En los meses de febrero y marzo se concentra nuestra docencia de Bioestadística en la Facultad de Medicina de Albacete. Es por esta razón por la que, junto con otros muchos quehaceres docentes, de investigación o gestión, no he tenido tiempo material para poder seguir colaborando con Diario Sanitario denunciando las pseudoterapias y a los pseudoterapeutas, ni contestar a la carta enviada por D. Juan Manuel Marín Olmos bajo el título “Puntualizaciones de un médico” en la que hacía referencia a mis aportaciones.
En dos meses intentamos proporcionar a nuestros alumnos una serie de herramientas estadísticas que les permitan diseñar estudios, recabar evidencias, realizar análisis adecuados de datos, etc. como complemento a otra asignatura sobre Fundamentos de la Investigación en Medicina. Suelo comenzar la primera sesión con una doble viñeta en la que se compara Ciencia y pseudociencia. En la de la izquierda, dos científicos comentan “estos son los datos, ¿qué conclusiones podemos extraer?” mientras que a la izquierda, otras dos personas, con un diploma de homeopatía y terapia floral en la mano, dicen “aquí tenemos las conclusiones, ¿qué datos podemos hallar para confirmarlas?”. Es un ejemplo gráfico de la importancia que tiene conocer, aplicar y saber discutir y criticar el método científico para poder realizar una descripción adecuada de la Naturaleza o buscar soluciones a problemas de forma objetiva; es la base de la Ciencia, en particular de la Medicina.
En mis colaboraciones en las que el Sr. Marín Olmos dice que me expreso de forma chulesca y faltona, que pueden gustar o no, intento llamar a las cosas por su nombre, evitando un uso torticero de los términos pues son meridianamente claros. Y es que la falsa Ciencia se llama pseudociencia, pues pseudocientífico dice la Real Academia es aquello que es “falsamente científico” y es lo que tienen en común la orinoterapia, el reiki, las flores de Bach, la quiropráctica o la homeopatía y muchas más que seguiré denunciando desde aquí. Engañar dice la RAE que es “dar a la mentira aspecto de verdad” y cuando el que engaña busca un beneficio económico es un “estafador”. Si ese beneficio se obtiene jugando con la Salud de los enfermos, cuando ese engaño falsamente científico causa muertes y dolor a las personas, me gusta más el término “miserable”, según la RAE “ruin y canalla”.
Sí, es posible que mi tono sea faltón y chulesco, que no deja de ser una interpretación personal, pero es que mi agresividad, mi llamada ¡al ataque!, tiene que ver con aquellos que se dicen médicos o terapeutas y causan, o al menos no evitan, muertes y sufrimiento por el uso de terapias que no han demostrado eficacia alguna. Y sí, mi respuesta será vehemente y sin ambages, por cierto, usando argumentos y evidencias objetivas y no falacias ad hominen en mis opiniones, porque aunque no, no soy médico, puedo garantizar que mi compromiso por evitar el padecimiento del enfermo se fundamenta en el compromiso personal con mis alumnos, con su formación, en mi responsabilidad en su proceso de formación científica, en el respeto a lo que serán algún día y al titánico esfuerzo que deberán desarrollar para llegar a lo que llevan años soñando ser. Es por ello que pongo además un gran empeño en mostrarles cómo algunas pseudoterapias desprecian todo ese esfuerzo con palabrería pseudocientífica que suena y engaña bien al paciente desesperado, vulnerable e indefenso.
Todas estas pseudoterapias, o falsas terapias, utilizan un lenguaje pseudocientífico para explicar cómo podrían funcionar en nuestro organismo cuando, a día de hoy, sabemos a ciencia cierta que todas ellas no tienen mayor poder terapéutico que el placebo y, generalmente, para que un tratamiento sea eso, un tratamiento válido, éste debe haber demostrado su efectividad más allá del placebo. Así que en esa falta de rigor que me achaca, sólo he hablado de pseudoterapias que no han demostrado su efectividad y que utilizan conceptos y lenguaje pseudocientíficos para dar a esa mentira el aspecto y el aval de la Ciencia.
Cita nuestro replicante en su réplica, aunque dice no tener posibilidad de ella, el Código de Deontología Médica, pero sólo aquellos aspectos que le interesan. Se olvida del artículo 26 que desaprueba a los facultativos que prescriben tratamientos sin evidencia científica demostrada. En su carta parece pretender algo demasiado atrevido, que la homeopatía, basado en un empirismo no científico, sea elevada a categoría de Ciencia, cuando él mismo reconoce que esta pseudoterapia no funciona de acuerdo a los cánones establecidos; sí, sabemos que no hay evidencias que la apoyen y, mejor, si acaso que las evidencias van en su contra. Y es que la Ciencia es el “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente” y, cuando alguien quiere “explorar territorios que van más allá de la ortodoxia médica o científica” corre el riesgo de acabar en la viñeta de la derecha: inventándose los datos para que concuerden con sus conclusiones prestablecidas.
