El ser humano es un ser social por naturaleza que tiende a vivir con los otros y a relacionarse con ellos. De esta manera, surge la necesidad de crear un sistema que regule esas relaciones colectivas y la economía es una de ellas. Así se establecen unas bases que rigen las relaciones mercantiles, mediante las que el ser humano intercambia y obtiene beneficios en función de sus intereses y necesidades. Si bien ese sistema, esa economía, es un elemento clave e importante para el mantenimiento y equilibrio de una sociedad; no podemos negar que el papel que hoy desempeña en la nuestra se aleja mucho del originario, empleado en sociedades muy antiguas, que tenía el mismo objetivo, pero consecuencias menos devastadoras: el trueque.
Hemos llegado a un punto en el que, muy lejos de utilizar el mercado como un elemento favorecedor del progreso y de la igualdad social, de la lucha por erradicar la pobreza, el capital, los beneficios, la riqueza…han conseguido aumentar más esas diferencias, cambiando valores como los de igualdad y justicia por otros en los que prima la ambición por poseer, por consumir, por tener cada vez más cosas materiales que nos diferencien de los demás, con los que compitamos con los demás y marquen nuestra diferencia con ellos: valores como la competitividad, el consumo… El consumo, y las enormes diferencias en la posibilidad de acceso a él, han dividido la sociedad en clases y sectores radicalmente opuestos en cuanto a riqueza y poder adquisitivo, en cuanto a acceso a bienes y servicios, y con ello, a los que denominamos calidad de vida. El dicho “se favorecen unos pocos a costa de muchos”, encaja totalmente en esta reflexión.
La inteligencia, la cultura…. esos elementos tan enriquecedores que nos diferencian del resto de los animales, han sido utilizados por unos pocos con objetivos beneficiosos únicamente para ellos, envolviendo al resto en un círculo vicioso en el que cada uno tiene su papel asignado y lo ejecuta con obediencia y sumisión, sin pararse un momento siquiera a plantearse y reflexionar sobre qué está pasando. Pero no creamos por esto que esos “pocos” están exentos de ser también víctimas (aunque en menor medida) de lo que ellos han contribuido a crear. También se han convertido en marionetas de un mismo títere y actúan por inercia y se dejan llevar por la sociedad, aunque ésta les haya colocado en una posición más favorable que la de otros tantos.
La economía de mercado (y la sociedad de consumo), pensada en un primer momento como un sistema de organización de la comunidad, ha tomado el control sobre la situación. Los roles han cambiado, y muy lejos de utilizarlo como un elemento igualador, hoy en día es él el que utiliza la sociedad para acentuar el sistema de clases.
La pérdida del control por nuestra parte ha permitido, además, que este sistema llegue a influir en ambientes inocentes y aún más importantes para nosotros y nuestra historia: la naturaleza y la cultura. Dañando y desgastando la primera, y convirtiendo a la segunda en un actor más de la función, el consumismo ha tomado totalmente el mando de las relaciones humanas y todo lo que ellas conllevan. Nos guste o no, lo reconozcamos o no, vivimos en una sociedad dominada en su totalidad por el consumo.
Llegados a este punto, es muy difícil, por no decir imposible, ver una solución clara y rápida para mejorar este estado de cosas. Sin embargo, eso no quiere decir que lo que debamos hacer sea desviar la mirada hacia otro sitio y seguir formando parte del juego. El primer paso para avanzar hacia una salida, y con ello conseguir una sociedad más justa, es concienciarnos de lo que pasa, y no tener miedo de expresar nuestra opinión al respecto.
Además, en este contexto, y desde el papel que nos corresponde como futuros maestros, no debemos tratar el tema como tabú ante nuestros alumnos. Nuestro rol consiste en educar, y educar a las futuras generaciones desde la base del conocimiento real de la sociedad en la que viven y lo que ello implica: puede ser un pequeño primer paso para que ellos sean más críticos y conscientes de lo que hasta ahora hemos sido nosotros.
Como decía antes, la inteligencia y la cultura nos diferencia de los animales. Teniendo en cuenta esto, es irónico pensar que somos nosotros los que nos vemos dominados por algo que nosotros mismos hemos creado. Por tanto, hagamos uso de ese don y utilicemos esa inteligencia para replantearnos cuáles son los valores que queremos que guíen nuestra vida en sociedad.
Irene Heredia Ariño
3º Educación Primaria/Zaragoza
3º Educación Primaria/Zaragoza