(Re)definiendo el objeto de la Economía

Como cada inicio de curso, toca empezar definiendo lo que es la Economía. Cualquier libro de texto que cojan vendrá a decir cosas más o menos parecidas a que «la economía es a ciencia que estudia la asignación eficiente de los recursos escasos» o que «la economía es el estudio de cómo la sociedad gestiona sus recursos escasos».

Definición que si ya poco me gustaba antes, cuando estudiante, ahora, como profesor, no me gusta nada; no por incierta, sino por incompleta.

En primer lugar, teniendo en cuenta que la escasez de recursos es un concepto extremadamente relativo y contextual geográfica y temporalmente, ¿Quiere ello decir que donde no hay escasez de un determinado recurso, la ciencia económica no tiene nada que decir? La respuesta convencional nos diría que los recursos son escasos por definición, dado que las necesidades son ilimitadas; pero lo que realmente es ilimitado son los deseos  no las necesidades (biológico-culturales). Y eso sitúa la discusión en un plano totalmente distinto: el de la creciente desigualdad en la distribución de recursos y el de la ética de un sistema en el que se da la paradójica situación de no saber qué hacer con los excedentes alimentarios con las hambrunas, al tiempo que aumenta la miseria y desnutrición a nivel global. No me gusta ponerme cuasi-demagógico con estas cuestiones, pero es lo que hay.
En segundo lugar porque la «eficiencia» en la asignación dependerá de los criterios que «a priori» establezcamos cómo válidos sobre la conducta de los agentes económicos. Si consideramos que los agentes son maximizadores de utilidad y beneficios, lo que consideremos eficiente, habrá de ser necesariamente distinto de si, por ejemplo, los individuos son principalmente satisfacedores de necesidades y que sus objetivos vitales van más allá del meramente material-crematístico.
Por tanto pienso que lo relevante para la Economía no es sólo estudiar la asignación eficiente de recursos asociada a una determinada racionalidad del agente económico (también conocido como homo oeconomicus), sino ir mucho más allá y cuestionar y estudiar la validez universal de dicha racionalidad. Por tanto la economía más que la ciencia que estudia la gestión de recursos escasos, realmente es la ciencia que estudia los incentivos y las consecuencias distributivas de los mismos. 
Desde hace ya algunas décadas, numerosos economistas y psicológicos andan desbrozando la senda de la «Economía del Comportamiento» y, aunque lentamente, sus conclusiones se van colando en los manuales de Microeconomía. No obstante, hasta que la definición clásica en los manuales no cambie de la primera a la segunda no habremos concedido a los incentivos el formidable poder que tienen para modelar el mundo que nos rodea. Los impulsos agregados de millones de personas y nada más es lo que mueve el mundo, y esos impulsos están condicionados por incentivos .
El próximo campo de batalla en el que se diriman los éxitos o fracasos tanto de las organizaciones (Empresas, instituciones, estados…) como el de las sociedades será el del «diseño de los incentivos». Vaya por delante que creo que la libertad de elegir está por encima de cualquier consideración de ingeniería social, pero no es menos cierto que los miembros de una colectividad tienen el derecho de decidir libremente los incentivos que mejor satisfacen sus preferencias como colectivo.
Hizo falta un holocausto para ponernos de acuerdo sobre los derechos universales del ser humano, esperemos que no haga falta otra catástrofe similar para diseñar y educar en los incentivos que nos dignifican como especie.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre Ética y Economía

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre «Ética y Economía»

