Lo real (2001)

Comentario a la novela de Belén Gopegui

Una novela que continúa la indagación de la autora en ese mundo antipoético de los hombres y mujeres que viven ajenas al arte y a la moral, entregados a la supervivencia en el mundo de los negocios. Gopegui describe vidas que discurren por las alcantarillas del tiempo. Sus sujetos maniobran, se revuelven, pero son incapaces de resistirse a la corriente que los arrastra, aunque ellos crean dominarla. La narradora se esconde tras la voz de una mujer de cincuenta y tanto años, que trabaja en televisión española y que conoce al protagonista, Edmundo Gómez Risco, en un momento de su trayectoria profesional. A éste se nos lo presenta desde niño. Le podemos seguir la pista desde que su padre es condenado por el caso Matesa y queda marcado desde entonces como un segundón. La vida de Edmundo es la lucha por evitar ese calificativo de segundón, es el intento de conseguir ser el dueño de su propio destino. Para conseguir la libertad, Edmundo practica la mentira, la doble vida, la inmoralidad. No hace nada que la propia sociedad no haga, pero lo hace al margen, aplicando su propia justicia. El trasfondo son los años de la transición, los primeros años de la democracia, los primeros gobiernos del PSOE. La narradora sigue a Edmundo en la facultad, en su primer empleo como responsable de comunicación en una industria farmacéutica, en sus amores con Cristina y en sus estudios para opositar a la administración, en el fin de su amor de juventud y la muerte de su padre, en su empleo en la empresa de estudios de mercados, en su matrimonio con Almudena, en su carrera ascendente en televisión española, en sus relaciones con el partido socialista y en su paso a la televisión privada, en la muerte de su mujer de una sepsis aguda, y en su retiro a una finca de naranjos en Huelva. Lo sigue también en su doble vida, la construcción del fichero, la identidiad fingida, el falso máster, las transcripciones, el piso secreto, los servicios de imagen, la sociedad de venganzas y chantajes… Y en todos esos seguimientos, la autora demuestra un dominio sorprendente de los objetos de su narración, un conocimiento de primera mano de los detalles, de los mecanismos, del funcionamiento de la realidad. Pero ese mundo gris ¿es la realidad? ¿Esa doble vida es la realidad? ¿Esa imagen que nos devuelve la narradora de cincuenta y tanto años de su joven socio es la realidad? ¿Cuáles son sus sentimientos hacia él? Porque oscila entre el desprecio, la admiración, la pasión y la indiferencia, y ninguno de esos sentimientos es el que se aplica. ¿Cuál es la relación de Gopegui con su personaje? Porque ella está muy presente en la novela, se la adivina a través de los pequeños detalles de convivencia, sus comidas poco imaginativas, su observación de la ropa, sus sentimientos esquivos…  El elemento más sorprendente en la novela es el coro, un coro independiente de ambas narradoras, que comenta la acción y que cumple la función de la colectividad: el colectivo de hombres y mujeres que componen esa sociedad de clase media, asalariados de nivel acomodad, en la que la narración se instala. Y uno de los argumentos que se repiten una y otra vez es precisamente el de la intercambiabilidad de las personas: no es el individuo lo importante, lo importante es la función, y cada cual no es más que la función que cumple.

CORO DE ASALARIADOS Y ASALARIADAS DE RENTA MEDIA RETICENTES:

En mañana como ésta el enojo crepita en nuestros cuerpos. No somos de los convencidos, delas convencidas. No nos desborda el agradecimiento. Un trabajo mediocre al servicio de jefes mediocres. Y ascenderemos para llegar más cerca de esos jefes. […] Nosotros no disfrutamos. Nosotras no disfrutamos. Hacemos y seguimos. […] nunca tendremos libertad para criticar públicamente a nuestros superiores, libertad para tomar lo que nos pertenece. Nos sobra comprensión. Los lunes, martes y miércoles, jueves y viernes venimos a rellenar nuestro cupón de nada y no esperamos. Pero hoy hemos sabido que circula la historia de

un vengador

un incrédulo

un hombre no libre

uno que convirtió su reticencia en algo concreto

y queremos oírla, y dar nuestro parecer. (pp. 18-19).

En un momento, hace un juego con el título de la novela y el título del libro de Cernuda La realidad y el deseo. Edmundo se encuentra un chico en la biblioteca que lee un libro llamado La realidad y le llama la atención, pero no había visto bien el título: es La realidad y el deseo. Y lee un poema:

No comprendo a los hombres, años llevo
De buscarles y huirles sin remedio.
¿No los comprendo? ¿O acaso les comprendo
Demasiado? […] (pp. 54).

Y una de esas debilidades humanas que Gopegui trata de comprender y contra las que dirige gran parte de su «enojo» es la soberbia:

 El soberbio cree que se basta a sí mismo, cree que su valor, su precio en el mercado, proviene del dominio de una habilidad, de una profesión o de un conjunto de facultaldes. / El soberbio semeja al periodista que piensa que es su aptitud para encontrar y referir noticias lo que le hace periodista y no el medio en que trabaja, y piensa que una noticia escrita por él en un periódico de un pueblo vale tanto como esa noticias escrita por otra periodista menos hábil en un periódico de difusión nacional. Semeja al biólogo y al pintor que piensan que es su inteligencia y su habilidad para el dibujo lo que les hace buenos y que son buenos al margen de sus laboratorios, sus galerías, su momento histórico, sus relaciones sociales. Edmundo había aprendido que las relaciones sociales se miden por metros de garaje con telares abandonados, como también sabía que la inteligencia, el arte o la competencia profesional no eran un pájaro, no venían a posarse sobre los individuos para que al fin en un laboratorio médico contratasen precisamente al individuo que tenía el pájaro de ser competente, útil, imaginativo. No le necesitaban a él sino a uno como él,  y sería lo mismo en Décima como fue lo mismo en Matesa o con Jimena, o en el laboratorio, o en la Universidad de Navarra. No a él sino a uno como él, a uno que rellenara el hueco, que cumpliera la función (201).

José A. Sánchez, 2007

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