Recibo la invitación de David y Joao para asistir como observador a un proceso artístico. Como persona implicada de forma más o menos directa en la producción, presentación y crítica de las artes contemporáneas no puedo resistir la tentación de acudir, aunque dudo de mi capacidad para liberarme de mis herramientas críticas y entrar en diálogo directo con unos creadores a quienes no conozco. Me vence la curiosidad y el deseo.
Entro en el laboratorio tratando de no hacer ruido, aunque sé que mi sola presencia creará un rumor que necesariamente afectará al proceso.
Lo que ellos me han dicho: que la búsqueda del espacio común ha conducido a una ausencia, a una situación de escucha en la que un espacio mental ha surgido.
Lo que veo: la construcción de un espacio que no se basa en la puesta en común de una experiencia o de unas ideas, sino en un método, en un camino, en un trayecto. Someterse a una disciplina en la que se abandona la protección de la especialización: no dejarse guiar, elegir el camino que todos pueden transitar. En el camino se van acumulando los restos, restos cargados de identidad, una identidad que no se manifiesta en el fin, porque el fin está excluido, sino que se oculta en la conformación de ese espacio mental.
Un espacio puede ser creado mediante el movimiento, puede ser creado por la presencia, puede ser creado por la sucesión de lo que se hace, se escucha, se ve… , o puede ser creado por la resonancia de los restos, la cosificación de la memoria, la abstracción del devenir temporal
Como observador debo evitar al máximo la transformación de lo que observo. Pero lo que observo no es un objeto, es un viaje, es un proceso. Trato de no producir restos. Trato de desprenderme de la mirada intelectual que lee y transforma la sucesión en imagen estática.
Pero cuando uno se desprende de tantas herramientas y de tantas protecciones se enfrenta al peligro de ser arrastrado por los otros. Es muy fácil caer en la tentación de la fascinación. Sin embargo, la fascinación puede conducir a la parálisis. De modo que es preciso preservar la soledad y por tanto la capacidad de respuesta. En este juego entre amor y conocimiento, soledad y diálogo puede aparecer el pensamiento.
Lo que a continuación voy a decir es el resultado de esta situación. Es un intento de poner en palabras ideas e impresiones. Es decir, de pensar la experiencia. Este es un texto en proceso. No voy a hablar directamente del trabajo de Barbara. Voy formular mi experiencia de la observación. El hecho de compartir un espacio físico sin por ello compartir su espacio mental, pero escuchando el eco de ese espacio mental en mi espacio físico.
Jeanne
Jeanne Public in concert / La execution de Pasolini. Una multiplicidad de factores que se encuentran en la mera enunciación de la propuesta del proyecto. La experiencia del individuo confrontado con el mecanismo social que produce su muerte como experiencia física / vital concreta tanto como metáfora de nuestra experiencia cotidiana en relación con nosotros mismos como con los otros. El encuentro con la muerte del otro, el encuentro con la vida que necesariamente habita en esa muerte. Concertar esta multiplicadad de factores, transformarla en un concierto. Es decir, hacerla sonar en un espacio común como etapa previa a su traslado a un espacio público.
La ejecución de Pasolini, como la ejecución de Juana resultan de la reducción del individuo a objeto, a representación. Los jueces que condenaron a Juana quemaron en las llamas la imagen de Juana que a ellos les interesaba para la construcción de una sociedad basada en el contrato. Pero Juana también murió en las llamas, aunque sus jueces no la estuvieran viendo. Quienes asesinaron a Pasolini destruyeron el objeto Pasolini que no cabía en la ordenación de su estructura social. Pero también mataron al individuo Pasolini, aunque ellos no lo vieran.
¿Es posible aproximarse al individuo si no es mediante el amor? ¿Es posible crear las condiciones de observación de algo tan huidizo como la identidad?
¿Quiés es Jeanne?
Jeanne es una mujer a la que se hacen preguntas para las que no tiene respuestas.
¿Quién es Pasolini?
Pasolini es un hombre que imaginó su propia muerte.