Me temo que la presente crisis nos va a dejar como herencia, además de unas terribles cifras de desempleo y deuda, una cierta degradación moral del ser humano y de su capacidad de empatizar con las emociones y situaciones de sus congéneres. Altruismo, generosidad, hospitalidad, confianza, honor… se han convertido en palabras huecas. Han perdido su significado, mil veces prostituidas en discursos demagógicos, por unas élites económicas y políticas faltas de escrúpulos y de mínima moralidad. Campa a sus anchas el sentimiento generalizado de que lo racional es anteponer el interés particular al bienestar común. Lo cual no deja de tener su gracia, pues ¿no es eso lo que predica la teoría económica convencional? ¿No es el comportamiento que se supone óptimo para maximizar las ganancias individuales y sociales?
La Teoría Económica predominante toma como modelo de comportamiento humano al agente económico que se comporta de forma racional; es decir, procesando adecuadamente la información disponible, analizando los costes y beneficios y actuando en consecuencia. Y aquí es donde viene lo que siempre me pareció la gran paradoja de la teoría económica: si sólo persigo mi interés, no debería prestar atención a factores relacionados con el bienestar de los demás; pero si no presto atención a esos otros factores, el sistema acaba por romperse. Para que las relaciones económicas funcionen, es necesario que  los agentes económicos moderen su comportamiento respetando la ley, cumpliendo sus compromisos, informando verazmente… La economía de mercado puede asumir a unos pocos actuando de forma oportunista, pero no su generalización. ¿Cómo resuelve la Teoría Económica el conflicto de intereses entre maximizar el propio beneficio o autocontrolarse para que todo funcione? Pues la resuelve confiando en dos mecanismo: el mercado (lo que no deja de tener su gracia, pues es la racionalidad maximizadora del mercado el la que incita las malas prácticas) y la ley.
Veamos el primero de ellos. Según el razonamiento de la teoría económica convencional, aquel que se comportara de forma fraudulenta tendería a ser expulsado del mercado y no sobreviviría. Ningún panadero podrá engañar permanentemente sobre el peso o la calidad de sus productos. Si quiere prospera deberá ofrecer un buen producto a sus clientes. Perfecto, pero ¿qué ocurre en caso de productos que afectan a la salud pública? En España no tenemos tan lejos el caso del aceite de colza, para pensar que un desalmado con una sola partida de productos puede obtener un beneficio enorme y causar un daño irreparable. En esta misma línea tendríamos lo que se denominan los “grandes golpes” o estafas a gran escala que retiran de por vida a su artífice. El sector bancario y financiero es especialmente sensible a este problema. ¿Qué lleva a un alto directivo de banca a controlarse para no diseñar un producto financiero que le retorne enormes beneficios y mínimos riesgos? Pues sólo los altos estándares morales. La reciente historia financiera nos recuerda casos en los que la ausencia de dichos estándares morales en la alta dirección ha traído la ruina y desgracia a millones de seres humanos.
Si la barrera de seguridad del mercado falla, pues entonces tenemos la ley. Si bien ésta también presenta algunos problemas. En primer lugar, la ley suele seguir a la realidad. Continuamente aparecen nuevas prácticas de dudosa moralidad pero no claramente ilegales; hasta que no se demuestra el daño para la sociedad no se regulan y, en el entretanto, miles de individuos pueden haberse visto perjudicados. Las preferentes serían un excelente ejemplo. En segundo lugar, los perjudicados pueden no tener capacidad de presión, bien por pertenecer a una minoría o bien porque el perjuicio lo sufran habitantes distintos del país que lo genera. En tercer lugar, el daño puede ser tan pequeño que no genere alarma social ni necesidad de legislar. Todo ello sin olvidar que la promulgación de las leyes está en manos de políticos y su ejecución en manos de funcionarios públicos que también tienen sus intereses particulares.
En resumen, mercado y ley son necesarias, pero insuficientes armas de control. Para que el sistema funcione con eficiencia y fluidez se requieren ciertos estándares morales. Se requiere que el ser humano recupere su dimensión más humana. Como subraya González Fabre en su estupendo libro sobre Ética y Economía, del que he entresacado no pocas de las ideas aquí expuestas: “En una sociedad de agentes dispuestos a cualquier cosa si es en el propio interés, esto es en una sociedad de Hombres Económicos, los comportamientos oportunistas pronto destruirían al sistema desde dentro, dejando tras de sí Estados fallidos, mercados abusivos, la ley de la selva”.
Ha costado cientos de años asumir que necesitamos unas normas que faciliten la convivencia social, que necesitamos renunciar a libertades individuales para mejorar como colectivo; en definitiva, que necesitamos someternos al imperio de la ley. Pero como ya hemos señalado antes, la ley no es suficiente. En lo venidero habremos de caminar hacia el “imperio de la ética” e interiorizar aquellas conductas que nos dignifican como seres humanos. Conductas presentes en las tradiciones culturales de multitud de civilizaciones pero que parecen que van cediendo ante el rodillo homogeneizador de la globalización unidimensional, racional y maximizadora de beneficios.

