NARRATIVAS BORROSAS
SYLVIA MOLINA
Con textos de:
- Vicente Jarque: ‘Flecos. Sobre Sylvia Molina’
De alguna manera, en todo este conjunto podría atisbarse, y no solo como fondo, una cierta clave musical. De hecho, es la música la que ha constituido hasta la fecha el núcleo de la experiencia artística de Sylvia Molina. La música “seria”, como la llamaba Adorno, la que puede interpretarse al piano, y también la que ella experimenta con recursos electrónicos y con las tecnologías más diversas. Puede considerarse el elemento vivificador de casi todas estas obras, sobre todo en la medida en que cristaliza en objetos dotados de un valor que podríamos calificar como fundamentalmente poético. Si, como sabemos, música y poesía estuvieron unidas en sus orígenes, ella parece reunirlas de nuevo. Un poco en ese sentido extraño en que ha podido hablarse de una poesía visual, pero al revés, existe una poética musicalidad en ciertos objetos que aparecen investidos de una singular resonancia, cuando se nos presentan como una especie de hallazgo inesperado que les permite rodearse de una atmósfera sutil, como si fuesen algo más de lo que son.
Finalmente, ella misma se refiere al un desflecado o deshilachado, en este caso a propósito de la memoria. Habla precisamente de una chaqueta deshilvanada y de un ovillo mediante el cual podría ser reciclada. Algo de eso hay en estas piezas, otras tantas narrativas en donde los flecos de la obra se nos ofrecen como peinados por la memoria, aunque a contrapelo, tal vez con la esperanza de que los hilvanes del arte, hoy tan desgastados por la historia, no se echen a perder del todo. (p. 79)
- Javier Moreno: ‘El arte borroso de Sylvia Molina’
Las resonancias en Narrativas borrosas no solo se establecen entre los diferentes códigos (digital/analógico) o estéticas (pintura/sonido), sino entre las propias obras. Así encontramos en Ku (vacío, en japonés) una especie de negativo de Kintsugi. El formato para la pintura en Ku ya no es el papel sino la diapositiva. De nuevo la superficie aspira a una nueva dimensión a través del proceso de rasgado y cosido. Otra vez la dominancia de la grieta, como en la obra de Lucio Fontana, una grieta que Sylvia Molina reduce en términos de escala y acaba colmando de luz por medio de la proyección sobre tela. El negro de la pintura de Kintsugi se transforma ahora en mancha luminosa. Se trata de una escritura donde el trazo -la tinta- está hecha de luz. (p. 179)
- Francisco J. Insa: ‘Diálogos Inesperados’
La artista se vale de Bach, Vilèm Flusser, Deleuze, Giordano Bruno, Borges, Pavić, Umberto Eco, Platón, Guy Debord, Rilke, Baudelaire, Italo Calvino, Walter Benjamin, incluso Velázquez con sus Meninas (músicos, científicos, escritores, filósofos, compositores, teóricos, poetas, pintores…) y otros personajes que van apareciendo a lo largo de todo el libro (¿que no conoce a la mitad? No pasa nada, yo tampoco, si es una mente inquieta búsquelos y si no, siga leyendo, no lo necesita) para construir un texto coral en el que los personajes, sentados a la mesa, debaten sobre el arte de escribir. (p. 39)
- Fran Brives: ‘El no espacio’
Recorrer el viaje propuesto por Sylvia Molina obliga a bailar entre las piezas, según la obra podrías pasar de un Rondó, a un minué. Algunos de los pasos exigen reverencias, como “paisajes encerrados, otras genuflexiones para la obra 1993, 1968, 1978, 1990… pero lo que no permanece inmóvil son los estímulos. Por veces postural, cada obra exige un enfoque, agacharse, mirar arriba, subir, bajar. Esta tabla casi aeróbica obliga al cuerpo a gestionar otra manera de pensar, la memoria sobreviene por los olores, las posturas corporales, la música. Digamos que visitar la exposición es cómo abrir un libro al azar, por veces sentado, por veces agachado, o tumbado. Así se trabaja la creatividad, el libro exige atención, concentración y cuidados. Esta instalación es un libro abierto, tal vez más una partitura que un libro, aunque los sonidos que nos arranque no vibren armónicos sino disonantes como son las huellas de una memoria afectada. (p. 155)