Leyendas toledanas

La fuente misteriosa

Toledo estaba desarmado, sin ejército, sin poder resistirse a la invasión francesa que ocupaba sus calles, sus conventos, sus casas. Era el año 1809, comenzada ya la Guerra de la Independencia, y los envalentonados soldados franceses sometían a la población toledana a injustificables humillaciones.

Tal conducta, impropia de un pueblo educado, motivó la antipatía entre los toledanos, a la vez que facilitó que ciertos vecinos se organizaran en partidas guerrilleras para intentar, con sus hábiles escaramuzas, expulsar al invasor. El barrio de San Miguel fue el primero en organizar tretas contra los soldados imperiales, y como resultado de sus aventuras, compusieron coplillas como la que sigue:
“Viva San Migel el Altocon su corona de Plata:vale más un migueleñoque todos los de la plaza…”
No muy lejos del Castillo de San Servando, en el Barrio de Santa Bárbara, frente a lo que ahora es la estación del “AVE”, existe una preciosa fuente, a la que los toledanos denominan “Fuente de Cabrahigos”. Hasta aquí llegó cierta tarde de verano un “dragón” francés y una joven toledana, que gustaba de alternar con los ocupantes, ambos dispuestos a dar buena cuenta de una buena merienda, y tras esto, lo que surgiera.

Al cabo de un rato, y tras finalizar la merienda, los dos jóvenes se disponen a ocultarse tras las piedras y el depósito de agua de la fuente y en estas estaban cuando se levantó un viento tormentoso que a su paso por las ramas de los cercanos árboles, produjo sonidos misteriosos y poco tranquilizadores.

Observando la fuente, el joven francés se percató de que ahora el agua salía con más brío, y el viento se llevaba los chorros que salpicaban en todas las direcciones. Tras unos minutos, el sonido del vendaval les dejó a ambos escuchar lo que parecía un susurro, sobrecogedor, que provenía de la fuente y que repetía aquello de… “Vale más un migueleñoque todos los de la Plaza”

El capitán francés desenvainó su espada de inmediato dispuesto a atacar a cualquier guerrillero oculto en la fuente, pero por más vueltas que dio a las piedras y se aproximó a los matorrales cercanos no halló a nadie, y pensando que era una mala jugada del viento o una broma pesada, salieron despavoridos del cobijo de la fuente con el rostro descolorido por el miedo, pues la copla seguía sonando en sus oídos…
Ambos refirieron el suceso a sus amigos y compañeros, los cuales, en otras noches de viento no dudaron en acercarse hasta la fuente para comprobar como por los caños metálicos se oía perfectamente aquella terrible copla.
Tan popular se hizo el hecho y por tanta gente escuchado que a partir de entonces a la fuente se la conoció como “la fuente misteriosa”, y narra la leyenda que aquella joven, asustada tras escuchar el terrible sonido de los versos, que entendió como una recriminación por su relación con el ocupante, terminó por volverse loca.

Foto: http://farm4.static.flickr.com/3232/2607561688_edc2920bb5.jpg ___________________________________________________

La mujer del Arquitecto (Leyenda del Puente de San Martín)