¿Quién es Jeanne?
Jeanne es la invitación a un juego.
¿Es preciso matar al otro para conocerlo? ¿O se trata más bien de anular nuestra propia vida en ese proceso? ¿Podemos crear una situación de muerte en nuestra propia vida como medio de establecer los límites en que el conocimiento es posible?
Observar
Nuestro conocimiento de la realidad es siempre el resultado de nuestra observación y de nuestra imaginación de la realidad. De lo que se trata no es de producir imágenes / representaciones de la realidad, sino imaginar / construir nuevos instrumentos para observar la realidad y por tanto transformar nuestro conocimiento en relación con la transformación de nuestra experiencia.
Sabemos que la realidad no está en los elementos que definen el marco, sino en el vacío existente entre esos términos.
Para descubrir y observar la existencia de los quarks, los científicos construyen gigantescos aceleradores. Crear la situación de detección de un quark requiere inversiones desmesuradas, cálculos matemáticos inalcanzables, estructuras materiales absolutamente desproporcionadas a las dimensiones del objeto de observación y grandes dosis de imaginación que se traducen en la definición de las partículas hiperelementales en relación a tres colores, dos sabores, una extrañeza y un encanto.
¿Qué nos aporta saber que la materia en sus niveles más elementales es un conjunto de partículas-onda que obedecen a tres colores, dos sabores, una extrañeza y un encanto?
¿No es esto lo mismo que aceptar que el fin de la realidad es un secreto? ¿Cuál es la diferencia entre aproximarse a la realidad como secreto o inventar el secreto como medio de aproximación a la realidad? ¿Una vez inventado, una vez nombrado, acaso el secreto no es también algo real?
La realidad
La realidad es insondable. Podemos decir que somos capaces de comprenderlo todo con la misma tranquilidad con que podemos decir que nada comprendemos. Y esto se debe a que nuestro conocimiento de la realidad es siempre un conocimiento de los indicios.
Pensar lo visible como invisible es el principio de la investigación. Pensar lo propio como ajeno.Pensar lo dado como algo no explícito. Pensar lo obvio como secreto. Esta es la decisión que mueve la investigación. Ver el problema donde no era visible, ver el vacío donde se veía lo sólido.
Descubrir el vacío no produce el deseo inmediato de llenarlo, sino de escucharlo. El vacío se revela entonces como espacio resonante.
La experiencia del vacío tiene algo en común con la experiencia de la muerte y en cualquier caso tiene que ver con la experiencia de la soledad. Rehuimos el vacío como rehuimos la muerte como rehuimos la soledad. La creación artística, como otras creaciones humanas, es uno de los caminos que transitamos para combatir (no de destruir) la inevitable consciencia de la soledad. Aunque seamos incapaces de superarla.
Definir el espacio en que la realidad resuena es tratar de crear un espacio común que temporalmente nos aleja de la soledad tanto como de la muerte y en esta experiencia aparece un nuevo entendimiento de la comunidad y de la vida.
Esta definición del espacio comienza por una negación, por un abandono de la representación, una asunción de que la representación nos distrae de la realidad, que la representación no es más que un indicio de la realidad. Esto es tanto como asumir la inutilidad de la sociedad en su estrategia de distracción de la soledad y de la muerte.
Los muertos.
El encuentro con la muerte era una parte importante en la formación de la identidad de los antiguos héroes. Todos ellos descienden al infierno y escuchan: el uno a su amante, el otro a su madre, el último la voz del padre.
El descenso a los infiernos crea el espacio resonante. Es un momento en que el héroe no mira al frente, cambia la dirección de su mirada, invierte el tiempo del relato, introduce una dimensión invisualizable. Problematiza la irreversibilidad del tiempo y sobre todo la irreversibilidad del relato. El lector enfrentado a este viaje al país de la muerte comprende la posibilidad de esta reversibilidad por más que la continuación del discurso muestre lo irreversible de su experiencia como lector. Pero en ese mostrarse la posibilidad se crea también el espacio de la resonancia.
