¡Cuánto tiempo llevamos perdido por el temor a las palabras, por identificar los términos con lo que connotan y no con lo que realmente significan! Porque resulta que disciplina es un concepto “militarista”, “dictatorial”, más propio de otros tiempos que de la época en que vivimos. Y ¿qué época vivimos? Creo que el juez Calatayud me permitirá que trascriba algunas de sus palabras, pronunciadas en una magistral ponencia que realizó recientemente en Zaragoza bajo el epígrafe Justicia y educación: “Hemos evolucionado mucho en muy poco tiempo. La traducción en el ámbito de la educación de esa gigantesca transformación es el siguiente: hemos pasado del padre autoritario, del padre preconstitucional, a la corriente psicopedagógica según la cual hay que dialogar, hay que argumentar y hay que razonar todo con nuestros hijos. Pero, como en España no tenemos término medio, hemos dejado atrás a los padres autoritarios y nos hemos convertido en colegas de nuestros hijos: de un extremo, al opuesto. Y no somos colegas de nuestros hijos. Somos sus padres y punto.”
Foto tomada durante las jornadas de formación del profesorado del Campus Tecnológico de Toledo en el año 2008 conferencia del juez de menores en la Escuela de Magisterio de Toledo
Y es cierto: porque son tantos los mensajes, muchas veces contradictorios que nos llegan, que padecemos desorientación. Aquí no se trata de que todo se dialogue o todo se imponga: sencillamente se trata de que el sentido común impere. Porque toda convivencia, toda relación humana, todo colectivo se rige por normas sin las que las relaciones serían simplemente imposibles. La clara diferenciación de los roles de unos y otros, el respeto, la responsabilidad, la implicación, el compromiso, la asunción de obligaciones, el cumplimento de horarios y tareas, son valores educativos irrenunciables. Añadía el juez: “Nuestros menores conocen y ejercen todos sus derechos, que no son pocos. Pero no saben nada de deberes. Y los tienen”; es precisamente la exigencia de esos deberes lo que debemos demandar a nuestros hijos – y a nuestros alumnos-.
Pero cuidado: se predica también con el ejemplo: y educar en valores supone “practicarlos”, “dar ejemplo”. La autoexigencia con uno mismo es un vehículo esencial de liderazgo, aplicable también al profesorado y aquí conviene de nuevo insistir en los términos y clarificarlos nítidamente: porque no es lo mismo poder que autoridad (con las leyes se puede ejercer poder, pero no autoridad, ni mucho menos adquirir carisma). Qué equivocados están aquellos docentes que piensan que yendo de “colegas” consiguen ganarse a los alumnos porque al final, cuando quieren rectificar- siempre- ya no tiene remedio y entonces, sus errores, nos salpican a todos.
La autoridad en la escuela, lo que se denomina autoridad práctica, se fundamenta en normas concretas de conducta para un comportamiento social e individual e incluye la disciplina y el orden en el centro escolar. Como decía el profesor Laporta: “sin orden en el aula y en el centro será imposible cumplir el propósito educativo: el seguimiento de las reglas en una sociedad es condición necesaria para desarrollar un proyecto personal de vida”. Efectivamente, a respetar las reglas debe aprenderse en la escuela y en la familia. Ni el profesor puede pasar quince minutos de su clase en un rifirrafe con los alumnos, ni los padres en continua tensión poniendo en cuestión las normas del colegio delante de sus propios hijos cuando, en muchos casos, se quejan de que ellos mismos “son incapaces” de conseguir de que en casa cumplan las que les corresponden. Seamos conscientes de aquí nos jugamos mucho y pongámonos manos a la obra. Y no están los tiempos para dar largas a la toma de decisiones: de nuevo insisto en que aquí todos somos culpables.
¡Cuánta irracionalidad!
Miguel Ángel Heredia García
Presidente de Fundación Piquer