Roger Boisjoly: La importancia de la ética en la ingeniería.

Para aquellas personas que sean algo mayores, probablemente recordarán la anterior época de naves que permitían llegar a órbita, manejadas por los dos grandes imperios de la época: La Unión Soviética y Estados Unidos.

En su lucha propagandística, la Unión Soviética ganó de mano las primeras batallas, porque llegó antes que nadie al espacio y envió los primeros satélites. Pero después, Estados Unidos cogió la delantera con la llegada a la luna y con el diseño de los transbordadores espaciales.

Y supongo que algunos recordaremos su aspecto y las maravillas que podían hacer: aterrizar solas, llevando carga y personas hasta la estación espacial, incluyendo el arreglo del telescopio espacial Hubble(1), etc. Lo cierto es que recuerdo verlas como realmente un paso al futuro, porque se parecían muchísimo a las naves sobre las que se podía leer en la ciencia-ficción y ver en películas. Me viene a la memoria la nave que lleva al científico de la Tierra a una estación espacial en 2001: Una odisea Espacial(2), la película de Stanley Kubrick. Era una presunta nave de transporte regular de pasajeros que se parecía muchísimo a un transbordador espacial. ¡Pero la película fue estrenada en 1968!

Y un 28 de enero de 1986, el sueño acabó con la explosión del Challenger un tiempo después de iniciar su lanzamiento(3).

Sobre las causas del mismo no cabe ninguna duda: unas juntas de sellado, que debido a las bajas temperaturas de ese día, estaban demasiado duras y dejaron pasar combustible a donde no debía, provocando la explosión de la nave.

Lo que es mucho menos conocido es que la NASA y mucha más gente sabía que eso podía pasar. De echo, ignoraron informaciones directas y contrastadas que desaconsejaban el lanzamiento por el frío con la idea de que no pasaría nada y los transbordadores espaciales demostrarían su eficacia(Y justificarían su precio). Pero, ¿quién fue la persona que les informó?

Tratemos de pensar por un momento en la situación: La Nasa y sus empresas contratistas estaban deseando que el programa de transbordadores espaciales, que arrastraba una cantidad brutal de sobrecostos, fuera bien, muy bien. Para ello, empujaron la frecuencia de lanzamientos y las condiciones climáticas en la que se hicieron, hasta que el Challenger explotó. Y en medio de ese ambiente, un ingeniero estuvo discutiendo durante horas con sus jefes, la NASA y quien pudiera para evitar ese lanzamiento. El no poder evitarlo le persiguió toda su vida, pero siempre se consoló pensando que no podía haber hecho nada más, que luchó hasta el final para que las limitaciones que la ingeniería imponía en el diseño en el que trabajaba fueran consideradas. Como no se consideraron, como sus datos claros, fríos y contrastados se ignoraron, murieron 8 personas y el diseño y fabricación de naves con capacidades de transferencia de mercancías y personas a órbita terrestre se retrasó 40 años. Y todavía no se ha recuperado del todo.

El nombre de esta persona era Roger Boisjoly, y si quieres leer más sobre él y la importancia de decir la verdad, aunque los jefes o quién sea decida que no es lo que quiere oír, el obituario y recuerdo de las primeras entrevistas que concedió años después del accidente están en este enlace de la radio pública norteamericana, en inglés:

Remembering Roger Boisjoly: He Tried To Stop Shuttle Challenger Launch.

Personalmente, me parece un ejemplo claro de la necesidad de considerar la ética en cualquier aspecto de la vida. Sin esa guía, no hay nada que se pueda hacer bien.

Notas:

(1) Este artículo de la Wikipedia resume la trayectoria de este satélite, incluyendo que estaba diseñado para ser arreglado en órbita. Está en Inglés: Wiki:Hubble.

(2) El artículo de la Wikipedia en Español sobre la película la resume muy bien. Wiki:2001. Pero yo recomendaría verla.

(3) Este artículo de la Wikipedia en español proporciona un montón de datos sobre el accidente: Wiki:Accidente Challenger.

Orbis: Simulando los tiempos de viaje en el imperio romano.

