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(Re)definiendo el objeto de la Economía

Como cada inicio de curso, toca empezar definiendo lo que es la Economía. Cualquier libro de texto que cojan vendrá a decir cosas más o menos parecidas a que “la economía es a ciencia que estudia la asignación eficiente de los recursos escasos” o que “la economía es el estudio de cómo la sociedad gestiona sus recursos escasos”.

Definición que si ya poco me gustaba antes, cuando estudiante, ahora, como profesor, no me gusta nada; no por incierta, sino por incompleta.

En primer lugar, teniendo en cuenta que la escasez de recursos es un concepto extremadamente relativo y contextual geográfica y temporalmente, ¿Quiere ello decir que donde no hay escasez de un determinado recurso, la ciencia económica no tiene nada que decir? La respuesta convencional nos diría que los recursos son escasos por definición, dado que las necesidades son ilimitadas; pero lo que realmente es ilimitado son los deseos  no las necesidades (biológico-culturales). Y eso sitúa la discusión en un plano totalmente distinto: el de la creciente desigualdad en la distribución de recursos y el de la ética de un sistema en el que se da la paradójica situación de no saber qué hacer con los excedentes alimentarios con las hambrunas, al tiempo que aumenta la miseria y desnutrición a nivel global. No me gusta ponerme cuasi-demagógico con estas cuestiones, pero es lo que hay.
En segundo lugar porque la “eficiencia” en la asignación dependerá de los criterios que “a priori” establezcamos cómo válidos sobre la conducta de los agentes económicos. Si consideramos que los agentes son maximizadores de utilidad y beneficios, lo que consideremos eficiente, habrá de ser necesariamente distinto de si, por ejemplo, los individuos son principalmente satisfacedores de necesidades y que sus objetivos vitales van más allá del meramente material-crematístico.
Por tanto pienso que lo relevante para la Economía no es sólo estudiar la asignación eficiente de recursos asociada a una determinada racionalidad del agente económico (también conocido como homo oeconomicus), sino ir mucho más allá y cuestionar y estudiar la validez universal de dicha racionalidad. Por tanto la economía más que la ciencia que estudia la gestión de recursos escasos, realmente es la ciencia que estudia los incentivos y las consecuencias distributivas de los mismos. 
Desde hace ya algunas décadas, numerosos economistas y psicológicos andan desbrozando la senda de la “Economía del Comportamiento” y, aunque lentamente, sus conclusiones se van colando en los manuales de Microeconomía. No obstante, hasta que la definición clásica en los manuales no cambie de la primera a la segunda no habremos concedido a los incentivos el formidable poder que tienen para modelar el mundo que nos rodea. Los impulsos agregados de millones de personas y nada más es lo que mueve el mundo, y esos impulsos están condicionados por incentivos .
El próximo campo de batalla en el que se diriman los éxitos o fracasos tanto de las organizaciones (Empresas, instituciones, estados…) como el de las sociedades será el del “diseño de los incentivos”. Vaya por delante que creo que la libertad de elegir está por encima de cualquier consideración de ingeniería social, pero no es menos cierto que los miembros de una colectividad tienen el derecho de decidir libremente los incentivos que mejor satisfacen sus preferencias como colectivo.
Hizo falta un holocausto para ponernos de acuerdo sobre los derechos universales del ser humano, esperemos que no haga falta otra catástrofe similar para diseñar y educar en los incentivos que nos dignifican como especie.

La crisis en 22 viñetas

¿Vivimos una crisis económica? Por supuesto, pero no sólo. Los lectores del blog ya sabrán que uno de mis temas recurrentes es el trasfondo ético de las presente crisis económica. Querer exprimir al máximo cualquier oportunidad de beneficio sin importar el “cómo” y el “a-qué-costa” no es la mejor estrategia de un proyecto común de sociedad. Me envía un beligerante colega y contertulio de animadas conversaciones una colección de viñetas de “El Roto”, que en su conjunto perfilan con fina ironía y certera precisión algunos de los caracteres estelares de la película de no-ficción en que se ha convertido esta nuestra crisis occidental.

Leyendo sobre… “Darwin y Economía”

