La «Felicidad» de los economistas

MafaldaLa ONU, a modo de santoral laico, se mantiene en su empeño de dedicar una día internacional a aquellas cosas que considera importantes para la humanidad. (La verdad es que no sé que hará cuando llegue a 365. ¿o quizás es que no hay tantas que merezcan la pena?. Bueno eso es harina de otro costal). Continúo.Uno delos últimos días en llegar ha sido el «Día Internacional de la Felicidad». Concepto elusivo donde los haya; y Quizá la meta más íntima y última del ser humano. Con motivo de tal efeméride, internet se ha llenado de artículos que diseccionan el tema (aquí) y, sobre todo, de recetarios para conseguir tan ansiado estado; entre otros (aquí). Cuya búsqueda, por otra parte, fijó como un derecho inalienable la Declaración de independencia Americana al mismo nivel que el de la vida y la libertad. Y los Economistas, ¿que opinan al respecto?. Pues opinan mucho, de hecho hay una completa rama denominada «Economía de la Felicidad» que trata desvelar las relaciones que existen entre Economía y Felicidad, si es que existen. Uno de los retos fundamentales de esta disciplina es tratar de responder a la conocida como «paradoja de Easterling«, en la que se verifica que,una vez las necesidades básicas están cubiertas, los niveles medios de felicidad comparables entre países no están relacionados tanto con el dinero absoluto: un americano de clase media con cuatro veces más renta que un español de clase media, no es cuatro veces más feliz. Ademas, otro dato crucial es que el aumento sustancial de la renta desde los años 50 del siglo XX, no ha aumentado los niveles de felicidad. Lo que parecería indicar que no existe una correlación directa entre dinero y felicidad, superado el umbral de las necesidades básicas. Llevaría razón entonces Woody Allen en su famosa frase: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia».

El año pasado tuve la suerte de tutorizar un Trabajo Fin de Grado sobre las relaciones entre Felicidad y Economía, abordadas desde el Pensamiento Económico. El alumno se centró en diseccionar las dos concepciones sobre la Felicidad que parecen recorrer la Historia del Pensamiento Económico. La primera, que denominamos hedonista, hundiría sus raíces más lejanas en el epicureísmo, si bien adquiriría carta de naturaleza en la disciplina económica con el utilitarismo o la idea de «proporcionar el mayor placer al mayor número posible».Esta concepción hedonista articulada en torno al utilitarismo y el concepto de interés propio sería la predominante en la Economía convencional actual y cuya filosofia subyace en los complejos modelos neoclásicos actuales. La segunda concepción, que dimos en denominar humanista, hundiría sus raíces en Aristóteles y su concepción de la felicidad como consecución de las virtudes que ennoblecen y dignifican al ser humano: fortaleza, templaza, justicia, inteligencia o la prudencia. La felicidad como actividad de perfeccionamiento y no como meros estados placenteros. Pese a la influencia Aristotélica en el pensamiento occidental, su «visión» de la felicidad no caló entre los economistas en su etapa de formación como disciplina científica, guiados únicamente por el concepto de utilidad. Smith intentó frenar el egoísmo del  «interés propio» con la moderación que debe introducir en el hombre virtuoso la empatía por la situación de los demás, pero no convenció mucho, y sus seguidores se quedaron básicamente con que cuando uno va a lo suyo toda la sociedad se beneficia. Entre los grandes economistas, tendríamos que esperar hasta Keynes y su concepto de «la buena vida» para recuperar la concepción más humanista de la felicidad. Para Keynes, la tecnología nos libraría del trabajo y entonces el ser humano podría dedicarse realmente a las cosas que ennoblecen el alma y proporcionan verdadera felicidad, tales como la amistad, la búsquedad de la belleza, la salud, disfrutar de la naturaleza y el tiempo libre, sentirse bien con uno mismo, sentirse amado y amar. Skidelsky, en un reciente libro, actualiza el mensaje Aristotélcio y Keynesiano para decirnos que realmente el umbral de lo suficiente para ser felices no es tan caro como pensamos. Acabo con una advertencia de Skidelsky que ya comentaba en un post anterior sobre el tema (aquí), La buena vida no es aquella que simplemente se desea, sino aquella que es deseable o merecedora de ser deseada según unos criterios éticos relacionados con la dignidad humana. En otras palabras, nuestro objetivo como individuos y ciudadanos no es meramente ser feliz (como sucesión de estados placenteros) sino tener rezones para ser feliz. El matiz es importante pues introduce el compromiso moral con nuestros congéneres.

Y tú, con qué concepción te quedas: ¿la hedonista o la humanista?

