Un prólogo, quizás.
Me pregunto cuando escribo si como decía Rilke a un joven poeta, me he preguntado en la hora más callada de la noche, si debo o no escribir o, si por el contrario, moriría si no lo hiciera.
Me pregunto que me impele a escribir como insistía Rilke y sólo sé, que me encuentro redactando un texto que parece se construye en el papel mientras que pienso, en ese reino de las sombras, cómo decía Flusser, dónde se construye el pensamiento.
Me pregunto si las decisiones y opiniones del que cree estar en el poder de la razón, me encrespan por la sinrazón o por comodidad de la edad a recibir correcciones que, lejos de alimentar la creación, afianzan la forma de crear y las críticas (supuestamente correctoras).
Me pregunto si se convierten en piropos que los tomo como caminos no erróneos, como premisas perfectas a un lugar donde mi proceso, como siempre, no se encuentra en ningún lugar bien definido. El no lugar perenne en mi.
Me pregunto si nuestras charlas mamá, nuestros recuerdos, nuestras dudas, nuestros duelos deben, pueden, o tienen que mostrarse al resto. Y qué ocurrirá con aquellos que están en él sin saberlo porque ellos hacen, que esto tenga sentido o quizás, al menos, que no considere que todo, absolutamente todo, ha sido tan sólo un sueño.
Me pregunto sí, sin respuesta, que es lo que me impulsa a seguir con ello, a no abandonar, a no dejarlo en el cajón del olvido como tantas cosas, como tantas obras, como tantos recuerdos o proyectos que nunca vieron la luz y que igualmente, como el pensamiento oculto, se quedaron en el reino de las sombras.
Y sigo sin respuesta y sin energía para tomar decisiones. Hoy no es el día.
[en desarrollo]
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