El trabajo que normalmente realizaban los presos era desaguar la mina, tarea que realizaban en lo profundo de ella porque allí se reunían las aguas que manaba de ésta.
Por el memorial del conde de Molina, enviado como visitador a la mina por Felipe IV, sabemos que en 1650 existían diez tornos para sacar el agua, y en cada uno se necesitaban seis hombres, cuatro que los muevan, otro que llaman charquero para llenar la zaca del agua que suben los cuatro (que pesaba unos 130 kilos, teniendo en cuenta también el peso de las sogas y cadenas que la sustentaban), y un “amainador” para desengancharla, todos ellos vigilados por sobrestantes. Los forzados trabajaban así una “dúa”, que era de tres a cuatro horas y entraba otra dúa con otra tanta gente a sucederlos, porque día y noche no cesaba el desagüe, trabajándose incluso los días de fiesta.
Cuando por cualquier causa no había el número de trabajadores suficientes para servir los tornos, suplían los unos la falta de los otros, duplicándose las dúas, a lo que llamaban “trampas” y “trastrampas”; ello era causa de que en bastantes ocasiones los obreros del desagüe trabajaban durante seis, doce y aún dieciocho horas cada jornada. El Conde de Molina concluía la parte de su informe dedicada al desagüe señalando que para tal trabajo “son menesteres doscientos y cincuenta hombres por lo menos”. Por tanto, no debe extrañarnos que si el número de esclavos y forzados que había regularmente en la mina rondaba el centenar, desde la dirección del establecimiento se estuviera siempre reclamando el envío de mayor número de hombres “no libres” para realizar unas funciones tan duras, no tanto por el riesgo de contraer alguna enfermedad derivada de los vapores del mercurio sino por la extraordinaria demanda de esfuerzo físico exigida, que ningún trabajador libre quería llevar a cabo.
Aparte de los hombres que se empleaban en el desagüe, había otros dedicados al lavado de azogue en buitrones y a otras labores. Llamaban buitrones al cerco de destilación, porque buitrones eran unos hornos de reverberación, donde se cocía y fundía el metal. Estos se encontraban dentro de un cercado que comenzaron a llamar “Cerco de Buitrones”, y todavía hoy se le sigue llamando así.
Aparte del trabajo en el desagüe, los forzados se ocupaban también de cargar y descargar los hornos de azogue, donde se alcanzaban temperaturas de hasta 80 grados centígrados, y de reunir “trecheando” y sacar hasta fuera de la mina, empujando pesados carros, el mineral que iban arrancando los demás operarios; a la villa sólo podría subir el que obtuviera expresa licencia del superintendente, los que iban a por el pan y algún otro cuando fuese necesario salir para el servicio de la enfermería.
Trabajaban unos en las herrerías, otros en el torno de la Hoya (Mina del Pozo), y en el interior de las minas, bien por motivos de urgencia o por escasez de trabajadores libres, pero singularmente realizaban aquellas tareas que los trabajadores libres se negaban a realizar. En el invierno se tiene más disponibilidad de mano de obra que en el resto del año, porque no encuentran fácilmente ocupación en otras partes, y es menor el riesgo de azogarse. En esta época la vez que menos trabajadores hay en la mina, es de seiscientas personas; pero algunas veces se alcanza la cifra de mil doscientos excluidos esclavos y forzados. Además de dichos trabajadores existían cuarenta forzados que da S.M. y ochenta y ocho esclavos comprados por los Fúcares.
La casi totalidad de los esclavos eran moros, negros, mulatos o berberiscos. Muchos llegaban a la mina ya bautizados, otros se bautizaban en Almadén y bastantes preferían permanecer musulmanes. A los que morían cristianos se les daba sepultura en la iglesia Parroquial. Los que fallecían musulmanes eran arrojados a la mineta.