Leyendo sobre… materiales y desmaterialiación

En el seminal informe de 1972 «los límites del crecimiento«, el Club de Roma concluyó de forma rotunda que con las tendencias actuales (año 1972) de crecimiento poblacional y sobreexplotación de recursos, la tierra alcanzaría su límite absoluto de crecimiento en los próximos 100 años. El estudio se ha reeditado y ampliado en varias ocasiones, en la última de 2012 los autores sostienen que ya hemos alcanzado esos límites. En 1987 se publicaría el otro de los informes primigenios sobre la sostenibilidad: «nuestro futuro en común: el Informe Brundtland» en el que, de nuevo, se ponía de manifiesto las capacidades limitadas del planeta tierra y se introducía el concepto de «desarrollo sostenible». Con independencia de su precisión, estos informes lograron despertar la conciencia ecológica, abrir un campo de investigación sobre los límites del planeta y, sobre todo, introducir en la agenda política la preocupación medioambiental.

Ahora bien, conviene señalar que cuando hablamos de los «límites» del planeta, debemos diferenciar entre el «límite» de los recursos y el «límite» de los ecosistemas para absorber perturbaciones sin que se altere su funcionamiento; lo que conocemos como resiliencia. En los primeros años, las alertas y el alarmismo ecológico se centraba en el agotamiento de los recursos: ¿cuanto años podremos funcionar con las reservas de carbón o petroleo? La reciente evidencia científica, sin embargo, incide en que mas preocupante que el agotamiento de los recursos, es la capacidad de la tierra de absorber los impactos de la actividad humana. Por eso, las reservas de petroleo ya no son el problema. Concretamente y, a modo de ejemplo, si mantenemos el objetivo de limitar el calentamiento global en 2ºC, alcanzaríamos ese nivel consumiendo entre un 8-10% de las reservas de petróleo.

En su excelente libro «making the modern world», Vaclav Smil llega a conclusiones similares a través del análisis exhaustivo del consumo de materiales que requiere la actividad humana y la supuesta dematerialización asociada a la nueva economía. Tres conclusiones destacaría de este libro.

La primera es que el Siglo XX ha visto un incremento absoluto en el consumo de todas las categorías materiales, con un declive relativo en la la importancia de los biomateriales (maderas) y un aumento de los materiales asociados a la construcción y de los metales. Ahora bien, los avances tecnológicos han permitido que un creciente consumo de recursos, sea compatible con un nivel estable de las reservas. Es decir, los usos más eficientes y nuevos formas de explotación permiten sacar más producción de una unidad de recurso, por lo que el volumen de reservas de los principales materiales no ha cambiado en las últimas décadas.

La segunda es la contundente negación de la desmaterialiación de la economía. Algo que se nos ha vendido como otro de los grandes logros de los desarrollos tecnológicos. Intuitivamente podría pensarse que un smartphone te ahorra una cámara de fotos, una agenda, un reproductor de música, muchos papel postal, etc…. Ahora bien, la realidad no es tan evidente; al menos por dos razones: en primer lugar, los centros de datos y otras infraestructuras necesarias asociados a las tecnológicas de la información y la comunicación suponen un enorme consumo de recursos y energía. Por otra parte, en términos absolutos una población creciente demanda más cantidad de bienes.

La tercera, y la que a mí me parece más interesante, es la apuesta por la «desmaterialización» de la felicidad. El autor apela por una nueva sociedad en la que, una vez cubiertas las necesidades vitales, el bienestar y la satisfacción se deriven de experiencias no directamente correlacionadas con la expansión de las posesiones materiales y el consumo de energía. ¿Que cómo se puede lograr esto? Pues sobre ello, ya me he extendido con anterioridad hablando de lo que constituye o debería constituir la buena vida.

De momento… han podido

El sábado Podemos decidió sacar a la gente a la calle… y lo consiguió.

el-roto-manifestacion-puerta-del-sol-580x681Fue un éxito participativo. Quisieron y pudieron tomar las calles de Madrid. Nadie lo niega; ni siquiera los voceros de casta. Ante el poder exhibido, tertulianos en nómina y lineas editoriales de medios afines a las moquetas ministeriales y sedes de partidos se han visto obligados a esforzarse en el nivel de la crítica. Van dejando atrás «los experimentos mejor con gasesosa», «la alegre chiquillada» y la «algarabía perro-flauta de clases ociosas» en favor de análisis críticos más elaborados del discurso. El mensaje central que ahora se quiere lanzar desde dentro del sistema a la ciudadanía en relación con el discurso es que no hay discurso. Critican un mensaje que sólo apela a los sentimientos, a los sueños, a los idearios, a las utopías, pero que carece de propuestas concretas, de hojas de rutas, de filosofías políticas que le den solidez intelectual como alternativa política.

Y ahí, precisamente ahí, es donde se equivocan. Apelar a los sentimientos y conseguir despertarlos, sin que suenen a discursos precocinados, es lo más concreto y práctico desde el punto de vista político. Con una ciudadanía tan jodida ante el austericidio macroeconómico y la desvergüenza y soberbia de los timoneles públicos y privados que han antepuesto los intereses de grupo al bien común, ¿a que más se puede apelar?

