Es éste un tema que me resulta, por un lado, muy personal y por el otro, tiene aplicaciones muy generales. Todos en España tenemos que llevar mascarilla fuera de casa, a no ser que tengamos alguna razón médica para no hacerlo.
La mascarilla facial es una auténtica pesadez: da muchísimo calor, no permite oir bien a la otra persona(1), pica y molesta toda la cara, impide observar los rostros de los demás, un factor clave en la comunicación no verbal, etc.
Por otra parte, a pesar de loables intentos de algunas regiones o gobiernos por suministrarlas, el grueso de su costo recae sobre los propios usuarios, que deben pagarlas de su bolsillo. Y debido precisamente a la pandemia y al cierre y parón de actividad económica que ésta supuso, hay muchos bolsillos vacíos o con presupuestos mucho más limitados.
Es relevante, por lo tanto, preguntarse si hay razones científicas que justifiquen el uso de las mascarillas a todas horas. Y lo cierto es que las hay.
Creo que los argumentos principales serían dos, uno basado en el conocimiento teórico que tenemos de la transmisión de la enfermedad, y otro más experimental, que se basa en lo que se observa sobre el uso de la mascarilla.
El basado en el conocimiento teórico es sencillo de entender: la mascarilla es una clara barrera física que se levanta entre la respiración y el aire exterior. Por lo tanto, una parte importante de la humedad que nuestra respiración produce se queda dentro de la mascarilla o, como mínimo, pierde parte de su velocidad. Entonces, al viajar menos distancia o posarse antes en cualquier superficie, está menos tiempo en el aire. Y lo que nos contagia son los virus que están tranquilamente viajando en las gotas de humedad que exhalamos. Como la mascarilla disminuye de manera notable la cantidad de virus en el aire, si estuviéramos enfermos podríamos contagiar a menos personas si lleváramos puesta la mascarilla. ¿Y si no estamos enfermos? Pues al tener una clara barrera de entrada adicional a la humedad del aire, también se la imponemos al virus, que es el que viaja acoplado a las gotas húmedas en el aire. Así, al reducir la carga vírica a la que se tiene que enfrentar nuestro organismo, reducimos el riesgo de desarrollar la enfermedad y si la contraemos, tendremos una versión más leve, al tener menor número de virus que combatir.
Es importante darse cuenta de algo importante: hay muy pocas barreras física capaces de parar un virus que además permitan la entra de aire: el tamaño de un virus es muy, pero que muy pequeño. Suelen tener un tamaño en torno a los cien nanómetros(¡10⁻⁷ m!), lo que no nos dice nada. Pero si lo ponemos en perspectiva, es unas diez veces menos del tamaño medio de una célula, que va de 1 a 10 micras (10⁻⁶ m)(2). Por lo tanto, la mascarilla no para el virus directamente, porque el tamaño de los poros es mucho más grande que el del virus. Lo que hace es parar su autobús, su medio de transporte: las gotas que exhalamos al respirar de las que hablé antes. Esas gotas tienen tamaños muy variados que van desde algunos micrómetros o micras hasta algún milímetro, y casi todas se ven o bien totalmente paradas o bien, al menos, ralentizadas por la presencia de la mascarilla.
Una versión preciosa visualmente de la importancia de llevar mascarilla está en este artículo de la sección de ciencia del periódico «El país», donde modelan que pasa en tres ambientes distintos según se lleve o no mascarilla y se ventile el aire, lo que permite en un lugar cerrado eliminar parte de la humedad del aire y, por lo tanto, la carga vírica: Un salón, un bar y una clase: así contagia el coronavirus en el aire.
En cuanto al argumento experimental, hay cada vez más evidencia de que el uso de la mascarilla funciona como se prevé en las líneas anteriores, reduciendo el contagio y causando versiones más leves de la enfermedad. ¿Cómo se puede conseguir tal evidencia? Porque lo cierto es que no es ético, ni posible por otros muchos motivos, decirle a una parte de la población que use mascarilla y a otra que no la use. Lo que se hace es comparar poblaciones cercanas geográficamente pero que por tener distintas políticas públicas implementadas, exigen o no el uso de la mascarilla a la población en general. En ese aspecto, Estados Unidos es el país ideal, porque debido a su estructura política tan descentralizada y al presidente que tienen, que no quiere usar su poder para imponer ningún tipo de restricción en la población, cada gobernador de un estado hace lo que quiere. Los datos recabados indican con claridad que el uso de mascarillas reduce el nivel de contagios y la gravedad de la enfermedad para aquellos que la padecen.
Por supuesto, nada de todo esto es algo que sólo yo sé, y de hecho, creo que hay resúmenes de la situación muy buenos en varios periódicos y páginas web, pero lo que me motivó a escribir esta entrada fue haber leído el magnífico resumen de la literatura científica más reciente disponible en un artículo de la revista Nature sobre los que se sabe o no sobre el uso de mascarillas(3). Sobre todo, porque refleja muy bien el método científico basado en la evidencia para acumular conocimiento. Además, hay un artículo escrito en la revista Science sobre la lucha empecinada de una científica para que el uso de las mascarillas se declarara obligatorio por parte del gobierno británico que me encantó(4).
(1) Es más, para personas sordas, estas mascarillas son un auténtico incordio: al no poder leer los labios, no les permite entender nada de lo que el interlocutor les diga. Y para los que ya no oyen demasiado bien, pues les pasa algo parecido.
(2) Los datos sobre el tamaño de los virus están extraídos de la página web ¿Cúanto mide un virus?. Datos más concretos sobre el coronavirus están en la entrada de la página Gizmodo El tamaño del coronavirus en relación a otras partículas, que tiene una ilustración muy bonita con el tamaño de varios objetos muy pequeños a escala.
(3) El artículo en sí, un sección de muy buen periodismo científico, se titula «Face Masks: what the data say»
84) El artículo se puede consultar en el siguiente enlace «The United Kingdom mask’s crusader» y es perfecto, además, en señalar la importancia de los sesgos sociales en ciencia y cómo afectan de manera muy fuerte a las posibilidades de las personas según sus orígenes. A la mujer protagonista de este artículo, su tutor le recomendó que no intentara entrar en Cambridge porque una mujer como ella no era el tipo de personas que buscaban.