Publicado en DiarioSanitario el 24 de mayo de 2016.
Desde hace miles de años, el ser humano, probablemente para protegerse de su vacío existencial, ha alimentado e inculcado, adoctrinando a su progenie, la falsa idea de la separación entre lo material y lo espiritual en cuanto, al menos, a la consciencia, a los sentimientos y al razonamiento se refiere. Llámelo alma si prefiere. Hoy sabemos que nuestra identidad deriva de las reacciones físico-químicas que ocurren en las diferentes regiones de nuestro cerebro.
Sabemos que no hay separación entre cuerpo y alma, pues eso que llamamos alma o consciencia, no depende sino de miles de millones de neurotransmisores reaccionando a toda velocidad en las sinapsis entre las neuronas de nuestro sistema nervioso. El amor, la amistad, el miedo o la nostalgia no son más que consecuencia de reacciones químicas que nuestro cuerpo produce.
También sabemos que podemos controlar esas emociones actuando molecularmente, físicamente, químicamente sobre el sistema nervioso y que, por tanto, no somos un ser especial en el universo. Ya dejamos de creer que la Tierra era el centro del universo, después asumimos, no sin dificultad, que el ser humano no es centro de la creación, incluso algunos han asumido que no ha habido creación, que no hay un Dios creador, pero nos resistimos a ser un animal más, que antes o después desaparecerá sin dejar ninguna huella especial en la evolución de las cosas.
A lo largo de millones de años, la evolución, la selección natural, ha ido cribando aquellas cualidades que suponían una ventaja. Probablemente, la automatización de muchos procesos en nuestro cuerpo para darnos mayor consciencia y control sobre aquellas cuestiones que podrían salvarnos la vida, ha sido un elemento clave en el desarrollo de las capacidades racionales de las que hoy disponemos. Así, el ser humano, y el resto de animales más evolucionados, se pueden concentrar más en buscar comida o en evitar que los predadores se los coman en vez de estar pendientes de la respiración, la digestión o los procesos inmunitarios internos.
Hoy sabemos que nuestro cerebro, al margen de lo que nosotros opinemos, toma decisiones por nosotros; es más, las propias decisiones que “nosotros” tomamos son elegidas por el cerebro antes incluso de que seamos conscientes de la decisión que “hemos” tomado. Pues, como decía, hoy sabemos que, ante una infección, los animales no ponemos todos los recursos necesarios para acabar con ella rápidamente hasta que no tenemos la seguridad de contar con los recursos nutritivos o el apoyo del grupo social que garanticen nuestra supervivencia.
Una vez que tenemos esa seguridad, el cerebro envía la orden al sistema inmune para que éste ataque con todo su arsenal. Esta podría ser una explicación naturalista y basada en la evolución del efecto placebo, que se ha demostrado tiene un poder importante para afectar a la potencialidad de curación de nuestro cuerpo. Al parecer, estaríamos limitando nuestra capacidad curativa, o incluso el efecto de algunos fármacos, hasta que nuestro cerebro no evalúe y decida de manera inconsciente que contamos con un entorno favorable para la curación.
Se han realizado y se realizan innumerables experimentos sobre el efecto placebo. Sabemos que este efecto existe, que la gente se cura de ciertas enfermedades gracias a él. Incluso si le decimos al paciente que le vamos a dar una píldora que es sólo placebo y que no tendrá efecto, este puede mejorar. El mero contacto con otro ser humano que parece preocuparse por nosotros ya ejerce un efecto curativo.
Por eso, cuando a un niño que se ha hecho daño le decimos “sana, sana, culito de rana” le estamos dando placebo, le estamos dando la seguridad de que estamos ahí, que cubriremos sus necesidades en caso de complicaciones. Y esta es la única manera en que se ha demostrado científicamente que actúan las pseudoterapias. No, no interaccionan con nuestra energía vital inexistente, no recolocan los chacras imaginarios, no existe una espiritualidad inmaterial que ayude en la sanación material y, por tanto, tenemos que tener claro que la Medicina que funciona se llama simplemente Medicina y que, si existe algún mecanismo aún desconocido, que potencia nuestra capacidad de curación, este no será explicado de ninguna otra manera que no sea mediante la aplicación del método científico.
Nota final. Este texto es fruto de una conversación con mi amigo Jorge Laborda (@jorlab), catedrático de Bioquímica de la UCLM, quien me contó muchas de las evidencias que aquí comento y quien ha revisado y colaborado activamente en la elaboración de este texto.