Yo no lo viví en primera persona, pero me da la sensación de que el éxito de la transición fue apelar a los sentimientos de deseos de libertad y solidaridad, sin que los líderes de la alternativa al régimen tuvieran muy claro la hoja de ruta. Quizá no se deba hablar de improvisación, pero sí de que Suarez y el resto de líderes fueron apagando los fuegos día a día. El principal activo de la transición fue el valor de los sentimientos. ¿Les suenan ahora mejor las referencias al Quijote y a los sueños? Por el momento, esto les vale. Y si tocan poder, pues ya abordaran los retos de su etéreo programa económico. Ahora no es el momento de la calculadora, sino de la lírica.

En cualquier caso, algo tangible han conseguido: meterle el miedo en el cuerpo al PP y hacer que el PSOE se vista el traje de la irrelevancia en la izquierda con sus 110 diputados.  Y que quieren que les diga, algo de justicia poética hay en todo ello, por la soberbia con que pasaron de las americanas de pana a los mocasines de marca.

El desafío de la desigualdad o los «Versalles» del siglo XXI

El año nuevo suele ser época habitual para (re)formular anhelados deseos de transformación de aquellas cosas de nuestra existencia con las que nos terminamos de encontrarnos a gusto. A tenor de los temas que van ascendiendo en las preocupaciones en los ránkings de los economistas, la desigualdad y cómo acabar con ella debería convertirse en el «buen-propósito» para este año… y los venideros.

Como nos alertaba Stiglitz en un seminal artículo en la revista Vanity Fair (aquí), los ricos no han aprendido bien la lección histórica que supuso la revolución francesa. Llegó un momento en que las pauperizadas masas de parisinos no pudieron soportar más las obscenidades de la suntuaria vida en Versalles, al tiempo que sus hijos morían de hambre. Nada pudo detener la ira de un pueblo que respondía visceralmente a la insensibilidad absoluta de los aristócratas de pelucas empolvadas y egos autocomplacientes. La verdad es que no lo vieron venir, ni podían haberlo visto encerrados, como vivián, en los dorados salones de baile. Pues bien, si como decían los clásicos «quien no conoce la historia está condenada a repetirla», sería hora de que nos pusiéramos las pilas sobre el principal desafío que, a mi juicio, acecha los stándares de bienestar alcanzados en la sociedades occidentales durante la segunda mitad del siglo XX: el de la riqueza extrema. Cuando 85 personas físicas poseen los mismo que 3.500 millones algo no funciona bien.

Por el momento, esos 3.500 millones de personas no asaltarán el «Versalles» en el que viven los 85 más ricos, básicamente, por razones geográficas; ya que la concentración de los más pobres se da en zonas muy alejadas de los ricos centros capitalistas. Problema distinto es el de la pobreza en el seno de los países ricos. Aquí el problema es más complejo. Existen tres razones que evitan, por el momento, el asalto. Pero sólo por el momento, como ya veremos. En primer lugar, la conciencia existente en las democracias meritocráticas occidentales de que todo el mundo puede enriquecerse con el fruto de su esfuerzo; la posibilidades de ser uno de los 85 más ricos está al alcance de cada cuno. En segundo lugar, los sistemas de bienestar que redistribuyen y palían la pobreza extrema. Y, finalmente, en tercer lugar, los sistemas de jurídicos y de orden público encarnados en el Estado con capacidad de ejercer el monopolio legítimo de la violencia para mantener el orden. Todo estos argumento sin embargo no son tan poderosos como parecieran. En relación con el primero, no alerta Piketty en su famoso libro «el capital en el Siglo XXI» de que las posibilidades de ascender en la escala social son más una ficción que una realidad, pues dependen cada vez menos de los méritos propios cuanto de la riqueza familiar. Avanzamos hacia sociedades patrimoniales en detrimento de las meritocráticas. En segundo lugar, el ataque, en aras de la eficiencia del mercado, de los sistemas de protección social debilitará en los años venideros ese muro de contención. Y, finalmente, si falla el ideal meritocrático y de igualdad de oportunidades así como la solidaridad social que subyace en los sistemas de bienestar social, dudo mucho que sólo el imperio del orden y la fuerza sea capaz de proteger los modernos «Versalles» del Siglo XXI.

El siglo XX ha sido un camino de ida y vuelta en el ideal redistributivo. Tal y como muestra el siguiente gráfico, del nada sospechoso The Economist», en el principio del Siglo XXI, la sociedad americana está desandando todo el camino igualitario que recorrió tras las II Guerra Mundial, y que tanta prosperidad y bienestar social les proporcionó. Actualmente se está volviendo a los niveles de desigualdad extrema de los años previos a la Gran Depresión. Les aconsejo que enlacen a la página de la revista y le echen un vistazo al gráfico interactivo. No tiene Desperdicio.