Porque el empirismo basado en el “a mí me funciona” no vale, no sirve; algo que debería haber aprendido durante su carrera. Porque el empirismo, el conocimiento originado desde la experiencia, requiere del método científico para evitar sesgos, requiere del escrupuloso análisis de otros científicos, de la divulgación, reproducción de los resultados en condiciones controladas y refutación de las hipótesis planteadas. Si yo tengo un burro y digo que vuela, tendré que dejar el burro a otra gente para que confirme que, en condiciones controladas y contrastadas, verdaderamente vuela. Algo que a día de hoy, no ha conseguido ni el reiki, ni la homeopatía, ni tantas y tantas pesudoterapias que se venden bien y a buen precio, incluso en farmacias, gracias a no tener efectos secundarios, pues tampoco primarios más allá del, mil veces repetido, “a mí me funciona”. Y cuidado con esos inexistentes efectos secundarios, pues hoy sabemos que muchas de estas pseudoterapias invitan a los pacientes a abandonar terapias médicas válidas, costándoles en algunos casos, la vida.
Nos recuerda el Sr. Marín Olmos que “el 15 de diciembre de 2009, la Asamblea General de la Organización Médica Colegial (OMC) refrendó por unanimidad la homeopatía como acto médico” pero es mucho resumir pues obvia ciertos detalles importantes. No sé si a propósito o por descuido. En el mismo comunicado de la OMC, se decía que “no forman parte del acto médico aquellas acciones u omisiones que, al margen del ejercicio de la medicina, un ciudadano con la condición de licenciado o especialista en medicina pueda realizar en relación a sus convicciones, creencias, tendencias, ideología o cualquier otra circunstancia”. Ese documento define el ejercicio de la medicina como “un servicio basado en el conocimiento científico aplicado, en la destreza técnica y en actitudes y comportamientos éticos” y las pseudoterapias, la homeopatía en particular, carecen de base científica y de pruebas que la avalen. Así “es un acto médico toda actividad lícita, desarrollada por un profesional médico, legítimamente capacitado, sea en su aspecto asistencial, docente, investigador, pericial u otros, orientado a la curación de una enfermedad, al alivio de un padecimiento o a la promoción integral de la salud”. En ese acto médico se incluyen “actos diagnósticos, terapéuticos o de alivio del sufrimiento, así como la preservación y promoción de la salud, por medios directos e indirectos”. Con todo esto, cuando un médico que se dice homeópata explora a un paciente finalizando con el diagnóstico de cierta patología, eso es un acto médico.
Ahora bien, si para tratar esa patología receta un producto homeopático, no cumple con lo establecido en el Código de Deontología Médica que dice que los médicos están obligados a emplear productos “cuya eficacia se haya demostrado científicamente”, no podría, por tanto, considerarse acto médico. Esa misma declaración, que nos recordaba en su carta, añade “que no son éticas las prácticas inspiradas en el charlatanismo, las carentes de base científica y que prometen a los enfermos la curación, los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados que se proponen como eficaces, la simulación de tratamientos médicos o intervenciones quirúrgicas y el uso de productos de composición no conocida”. Aunque no cita específicamente a la homeopatía, podríamos concluir que su práctica, no es ética.
Olvida también nuestro crítico, conocido igualmente por su posicionamiento antivacunas, decir que en marzo de 2016 el Presidente de esa OMC a la que se refería, Juan José Rodríguez Sendín, decía, poco después de que la Universidad Autónoma de Barcelona cancelara el infame máster de homeopatía del que D. Juan Manuel era colaborador, que la homeopatía es un proceso “ilusorio y engañoso” que no cuenta con “ningún tipo de evidencia científica” y que pertenece al “mundo de las creencias”.
La pseudociencia tal vez no sea charlatanería o estafa, pero lo que no es, es Ciencia. Es verdad que no debe descalificarse una hipótesis científica porque vaya en contra del dogma, pero la hipótesis debe ser eso, científica, y no derivada de creencias, deseos o esperanzas, sino del conocimiento previo. La homeopatía y otras pseudomedicinas alternativas derivan casi por completo de la falta de comprensión científica, o de la pura negación sin más evidencias del conocimiento científico establecido. Está bien desafiar lo establecido, pero debe hacerse de manera científica. Citaba D. Juan Manuel al Nobel de Medicina y Fisiología Luc Montagnier, conocido últimamente por sus patinazos acientíficos. En 2009, realizó un experimento mediante la metodología y el equipamiento del ínclito Jacques Benveniste, famoso por la realización de fraudulentos experimentos para demostrar lo que los homeópatas llaman memoria del agua y por la manipulación flagrante de resultados para defender a la homeopatía. El trabajo, que según la cuestionada revista que lo publicó demostraba que “la homeopatía funciona”, contiene importantes errores metodológicos, especulaciones vagas y exageraciones varias. Y es que debemos evitar caer en un argumento o falacia ad verecundiam. Desgraciadamente, el caso de Luc Montagnier nos muestra a las claras que ni siquiera un premio Nobel en una disciplina, la virología, está por ello inmunizado contra el atractivo emocional de las pseudociencias en áreas en las que no es experto.
Termino este ladrillo con dos citas de George Bernard Shaw, quien además de decir que “la Estadística demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo no tengo ninguno, los dos tenemos uno”, alertaba sobre que hay que tener “cuidado con el conocimiento falso; es más peligroso que la propia ignorancia”.
Publicado en Diario Sanitario de Albacete el 26 de marzo de 2017.