He de ser sincero y confesar que hablar de homeopatía, de que es una estafa, de cómo fabrican sus preparados a base del azúcar más cara del mundo, de que no cura nada… me aburre cada día más.
No obstante, cada vez que entro en una farmacia, que debería vender medicinas con base científica, y me encuentro, incluso delante de las cremas, los potitos o los cepillos de dientes de Peppa Pig, una estantería llena de productos homeopáticos, me hierve la sangre y me indigno más que con los recortes en Sanidad y Educación. ¿Por qué? Si no hacen nada (literal), dirá algún alumno aventajado. Pues veamos por qué.
La homeopatía es una pseudoterapia sin base científica que se fundamenta en premisas subjetivas enunciadas por el alemán Samuel Hahnemann en el siglo XVIII. Sin experimentación ni observación que las corrobore, la homeopatía se basa en dos leyes básicas: 1) si una sustancia me produce un efecto, la misma sustancia muy diluida me producirá el efecto contrario. Este es el principio similia que realmente no es un simple “lo similar cura lo similar”. Por ejemplo, si la cafeína me quita el sueño, si yo tomo cafeína muy diluida, me producirá insomnio ¿ridículo? Completamente.
Así encontramos falsos remedios basados en cangrejo (para el cáncer, por lo del horóscopo y que cáncer es un cangrejo, así de insultante), cebolla (para la depresión) o caca de perro (no sé para qué). He aquí una muestra de por qué digo que este principio va más allá. Y 2) el otro principio es el de la dilución, diluir mucho la supuesta sustancia sanadora, de manera que cuanto más diluida, más potente. Si quiere emborracharse, de acuerdo a estos principios, debería diluir mucho alguna sustancia que le quite la borrachera, por ejemplo, se me ocurre agua o, por qué no, cafeína, que vale para todo en homeopatía. ¿Y cuánto es diluir mucho? Hay remedios que diluyen el equivalente a un grano de arroz en el volumen de agua que ocuparía una esfera del tamaño del sistema solar.
Además, recuerda, que cuanto más diluido más potente. ¿Tiene sentido? A lo mejor en el siglo XVIII sí, ahora no, pues entre otras cosas va en contra de todo lo que hoy sabemos sobre la Farmacología, Bioquímica, Fisiología… Así en nuestro caso práctico para emborracharnos, podríamosdiluir una gota de café en el océano atlántico y esperar un efecto homeopático, pero como siempre, bebe con moderación. Y recuerda que Hahnemann decía que para que el preparado sea efectivo, había que golpear la mezcla con una biblia.
En los últimos tiempos, gracias fundamentalmente a las redes sociales y la gran difusión, rápida y efectiva, de información, los homeópatas (nunca diré médico homeópata porque es un oxímoron), han denunciado una campaña contra ellos. La verdad es que lo único que se les pide es que demuestren que sus preparados que, actuarían de forma mágica, tienen algún efecto más allá del placebo o de sacarle el dinero a la gente.
Hasta el principal fabricante de estos productos, Boiron ha reconocido recientemente que no sabe cómo “funcionan”. Es más, en la clasificación que recogen en su web tienen un tipo de “medicamentos” que no saben ni para qué sirven, o insinúan que sirven un poco para todo. Y es que unos mínimos conocimientos de química básica, muchos recordarán el Número de Avogadro, nos llevarán a entender que una dilución homeopática de 12CH supone que en el preparado no queda ni una molécula del supuesto principio activo, ¿entonces por qué se vende?
Suena ridículo y es que lo es. Pero deja de serlo cuando vas a una farmacia y el farmacéutico obvia su código ético y te recomienda uno de esos tubitos con bolitas de azúcar que no te harán nada, pero que te venderá a precio de oro. Así que ya lo sabes, dile que no te engañe y que te dé medicinas de verdad, las que funcionan.