Felices buenos-propósitos para este año.

Si queréis leer algo más sobre desigualdad…

La pp-política por los suelos, con las cláusulas suelo.

Les comentaba en la entrada anterior… que la exigencia de justicia de un contrato recae no menos en los términos que en su cumplimiento; si bien los sistemas jurídicos actuales tienden a proteger mucho más lo segundo que lo primero. Es más fácil denunciar -y ganar- ante un tribunal de justicia el incumplimiento de un contrato que el abuso en los términos -cláusulas- del mismo.

vinetas-de-humor-hipotecario-la-cara-comica-del-drama3Esta semana, la vergonzante actuación del pp en el congreso «rechazando anular las polémicas cláusulas suelo de las hipotecas» nos ofrece una magnífico ejemplo para seguir reflexionando sobre el tema. Argumenta Teodoro García, diputado del PP, que «La cuestión no es si deben existir o no las cláusulas suelo, sino que los ciudadanos deben ser informados adecuadamente sobre ellas.» Lo cual me parece una tremenda dejación de la responsabilidad que el gobierno debería tener con la supervisión de que los «términos» de los contratos sean los más justos posibles para sus ciudadanos. Sustituir la «obligación» por la «información» como sugiere este diputado, haría innecesario todo un caudal de legislación prohibicionista. ¿porqué me obligan a ponerme el casco cuando conduzco mi moto? bastaría con que me informasen de que si me caigo me puedo abrir la cabeza (obviedadpor otra parte); ¿porqué me obligan a revisar mi instalación de gas? bastaría con que me dijesen que puede explotar; ¿porqué impiden que los ciudadanos pueden disfrutar plenamente de transporte (uber) o alojamiento (airbnb)? bastaría con que me informasen de los riesgos del servicio… y así podríamos seguir. No entiendo, pues, la desvergüenza de dejar recaer en la mera «información» la protección de los derechos de los consumidores, en un caso tan sensible y vital (derecho a la vivienda) como el el «consumo» de hipotecas.

Merece la pena, por tanto, insistir en la diferencia entre los «términos del contrato» y el «cumplimiento del contrato». Ambas cosas son diferentes y requieren protecciones diferentes. La segunda la garantiza plenamente el poder judicial; la primera también, pero requeriría de una mayor regulación-protección por parte del legislativo. Es responsabilidad del gobierno proteger a los más débiles y evitar que el sistema abuse de forma generalizada de sus ciudadanos.

Tampoco me creo el argumento del encarecimiento del crédito. En parte porque el daño ya está hecho y no afectaría a futuro; es decir, ninguna entidad financiera (que yo sepa)  incluye cláusulas suelo en los nuevos contratos; ni siquiera informativamente. Además en las cláusulas suelo que nos ocupan, tan grave como la ausencia de información es la desproporcinalidad de la cláusula al tener un suelo muy alto y un techo muy altos (3-4%; 12-14-%), con lo cual es muy díficil que los hipotecados pudieran beneficiarse de una subida de tipos cómo si se han visto perjudicados por la bajada.

El argumento del encarecimiento del crédito ya se esgrimió cuando se planteó la posibilidad de la dación en pago de los inmuebles. En este caso tampoco me lo creo. Puede que al principio, subiera el coste de los créditos pero al final acabaría ajustándose si se garantizase un mercado competitivo entre las entidades financieras. En otros países existe y el mercado se ajusta. De hecho, las hipotecas constituídas tras la crisis son sensiblemente más caras (maryor diferencial respecto al Euribor) sin que se hayan modificado los supuestos que estamos comentando. Con lo cual, no me vale el argumento.

Me parece que lo que realmente está en juego son los miles de millones de Euros que la banca ha estafado a los hipotecados y que, de tener que ser devueltos, requerirían de una nueva inyección de fondos en las entidades más débiles. Al final, todo se reduce a lo mismo: dinero. Y si éste contradice mis principios de protección para con mis ciudadanos-electores, no preocupo, pues como decía el genial Groucho Marx: «Tengo otros».

 

Los «términos» de la justicia

Les comentaba en la entrada anterior… que  seguir ciegamente órdenes y normas entraña sus peligros. Paradójicamente -como demuestra la tesis de «la banalidad del mal«-  puede llegar a ser profundamente injusto y perverso actuar siguiendo las «normas» y leyes establecida. Obviamente este sería es el caso extremo, pero si que podríamos pensar en multitud de pequeños abusos derivadas de leyes, presumiblemente justas, pero que aplicadas con rigor y descontextualizadas generan situaciones profundamente injustas en los «términos».

