Comparar: una habilidad discursiva y de pensamiento complejo

Los exámenes son un recurso cada vez más marginal. Rara vez hago exámenes escritos, pero cuando los hago, siempre pido a mis estudiantes que comparen. Les pido que comparen teorías, conceptos, trastornos, métodos. Y en todos los años que llevo de docente, que ya casi son 20, he comprobado que tienen grandes dificultades para redactar un texto comparativo. Al principio, cuando era novata, el enunciado de la pregunta era, sin más algo así como»Compara brevemente la teoría de Piaget con la de Vygotsky«, y me tiraba de los pelos cuando comprobaba que los estudiantes escribían de corrido lo que sabían de la primera teoría y, acto seguido, lo que sabían de la segunda. En esa comparación por yuxtaposición realmente no se podía determinar si había una comprensión profunda de las diferencias entre ambas teorías o, simplemente, habían repetido como loros lo que sabían de ambas sin hacer el esfuerzo reflexivo que implica comparar.

Por tanto, cambié los enunciados de las preguntas comparativas e introduje la siguiente fórmula:

«Compara brevemente la teoría de Piaget y la de Vygotsky. Comienza tu respuesta de la siguiente forma: Mientras que la teoría de Piaget…., la teoría de Vygotsky …. 

Sin embargo, los estudiantes sorteaban elegantemente esta fórmula y, en los puntos suspensivos, escribían exactamente lo mismo que escribirían si el enunciado se hubiese limitado a pedirles que comparasen brevemente.

En años sucesivos, junto con algunas compañeras y compañeros del Grado en Logopedia de la UCLM intentamos introducir formación en escritura académica de manera transversal en las distintas asignaturas del grado. En este proyecto, uno de los tipos textuales que introducíamos en los primeros cursos era el texto comparativo o el de contrastar, en el que los estudiantes tenían como objetivo mostrar las diferencias entre dos conceptos o teorías. Les explicábamos la estructura de estos tipos de textos y les poníamos una tarea cuyo objetivo fuese explicar a una audiencia concreta las diferencias entre dos elementos determinados.

A pesar de todo este esfuerzo por conducir a nuestros estudiantes hacia la reflexión comparativa, en raras ocasiones producían comparaciones frescas y de su propia cosecha, fruto de la reflexión. En realidad, creo que el tipo de razonamiento que subyace a la reflexión de las diferencias entre dos teorías surge de la comprensión profunda de las mismas, cosa que dudo mucho que lleguen a alcanzar nuestros estudiantes. ¿Creemos realmente que nuestros estudiantes van a ser capaces de comprender en unos meses lo que a los pensadores y estudiosos les ha llevado años desarrollar y construir? Por ello, creo que deberíamos repensar nuestros objetivos docentes.

Ya no me preocupa que las comparaciones que hagan mis estudiantes sean conceptualmente perfectas: eso ocurre en muy raras ocasiones. Me fijo sobre todo en que sean capaces de embarcarse en el proceso de comparación y lo hagan de una manera coherente, además de conocer los elementos básicos de las teorías, metodologías o conceptos que están comparando. Por esto, porque es imposible que aprendan en profundidad lo que otras personas han desarrollado en décadas, considero que lo importante es dotarles de formas de abordaje y pensamiento que les permitan más adelante construir en la práctica todo ese conocimiento que necesitarán para ejercer su profesión.

Mi docencia está basada en el Aprendizaje por Proyectos. Esta forma de trabajar siempre es muy poco agradecida. Las y los estudiantes sienten que el profesorado tiene la obligación de ofrecerles conocimiento digerido que engullir y regurgitar en un examen. Por eso, siempre acaban odiándome: porque no digiero el conocimiento para que lo engullan, sino que les doy conocimiento en bruto y herramientas para buscar material de calidad. Son ellas y ellos los/as que tienen que trabajar para construir el conocimiento y ponerlo en práctica. Y eso cuesta mucho más trabajo y les crea la inseguridad que si lo que están trabajando es «la verdad«. Necesitan que alguien con autoridad les diga que lo están haciendo bien constantemente. Cuando yo me niego a ser esa figura de autoridad y les pido que confíen en sus propias competencias, me convierto indefectiblemente en una mala profesora que no les estoy enseñando lo que debería enseñar.

Sin embargo, compruebo año tras años que las competencias que desarrollan mis estudiantes de logopedia son las adecuadas, y que salen siendo más capaces de reflexionar, construir y pensar críticamente. Es inevitable que los hábitos que traen de su historia como estudiantes dificulten un proceso de aprendizaje auténtico y personal, pero al final la mayor parte del grupo, por no decir todos y todas, lo consiguen.