“De ahora en adelante, quien elija la profesión de maestro, pudiendo seguir otros caminos, lo hará porque a ello le impulse la vocación”, aseguró Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza entre 1931 y 1933.
La Constitución republicana de 1931, no consagró un capítulo expresamente a la educación, pero fue el texto que más extensamente se ocupó de los problemas de ella. Proclamaba la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza. Igualmente, establecía que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial serán funcionarios y que se legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, a fin de que no se hallen condicionados más que por la aptitud y la vocación.
La República se propuso llenar las escuelas con los mejores maestros. La profesión la constituían entonces destartaladas filas reclutadas de las clases más humildes, con escasa formación cultural y nulas nociones pedagógicas.
Pero esto cambió con la llegada de la II República; se endureció el acceso a la carrera exigiendo el bachillerato a todo aquel que pretendiera ingresar en las Escuelas Normales para preparar el Magisterio.
El 29 de septiembre de 1931, Marcelino Domingo (maestro, periodista y político español de la Segunda República) firmó el Decreto que establecía la reforma de las Escuelas Normales. Aquel cambio implicaba una concepción radicalmente distinta del maestro y de los estudios de magisterio. En primer lugar se pretendía asegurar una sólida formación cultural para los maestros exigiendo el título de Bachillerato para ingresar en las escuelas normales.
Pero no bastaba con levantar edificios nuevos. Era necesario disponer de maestros adecuadamente formados, y retribuidos, que pudieran ser el alma de la escuela. Aquel plan de estudios que se establecía en la reforma de las Escuelas Normales se llamó Plan Profesional.
Por otro lado en el Decreto de 29 de mayo de 1931 también aparecían las misiones pedagógicas, “encargadas de difundir la cultura general, la orientación docente moderna y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural“
El sueldo miserable de aquellos voluntariosos maestros subió a 3.000 pesetas al tiempo que se organizaban para ellos cursos de reciclaje didáctico. En aquellas Semanas Pedagógicas recibían asesoramiento de los inspectores, para remozar su formación.
La carrera de Magisterio, elevada a categoría universitaria, dignificó la figura del maestro. A los aspirantes se les exigió, desde entonces, tener completo el bachillerato antes de matricularse en las Escuelas Normales, donde se enseñaba pedagogía y había un último curso práctico pagado. “Se hizo del maestro la persona más culta, eran los intelectuales de los pueblos y, con toda la precariedad en que vivían, ejercieron de una forma digna“.
María García Cezón Roldán 03/04/2013
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