1341848513_298384_1341848602_noticia_normalEsta idea es particularmente interesante en el caso de los contratos de índole económica. En cualquier contrato mercantil la justicia de dicho contrato puede evaluarse desde una doble perspectiva: los «términos» del contrato y el «cumplimiento» de los mismos. En primer lugar, podemos decir que un contrato es «justo» cuando existe equidad entre ambas partes; cuando pagamos un precio justo por un bien; cuando la contraprestación monetaria «equivale» según el mercado a las cualidades intrínsecas del bien; o, en términos más economicistas, cuando el precio pagado equivale a la utilidad que el consumidor espera obtener del bien. Por ejemplo, si compramos un coche o una casa con sustanciales defectos ocultos, estamos pagando un precio excesivo; pues el precio que pagamos corresponde a un bien sin esos defectos y la utilidad que espera obtener el comprador es  menor de la que finalmente disfrutará. El vendedor estaría actuando de «mala Fe», pues nos vende gato por liebre; lo cual es a todas luces injusto. En segundo lugar, decimos que se cumple con la justicia de un contrato, cuando ambas partes cumplen son su obligación. Si contrato unos pintores para que pinten mi casa, espero que cumplan con su parte del contrato (pintar) y ellos que yo cumpla con la mía (pagar). Un contrato justo sería aquel que satisface las dos condiciones; es decir, es justo en su términos y se acaba cumpliendo.

Pues bien, si nos detenemos un poco a pensar en el asunto, no creo que ambas condiciones tengan la misma protección en nuestros Estados de Derecho. Sencillamente es mucho más fácil denunciar -y ganar- un juicio por incumplimiento de contrato que por abuso en los términos del mismo. Un ejemplo paradigmático sería el de las cláusulas-suelo de las hipotecas en España (sobre lo que escribiré en breve). Las consecuencias éticas de esta deriva jurídica son esenciales para entender la «desaparición de la responsabilidad moral» de los agentes económicos en los contratos mercantiles. Yo cumplo con la ley si cumplo con el contrato, con independencia de que intente «engañar» poco o mucho a la contraparte.

Desde Aristóteles hasta el final del Siglo XVIII la filosofía jurídica concedió igual relevancia a ambas perspectivas. Por ejemplo la doctrina económica escolástica -principal aportación española al pensamiento económico-  contempló claramente ambas dimensiones y sus farragosos tratados casuísticos no fueron si no un intento de analizar la justicia de cada contrato «en los términos» y en «su cumplimiento»; aunque , quizá y dado el contexto moral, concediendo mayor relevancia al primero. De hecho, no cobrar un precio justo era causa frecuente de anulación del contrato. Sobre esto temas he escrito un par de artículos académicos (aquí y aquí). El tránsito, que se produce durante el siglo XVII, del paradigma escolástico económico al  liberal y al predominio de los filósofos del derecho natural supone un punto de inflexión en la concepción de la responsabilidad moral del agente económico. La obligación del sujeto jurídico va a ser primariamente cumplir con el contrato; la justicia de los términos se presupone en el acuerdo al que llegan ambas partes, ratificado en la firma. ¡Que les voy a contar de los ejemplos en que ésto es un chiste¡ Tomemos, por ejemplo, como paradigmático el ejemplo de las preferentes y el calvario judicial que están sufriendo para demostrar que «abusaron» de ellos.

La principal conclusión que saco de todo esto es que hemos construido unas sociedades en que lo legal determina lo que es moral; confundiendo lo que la norma dice que es justo con lo que es «de justicia». Una pena.

 

 

La obligación «moral» de pensar

Les comentaba en la entrada anterior, que me cuesta entender aquellos comportamientos de los que nunca tienen suficiente y, lo peor, de la ausencia de conciencia del delito que están mostrando los usuarios de las tarjetas opacas de Caja Madrid- Bankia. Esto me recuerda la tesis de la «banalidad del mal«, cuya génesis queda muy bien retratada en el biopic «Hannah Arendt» de la directora alemana Margarethe von Trotta.

La película, realmente, más que una biografía sobre la persona es una biografía sobre el momento en que la filósofa-política toma conciencia de la ideHannah_Arendt_Film_Postera y cómo le va dando forma. Buscando una especie de catarsis personal (que le enfrentara a su pasado de perseguida judía) Arendt presionó a la revista «The New Yorker» para que la enviara como reportera a cubrir el juicio del pueblo judío contra Adolf Eichmann, responsable directo de la «solución final», eufefismo con que los nazis denominaron el plan de exterminio del pueblo judío. Pues bien, durante el juicio Eichman insistió en que todo lo que hizo, lo hizo por «deber» y fidelidad al juramento; es decir, se presentó como un burócrata, eficiente aplicador de unas normas y protocolos, cuya responsabilidad se limitaba a aplicarlos pero no a evaluarlos moralmente. Para Arendt fue un shock, no encontrar en Eichmann el demonio monstruoso, sádico y cruel que ella esperaba; pues encontrar un culpable suele facilitar la digestión del horror. Ahora bien, lo que Arendt se encontró fué con un burócrata cuya principal responsabilidad no estaría en su capacidad para el mal sino en su mediocridad e incapacidad para evaluar moralmente el sistema del que formaba parte. Ser malvado o disfrutar con el mal, exige inteligencia y capacidad de pensar y razonar, que Arendt no encontró en Eichman; sólo vió un mediocre y grisáceo funcionario alemán.