Así no, Mariano

Como ya dije anteriormente, en una de las entradas más leídas, los economistas aciertan cuando la realidad se comporta como el modelo, pero fracasan estrepitosamente cuando se olvidan de la dimensión histórico-institucional. El ejemplo de la transición económica de la Ex-URSS es paradigmático. Hace unos días veía una antigua entrevista a Gorbachov, en la que el antiguo dirigente se quejaba amargamente sobre como occidente se comportó: «hicimos lo que vuestros expertos nos dijeron». De todos es sabido cual ha sido el resultado: un estado desamortizado y vendido al mejor postor, con nulos beneficios sobre el común de los mortales. No digo yo que al final del túnel y con el desarrollo económico y la estabilización democrática, la población rusa no estará mejor que en el antiguo régimen; pero sí estoy convencido de que el camino tomado va a ser más largo y penoso que el que hubiera resultado de una transición menos liberal y más controlada.

La anterior disgresión sobre Rusia me sirve para insistir en que la realidad es muy tozuda. Dos años de recortes no han servido sino para profundizar en la crisis. Numerosos expertos, seguramente tan bien intencionados como los que asesoraron a Rusia, insisten en la vía de la austeridad para el crecimiento económico. Y así lo único que hacemos es tomar el camino más largo y doloroso. Tras los excesos, la purga era y todavía sigue siendo necesaria; pero ha de acompañarse de otras medidas.
Muchos repiten, con el ministro Montoro, «que no hay dinero» y que por tanto las medidas son inevitables. Pongo en duda la premisa: los inspectores de hacienda llevan tiempo advirtiendo del fraude fiscal, así como del incremento de las operaciones en paraísos fiscales. Pero, además, aunque se acepte la premisa «no hay dinero», no tiene por qué aceptarse la consecuencia de la austeridad y los recortes como única política posible. Existe otra alternativa, involucrar al Banco Central Europeo en la estrategia del crecimiento económico y no sólo sobre el control de la inflación. Que dicha práctica este explícitamente prohibida (Art 101 Tratado UE), no debería ser un problema ante lo extraordinario de las circunstancias. Otros artículos se han modificado en las sucesivas versiones del tratado constitutivo. Prestar dinero a los gobiernos endeudados o monetizar la deuda tiene efectos perversos sobre la inflación, pero ahora la inflación es el menor de nuestros males. Una expansión monetaria a través de los préstamos directos al tesoro puede dotar de la liquidez que necesita el sistema y así frenar la especulación y sacarnos de ésta por un camino menos doloroso que el de la austeridad-hacia-el-crecimiento.
Los mercados han olido sangre. Saben que España se va a dejar los higadillos (recortes y más recortes) para poder pagar y no dudan de los retornos, lo que, por el momento, les da unos pingües beneficios. El problema es que puede que aprieten tanto que la sangre deje de fluir. Entonces los de la sabiduría convencional dirán que el mercado pone a cada uno en su sitio. ¡Ya! 
Posiblemente el presidente del gobierno no tiene mucho margen de maniobra, pero sí puede, al tiempo que introduce reformas estructurales de hondo calado y de resultados a largo plazo, pelear por cambiar el status quo del Banco Central para hacer más fácil el camino a corto plazo.


Leyendo sobre… Prosperidad sin crecimiento

«Prosperidad sin Crecimiento» (Prosperity without growth) fué seleccionado como uno de los libros del año por el, nada-sospechoso-de-radicalidades, Financial Times; lo cual no es mala carta de presentación.
Su autor, el profesor Tim Jackson, plantea la urgencia de encontrar una alternativa al crecimiento económico meramente material (léase incrementos del PIB) como única opción de futuro para la especie humana en el marco de una planeta finito. El libro trataría de responder a la metafísica pregunta de si es posible ser feliz sin depender de un consumismo desenfrenado y esquilmador de recursos. La obviedad de la respuesta parece hacer innecesaria la pregunta. Creo que todos estaríamos de acuerdo en que la riqueza no da la felicidad, superado un umbral mínimo de subsistencia biológica. Sin embargo, nos desvivimos por aumentar permanentemente nuestra riqueza. El autor nos transmite la idea de que no somos más prósperos por ser más ricos pues, «al final del día la prosperidad va más allá del placer material. Transciende las preocupaciones materiales. Reside en la calidad de nuestras vidas y en la salud y felicidad de nuestras familias. Se halla presente en la fortaleza de nuestras relaciones y en la confianza en nuestra comunidad. Se evidencia en la satisfacción con nuestro trabajo y en el compromiso con un significado y objetivos compartidos. Se transmite en nuestro potencial para participar plenamente en la vida de la sociedad». El modelo occidental de felicidad tiene mucho que ver con el consumo posicional, el cual añade muy poco o nada a la felicidad individual pero contribuye enormemente al agotamiento de los recursos. 
La prosperidad bien entendida no deberían ser más toneladas per cápita de un montón de gadgets, sino calidad relacional; en otras palabras, sentirse apreciado y comprometido con el entorno en el que se vive. El autor se apoya en el enfoque de capacidades de Sen para identificar la prosperidad con las capacidades para crecer integralmente como seres humanos; a saber: salud nutricional, esperanza de vida y participación en la sociedad).
Puede que, como nos advierte el propio autor, la propia opulencia nos haya traicionado de tal manera que, como especie, hemos confundido lo que importa de lo que reluce.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre la Responsabilidad Social