La muerte es una detención. La muerte es la anulación de las dimensiones de nuestra experiencia. Es la anulación de la tensión.
La muerte es un horizonte. La muerte es un espacio denso. Contiene el sentido. La muerte es el lugar donde aprendemos nuestro futuro.
Orfeo
También Orfeo descendió al infierno en busca de su amada. Orfeo superó todos los obstáculos y le fue concedido rescatar a su amada del infierno. Pero cometió un grave error: olvidó que el país de los muertos es el territorio de la escucha, volvió la cabeza y la miró. El deseo de obtener la imagen de la amada se la robó para siempre.
La mirada es una actitud posesiva. Miramos para apropiarnos del otro, para apropiarnos de su belleza, para apropiarnos de su discurso. Pero cuando miramos directamente al otro no comprendemos nada. No es verdad que el camino hacia la identidad pase por la penetración de los ojos del otro.
Cuando Orfeo incumplió el mandato y miró frontalmente a su amada destruyó el amor que le había permitido rescatarla. Trataba de reducirla a representación, vivir no con su presencia, sino con la posesión de su imagen. Desde entonces Orfeo camina con la mirada en dirección contraria a su paso, pero no ve, sólo escucha.
En el territorio de la muerte la disposición posesiva de la mirada es desplazada por la disposición receptiva de la escucha. Orfeo aprendió demasiado tarde la necesidad de la escucha.
La mirada
Si tú me miras, yo te miro a ti. De esa forma me defiendo. De esa forma me sitúo. La reciprocidad de la mirada es el reconocimiento de la propia soledad. Cuando cierro los ojos, cuando el otro cierra los ojos, comienzo a comprender. Cuando vuelvo a abrir los ojos, ya no miro, escucho. Cuando miro los ojos que escuchan, sé que mi mirada no tiene sentido fuera de la escucha.
No hay escucha sin la creación del espacio. Y no existe espacio sin el reconocimiento de los otros. La presencia de los otros crea la posibilidad de la escucha, de la mirada como trayecto, no como fijación, la mirada como exploración, no como apropiación.
La presencia de los otros no es la imagen de los otros. La presencia de los otros es nuestra capacidad de dar nombres a aquello que constituye sus límites: el cuerpo, la voz, la escritura, la memoria…
¿Qué soy yo? Yo soy las personas con quienes he vivido, yo soy mi cuerpo, yo soy los muertos a quienes he visitado, yo soy los caminos que he recorrido, yo soy mi ambición, yo soy los paisajes que he mirado, yo soy la imagen que de mí proyecto, yo soy mi dolor, yo soy mi deseo Yo no soy todo esto. Yo soy el vacío delimitado por estos límites.
Asumir la imposibilidad de mi propia representación implica también la aceptación de la imposibilidad de representar a los otros. Sin embargo, el vacío de los otros es para mí una presencia. De modo que debo aceptar que para los otros que me miran también yo soy una presencia. Yo soy un vacío. Pero yo soy también una presencia en el espacio.
Definirme como presencia exige un ejercicio de crueldad. La crueldad surge de la voluntad de ser un límite. La crueldad surge de la desposesión, de la desaparición.
La crueldad es la condición original del actor: renuncio a mi privacidad para afirmar mi presencia. La crueldad no es un acto de violencia. Es un acto humor. Todos los descensos al territorio de la muerte incluyen una fuerte dosis de humor. El humor resulta de la propia contemplación en cuanto alguien fuera de mi. Me río de mi propia insignificancia, me río de mi ambición, me río de mi necesidad, me río de mis palabras, me río de mi crueldad.
El humor crea la posibilidad del diálogo con los otros. Facilita el acceso al juego en que el encuentro se produce.
El juego
El juego es el procedimiento para la creación del espacio en el que afirmar la presencia en cuanto límite. Toda investigación es en cierto modo un juego. Cuando reconozco lo visible como invisible, cuando decido contemplar lo dado como no explícito, asumo que los procedimientos, las reglas y los marcos que he empleado hasta ahora no son válidos. Decido cambiarlos.