La «banalidad del mal», desde entonces, se toma como paradigma del comportamiento de aquellos individuos que, eficiente cumplidores de las normas del deber, no se paran a evaluar sus actos ni sus consecuencias. Como seres humanos racionalizamos la maldad atendiendo al beneficio que extraen los malvados de su ejercicio (dinero, placer…) y confiamos en la justicia para que prevenga y castigue esos comportamientos; ahora bien, lo que escapa a todo raciocinio es que se pueda infringir un mal tan absoluto como el genocidio y que los ejecutores se sintieran satisfechos con su diligente trabajo, sin que les asaltar la más mínima dura moral, pues las órdenes son las órdenes. Planteada de esta manera la «banalidad del mal» es aterradora. Nos enfrentamos entonces a un mal sistémico y desencarnado, sin rostro al que atribuirle la culpa. Sin beneficiarios, incluso «Sin culpables».

La tesis de la «banalidad del mal» tiene una lectura interesantísima en la presente «Gran Recesión«; cuyos orígenes se explican tanto o más por razones morales (o de su ausencia) que por razones técnico-financieras. El actual diseño del sistema económico-financiero premia un determinado tipo de eficiencia a la vez que libera a sus integrantes de la responsabilidad moral de sus actos. Un sistema que, en principio, no está diseñado para el mal, pero que puede causar una mal atroz, sobre todo cuando no ves el rostro de los miles de clientes a los que se venden productos financieros complejos con pingües beneficios.

Ante tan lúgubre perspectiva, Arendt lanza un mensaje de esperanza relacionado con lo más constitutivo del ser humano: su capacidad de pensar. Como le dice Heidegger en la película, la filosofía puede que no sea útil, pero no podemos escapar de ella; como seres racionales estamos obligados a pensar al igual que como seres vivos estamos obligados a vivir. Y previsamente la razón es lo único que puede luchar contra la «banalidad del mal»

 

Tarjetas sin limite

Hay que reconocer que la corrupción y el saqueo en España nos ha dejado momentos sublimes. A mí el que más me gusta, es el «Míreme a los ojos, Señor Rubio, si todavía le queda algo de vergüenza» por parte de quien ahora se enfrenta al banquillo por, tolerar una cultura del crédito en la CCM en la que no siempre primaron los criterios técnico-financieros. Toda una metáfora poética del fariseísmo y cinismo político que parece ser asignatura bien aprendida entre muchos de nuestros representantes. Ahora bien desde el punto de vista cutre-nacional se lleva la palma aquellas fotos en gallumbos del Ex-Director de la Guardia Civil, Luis Roldán. Según el sumario, Lo de Francisco Correa se aproximaba a aquello pero, en mi humilde opinión, el nivel de cutrería-castiza de Luis Roldán y el testimonio gráfico en tonos sepia es insuperable; ahora bien la nueva oleada de corrupciones varias que aflora en los juzgados, promete dejarnos también momentos interesantes.

Entre ellos, lo de las tarjetas de Caja Madrid va a ocupar un lugar prominente. La desfachatez con la que los consejeros gastaron dinero de una caja a la deriva es indignante. Aunque, quizá, lo más indignante fuera la conciencia de que no hacían nada malo, pues era una adecuada remuneración al los valiosísimos servicios que sus privilegiadas inteligencias prestaban a la caja.  Yo de verdad les creo cuando insisten en que no creían estar actuando de forma ilegal. Y eso es quizá lo más triste, los bajos estándares morales que nos han gobernado (¿gobiernan?) en los últimos años. Como bien dice el profesor Antonio Argandoña en un interesante paper sobre las dimensiones éticas de la crisis, «…hubo comportamientos de orgullo, arrogancia y vanidad entre los financieros, pero también entre los economistas, reguladores y gobernantes; todos ellos convencidos de la superioridad de su conocimiento y habilidades, lo que les hizo pensar que no necesitaban la supervisión de otros o, incluso, que estaban por encima de la ley».

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Me acuerdo en estos momentos de una expresión que utiliza mucho mi madre, «¿y que les pasará a esta gente por la cabeza?». Yo no lo puedo entender. Parece que no les bastó el éxito social y político, las estupendísimas remuneraciones en «A», el ser la salsa de muchas fiestas y actos…todo ello no fue suficiente. Querían más. Y entonces pensaron en unas tarjetas con altísimos límites para para «gastos de representación» que, con pudor ajeno, estamos descubriendo en qué se utilizaron.