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre Responsabilidad Social Corporativa,

La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) está de moda. Quizá la urgencia de la “tormenta perfecta” en que se está convirtiendo la actual crisis, haya relegado a un segundo plano el compromiso social de las empresas, restando algo de energía corporativa e impulso estratégico al tema. Pese a todo, las empresas IBEX-35 siguen publicando regularmente sus memorias de sostenibilidad. Al abrirlas, nos solemos encontrar con un presidente molón, sonriente, y campechano que nos escribe una carta donde nos cuentan cómo de comprometida es su empresa, cómo cuida a los clientes, cómo de respetuosa es con el medioambiente y cómo se toma en serio lo de contribuir a la riqueza del país. En definitiva, nos cuenta qué majos son todos y todas y cómo se preocupan de nuestra felicidad como consumidores.
Como les decía: está de moda. Y eso es lo que me preocupa: que, por el momento, sólo esté de moda. Las memorias de sostenibilidad parecen más un folleto de agencia de viajes (papel satinado, gente sonriente, estupendísimos paisajes…) que un instrumento estratégico de interacción con las partes interesadas (“stakeholders”). Sólo ha calado en la cultura empresarial la necesidad de tener una memoria, otra cosa distinta es el cumplimiento de los objetivos allí reflejados y la nula autocrítica. Y no lo digo yo, lo dice el Observatorio de la Responsablidad Social Corporativa en su informe sobre “La Responsabilidad Social Corporativa en las memorias anuales de las empresas del IBEX 35 (2010)”. La conclusión fundamental del informe es que la información proporcionada por las empresas en sus memorias de sostenibilidad es escasa en cantidad y calidad. En roman paladino, pasan de puntillas por lo que nos les interesa y se centran en plantear objetivos genéricos, tan bienintencionados como premeditadamente ambiguos, lo que dificulta la evaluación de su cumplimiento y, por tanto, exime de la rendición de cuentas. Les cito algunos datos interesantes: el 86% de las empresas analizadas poseen empresas participadas en paraísos fiscales (p. 57); sólo 9 empresas informan (escasamente) sobre las multas recibidas (p. 63); ninguna de las empresas del IBEX35 llevan a cabo análisis exhaustivos sobre los impactos de su actividad, aunque hacen referencia a ellos. Ninguna asume expresamente la responsabilidad sobre los efectos que sus operaciones puedan causar en el medio ambiente y la salud humana (p. 69); si bien se constatan avances en política laboral (discriminación, mobbing…) es evidente que existe una distancia importante entre lo que  supone para la empresa adquirir un compromiso y lo que implica mostrar con datos objetivos información que pueda ser sometida al escrutinio público (p. 78); ofrecen escasa información sobre el impacto de su actividad sobre los derechos de las personas, las sociedades y los bienes públicos y lo que es aún peor, no dan cabida a las voces críticas que puedan cuestionar su modus operandi(80); ausencia de información sobre sus prácticas de lobby y vínculos políticos (85); escaso desarrollo de la información en relación con los derechos humanos (p. 90); escaso compromiso en relación con las prácticas abusivas sobre consumidores  (97)… podríamos seguir, pero con estos “titulares” bastaría. A lo que parece, las empresas IBEX-35 se han puesto el mono de trabajo de la RSC, pero su preocupación se orienta a que les siente bien y les quede estupendo de la muerte, más que a que les sea realmente útil para trabajar.
De la anterior lectura podría desprenderse que, a la luz de los hechos, la RSC no sirve para mucho. Nada más cierto. Personalmente hago una lectura optimista. Si bien es cierto que los contenidos de las memorias y la actitud que transciende de dichos contenidos son manifiestamente mejorables, no es menos cierto que el camino se hace andando. Y hemos de reconocer que se ha empezado a andar. Que las empresas decidan fotografiar su compromiso con la sociedad y publicar la foto es positivo, con independencia de lo borrosa que esta foto pueda ser o parecer. Insisto en que es importante dicho compromiso, pues contribuirá a crear una cultura de la rendición de cuentas, útil para las empresas y necesaria para la sociedad. De lo contrario, las grandes empresas tendrán muy difícil desprenderse de su halo de avaricia y explotación del consumidor. Nadie duda de que las empresas crean riqueza y que la sociedad se beneficie de ello, pero hay maneras y maneras de hacer las cosas; y los “titulares” que hemos dado antes no son precisamente para figurar en un código de buenas prácticas de RSC.
En definitiva, esperemos que la RSC se pase de moda y se convierta en una forma de gestión y no un instrumento de publicidad.