La decisión de jugar individualmente es el origen de una imaginación que se resuelve en el proceso mismo del juego. El juego infantil carece de resonancia.
El espacio resonante se crea cuando el marco y las reglas del juego son asumidas de forma colectiva. Cuando jugamos, nuestra identidad queda como límite en el borde del tablero de juego, nuestros actos configuran en el espacio. El movimiento se convierte en un trayecto. Nuestra experiencia temporal se espacializa.
El juego consiste en aparecer y desaparecer, mostrar y ocultar, mantener y transformar, tomar y dar. Tomo una experiencia y la transformo en palabras. Tomo las palabras y las transformo en objetos. Tomo los objetos y los transformo en ritmos. Tomo los ritmos y los transformo en voces. Tomo las voces y las transformo en espacio. Tomo el espacio y lo transformo en escucha. Tomo la escucha y la transformo en mirada. Tomo la mirada y la transformo en imagen. Tomo la imagen y la transformo en presencia.
El juego de las transformaciones no es un juego temporal. Es un juego espacial. El resultado de la espacialización de las transformaciones es el rumor.
El rumor de las cosas
De lo que no se puede hablar es mejor callar. En el juego el silencio sobre el sentido es la regla no escrita. No es preciso plantear la cuestión del sentido, porque el juego crea su propio sentido. Plantear la cuestión sobre el sentido del juego es destruir el juego.
Sin embargo, el silencio absoluto es tan imposible como la representación del sentido. En el espacio que queda entre ambos extremos aparece el rumor. Sabemos que no podemos decir nada cuando hablamos directamente sobre algo, pero esto no nos debe hacer abdicar de la palabra. Sabemos que no vemos nada cuando miramos frontalmente, pero esto no nos debe hacer abdicar de la mirada.
Poner el cuerpo en la distancia, mirar el cuerpo a través de una puerta, de una ventana, reducir la experiencia de la mirada a una imagen, copiar la imagen, convertir la imagen en momento de un texto, convertir el texto en un objeto, poner el objeto en el espacio y recuperar el cuerpo que dio origen al proceso. El cuerpo ha sido silenciado a consecuencia de la multiplicación de los filtros, ya apenas adivinamos el origen de nuestro objeto. Nuestro objeto es un objeto silencioso, pero es también un rumor.
Permitir que el cuerpo abandone el espacio, registrar su movimiento, registrar su mirada, registrar su escucha, permitir que el cuerpo introduzca en el espacio su experiencia del paisaje, su experiencia del amor, su experiencia de sí transformar esa experiencia en un nuevo cuerpo silencioso, transformar el cuerpo en una huella.
Situar en el espacio los objetos silenciosos. El espacio es invadido por el rumor. El rumor es la voz de las cosas mudas. El rumor es un viento que atraviesa el espacio y provoca imperceptibles transformaciones.
Añadir a este espacio el cuerpo que inició la cadena vital que produjo el objeto silencioso. La tensión entre el cuerpo y el objeto crea el espacio resonante. La multiplicación de las tensiones introduce el movimiento en el espacio. Mi presencia es mi trayecto. Mi silencio es mi voz.
Crear las condiciones para la observación de este espacio. Entonces habremos creado nuestro propio acelerador. Lo que observamos no son imágenes, es la constatación de la existencia de objetos/procesos que antes desconocíamos y a los que podemos dar nombres más o menos imaginativos. Sabemos que los nombres apuntan a un vacío y que sólo nuestra mirada crea los límites que nos permiten hablar de la existencia de lo invisible, de la existencia de lo secreto.
Al final de proceso puede que sigamos reconociendo que nuestras nuevas representaciones siguen ofreciéndonos un conocimiento tan escaso de la realidad como el que previamente teníamos. Sin embargo, tal vez en la formulación del espacio resonante quien nos observa ha experimentado que hemos sido capaces de hacer aparecer la belleza.