Sobre cuerpo, tierra y memoria
Este texto fue escrito entre escrito durante una residencia de escritura en Mas Empollá, sede de L’animal a l’esquena entre el 14 y el 18 de enero de 2009. La residencia respondía a la invitación realizada por Mal Pelo para contribuir con un texto a este libro. Fueron cinco días de reflexión, conversaciones con María Muñoz y Pep Ramis, lectura de libros encontrados en su biblioteca, visionado de vídeos del archivo, paseos por los alrededores… Mi estancia coincidió con la Operación Plomo Fundido del ejército israelí contra la franja de Gaza, que provocó la muerte de más de mil trescientas veintiocho personas y varios miles de heridos.
Una hilera de olivos flanquea un camino que rodea la masía y conduce hasta el carromato de madera, inutilizable en invierno, y a la nave animal donde ahora escribo. A través de uno de los ventanales se ve un vasto campo, de un verdor tan intenso que desborda la retina, y al fondo, el bosque, ¿silencioso?, no, más bien discreto, incitante en la distancia. Cualquiera de los caminos que salen de la casa se adentra por más o menos tiempo en la espesura. Es un bosque joven, vigilado por torres de alta tensión y atravesado por caminos en que las huellas de los automóviles son más visibles que las de los humanos o las de los caballos, que también hay, pero que pastan tranquilos en los prados próximos, junto a otras naves, menos animales que ésta, más prácticas.
“Más de mil kilos de olivas se recogieron en la última cosecha. Cuando el teatro nos aprieta, el trabajo en el campo es un refugio.”
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