El puente de San Martín, que antaño servía de acceso a una de las puertas de entrada a la muralla toledana, fue levantado en el siglo XIII en sustitución de otro que hubo más abajo, cuyos restos son aún visibles y que fue destruido por una gran crecida del Tajo (se encuentra en el paraje conocido como La Cava, lugar de otra conocida leyenda toledana)
La construcción, que tuvo que ser restaurada con frecuencia en siglos posteriores, está catalogada como un buen ejemplo de arquitectura militar de la época. Se llega a ella desde la zona conocida como «la Coracha», un término militar de la Edad Media procedente del árabe (como tantas otros lugares de Toledo) con el que se denominaba el espolón de muralla o cortina amurallada que, saliendo de la misma, por lo general de una zona avanzada partía en terreno en dos hasta llegar a un río o precipicio de manera que impedía el sitio total de una ciudad y permitir a los sitiados llegar a una fuente de agua. Cuenta este puente con robustas torres, así como airosos arcos que salvan el cauce. Sobre la clave central de uno de ellos, en un hueco tapado por la vegetación que ha ido creciendo espontáneamente en los resquicios de las piedras, se encuentra una hornacina que guarda la talla de una mujer, protagonista de una hermosa leyenda.
Habían pasado más de treinta años desde que el puente quedara muy dañado durante las contiendas entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara, cuando el arzobispo Tenorio decidió acometer una ambiciosa reforma de la obra y mandó llamar al mejor arquitecto de la época, que al poco tiempo llegó a la ciudad y comenzó su tarea con verdadera pasión.
El ahínco de los obreros y el apoyo de los toledanos, deseosos de ver concluida la edificación, hizo que llegara el día en que ésta tocaba a su fin. Pero la tarde anterior a la fecha en la que debían quitarse los andamiajes que sujetaban la obra, el arquitecto se mostraba muy preocupado y, al llegar la noche, salió de su casa sin querer dar ninguna explicación a pesar de las preguntas de su esposa.
Cuando regresó estaba pálido como un muerto y se encerró en su estudio llorando desconsoladoramente. Ante la insistencia de su mujer, por fin accedió a explicar que había cometido un gravísimo error de cálculo, y que en el momento que se quitaran los andamios para inaugurar el puente, éste se vendría abajo con todos los que estuvieran sobre él. Tampoco era capaz de acudir al arzobispo a contarle lo que había sucedido porque la noticia correría por todo el reino y jamás volvería a encontrar trabajo.
Tras su confesión, continuó llorando amargamente y la mujer estuvo un rato pensativa hasta que, con gran resolución y viendo todo su futuro y el de su familia en entredicho, cogió una tea y salió de la casa. Era una noche tormentosa y, ocultándose de trecho en trecho, la esposa del arquitecto logró llegar al puente y, temblando de miedo, prendió la tea y la lanzó sobre los maderajes que servían como armazón. Al principio parecía que la lluvia iba a apagar el fuego, pero por fin éste se extendió y la mujer volvió a su casa dejando a sus espaldas los andamios envueltos en llamas. Un rato después, los toledanos pudieron escuchar un gran estruendo que al principio atribuyeron a la tormenta. Pero al día siguiente vieron con gran desengaño que todas las maderas se habían quemado y el puente se había derrumbado sobre el río. Naturalmente, pensaron que la culpa había sido de algún rayo y, de inmediato, el arzobispo encomendó al arquitecto que iniciarán de nuevo las obras, que se concluyeron con cálculos perfectos. Tras la inauguración, la mujer del arquitecto, que no tenía la conciencia muy tranquila, pidió audiencia al arzobispo y le contó lo que había sucedido. El prelado, sorprendido por el valor y la nobleza que había
demostrado intentando salvar a su esposo, no sólo guardó el secreto, sino que rindió su homenaje personal a la mujer mandando colocar la talla que aún permanece en el puente y que todos los visitantes pueden observar hoy en día.

Grupo de prensa (Ed. Física)

La mano ensangrantada

Quería tener mi propia participación en el periódico “El Recreo”, y me parecía muy interesante hablar de una de las leyendas más atrayentes que existen en Toledo. Creo que a veces somos ajenos a estas historias aún siendo parte de nuestra ciudad. Por ello, creo que a la mayoría os parecerá curioso leer esto.

LA MANO ENSANGRENTADA

Duros eran los presagios y recio el calor en tierras del Reino de Portugal. Pedro Suárez, alcalde mayor de la muy noble ciudad de Toledo, miraba soportando las duras condiciones el campo de batalla, presto a defender a su señor, Juan I de Castilla. Era un 14 de agosto de 1385, y sobre su montura contemplaba la extensión de ambos ejércitos, a un lado, los castellanos, y al otro, los soldados de Juan I de Portugal. Algo más de 30.000 soldados esperaban la terrible orden, que les impulsaría a dejar su vida por su Rey.

