Dispositivos poéticos: disidencia y cooperación


En Juan Domínguez y Victoria Pérez Royo (eds.), Dirty room, Continta me tienes, Madrid, 2017, pp. 309-340. ISBN: 978-84-947096-4-7.

La reflexión que hoy propongo tensa mi discurso en dos direcciones: hacia el delito y hacia lo común, y ambas arrancan de la invitación formulada por Juan Domínguez para que participemos en una conspiración. Toda conspiración requiere el secreto; éste es necesario para asegurar la realización del acto para el que se conspira, pues tal acto comporta infligir ciertas normas o lealtades. Se conspira para subvertir el orden establecido y, según el tipo de conspiración en la que nos impliquemos, de ser descubiertos, nuestra participación podría ser considerada como traición o como delito. Pero en la conspiración no estamos solos: la conspiración presupone la imposibilidad de que un solo individuo tenga capacidad para realizar el acto de subversión. Somos muchos conjurados en torno a un objetivo común, y esa conjura nos permite liberarnos temporalmente de nuestra necesidad de afirmar nuestra libertad individual: nos ponemos al servicio de un bien común, aunque temporalmente tenga una condición negativa. Aquello en que la actividad delictiva y la participación en lo común se encuentran es en el anonimato, en la borradura temporal de los nombres. Lo que trataban de evitar los delincuentes (a excepción de los delincuentes-héroes) es que se averiguara su identidad. Y lo que tradicionalmente sostenía el pensamiento anarquista era la ilegitimidad de que un individuo vinculara su nombre a un bien del tipo que fuera, es decir, que se apropiara de lo común. 

Ahora bien, la conspiración a la que se nos convoca no es política, sino poética. Es cierto que, en la tradición romántica, la figura del poeta ha aparecido en ocasiones identificada a la del criminal. El poeta delinquía al no aceptar lo existente, y tal rebelión llevada al extremo podía incurrir en quebrantamientos de la ley. El poeta delinquía también por su resistencia al trabajo productivo, y su resistencia podía ser considerada, tanto por los burgueses adoradores del capitalismo como por los burócratas custodios de lo colectivo, como un “capricho”. “Caprichoso” es quien abandona el compromiso de solidaridad y se aparta de la ley que rige la vida en común. En realidad, lo “caprichoso” es resultado de una condición inherente al trabajo poético: la de una constante desestabilización.

La conspiración poética se muestra como una empresa incompatible con el imaginario tradicional. Porque el objetivo no es desestabilizar el orden, sino provocar una desestabilización colectiva que haga aparecer lo inexistente. ¿Cómo organizar la desorganización? ¿Cabría pensar en dispositivos cuya función fuera la desestabilización del propio dispositivo?

Leer texto completo en:


Publicado

en