturas propuestas. Quizás realizaron proyectos en los que debían aplicar esos conocimientos y volcaron lo leído en exámenes tipo test y de desarrollo. Pero ¿qué aprendieron? ¿Qué quedó en su sistema de creencias, en su forma de ver el mundo, en su forma de entender el cambio educativo que se produce en una intervención logopédica?
El aprendizaje no es memorizar datos. El aprendizaje supone un cambio de los esquemas de acción y de comprensión del mundo (como ya planteaba Piaget en su momento). Supone un cambio en las estructuras con las que nos acercamos a nuestras prácticas culturales. La simple acumulación de información no conlleva aprendizaje necesariamente. El aprendizaje conlleva un convencimiento, una destrucción de lo viejo y una reconstrucción para afrontar la vida desde un nuevo paradigma. Si seguimos interpretando la información acumulada desde la misma perspectiva, de nada habrá servido todo el esfuerzo. Incluso en las disciplinas en las que se cree que todo es memoria, como la Historia, la comprensión de las perspectivas desde las que se ofrecen los datos es crucial para aprender.
Por lo tanto, el verdadero reto en la educación es conseguir que los estudiantes aprendan, no que memoricen y retengan información. Me da igual que sepan lo que es la Zona de Desarrollo Próximo o el aprendizaje por biofeedback si luego no saben aplicar estos conocimientos a su práctica profesional. Me es indiferente que aprendan autores y fechas si luego no saben el papel que cumplen estos autores en el desarrollo del conocimiento sobre los procesos de aprendizaje.
Hemos de habilitar procedimientos que faciliten el cambio conceptual de los estudiantes y que pongan en marcha procesos de reflexión y conflicto cognitivo. Estos procesos son los que dan lugar al verdadero aprendizaje: una actitud, una disposición de actuar de determinadas formas, una comprensión de los fenómenos desde formas reconocidas por la comunidad científica y profesional. Y no una acumulación irreflexiva de datos sin sentido.