Me viene de nuevo a la mente lo que les comentaba la semana pasada de que parece que el capitalismo nos ha inoculado el virus de la insaciabilidad y no tenemos conciencia de ¿Cuanto es suficiente?. O quizá, como bien refleja la viñeta de Mingote, es que te quedas con cara de primo si tú no te subes al carro…

El error de Keynes…

Todavía no me queda muy claro si el trabajo es una castigo divino («Te ganarás el pan con el sudor de tu frente») o bien un elemento con un distintivo carácter humanizador; quizá sea ambas cosas o quizás haya trabajos que encajan mejor en cada una de las dos categorías.  Hay gente que reniega de trabajar, y gente que es lo único que desea; bien porque no lo tiene o bien porque es adicta a él. Lo que es indudable es que como individuos y como sociedad estamos dedicando una creciente parte de nuestro tiempo a trabajar en detrimento del tiempo libre. Lo que sin lugar a dudas y, a pesar del enriquecimiento de la dimensión humanizadora del trabajo, es un claro empobrecimiento personal y social. Una de las esperables consecuencias del tremendo progreso tecnológico sería que cada vez deberíamos dedicar una cantidad menor de nuestro tiempo a trabajar para cubrir nuestras necesidades vitales. Así, al menos, lo predijo Keynes, en su famoso ensayo «Las posibilidades económicas de nuestros nietos«. Pero Keynes, parece que se equivocó pues como individuos y como sociedad, dedicamos una parte creciente de nuestras vidas al trabajo.

Como bien analiza Skidelsky en su libro «¿Cuánto es suficiente?«, del que ya hablé con anterioridad (aquí), múltiples causas podrían explicar el fracaso predictivo de Keyne. Skidelsky, analiza, concretamente tres; en primer lugar, el placer que proporciona trabajar; en segundo lugar, la presión que tenemos por trabajar para poder subsistir; y, en tercer lugar, la insaciabilidad que caracteriza una sociedad típicamente consumista. Puede que la explicación no sea única, si no más bien una combinación de las tres, pero, a mi juicio, la tercera ha adquirido una relevancia mayor de lo deseable.

Si lo que realmente importa y nos hace felices son bienes particularmente «baratos» (gozar de salud, seguridad, respeto, personalidad, armonía con la naturaleza, amistad y ser querido, tiempo de ocio), ¿porqué invertimos tanto esfuerzo en conseguir dinero a la par que nos quedamos sin tiempo para las cosas realmente valiosas?

Traigo todo esto a colación, pues esta semana he podido tratar el tema en una asignatura optativa, estupendamente moderado por un par de alumnas (aquí y aquí, las presentaciones).

Y como reflexión final:

Carta publicada en El País: Investigación y sexenios (…y correspondencia CNEAI)

Transcribo más abajo la carta que envié a El Pais (aquí) en la que, sin cuestionar el sello de excelencia que suponen los sexenios de investigación, sí criticaba que el sistema tiende a «menospreciar» la investigación en campos minoritarios, como puede ser el de la Historia del Pensamiento Económico.
Me explico:
En el Campo 8 «Ciencias Económicas y Empresariales» para obtener un sexenio la CNEAI establece que «Con carácter orientador, se considera que para obtener una evaluación positiva en las áreas de Ciencias Económicas y Empresariales, al menos dos de las cinco aportaciones deben ser artículos publicado en revistas con impacto significativo dentro de su área en el «Social Sciences Citation Index» o en el «Science Citation Index»; o bien que las cinco aportaciones sean artículos publicados en revistas recogidas en dichos índices.» Es decir, con dos publicaciones de»alto impacto» podría obtenerse un sexenio. Ahora bien, en campos como el Pensamiento Económico, al ser muy reducido el número de investigadores, el propio método de cálculo hace casi imposible que el factor de impacto sea alto; de hecho sólo hay cuatro revistas indexadas, y con un bajísimo nivel de impacto. En consecuencia, para obtener un sexenio si te dedicas al Pensamiento económico te va a «costar» siempre y en todas las ocasiones cinco artículos mientras que en otros campos podría «costarte» dos, y todo ello pese a publicar en las revistas más prestigiosas de Pensamiento Económico; con un proceso durísimo de revisión-publicación que se extiende entre 20-30 meses.
La nada sospechosa revista nature, que ocupa el número 2 en el ranking, crítica la excesiva dependencia del factor de impacto a la hora de orientar la investigación (aquí).
Los franceses, que en esto y en otras muchas cosas, nos llevan la delantera,  han solucionado el problema y la Comisión de Evaluación de la Actividad Científica Francesa creando su propio ranking de revistas lo que les permite contextualizar las investigaciones y sus impactos. (Aqui las de Economía y Gestión).

Carta al director. El País. 26 de junio.

