Un relato parcial de algunos episodios y procesos de gran relevancia para comprender la historia contemporánea de América Latina y la transformación de la cultura y el arte en distintos territorios.
El texto se publicó en polaco en el libro García. Resztki swiata, editado por Dorota Semenowicz, Fndacja Malta / Korporacja Ha!art, Poznan y Krakow, 2014, pp. 15-44
(Fragmento:)
En las últimas décadas del siglo XX, los territorios de América Latina fueron escenario de acelerados procesos de experimentación social, económica y política, en muchos casos realizados por élites locales con el apoyo del gobierno estadounidense y poderes transnacionales. Pero esos mismos escenarios han sido también lugares de resistencia y de lucha, de emprendimiento y de sensibilidad, de solidaridad y revolución, acciones que ya en el siglo XXI comenzaron a dar sus frutos y a proyectar los logros del continente como modelos de convivencia, desarrollo y valor alternativos a los que durante siglos rigieron la expansión colonial del humanismo y del capitalismo europeos.
Los días 28 y 29 de enero de 2014 se celebró en La Habana la II Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Santiago Piñera, presidente de Chile, ya derrotado en las urnas por la socialista Michele Bachelet, entregaba simbólicamente la presidencia pro témpore de la organización a Raúl Castro, presidente de Cuba y hermano del mítico revolucionario Fidel. La declaración de La Habana exigía una vez más el fin del colonialismo en el continente y el del anacrónico bloqueo a Cuba, además de manifestar un compromiso con la democracia, el respeto a los pueblos originarios y los saberes indígenas y la preocupación por la sostenibilidad y el equilibrio ecológico.[1] Palabras que no siempre se corresponden con las realidades ni con las políticas concretas, es posible, pero sintomáticas de una transformación macropolítica que ha atravesado a América Latina en la última década. La mayoría de los presidentes reunidos en La Habana compartían ideas socialdemócratas o socialistas, y algunos de ellos conformaban ya la segunda generación de un movimiento de cambio que se había concretado en las figuras de Lula da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela. De hecho, fueron éstos los impulsores de la CELAC. El 17 de diciembre de 2008, Lula convocó en Salvador de Bahía la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC). Era la primera vez que los líderes regionales se reunían sin la tutela de Estados Unidos o Europa para plantear una agenda propia de políticas latinoamericanas. Tres años después, Hugo Chávez, ya enfermo de cáncer, fue anfitrión en Caracas de la Cumbre Fundacional de la CELAC. En ella se decidió que Chile, un país con estructura económica y política liberal, acogería la I Cumbre en 2012, y Cuba, un país con estructura socialista revolucionaria, acogería la II. El movimiento hacia la integración y el desarrollo representado por la CELAC llega en un momento histórico insólito para América Latina: democracias que se consolidan y se desprenden de dependencias externas, líderes surgidos de movimientos que han reinventado el socialismo adaptando a las problemáticas regionales propias, y un crecimiento económico constante, independiente de los nefastos dictados del FMI que habían condicionado el desarrollo en otras épocas, un crecimiento que permite la implementación de políticas sociales contra la pobreza, por la pluralidad y el desarrollo. Indudablemente, tres cumbres no transforman un continente, ni pueden borrar la herencia de tres siglos de colonialismo, dos de autoritarismos y uno de neocolonialismo. Sin embargo, treinta años atrás nada permitía prever un presente como el actual.