El «político» como problema

Shakespeare, en su conocida tragedia sobre el asesinato de «Julio César«, pone en boca de Bruto unas memorables palabras sobre la corrupción del poder político: «El abuso de la grandeza viene cuando en ella se divorcia la clemencia del poder. A decir verdad, nunca he visto que las pasiones de César dominasen más que su razón; pero es cosa sabida que la humildad es una escala de la ambición incipiente, a la que vuelve el rostro trepador; pero una vez en el peldaño más alto, da entonces la espalda a la escala, tiende la vista a las nubes y desdeña los humildes escalones que le encumbraron. Igual puede César; luego evitémoslo antes que lo hiciere«. Con estas palabras quiso Bruto  legitimar su papel ante la historia en la conspiración que acabó con la vida de Julio César. Queda a cada cual juzgar si fue el héroe del tiranicidio legítimo o el villano ávido de poder que quiso derrocar con el puñal y no con la fuerza de la oratoria. En cualquier caso, resulta pertinente rememorar este pasaje al hilo del descrédito que sufre nuestra actual clase política. Nos recuerda Bruto el carácter de servidor público al que se debe el político y con qué facilidad dicho político lo olvida cuando asciende hacia el Olimpo de los poderosos.

Soy de los que creen que la actividad política es la más noble de las profesiones. Renunciar a una carrera privada por servir a los demás merece el respeto y reconocimiento de la ciudadanía en favor de la cual trabajan. Dada la nobleza de espíritu y buenas intenciones que presupongo a la vocación por la cosa pública, no me indigna el status económico y jurídico atribuidos al cargo, pero sí el que esas asignaciones vayan a parar a cualquiera de los políticos, mediocres, torticeros y criados al regazo de los brazos de los aparatos de organización que se aferran al cargo y que han hecho de la cosa pública un modo de vida y un espacio de compadreo. Diferencio, pues, claramente el cargo y la dignidad que se merece del político que eventualmente lo asume, en algunos casos con honor y sentimiento de servicio, pero en otro mucho con desvergüenza. El problema, por tanto, no lo veo en las prebendas sino en la mediocridad de los candidatos. Los privilegios no me parecen excesivos al pensar en el cargo, pero sí al pensar en quien los ocupa. En castellano claro: no se ganan el sueldo y por eso andamos indignados con esta fauna. De ellos son en buena parte responsables los partidos políticos, por dejación de una de sus funciones más emblemáticas: la selección de las élites. Tras 35 años de democracia y de organizar el cotarro se nos presente con una «cosecha» de políticos bastante mejorable. Gente sin arrestos, sin ideas, sin templanza para alzar la voz.
No vayan a creer que pienso que todos los políticos son unos arribistas. También los hay vocacionados que con fortaleza de ideales se lanzan a transformar el mundo, aunque muchos de ellos antes o después acaban perdiendo el norte (que es y siempre será el servicio a los demás) tendiendo la vista a las nubes y desdeñando las humildes escalones que los encumbraron. 
Así pues, entre los arribistas sin vocación y los que inicialmente sí la tuvieron pero de ella se olvidaron al ascender en el escalafón, nos encontramos con una falta de liderazgo moral atroz. Que no digo yo que sea la causa de la actual crisis, pero todo ayuda. Los discursos y las agendas políticas ilusionan menos a la población que una visita al dentista.
Que con la que está cayendo, la clase política sea parte del problema y no parte de la solución es para nota.
Y claro no me extraña que con este panorama pongamos toda nuestra esperanza de redención ante el destino en 11 chavales vestidos de rojo, que parece ser el único mínimo común denominador de esta tierra llena de envidias yen la que todo, absolutamente todo se considera arma política. En vez de estar pensando en gobiernos de concentración, lealtades más allá de los partidos y pactos de Estado que recompongan nuestra ilusión como nación, aquí seguimos dándonos garrotazos. Parece que poco o nada ha cambiado desde que Goya retratara con tanta precisión nuestra alma más profunda.