Para los habitantes actuales del planeta resulta muy difícil de entender, pero hace 2.000 años viajar llevaba mucho tiempo. Y de hecho, la cercanía al mar acortaba sensiblemente los tiempos de viaje. Así, el imperio romano, bien conocido por sus calzadas públicas que conectaban todos los puntos del imperio, tenía unos tiempos de viaje que a nosotros nos parecen asombrosamente largos. El enlace del final de esta entrada lo muestra calculando el tiempo de viaje entre dos puntos cualesquiera del imperio. Es una página web de la universidad de Standford, que calcula tiempos medios de viaje en tiempos del imperio romano según distancia y costo, porque no es lo mismo ir andando que con montura. Esto último es más caro, pero también más rápido.

Jugueteando con el mapa, se puede ver dentro de la península ibérica que ir desde la actual Salamanca hasta la ciudad de Flavius Brigantum, situada en la actual provincia de la Coruña, llevaba 15 días, mientras que ir por mar desde Flavius Brigantum hasta Gades, la actual Cádiz, llevaba la mitad del tiempo, siete días. Se podía ir por mar. No es de extrañar que incluso hoy en día, sean las zonas cercanas a la costa las que mejor se pueden comunicar y las que están más pobladas.

En enlace a la aplicación web es: Orbis: The Standford Geoespatial Network Model of the Roman World.

Uso de mascarillas: ¿funciona o no para prevenir el contagio del COVID?

Es éste un tema que me resulta, por un lado, muy personal y por el otro, tiene aplicaciones muy generales. Todos en España tenemos que llevar mascarilla fuera de casa, a no ser que tengamos alguna razón médica para no hacerlo.

La mascarilla facial es una auténtica pesadez: da muchísimo calor, no permite oir bien a la otra persona(1), pica y molesta toda la cara, impide observar los rostros de los demás, un factor clave en la comunicación no verbal, etc.

Por otra parte, a pesar de loables intentos de algunas regiones o gobiernos por suministrarlas, el grueso de su costo recae sobre los propios usuarios, que deben pagarlas de su bolsillo. Y debido precisamente a la pandemia y al cierre y parón de actividad económica que ésta supuso, hay muchos bolsillos vacíos o con presupuestos mucho más limitados.

Es relevante, por lo tanto, preguntarse si hay razones científicas que justifiquen el uso de las mascarillas a todas horas. Y lo cierto es que las hay.

Creo que los argumentos principales serían dos, uno basado en el conocimiento teórico que tenemos de la transmisión de la enfermedad, y otro más experimental, que se basa en lo que se observa sobre el uso de la mascarilla.

El basado en el conocimiento teórico es sencillo de entender: la mascarilla es una clara barrera física que se levanta entre la respiración y el aire exterior. Por lo tanto, una parte importante de la humedad que nuestra respiración produce se queda dentro de la mascarilla o, como mínimo, pierde parte de su velocidad. Entonces, al viajar menos distancia o posarse antes en cualquier superficie, está menos tiempo en el aire. Y lo que nos contagia son los virus que están tranquilamente viajando en las gotas de humedad que exhalamos. Como la mascarilla disminuye de manera notable la cantidad de virus en el aire, si estuviéramos enfermos podríamos contagiar a menos personas si lleváramos puesta la mascarilla. ¿Y si no estamos enfermos? Pues al tener una clara barrera de entrada adicional a la humedad del aire, también se la imponemos al virus, que es el que viaja acoplado a las gotas húmedas en el aire. Así, al reducir la carga vírica a la que se tiene que enfrentar nuestro organismo, reducimos el riesgo de desarrollar la enfermedad y si la contraemos, tendremos una versión más leve, al tener menor número de virus que combatir.

Es importante darse cuenta de algo importante: hay muy pocas barreras física capaces de parar un virus que además permitan la entra de aire: el tamaño de un virus es muy, pero que muy pequeño. Suelen tener un tamaño en torno a los cien nanómetros(¡10⁻⁷ m!), lo que no nos dice nada. Pero si lo ponemos en perspectiva, es unas diez veces menos del tamaño medio de una célula, que va de 1 a 10 micras (10⁻⁶ m)(2). Por lo tanto, la mascarilla no para el virus directamente, porque el tamaño de los poros es mucho más grande que el del virus. Lo que hace es parar su autobús, su medio de transporte: las gotas que exhalamos al respirar de las que hablé antes. Esas gotas tienen tamaños muy variados que van desde algunos micrómetros o micras hasta algún milímetro, y casi todas se ven o bien totalmente paradas o bien, al menos, ralentizadas por la presencia de la mascarilla.

