Sobre el carácter eurorganizador del café para todos (aunque cada cual a su manera)

Hablaba en la última entrada del reto monetario que supone la enorme diversidad cultural europea. En concreto, argumentaba que la estabilidad del Euro requiere de la movilidad (perfecta para los ortodoxos) de factores productivos; en ausencia de ésta sólo una mayor centralización fiscal podrá sostener la moneda común a largo plazo y en distintas fases del ciclo económico. En resumen, “más Europa”.
Retomo el tema Europea al hilo de las siguientes viñetas que, sin llegar a ser virales, han tenido una gran difusión en la red.

Las viñetas definen toda una manera de entender el proyecto de construcción europea y circulan como una explícita crítica a la Unión Europea y a la imposibilidad de tal quimera. Parece deducirse de las viñeta que Europa sólo es posible en base al pacto, a la componenda y al respeto al otro pensando en el beneficio propio. “Yo pido lo mío y luego ya negociaremos”. En un principio, la identidad de intereses y la traumática experiencia de la II Guerra Mundial hicieron fácil el acuerdo respecto al café, pero parece que con las sucesivas ampliaciones el acuerdo se complica.
Extrañamente, yo lo veo justamente al revés. Precisamente esa mayor complejidad es lo que caracteriza o, mejor aún, define Europa. Europa no es un espacio geográfico sino una identidad construida a partir de la diversidad y el antagonismo; sin los cuales existiría el espacio físico pero no el concepto sociológico y cultural.   En mi opinión hay “más Europa” en la segunda viñeta que en la primera; de hecho, la segunda es realmente Europa y la primera un mero acuerdo entre caballeros.

Mi particular lectura de las viñetas está fuertemente influenciada por el libro “Pensar Europa” del filósofo francés Edgar Morin. El autor considera que la identidad Europea emerge con el cristianismo [El islam hace Europa (la aísla) y Europa se hace contra el Islam (lo enfrenta)] e irrumpe con fuerza con el “torbellino histórico Euroorganizador” que fueron el renacimiento y la Edad Moderna caracterizadas por las inter-retroacciones conflictivas entre Estados y sociedades. Los Estados no son homogéneos sino fruto del bricolaje de alianzas, herencias, anexiones y guerras. Europa se configura como el batiburrillo de esos batiburrillos. La identidad cultural europea se constituye a partir del fértil encuentro de la diversidad, el antagonismo y la complementariedad.
Por tanto, las divisiones y conflictos son las causas de la diversidad cultural que, en sí misma, es constitutiva de la identidad de Europa y su signo más distintivo.
En entradas anteriores he reclamado “más Europa” como respuesta a los retos económicos. Ahora también la reclamo como respuesta a los retos globales, sociales y políticos.
Como advierte Morin, la conciencia europea se haya subdesarrollada respecto a los progresos reales de la comunidad de destino. Una comunidad de destino que se refuerza ante el enemigo común. El problema es que al desaparecer los enemigos intraeuropeos, el enemigo queda ya en nosotros mismo: la catalepsia, la descomposición y el fatalismo.
Una pena, pues Europa aún puede seguir siendo un referente para el mundo si abraza lo más distintivo de su ser: la cultura judeo-cristiana-grecolatina, marcada por la espiritualidad, el humanismo, la racionalidad y la democracia.