Recientemente se han resuelto las evaluaciones de la actividad investigadora del año 2013. Los conocidos como “sexenios” de investigación se han convertido en el patrón de excelencia investigadora del profesorado universitario español. Un “sello” de calidad altamente valorado entre la comunidad científica. El sistema presenta muchas luces y alguna sombra, como la sacralización del “factor de impacto” como casi exclusivo índice de calidad.
Dicho factor, calculado a partir del número de veces que un artículo es citado, sirve de aproximación cuantitativa al interés y relevancia que dicha publicación suscita entre la comunidad científica. Los índices más utilizados son los de la empresa Thomson-Reuters. Este sistema provee a los evaluadores del ministerio de una herramienta precisa y barata para evaluar a los científicos. El problema es que tiende a infravalorar aquellos ámbitos de investigación minoritarios, en los que no existe una masa crítica de investigadores y publicaciones que eleven el número de citas.
¿Debemos por ello abandonar esos ámbitos o asumir que un “sexenio” nos va a “costar” siempre más publicaciones? El ministerio debería ser sensible a esta problemática y tomar ejemplo de Francia, cuyo Centro Nacional de la Investigación Científica elabora sus propios rankings de revistas, atendiendo a criterios más amplios que el del “factor de impacto” de la empresa Thomson-Reuters.—
Modificado el 14 de julio de 2014, para incluir la carta que remití al Presidente de la CNEAI sobre la problemática y la respuesta que me ofrecieron
La contestación tiene tienes esperanzadores, pero juzguen vds. mismos.

CARTA PRESIDENTE CNEAI
D. Fabio Monsalve Serrano
Profesor CD – Historia del Pensamiento Económico
Facultad De CC. Económicas y Empresariales
Universidad de Castilla-la Mancha
D. Jorge Sainz González
Presidente de la Comisión Nacional de Evaluación de la Actividad Investigadora
Estimado Sr.
Mediante la presente vengo, en primer lugar,  a reconocer el alto valor añadido que la Evaluación de la Actividad Investigadora encomendada al organismo que vd. preside otorga al profesorado universitario. El trascurso de los años ha dotado de prestigio a un proceso que, por su rigor, supone un reconocible sello de calidad al investigador que alcanza las evaluaciones positivas.
Ahora bien, y en segundo lugar, el sistema presenta algunas fallas, de no difícil subsanación, que en su corrección podrían aumentar cualitativamente su eficiencia, transparencia y rigor. Particularmente desearía atraer su interés sobre aquellos campos de investigación que, por minoritarios en la Academia, se ven necesariamente infravalorados. Esta situación afecta especialmente a la Historia del Pensamiento Económico con sólo cuatro revistas incluidas en el «Social Sciences Citation Index» y un bajísimo nivel de impacto; atribuible no tanto a la falta de calidad científica cuanto a su carácter minoritario. Tener en cuenta casi exclusivamente el factor de impacto -como parece deducirse de los criterios de evaluación vigentes en el campo 8- puede devenir en un importante agravio comparativo para ámbitos de investigación minoritarios. Es mi opinión que, el actual sistema de evaluación de la actividad investigadora desalienta los esfuerzos investigadores en determinados ámbitos
El “Comité National de la Recherche Scientifique” francés ha afrontado y resuelto el anterior problema elaborando anualmente una clasificación de revistas según dominios de investigación que permite contextualizar las publicaciones y sus impactos. Un sistema similar sería deseable en España pues de él se derivarían numerosos beneficios, entre ellos: no dejar languidecer la investigación en campos minoritarios, reconocer la calidad de revistas no incluidas en el SSCI y potenciar la investigación en castellano.
Esperando que mis consideraciones sean de su interés y contribuyan a mejorar la calidad de un sistema que tanto bien está haciendo a la investigación en España, me despido atentamente.
RESPUESTA CNEAI
Estimado Sr. Monsalve:
Hemos recibido su sugerencia presentada el 23 de junio […] en relación a que la CNEAI realice una clasificación de revistas según dominios de investigación que permita Contextualizar las publicaciones y sus impactos.
En primer lugar, queremos agradecerle la presentación de su escrito que nos ayudará a mejorar el servicio que ofrecemos. En cuanto al contenido de su sugerencia, le comunicamos la respuesta recibida desde la Dirección General de Política Universitaria:
Le agradecemos la sugerencia que nos hizo el 23 de junio de 2014, de que la CNEAI realice una clasificación de revistas según dominios de investigación que permita contextualizar las publicaciones y sus impactos. Tendremos en cuenta su sugerencia para futuras convocatorias y reformas de la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora. La contestación a su consulta sólo tiene efectos informativos. La contestación a esta consulta no tiene carácter vinculante para la Dirección General de Política Universitaria. Por lo tanto, sobre la materia objeto de consulta, siempre prevalece lo que disponga la legislación administrativa y universitaria que sea de aplicación.
Cordialmente,
Dirección General de Política Universitaria,
Unidad de Quejas y Sugerencias
Oficina de Atención al Ciudadano.
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.