Desórdenes para un cuarteto, de Olga Mesa.

            Creación de un espacio extrañado, donde la geometría, marcada con tiza por cuatro cuerpos-persona, es atravesada, transgredida por el impacto de la violencia, del sentimiento, de la presencia no-conforme. El desorden no es alegre, es producto de una necesidad, o de una imposibilidad: la de acomodar nuestra materia a las formas que pretendemos autoimponernos; y su exhibición no es celebración festiva, ni siquiera resignada, sino, más bien, descubrimiento doloroso de una negación.

            Se parte de la soledad, ojos cerrados, lo insondable de lo íntimo. Sólo vale lo visible. Se parte de la confrontación de cuatro mundos que respectivamente se observan, se rozan, se agreden, se consuelan. Esos cuatro mundos encarnados en cuerpos-persona estudian respectivamente sus angustias, sus limitaciones físicas, sus puntos de placer, sus risas, su resto incontrolable. Surgen espontáneamente interrelaciones marcadas por la sospecha, por el abandono al azar o a lo inesperado, asumiendo la imposibilidad de una comunicación verdadera, reconociendo lo indescifrable de los lenguajes que cada uno pretende emplear como propios.

            Sin embargo, esos cuerpos-persona conforman un solo espacio que ellos mismos al principio pretendieron ordenar. Sabemos también, por la película que se proyecta constantemente al fondo, que convivieron en una casa de campo, que se rieron, que se abrazaron, que se bañaron desnudos en el mar, que contemplaron juntos paisajes y amaneceres, que escucharon los mismos sueños y que unos a otros se contaron historias y se cantaron canciones que fragmentariamente nos transmiten.

            En Esto no es mi cuerpo, Olga se lanzaba contra el suelo, retorcía su cuerpo hasta alcanzar posiciones forzadas, como de muñeco de trapo, se levantaba en un gesto contorsionado y provocador; provocaba sobre todo a su propio cuerpo, tal vez queriendo mostrar la limitación que resulta de la unidad indisoluble de cuerpo y alma, pero en un gesto desesperanzado, angustiado, como el de aquel que muestra sus heridas: «esto no es mi cuerpo: esta soy yo»; o también: «esto no es mi cuerpo: es tu cuerpo».

            Convertida la negación en cuarteto, se rompe la angustia solipsista, aunque sea meramente por la confrontación con la soledad del otro, que da lugar a interrelaciones extrañadas, que sigue dando lugar también a desequilibrios, contorsionismos, negaciones de los sentidos: tapo mis ojos, presiono mi mejilla, estrujo mi cabeza, hundo mi culo. Extrañamientos del propio cuerpo que conducen a la obscenidad. ¿Qué es la obscenidad sino el extrañamiento de la sensualidad? Huelo la naranja con la que unges tu cuerpo y recuerdo mi infancia, mañanas de pensamiento y tardes de amor; sin embargo, me repugna cómo ella chupa tu cuerpo, me sorprende cómo tú tocas su pecho, ella lame tu sobaco y se mete en la nariz tu dedo. Vuestra desviación impacta mi conciencia, que despierta animada por vuestra valentía. Sobre todo, habéis atrapado mi mirada que apenas de reojo adivina el sufrimiento de las otras, ¿o es meramente trabajo? (¿al mismo tiempo no se divierten?).

            El exceso conduce a la calma. Descubro: cuatro personas-cuerpo que descansan en movimiento, me hablan, su cuerpo es también mi cuerpo, su persona aspira a comunicar con mi persona, silenciosamente, juegan, y en el juego reconocen la insignificancia de su propia identidad, la insignificancia del dolor en un mundo abierto a la interpenetración de otras personas-cuerpo. Alegre desvelamiento del ser, positivo descubrimiento de la colectividad donde el desorden se convierte en estrategia de encuentro.

            Al final, el espacio desaparece, desaparece el extrañamiento. Queda una llamada desde la soledad compartida, queda un mirar al otro con la intención de ser también otro, pero queda también la irrenunciable afirmación de la diferencia: un corazón acelerado, ese corazón que nunca podría ser mío, ese corazón que es ella misma. ¿Acaso yo no tengo corazón?

            Acceder al interior del otro a través de los instrumentos que nos hablan en la distancia, horadar la carne mediante la presión y la violencia, descubrir la persona-cuerpo mediante su ubicación en un espacio y en una situación ajenas, expropiado-a de su imagen habitual gracias a un traje que fuerza la expresión. 

            La atmósfera está plagada de ruidos, las secuencias de desviaciones, la forma de procesos, el espacio de agujeros, la danza de imperfecciones, lo mismo que nuestros sentidos, nuestros órganos, nuestra experiencia, nuestro corazón y nuestros pensamientos.


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