El darwinismo social, sintetizado en el adagio «la supervivencia del más apto», se ha convertido en uno de los sustentos intelectuales más firmes de la teología del libre mercado. Si el proceso de selección natural contribuye a la mejora de las especies (y la economía) cualquier impulso humanitario (protección, regulación) necesariamente ha de entorpecer dicho camino hacia la perfección. Esta lectura de Darwin encaja perfectamente con la metáfora de la «mano invisible» de Smith, según la cual el comportamiento egoísta contribuye al bienestar de la sociedad. La fusión Darwin-Smith parece legitimar científicamente determinadas opciones morales y políticas. ¿Será esta la única lectura? ¿Realmente no hay alternativa (Thatcher Dixit)?
Rober H. Frank, autor del Manual que recomiendo en Microeconomía, y nada sospechosos de heterodoxia económica ha escrito un interesante libro que cuestiona la anterior interpretación de Darwin.
La tesis central del libro es que «con frecuencia las fuerzas desenfrenadas del mercado no consiguen canalizar el interés propio individual hacia el bien común.» Al contrario, en determinadas ocasiones, como Darwin supo ver, «los incentivos individuales pueden desembocar en despilfarradoras carreras armamentísticas«; es decir, estrategias sin más meta que superar al adversario. El autor lo ilustra con el siguiente ejemplo (de ahí la imagen de portada). En los alces, la cornamenta no es una arma contra predadores externos, sino contra otros miembros de la especie por el acceso a las hembras; a mayor cornamenta, mayor posibilidad de apareamiento. Como resultado, los alces tienen unas cornamentas muy grandes que benefician al individuo, pero perjudican notablemente a la especie a la hora de escapar de sus predadores.
Como ya hemos señalado el autor no es precisamente un antisistema, él mismo reconoce que «a diferencia con la mayoría de críticos de izquierda, admito la validez de la mayoría de los supuestos básicos libertarios -que los mercados son competitivos, que la gente es racional, y que el estado debe asumir la carga de la prueba antes de limitar cualquier libertad de actuación individual del ciudadano» No obstante, «cuando la recompensa depende del ranking que se ocupa dentro del colectivo desaparece la presunción de armonía entre el interés individual y el colectivo, y con ello, el postulado fundamental que legitima la un mercado sin restricciones«.
Una vez establecido que interés individual y colectivo pueden divergir, el autor se dedica a defender que un sistema impositivo es más eficiente que uno regulatorio para intentar controlar aquellas actitudes individuales que perjudican a la especie. Como buen microeconomísta y conocedor de la conducta humana y de que los agentes económicos se mueven por incentivos argumenta que es mucho mejor actuar sobre estos y que sea el propio individuo el que decida lo que más le conviene que implementar una legislación restrictiva de la libertad individual. Además «los impuestos sobre actividades dañinas matan dos pájaros de un tiro. Generan ingresos y desincentivan comportamientos individuales cuyos costes exceden los beneficios».
Archivo de la categoría: Libros
Leyendo sobre… Crisis, incentivos y (Des)confianza.
Recientemente he terminado la lectura del último libro de Stiglitz «Freefall : America, free markets, and the sinking of the world economy«. Una nueva acometida del nobel de Economía, Ex-Vicepresidente del Banco Mundial y Profesor de Columbia contra el modo de entender la economía y la ciencia económica de neoliberales y allegados.
La lectura del libro me traía continuamente a la memorial el documental Inside Job del que hablé en una entrada anterior. El enfoque, el análisis y el diagnóstico son muy similares; obviamente con las salvedades que establece el formato. Disfruté viendo el documental y también lo he hecho leyendo el libro. Quizá más pues aparece de forma recurrente dos ideas que considero fundamentales para entender la crisis y sus consecuencias.
Para Stiglitz la razón principal de la crisis es un problema de incentivos. El sistema financiero se ha diseñado de tal manera que existe un fortísimo incentivo al beneficio cortoplacista y una nula consideración de las externalidades negativas que esta actitud genera. Por ejemplo; si los vendedores de hipotecas o tarjetas de crédito trabajan a comisión, su principal incentivo será vender tantas como puedan con independencia de la calidad del prestatario, pues ellos no asumirán las consecuencias del impago sino aquellos otros agentes a quien las vendan en forma de derivados financieros. En todo este proceso la externalidad negativa para la sociedad que implica el impago en masa, en forma de crisis, no se tiene en cuenta por parte de las agentes privados que se lucraron con dichas ventas.
