Trabajo realizado para la asignatura de historia de la filosofía moderna, impartida por Eduardo Bello. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Murcia. Junio, 1985
La historia de la estética ilustrada se puede contemplar como el progresivo desarrollo de un diálogo a lo largo del cual las diversas categorías se van definiendo en su superficie al mismo tiempo que confundiéndose en sus raíces. La lucha entre la estética racionalista y la intuitivista se resuelve en Diderot en el diálogo de los dos primitivos, el grecolatino (neoclásico) y el salvaje (romántico). El agotamiento del diálogo hace que por debajo de las voces cada vez más apagadas de sus interlocutores comience a resonar la voz de una nueva sensibilidad, que es a su vez final y principio. La superación de un diálogo que no llega a conclusión alguna tiene dos alternativas: la construcción (Lessing) o la disolución (Rousseau). Pero antes de que la nueva sensibilidad se desborde, la crítica kantiana clausurará el diálogo no mediante el cierre de ningún acuerdo, sino mediante el aislamiento de los interlocutores. El diálogo se cierra, en tanto que sus figuras se perpetúan en la escisión. La escisión deja planteado a la estética el problema de su papel en el proceso emancipatorio.