EL TRABAJO EN LA ERA ALGORÍTMICA: ¿EMANCIPACIÓN O EXCLUSIÓN?.


Cada vez que observo las protestas de trabajadores frente a sedes de grandes empresas tecnológicas, no puedo evitar recordar aquellos debates parlamentarios que analicé en mi investigación doctoral. Entonces estudiaba cómo las tensiones entre diferentes visiones del agua revelaban conflictos profundos sobre qué tipo de sociedad queríamos construir. Hoy, esos mismos debates se reproducen en un ámbito aparentemente más técnico: la transformación algorítmica del mundo laboral.

Me pregunto, ¿qué significa el trabajo cuando los algoritmos no solo optimizan tareas, sino que redefinen la propia naturaleza de lo que consideramos «valor» laboral? En mi trabajo sobre comunicación científica ya advertía que «el conocimiento solo se hace real si satisface necesidades humanas» (Cisneros Britto, s/f). Pero observo con preocupación cómo muchos sistemas de gestión algorítmica parecen satisfacer principalmente las necesidades de eficiencia empresarial, olvidando que el trabajo es también, y sobre todo, una forma de dignidad humana, de pertenencia social, de construcción identitaria.

Recuerdo un caso que me conmovió particularmente. Un operario de logística con veinte años de experiencia me confesaba sentirse «extraño en su propia piel» cuando el sistema de gestión le indicaba cada movimiento, cada pausa, cada gesto. «Es como si mi cuerpo ya no me perteneciera», me dijo. Esta desposesión silenciosa me evoca lo que documenté en los conflictos por el agua, donde «la percepción del recurso como ilimitado llevaba a dos interpretaciones enfrentadas» (Comunicación y Educación, 2007) según los valores de cada coalición.

Lo fascinante -y a la vez inquietante- es la naturalidad con que aceptamos estas transformaciones. Como señalé en mis investigaciones sobre alfabetización digital, existe el riesgo de que «la autopoiesis sistémica anule el altruismo» (Cisneros Britto, s/f). Pero, ¿qué ocurre cuando esta lógica sistémica comienza a definir no solo cómo trabajamos, sino quiénes somos como trabajadores? ¿No estaremos perdiendo algo esencial de nuestra humanidad en este proceso de optimización constante?

Durante las entrevistas que he mantenido con riders, teleoperadores y otros trabajadores de la economía plataformizada, emerge un patrón recurrente: la paradoja de sentirse simultáneamente, hiperconectado y profundamente solo. Muchos describen una sensación de «espectadores de su propio trabajo», ejecutando órdenes algorítmicas sin comprender su lógica global. Esta alienación digital me recuerda las tensiones que estudié entre los agricultores y los sistemas de gestión hídrica centralizados, donde la experiencia local a menudo chocaba con modelos tecnocráticos.

Pero quizás lo más preocupante es lo que podríamos denominar la ilusión de la meritocracia algorítmica. Los sistemas de evaluación automatizada prometen objetividad, pero, ¿no estarán simplemente encubriendo nuevas formas de arbitrariedad? Me preocupa especialmente cómo estos sistemas pueden estar creando lo que, en mi marco teórico, denomino discriminación estadística – exclusiones basadas no en prejuicios explícitos, sino en correlaciones algorítmicas que refuerzan desigualdades estructurales.

Me pregunto si no estaremos repitiendo, en el ámbito laboral, aquellos errores que critiqué en la gestión del agua: privilegiar la eficiencia cuantificable sobre la sabiduría práctica, optar por soluciones técnicas que eluden debates esenciales sobre la justicia distributiva. Después de todo, como escribí en mis conclusiones sobre política hídrica, «el cambio no es tecnológico, sino cognitivo».

Frente a este panorama, se me ocurre que necesitamos con urgencia lo que podríamos llamar espacios de codeterminación algorítmica – foros donde trabajadores, empresarios, ingenieros y ciudadanos puedan deliberar colectivamente sobre qué valores deben incorporarse en el diseño de estos sistemas. No se trata de rechazar la tecnología, sino de humanizarla, de asegurar que sirva a la dignidad del trabajo y no al revés.

En este sentido, me parece crucial recuperar la noción de trabajo como relación social, no solo como actividad económica. Como señalé en mi investigación sobre sistemas de creencias, «los actores manejan recursos administrativos para llevar a cabo sus objetivos, pero también valores y principios» (Comunicación y Educación, 2007). Tal vez la clave esté en diseñar sistemas algorítmicos que reconozcan esta multidimensionalidad del trabajo.

Al final, la pregunta crucial sigue siendo la misma que me hacía al estudiar los conflictos por el agua: ¿sabemos realmente hacia dónde queremos ir con estas transformaciones tecnológicas, o nos estamos limitando a surfear una ola que no sabemos dónde nos llevará? La respuesta, intuyo, no está en los algoritmos, sino en nuestra capacidad colectiva para mantener vivo el diálogo sobre qué significa trabajar con dignidad en un mundo cada vez más automatizado.

Como reflexionaba en mi trabajo sobre alfabetización digital, necesitamos formar ciudadanos capaces no solo de usar tecnología, sino de cuestionarla, de participar en su diseño. Hoy añadiría: necesitamos trabajadores que sean sujetos, no objetos, de la transformación digital. Porque al final, como escribí en mis conclusiones sobre política hídrica, el verdadero cambio paradigmático ocurre cuando modificamos «el sistema de valores que hace posibles sus estructuras».


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