Una segunda idea que, por mis especiales preocupaciones, me parece más interesantes es la insostenibilidad de la sociedad capitalista por la mutua desconfianza que genera entre los agentes económicos. Si realmente los agentes económicos se comportan como establecen los modelos racionalistas económicos, nadie se fiará de nadie pues todo el mundo trata de aprovecharse al máximo de la contraparte en cada operación. Es cierto que generalmente, una transacción económica se realiza porque beneficia a ambas partes, pero en un entorno excesivamente competitivo, predatorio y con información asimétrica podemos racionalmente a empezar a dudar sobre la honestidad de todos los agentes y si la transacción se ha realizado en unos términos justos. Cuando las prácticas deshonestas se generalizan, la desconfianza bloquea los mercados (como ha ocurrido con el de los préstamos financieros o el de los pagos a plazos a proveedores) y el sistema entero sale perjudicado.
Creo, y esta es una amarga conclusión personal, que el modelo de sociedad capitalista que nos hemos empeñado en construir se está llevando por delante el sentido de comunidad, de ciudadanía compartida y comprometida con el otro, que los seres humanos, en cuanto animales sociales (Aristóteles dixit) necesitamos para poder subsistir tanto biológica (nadie es autosuficiente) como relacional.
Estoy absolutamente convencido de que la mayoría de la gentes es honesta en sus relaciones económicas, pero también de que ese nivel de calidad moral de nuestra sociedad se está degradando de una manera acelerada bajo la presión mediática del poder del dinero, de tal manera que todo vale para aumentar las cifras de la cuenta corriente. Pero no todo vale.
Leyendo sobre… Los mitos del capitalismo
3.- Aún reconociendo que no somos precisamente ángeles, deberíamos construir un sistema que tome lo mejor, no lo peor, de los seres humanos.
4.- Hay que dejar de creer en que la gente siempre cobran lo que merece.
5.- Es necesario conseguir un equilibrio entre la economía real y la financiera.
7.- Necesitamos gobiernos mayores y más activos.
8- El sistema económico mundial necesita ayudar «injustamente» a los países en desarrollo.
Pues
Leyendo sobre… Economía y Alquimia
Decía en una entrada anterior (aquí) «el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia», lo que me recuerda el estupendo libro de Parsons «Keynes and the quest for a moral science : a study of economics and alchemy»
La tesis principal de Wayne Parsons es que la teoría keynesiana no es un método mecánico de política económica sino un modo de pensar, de razonar sobre los fenómenos económicos. Los que asocian las propuestas keynesianas a la mera expansión fiscal se equivocan. No existe un única receta para resolver los problemas económicos, la Teoría General no es un manual de cocina con ingredientes y cantidades, sino un discurso lógico-analítico sobre las economías monetarias de producción y sus principales problemas. En palabras de Parsons: «And also like the alchemists, Keynes’s elixir was not and could never be the cure: there was no single for the philosophers’ stone. The General Theory, therefore, was not a universal panacea, but a way of thinking about the ailments of and cures for a money economy». Así pues la destreza del economista radica en tener que ofrecer unas propuestas adaptadas a cada nueva situación. Como el buen cocinero, ha de ser capaz de improvisar una receta distinta según los ingredientes de que disponga. Hago un paréntesis personal para ilustrar el argumento.
Mi madre es una excelente cocinera (imagino que como la mayoría para cada cual) pero a su manera. Cuando hace una comida estupenda suelo pedirle la receta con los ingredientes, las cantidades y los tiempos; con los ingredientes no suele haber problema, pero sí con las cantidades y los tiempos, pues sus respuestas son del tipo «un poco de esto», «un puñado de aquello», un «pellizco de lo otro», lo dejas cocer «un rato». Ahora bien, la respuesta que más me gusta es «si la propia comida te lo pide», me pide ¿el qué?, si a mí la cacerola no me habla. Se puede cocinar siguiendo estrictamente la receta de un manual o bien por instinto conociendo las propiedades de los alimentos; en circunstancias «normales» ambos métodos proporcionan una buena comida. Ahora bien, en «circunstancias extraordinarias» si fallan los ingredientes o los utensilios el cocinero-de-manual se atasca y no sabe lo que hacer, mientras que el cocinero-por-instinto es capaz de preparar otra estupenda receta. Cierro paréntesis.
Pues bien, a mi juicio también la economía «te lo pide» de tal manera que ante situaciones extraordinarias, como la actual, nos debemos olvidar del manual de cocina al uso e improvisar recetas nuevas ante circunstancias desconocidas. (Por ejemplo, ¿tendría algo de malo monetizar una parte pequeña de la deuda pública y provocar algo de inflación?) Tal vez la explicación al impasse política actual a nivel mundial ante la crisis se deba a que los economistas sólo saben ofrecer recetas de manual, las cuales no están funcionando, y se resisten a desdecirse de sus modelos y de sus cientos de publicaciones.