La crisis en 22 viñetas

¿Vivimos una crisis económica? Por supuesto, pero no sólo. Los lectores del blog ya sabrán que uno de mis temas recurrentes es el trasfondo ético de las presente crisis económica. Querer exprimir al máximo cualquier oportunidad de beneficio sin importar el «cómo» y el «a-qué-costa» no es la mejor estrategia de un proyecto común de sociedad. Me envía un beligerante colega y contertulio de animadas conversaciones una colección de viñetas de «El Roto», que en su conjunto perfilan con fina ironía y certera precisión algunos de los caracteres estelares de la película de no-ficción en que se ha convertido esta nuestra crisis occidental.

El consenso de Washington se ha hecho para el hombre y no al revés.

Keynes, en una de sus citas más conocidas, afirmaba que «las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombre prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí inspirados en algún escritorzuelo académico de hace algunos años. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados es grandemente exagerado en comparación con la invasión gradual de las ideas, que, en la práctica, no sucede de forma inmediata, sino después de un cierto intervalo […]. Pero, tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados, quienes resultan peligrosas, tanto para mal como para bien

Es bien sabido que las ideas que nos gobiernan son las cristalizadas en el Consenso de Washington, que se ha convertido en nuestro decálogo mesiánico. Resulta cuando menos una curiosidad histórica, de hecho, que la agenda original de John Williamson, incluyera exactamente 10 recomendaciones políticas ¿coincidencia casual o guiño intelectual a la historia? Vaya por delante que no soy especialmente beligerante contra dicho consenso; hay propuestas que parecen sensatas y razonables. El problema es el cómo, el cuando y, sobre todo, el para qué. 
¿Cómo?.- Los resultados de las políticas no son ajenos al proceso de implantación de dichas políticas. Un ejemplo: la disciplina presupuestaria es un objetivo razonable y más que deseable a nivel individual y colectivo, pero una senda de ajuste rigurosa, impaciente y mal diseñada puede ser ella misma un obstáculo para conseguir el objetivo que persigue
¿Cuando?.- Creo que más mercado, libertad y competencia favorece a la economía en «circunstancias normales». Un ejemplo: ¿se acuerdan de las facturas que llegamos a pagar de teléfono antes de la liberalización del sector? Ahora bien, en «circunstancias extraordinarias» los mercados por sí solos no son suficientes. Particularmente, en la actual crisis del Euro-Sur, necesitamos alegría monetaria ya, que reduzca nominalmente la deuda, frene a los especuladores y de un respiro a los ministerios de hacienda.
Para qué.- Aquí está la clave. la teoría económica convencional sanciona la agenda del consenso de Washington en base a su demostrada (teóricamente) eficiencia para el crecimiento económico. No obstante, ¿es el crecimiento económico el último fin de la existencia humana? o más bien ¿es el bienestar? A los economistas nos cuesta desligar ambas y decimos que el primero es una condición necesaria para el segundo. Amartya Sen, nóbel de Economía, con su teoría de la justicia y el enfoque de capacidades se empeña en decirnos lo contrario. Y las propuestas alternativas de medidas del bienestar van en esa dirección. 
En definitiva el consenso de Washington está hecho para el hombre y no el hombre para el consenso de Washington. Si las medidas ayudan al bienestar y al progreso integral de una comunidad, bienvenido sea; si no, prescindamos de él. En todo caso, debemos guardarlo en el cajón en época de «circunstancias extraordinarias» ante las cuales se ha manifestado reiteradamente ineficaz.
Como también nos decía Keynes: «La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de nosotros».