Una versión preciosa visualmente de la importancia de llevar mascarilla está en este artículo de la sección de ciencia del periódico «El país», donde modelan que pasa en tres ambientes distintos según se lleve o no mascarilla y se ventile el aire, lo que permite en un lugar cerrado eliminar parte de la humedad del aire y, por lo tanto, la carga vírica: Un salón, un bar y una clase: así contagia el coronavirus en el aire.

En cuanto al argumento experimental, hay cada vez más evidencia de que el uso de la mascarilla funciona como se prevé en las líneas anteriores, reduciendo el contagio y causando versiones más leves de la enfermedad. ¿Cómo se puede conseguir tal evidencia? Porque lo cierto es que no es ético, ni posible por otros muchos motivos, decirle a una parte de la población que use mascarilla y a otra que no la use. Lo que se hace es comparar poblaciones cercanas geográficamente pero que por tener distintas políticas públicas implementadas, exigen o no el uso de la mascarilla a la población en general. En ese aspecto, Estados Unidos es el país ideal, porque debido a su estructura política tan descentralizada y al presidente que tienen, que no quiere usar su poder para imponer ningún tipo de restricción en la población, cada gobernador de un estado hace lo que quiere. Los datos recabados indican con claridad que el uso de mascarillas reduce el nivel de contagios y la gravedad de la enfermedad para aquellos que la padecen.

Por supuesto, nada de todo esto es algo que sólo yo sé, y de hecho, creo que hay resúmenes de la situación muy buenos en varios periódicos y páginas web, pero lo que me motivó a escribir esta entrada fue haber leído el magnífico resumen de la literatura científica más reciente disponible en un artículo de la revista Nature sobre los que se sabe o no sobre el uso de mascarillas(3). Sobre todo, porque refleja muy bien el método científico basado en la evidencia para acumular conocimiento. Además, hay un artículo escrito en la revista Science sobre la lucha empecinada de una científica para que el uso de las mascarillas se declarara obligatorio por parte del gobierno británico que me encantó(4).

(1) Es más, para personas sordas, estas mascarillas son un auténtico incordio: al no poder leer los labios, no les permite entender nada de lo que el interlocutor les diga. Y para los que ya no oyen demasiado bien, pues les pasa algo parecido.

(2) Los datos sobre el tamaño de los virus están extraídos de la página web ¿Cúanto mide un virus?. Datos más concretos sobre el coronavirus están en la entrada de la página Gizmodo El tamaño del coronavirus en relación a otras partículas, que tiene una ilustración muy bonita con el tamaño de varios objetos muy pequeños a escala.

(3) El artículo en sí, un sección de muy buen periodismo científico, se titula «Face Masks: what the data say»

84) El artículo se puede consultar en el siguiente enlace «The United Kingdom mask’s crusader» y es perfecto, además, en señalar la importancia de los sesgos sociales en ciencia y cómo afectan de manera muy fuerte a las posibilidades de las personas según sus orígenes. A la mujer protagonista de este artículo, su tutor le recomendó que no intentara entrar en Cambridge porque una mujer como ella no era el tipo de personas que buscaban.

La ética en la ingeniería es importante.

Hace tiempo que quiero compartir un enlace sobre la tragedia del Challenger, el transbordador espacial. Cuando estalló, a principios del año 1986(1), todos los que lo vivimos nos quedamos de piedra. Cuando pasados los años, supe que el problema fué que unos aros de goma se endurecieron más de lo previsto por estar refrigerados, me sorprendió que nadie se hubiera dado cuenta antes. Pues lo cierto es que alguien se dió cuenta, y dió la voz de alarma, aunque lo silenciaran.

Este artículo en inglés cuenta su historia y yo creo que es bueno que se le recuerde:

Remembering Roger Boisjoly: He Tried To Stop Shuttle Challenger Launch

(1) Un buen resumen lo tiene el artículo de la wikipedia en inglés: Wiki:Space Shuttle Challenger Accident

Importancia de las bacterias en la formación de espumas en plantas residuales

Hace ya tiempo llegué no me acuerdo como a este artículo, en el que explican la importancia de tener lo mejor posible controladas las espumas de origen biológico en plantas de tratamiento de aguas residuales. Se publicó en la web iagua.es. Y la verdad es que es una lectura sencilla, pero densa, por lo que lo cuelgo aquí con la esperanza de que alguien más lo lea:

No profanar el sueño de las espumas. Andrés Zornoza