Conferencia pronunciada en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, el 22 de agosto de 2019
El escenario vacío fue entendido como condición para la aparición del actor en un tiempo en que aparecer era condición del actuar. La presencia, y no el vacío, constituía el valor central en la concepción de la teatralidad artística. Y el valor de la presencia se acentuó a mediados del siglo XX como garantía de autenticidad e implicación ética o política. Sin embargo, a principios del siglo XXI, la ausencia o la desaparición fueron contempladas como opción, a veces como una necesidad, por parte de algunos creadores escénicos. Se trataba en ocasiones de resistir la transparencia de las imágenes, que falsamente representan la realidad y perversamente construyen el deseo; en otras, de responder a la desaparición forzada de los cuerpos en una realidad cuya opacidad impugna cualquier pretensión de transparencia.