Artículo en «Economía Digital»: Sobre la «receta» del Euro

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre ¿cómo se cocina el Euro.?



 Cocinar requiere algo de ciencia, bastante de técnica pero, sobre todo, mucho, pero que mucho arte. Ya he escrito en otro lugar sobre Economía y Cocina. Allí comentaba la poca ciencia, mejor técnica y mucho arte de mi madre en la cocina. Cocinar por instinto tiene la gran ventaja de que las comidas siempre están en su punto y el pequeño inconveniente de que no hay manera de conseguir una receta exacta, pues las cantidades y tiempos no son constantes sino probables en función de lo que “el guiso te vaya pidiendo”. Y así, claro, no hay manera. Esta metáfora es un buen punto de partida para analizar la crisis monetaria en Europa pues bien sabemos, a nuestro pesar, que al guiso del Euro nuestros ínclitos cocineros europeos no acaban de darle el punto y estamos a un paso de que se nos atragante. Veamos porqué.

En primer lugar, cocinar requiere algo de ciencia, básicamente cantidades y tiempos. La receta original la escribió el premio Nobel Robert Mundell al analizar las condiciones de existencia de una zona monetaria óptima, es decir, de aquella región geográfica en la que tener una sola moneda es mejor que tener muchas. El elemento clave para que un área geográfica sea una zona monetaria óptima y, consecuentemente, para que la moneda común no fracase, es que las perturbaciones económicas sean “simétricas” dentro de la región. Es decir, que ante dicha perturbación (crisis internacional, subida precios petróleo…) todas las economías evolucionen en el mismo sentido, prosperando o decreciendo. Ya vemos cómo en Europa la cosa no es del todo así. Durante la crisis actual alguna economías han sido intervenidas, otras tienen el susto en el cuerpo, otras actúan como si la cosa no fuera con ellas y, finalmente, otras han seguido creciendo a costa de un Euro fuerte y un férreo control de la inflación. ¿Quiere esto decir que, puesto que las perturbaciones son asimétricas, es del todo imposible el Euro? Pues no; y aquí es dónde entra la técnica.
Cuando una región geográfica quiere una moneda común pero no es una zona monetaria óptima, es posible crear las condiciones favorables para que de facto sí lo sea, a saber: perfecta movilidad laboral y de capitales, flexibilidad de precios y salarios; y, sistema fiscal centralizado. Aquí es donde la técnica de los cocineros está fallando, fundamentalmente en la política fiscal común. Pongamos un ejemplo. Estados Unidos dispone de una moneda común sin ser una zona monetaria óptima. ¿Cuál es la diferencia? Pues que allí, si existe: a) una verdadera y real movilidad de factores (a un americano no le duelen prendas en empaquetar su casa y su vida y desplazarse miles de kilómetros para empezar de nuevo); b) flexibilidad en precios y salarios; c) pero, sobre todo, un presupuesto centralizado.
Y dejamos el arte para el final. Dice mi madre que el secreto está en ir probando el guiso y él mismo te va pidiendo lo que necesita. Pues con el Euro, el guiso está pidiendo a gritos ciertas cosas y los cocineros se empeñan en no escucharlas. Está pidiendo menos austeridad y una senda más amplia de consolidación fiscal; está pidiendo que el BCE abandone el corsé del Artículo 123 del Tratado UE (imposibilidad de monetizar o financiar deuda pública) y abra barra de liquidez para los gobiernos; está pidiendo un poco de inflación que alivie la tensión de la deuda; está pidiendo, en definitiva, aflojar un poco para que la población deje de estar atemorizada… Pero como el manual de cocina ortodoxo no recoge estos ingredientes y a nuestros preclaros cocineros les gusta seguir la receta al pie de la letra, el caldo se nos va estropeando poco a poco. Eso sí, mientras tanto nos lo tenemos que ir comiendo y si nos sienta mal, un poco de aceite de ricino, en forma de austeridad, es mano de santo.
PS. Parece que las últimas noticias abren la puerta a la esperanza y se habla de relajar la senda de ajuste fiscal y poner en marcha una agenda del crecimiento. Veremos.