Desde esta perspectiva alquimista se entiende mejor la conocidísima cita de Keynes sobre la rara combinación de dotes exigibles al buen economista: «Debe alcanzar un nivel elevado en distintas direcciones, combinando capacidades que, a menudo, no posee una misma persona. Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y hablar con palabras; contemplar lo particular bajo el prisma de lo general, abordar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo de la idea. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro. Su mirada ha de abarcar todas las partes de la naturaleza y de las instituciones humanas. Debe ser simultáneamente interesado y desinteresado; distanciado e incorruptible como el artista, y no obstante, a veces, tan pegado a la tierra como el político».
Leyendo sobre… «La Gran Transformación»
El año 2011 va a dejar un triste recuerdo en los libros de historia económica; la crisis lejos de remitir se está recrudeciendo, alimentada con episodios especulativo-financieros de incierto origen. No obstante, también pasará a la historia por ser el año en que numerosos movimiento sociales a «indignarse» y hacer manifiesta su indignación ante la dictadura del mercado. Esta «contraofensiva social» verifica la tesis que ya defendiera Karl Polanyi, en su excelente libro «La Gran Transformación«, publicado en el año 1944 y convertido en un clásico de la sociología económica. Pollanyi disecciona la experiencia histórica de la transición al capitalismo en Inglaterra para reflexionar sobre cómo la economía de mercado y la sociedad se han ido modelando mutuamente en un proceso caracterizado por dos movimientos opuestos: el movimiento del laisezz-faire hacia la expansión de la economía de mercado y la resistencia de la sociedad frente al dominio absoluto de la mercantilización en todas las facetas de la vida. Fred Block lo resume de una forma muy gráfica en la estupenda introducción al libro: «Polanyi sostiene que la creación de una economía de mercado autorregulada requiere que los seres humanos y el ambiente natural se conviertan en simples mercancías, lo que asegura tanto la destrucción tanto de la sociedad como del ambiente. En su opinión, los teóricos de los mercados autorregulados y sus aliados empujan de forma constante a las sociedades humanas al borde de un precipicio. Pero conforme se hacen evidentes las consecuencias de los mercados irrestrictos, los pueblos se resisten; se niegan a actuar como lémures que marchan por un acantilado hacia un suicidio colectivo. En lugar de esto, se apartan de los dogmas de la autorregulación de los mercados para salvar de la destrucción a la sociedad y la naturaleza. En este sentido, podría decirse que el desarraigo del mercado es similar a tensar una liga gigante. Los intentos de dar mayor autonomía al mercado aumentan la tensión. Si se estira más esta liga, se romperá -lo que representaría la desintegración social- o la economía regresará a una posición de mayor arraigo»
El detonador fundamental del la gran transformación fue la mercantilización de lo que Polanyi acuñó como mercancías ficticias (frente a mercancías reales) caracterizadas por no estar originariamente destinadas al mercado, como son la tierra, el trabajo y el dinero. El deterioro ambiental, social y económico no es sino la consecuencia de convertir en meras mercancías unos elementos, cuya función natural nunca fue el serlo. Dicha mercantilización introdujo, y este es un elemento esencial, el principio de la ganancia y no la simple satisfacción de nuestras necesidades vitales, como el leitmotiv de la actividad económica, lo que terminó por desvirtuar la sociedad como un espacio de convivencia, y libertad. En palabras de Polanyi:»La unidad tradicional de una sociedad cristiana estaba siendo sustituida por una negación de la responsabilidad por parte de los ricos, en relación con las condiciones de sus semejantes… Los académicos proclamaban al unísono que se había descubierto una ciencia que dejaba fuera de toda duda a las leyes gobernantes del mundo del hombre. Fue en aras de esas leyes que se eliminó la compasión de los corazones, y que una determinación estoica de renunciar a la solidaridad humana en nombre de la mayor felicidad del mayor número obtuvo la dignidad de una religión secular» «El mecanismo de mercado se estaba afirmando y reclamando su terminación: el trabajo humano debía convertirse en una mercancía»
No obstante, pese al pesimista diagnóstico, Polanyi ve elementos para la esperanza en la resistencia de la sociedad frente al avance del mercado…
… y si estamos atentos, nosotros también podemos verlo. Movimientos sociales como el del 15M o el de Stop Desahucios son un auténtico canto de resistencia de la sociedad frente al dominio total y absoluto del principio de la ganancia y de la economía de mercado.
Es cierto que el mercado es eficiente, no seré yo quien dude de ello; pero como Stiglitz acertadamente advierte en el prólogo, las condiciones para que los mercados generen por sí mismos resultados eficientes son tan estrictas, que al no cumplirse en la realidad es necesario regular e intervenir para evitar que la apisonadora del principio de la ganancia acabe con cualquier atisbo de humanidad en nuestra sociedad. Es cierto que el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia. No obstante, dicha combinación, si bien imperfecta es la única fórmula que hasta el momento ha demostrado cierto éxito.
