Todavía recuerdo las charlas que tenía con mi madre hace unos años sobre cómo iba cambiando la educación. En ellas, me contaba algunas anécdotas y curiosidades que me han impregnado el amor por la docencia, que cada día me hace sentir más orgullosa de lo que soy. Y siempre llegábamos a las mismas conclusiones: «la educación ha cambiado muchísimo con el transcurso de los años y aunque la educación empieza en la familia, la escuela no solamente debe instruir sino también educar».
Siendo mi madre una niña en el colegio había una educación y una disciplina, había un respeto al maestro. Al maestro, se le llamaba de usted y se establecía, por decir de alguna forma, una jerarquía entre el maestro y el alumno, algo que hoy en día se está perdiendo, si no se ha perdido ya.
Un aspecto a destacar eran los castigos, estos eran muy severos puesto que el maestro utilizaba la regla no solo para tomar medidas, sino también para reprender a aquellos alumnos que no cumplían con sus obligaciones, es decir, con traer hechos sus deberes.
Ella nunca tuvo que soportar ningún castigo, ya que era muy aplicada y buena estudiante, pero recuerda como algunos de sus compañeros tenían que estirar las manos para recibir varios golpes por parte de su maestra.
La educación de antaño utilizaba este tipo de castigos que se hacen impensables en las escuelas de la actualidad, donde precisamente uno de los factores es combatir contra la violencia.
Pero no solamente han cambiado los castigos impuestos por el maestro, sino el rol que este representaba para la sociedad, pues ha dejado de ser un personaje imponente y prestigioso para convertirse en alguien más anónimo y menos respetado pero, a mi parecer, igual de importante para el desarrollo de una sociedad.
Hoy en día, los maestros nos tenemos que sentir orgullosos, no solamente por haber elegido una maravillosa profesión, también por la satisfacción propia de contribuir día a día en la formación de los niños.
ELENA GALLARDO LARA
GRADO PRIMARIA 2ºA