El filósofo Antonio Marina, autor de La inteligencia ejecutiva o La inteligencia fracasada, lo resume en una frase: “La mayor riqueza de un país no son sus materias primas, su territorio y su capital, sino el talento de sus ciudadanos“.
Durante décadas Cuba, la Unión Soviética y sus países satélites aplicaron las palabras de Marina entrenando a las mentes más privilegiadas en unas escuelas segregadas con el fin de que ocupasen los puestos dirigentes de la política y la Administración al tiempo que a los superdotados estadounidenses se les formaba —y se les forma— en escuelas privadas para liderar el mundo de las finanzas. Mientras, la equitativa Europa, convencida de la necesidad de ofrecer una educación igual para todos sin caer en elitismos, ha estado mirando para otro lado. Hoy Barack Obama reclama que estas cabezas brillantes se centren también en otros campos como la ciencia o la medicina y en el Viejo Continente se plantean, en plena debacle económica, si se está malgastando materia gris sin saberlo.
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Para cualquier Administración preocuparse de desarrollar el talento de estos chicos es una inversión barata. Habría que, entre comillas, aprovecharse de su inteligencia”, opina Agustín Regadera, exinspector de educación y experto en altas capacidades.
En Johannesburgo (Sudáfrica) se inauguró en 2008 la African Leadership Academy, que busca “identificar, desarrollar y conectar a la próxima generación de líderes africanos”. Su fórmula: potencial, práctica y oportunidad. En Israel, un país de apenas 7,5 millones de habitantes con 10 premios Nobel en sus escasos 64 años de historia, también lo tienen claro. “La base de todo progreso económico y general está estrechamente relacionada con un sistema educativo sólido, el cual debe ser moderno y estar adecuado a las necesidades locales. El interrogante es saber cuáles son los aspectos educativos de mayor relevancia para el progreso económico“, subrayan en el Centro Internacional de Capacitación Aharon Ofri, fundado en 1989.
Son niños que se aburren en clase si no tienen una atención específica.
“Siempre se había creído que los niños que poseen sobredotación no nos necesitan, y hemos volcado toda nuestra atención en los niños discapacitados. El pediatra, como la sociedad en general, con una economía de servicios y nuevas tecnologías, debe ayudarles y no malgastar todo ese potencial humano”, reclama Gabriel Galdó Muñoz, catedrático de Pediatría Social y de la Adolescencia en la Universidad de Granada, en su artículo Superdotados I (2007). El Estado también se ha preocupado por los nacidos en familias desfavorecidas, pero no ha visto como un problema la sobredotación, y eso que entre el 30% y el 50% de esos chicos tienen un bajo rendimiento escolar. Descubrir superdotados entre los alumnos brillantes académicamente no es tan complicado como entre los fracasados.
Al menos sobre el papel, muchas consejerías de Educación en España se proponen ahora establecer el itinerario que pide Galdó Muñoz. “Llevo años oyendo que se van a hacer cosas. Es verdad que ahora se gasta mucho dinero en diagnosticar los casos de altas capacidades, pero si luego no hay un seguimiento, si no se les orienta, si no se les dan becas… no sirve de nada“, se queja Regadera. Él formó parte de un ambicioso programa en la Comunidad Valenciana: se sometió a un test de inteligencia a 11.000 alumnos de 42 centros y se concluyó que el 2,3% —justamente el porcentaje que estima la Organización Mundial de la Salud (OMS) en términos globales— eran superdotados. “Se les estudió durante un año y nunca más“, lamenta.
Cristian Martin Lemus
2 Educación Primaria A