Seis de la tarde. El sol aún era fuerte y hacía brillar las armaduras, bajo las que se cocían los cuerpos de los soldados. El polvo que levantaban los miles de pies hacía irrespirable el ambiente, y el machacar de los metales hacía insoportable la espera; los animales, caballos y perros que acompañaban a los más nobles también mostraban su desesperación y nerviosismo por entrar en batalla. El cansancio por el calor y el movimiento de tropas se hacía notar, pero ésta era la oportunidad. Era la oportunidad de declarar propiedad del Rey de Castilla los territorios portugueses.
Los dos ejércitos esperan, frente a frente, el inicio de la batalla. Fuertes gritos oye Pedro Suárez desde el flanco de la caballería francesa que acompaña a sus tropas. Se inicia la batalla.
Tras unos momentos de desconcierto, las bajas entre los caballeros son muy fuertes, debido a la lluvia de flechas portuguesas. Otros tantos son hechos prisioneros. En breve tocará a Pedro Suárez y su grupo de caballeros y soldados avanzar, y así lo hacen.
Mientras miles de hombres avanzan lentamente por la inclemente tierra portuguesa, Pedro vuelve mentalmente a su Toledo, con la vista fija en el ejército portugués, pero con sus pensamientos puestos en el día antes de salir para defender el honor de su Rey. Y recuerda con amargura cómo su hija le declaró su intención de servir a Dios, en contra de la voluntad de su padre, y cómo éste se lo prohibió, pues ya la veía casada con un noble toledano que a buen seguro le ofrecería más comodidades que la vida conventual. Y viendo que su hija no obedecía y que la hora de partir se acercaba, ya vestido para el viaje, volvió a buscar a su hija, y de nuevo la pregunta:
– Hija, ¿has dejado la idea de entrar al convento?- No Padre, ruego me perdones, y que cedas ante mi voluntad, pues a Dios servir quiero.
Pedro Suárez, enojado, y harto de la desobediencia de la hija, entró en cólera, y quitándose el recio guantelete abofeteó a su hija y la hizo ver que ni muerto permitiría que su hija desobedeciera su voluntad. Y marchó hacia Aljubarrota, donde ahora se encontraba cabalgando hacia una suerte incierta.
Con éste recuerdo en mente, y con no poco pesar, comienza a golpear con la espada y tras varios minutos repartiendo estocadas es derribado del caballo por un certero golpe de lanza de un soldado portugués y siente cómo otro le cercena la mano derecha, con otro golpe de espada.
Sus últimos pensamientos, ya en el suelo y viendo cómo se le escapa la vida, son para su Toledo, para su hija…
Cae el Sol y los Castellanos se retiran apresuradamente del campo de batalla, derrotados. Miles de muertos yacen en el campo portugués por la ambición de dos reyes llamados Juan. Pedro Suárez yace muerto, con su fiel perro al lado.
Varias semanas después, en Toledo, la hija de Pedro ya profesaba como monja en el Convento de Santa Isabel. Una mañana, al escuchar unos lamentos en la puerta del Convento, abren la puerta y allí descubren una imagen terrible: un perro trae en la boca una mano ensangrentada. No pudiéndolo evitar, el animal entra en el convento y deja la mano en el patio. La hija de Pedro, aterrorizada, observa cómo en la mano está el anillo que perteneció a su difunto padre, y buscando al animal, descubre a uno de los más fieles perros que acompañó a su padre a la batalla en Portugal.
Su padre, aún muerto, hizo ver así a su hija su disconformidad con la decisión de servir a Dios.
Pasado algún tiempo, se recuperaron algunos cuerpos de la batalla, entre ellos el de Pedro Suárez, y en el Convento de Santa Isabel fue enterrado, en un mausoleo situado en el coro del monasterio, y en éste se podía ver la figura del perro con el miembro entre los dientes, en forma de estatua, a los pies de su Señor.
En recuerdo de esta leyenda, Toledo tiene hoy una calle denominada “de la Mano”.
Espero que os haya gustado!

Rebeca Cabañas Rizaldos
3º Lenguas Extranjeras

Enlace recomendado:

http://www.leyendasdetoledo.com/

(por Juan Luis Alonso ex alumno de Magisterio).

Foto del artículo tomada de:

http://www.toledo-turismo.com/turismo/contenido/conociendo-la-ciudad/donde-mirar/monumentos/conventos/convento-santa-isabel.aspx