Sobre el carácter eurorganizador del café para todos (aunque cada cual a su manera)
Hablaba en la última entrada del reto monetario que supone la enorme diversidad cultural europea. En concreto, argumentaba que la estabilidad del Euro requiere de la movilidad (perfecta para los ortodoxos) de factores productivos; en ausencia de ésta sólo una mayor centralización fiscal podrá sostener la moneda común a largo plazo y en distintas fases del ciclo económico. En resumen, «más Europa».
Retomo el tema Europea al hilo de las siguientes viñetas que, sin llegar a ser virales, han tenido una gran difusión en la red.
Las viñetas definen toda una manera de entender el proyecto de construcción europea y circulan como una explícita crítica a la Unión Europea y a la imposibilidad de tal quimera. Parece deducirse de las viñeta que Europa sólo es posible en base al pacto, a la componenda y al respeto al otro pensando en el beneficio propio. «Yo pido lo mío y luego ya negociaremos». En un principio, la identidad de intereses y la traumática experiencia de la II Guerra Mundial hicieron fácil el acuerdo respecto al café, pero parece que con las sucesivas ampliaciones el acuerdo se complica.
Extrañamente, yo lo veo justamente al revés. Precisamente esa mayor complejidad es lo que caracteriza o, mejor aún, define Europa. Europa no es un espacio geográfico sino una identidad construida a partir de la diversidad y el antagonismo; sin los cuales existiría el espacio físico pero no el concepto sociológico y cultural. En mi opinión hay «más Europa» en la segunda viñeta que en la primera; de hecho, la segunda es realmente Europa y la primera un mero acuerdo entre caballeros.
Mi particular lectura de las viñetas está fuertemente influenciada por el libro «Pensar Europa» del filósofo francés Edgar Morin. El autor considera que la identidad Europea emerge con el cristianismo [El islam hace Europa (la aísla) y Europa se hace contra el Islam (lo enfrenta)] e irrumpe con fuerza con el «torbellino histórico Euroorganizador» que fueron el renacimiento y la Edad Moderna caracterizadas por las inter-retroacciones conflictivas entre Estados y sociedades. Los Estados no son homogéneos sino fruto del bricolaje de alianzas, herencias, anexiones y guerras. Europa se configura como el batiburrillo de esos batiburrillos. La identidad cultural europea se constituye a partir del fértil encuentro de la diversidad, el antagonismo y la complementariedad.
Por tanto, las divisiones y conflictos son las causas de la diversidad cultural que, en sí misma, es constitutiva de la identidad de Europa y su signo más distintivo.
En entradas anteriores he reclamado «más Europa» como respuesta a los retos económicos. Ahora también la reclamo como respuesta a los retos globales, sociales y políticos.
Como advierte Morin, la conciencia europea se haya subdesarrollada respecto a los progresos reales de la comunidad de destino. Una comunidad de destino que se refuerza ante el enemigo común. El problema es que al desaparecer los enemigos intraeuropeos, el enemigo queda ya en nosotros mismo: la catalepsia, la descomposición y el fatalismo.
Una pena, pues Europa aún puede seguir siendo un referente para el mundo si abraza lo más distintivo de su ser: la cultura judeo-cristiana-grecolatina, marcada por la espiritualidad, el humanismo, la racionalidad y la democracia.
Leyendo sobre… el carácter «científico» de la economía
Acabo de finalizar la lectura del libro The puzzle of modern economics: science or ideology (aquí). Un ensayo, en tono divulgativo, sobre el estado actual de la ciencia económica, la crisis de legitimidad que sufre y las circunstancias que han llevado a ella. Interesante lectura que me lleva a reflexionar sobre los límites de la Economía como ciencia.
El autor centra el argumento a partir de dos ejemplos que ilustran los límites y posibilidades de la disciplina económica. El primero de ellos fue el diseño de las subastas de las licencias 3G en Gran Bretaña; un rotundo éxito. El segundo fue el diseño de la estrategia de transición de la URSS hacia la economía de mercado; un rotundo fracaso. De estos dos ejemplos podríamos extraer las siguientes lecciones: a) los economistas son expertos en diseñar modelos teóricos y cuando consiguen que la realidad funcione como el modelo (diseño de la subasta) los resultados son los esperados en relación con el comportamiento racional-maximizador de los agentes. b) los economistas fracasan cuando se empeñan en hacer caso omiso de la dimensión institucional-cultural de la realidad y considerar que ésta funciona tal y como describen los modelos. A partir de aquí, el libro describe el desarrollo de la disciplina durante el siglo XX, de la corriente principal y de las alternativas heterodoxas, lo que le permite al Backhouse recorrer la tensión entre la elegante modelización-matematización y la falta de realismo y predicción que ha llevado a la Economía a sufrir una profunda crisis de identidad desde el punto de vista metodológico.