El darwinismo social, sintetizado en el adagio “la supervivencia del más apto”, se ha convertido en uno de los sustentos intelectuales más firmes de la teología del libre mercado. Si el proceso de selección natural contribuye a la mejora de las especies (y la economía) cualquier impulso humanitario (protección, regulación) necesariamente ha de entorpecer dicho camino hacia la perfección. Esta lectura de Darwin encaja perfectamente con la metáfora de la “mano invisible” de Smith, según la cual el comportamiento egoísta contribuye al bienestar de la sociedad. La fusión Darwin-Smith parece legitimar científicamente determinadas opciones morales y políticas. ¿Será esta la única lectura? ¿Realmente no hay alternativa (Thatcher Dixit)?
Rober H. Frank, autor del Manual que recomiendo en Microeconomía, y nada sospechosos de heterodoxia económica ha escrito un interesante libro que cuestiona la anterior interpretación de Darwin.
La tesis central del libro es que con frecuencia las fuerzas desenfrenadas del mercado no consiguen canalizar el interés propio individual hacia el bien común.” Al contrario, en determinadas ocasiones, como Darwin supo ver, los incentivos individuales pueden desembocar en despilfarradoras carreras armamentísticas; es decir, estrategias sin más meta que superar al adversario. El autor lo ilustra con el siguiente ejemplo (de ahí la imagen de portada). En los alces, la cornamenta no es una arma contra predadores externos, sino contra otros miembros de la especie por el acceso a las hembras; a mayor cornamenta, mayor posibilidad de apareamiento. Como resultado, los alces tienen unas cornamentas muy grandes que benefician al individuo, pero perjudican notablemente a la especie a la hora de escapar de sus predadores.
Como ya hemos señalado el autor no es precisamente un antisistema, él mismo reconoce que “a diferencia con la mayoría de críticos de izquierda, admito la validez de la mayoría de los supuestos básicos libertarios -que los mercados son competitivos, que la gente es racional, y que el estado debe asumir la carga de la prueba antes de limitar cualquier libertad de actuación individual del ciudadano” No obstante, cuando la recompensa depende del ranking que se ocupa dentro del colectivo desaparece la presunción de armonía entre el interés individual y el colectivo, y con ello, el postulado fundamental que legitima la un mercado sin restricciones.
Una vez establecido que interés individual y colectivo pueden divergir, el autor se dedica a defender que un sistema impositivo es más eficiente que uno regulatorio para intentar controlar aquellas actitudes individuales que perjudican a la especie. Como buen microeconomísta y conocedor de la conducta humana y de que los agentes económicos se mueven por incentivos argumenta que es mucho mejor actuar sobre estos y que sea el propio individuo el que decida lo que más le conviene que implementar una legislación restrictiva de la libertad individual. Además “los impuestos sobre actividades dañinas matan dos pájaros de un tiro. Generan ingresos y desincentivan comportamientos individuales cuyos costes exceden los beneficios”.

Leyendo sobre… Crisis, incentivos y (Des)confianza.

Recientemente he terminado la lectura del último libro de Stiglitz “Freefall : America, free markets, and the sinking of the world economy“. Una nueva acometida del nobel de Economía, Ex-Vicepresidente del Banco Mundial y Profesor de Columbia contra el modo de entender la economía y la ciencia económica de neoliberales y allegados.
La lectura del libro me traía continuamente a la memorial el documental Inside Job del que hablé en una entrada anterior. El enfoque, el análisis y el diagnóstico son muy similares; obviamente con las salvedades que establece el formato. Disfruté viendo el documental y también lo he hecho leyendo el libro. Quizá más pues aparece de forma recurrente dos ideas que considero fundamentales para entender la crisis y sus consecuencias.
Para Stiglitz la razón principal de la crisis es un problema de incentivos. El sistema financiero se ha diseñado de tal manera que existe un fortísimo incentivo al beneficio cortoplacista y una nula consideración de las externalidades negativas que esta actitud genera. Por ejemplo; si los vendedores de hipotecas o tarjetas de crédito trabajan a comisión, su principal incentivo será vender tantas como puedan con independencia de la calidad del prestatario, pues ellos no asumirán las consecuencias del impago sino aquellos otros agentes a quien las vendan en forma de derivados financieros. En todo este proceso la externalidad negativa para la sociedad que implica el impago en masa, en forma de crisis, no se tiene en cuenta por parte de las agentes privados que se lucraron con dichas ventas.
Una segunda idea que, por mis especiales preocupaciones, me parece más interesantes es la insostenibilidad de la sociedad capitalista por la mutua desconfianza que genera entre los agentes económicos. Si realmente los agentes económicos se comportan como establecen los modelos racionalistas económicos, nadie se fiará de nadie pues todo el mundo trata de aprovecharse al máximo de la contraparte en cada operación. Es cierto que generalmente, una transacción económica se realiza porque beneficia a ambas partes, pero en un entorno excesivamente competitivo, predatorio y con información asimétrica podemos racionalmente a empezar a dudar sobre la honestidad de todos los agentes y si la transacción se ha realizado en unos términos justos. Cuando las prácticas deshonestas se generalizan, la desconfianza bloquea los mercados (como ha ocurrido con el de los préstamos financieros o el de los pagos a plazos a proveedores) y el sistema entero sale perjudicado.
Creo, y esta es una amarga conclusión personal, que el modelo de sociedad capitalista que nos hemos empeñado en construir se está llevando por delante el sentido de comunidad, de ciudadanía compartida y comprometida con el otro, que los seres humanos, en cuanto animales sociales (Aristóteles dixit) necesitamos para poder subsistir tanto biológica (nadie es autosuficiente) como relacional.
Estoy absolutamente convencido de que la mayoría de la gentes es honesta en sus relaciones económicas, pero también de que ese nivel de calidad moral de nuestra sociedad se está degradando de una manera acelerada bajo la presión mediática del poder del dinero, de tal manera que todo vale para aumentar las cifras de la cuenta corriente. Pero no todo vale.