Eurobonos SI, Eurobonos NO

Si algo está dejando claro la señora Merkel estos días-semanas es que hay dos cosas de las que no quiere ni oir hablar y mentárselas es mentarle a la bicha, a saber: los Eurobonos y la posibilidad de monetizar la deuda (que el BCE compre deuda pública de forma ilimitada). Las razones, a mi juicio, son principalmente tres de índole económico y una de índole pedagógico-punitivo. Empecemos por las económicas. En primer lugar, hay que señalar el pavoroso miedo a la inflación que campa por aquel país (el trauma de la hiperinflacción, el caos económico y su influencia en la llegada del nazismo ha quedado grabado de forma indeleble en la psicología colectiva alemana). En segundo lugar, no debemos olvidar la racionalidad maximizadora de beneficios que les lleva a preferir endeudarse más barato individualmente que más caro colectivamente; la pela es la pela. En tercer lugar, Alemania quiere preservar el interés de su banca con grandes cantidades de deuda soberana de dudosa solvencia y salvar los trastos lo más que pueda. Todas ellas razones muy ortodoxas y muy respetables.

Ahora bien, a mi juicio, la principal es el deseo de disciplinar a los díscolos y perezosos vecinos del sur que andan de fiesta en fiesta, viviendo a crédito por encima de sus posibilidades y queriendo dilatar el momento en que llega el cobrador del frac a base de nuevos préstamos. Si mamá Merkel viene ahora con la eurochequera, paga los desperfectos de la fiesta y simplemente da una reprimenda a los niños puede que éstos se lo tomen a chunga y vuelvan a las andadas. Por eso, dice que no paga hasta que no mejoren su compartamiento. (Esto es lo que los economistas llamamos técnicamente problema de riesgo moral).
Varias cuestiones habría que indicarle a la señora Merkel al respecto.

  • Primero, que el problema del riesgo-moral-país es importante pero no lo es menos que el riesgo-moral-banca TBTF (too big to fall) y, sin embargo, parece que el tratamiento ha sido completamente distinto. Los rescates billonarios desde el 2008 parece que no duelen al bolsillo; máxime cuando alguna porción del déficit fiscal se debe a esos rescates.
  • Segundo, el ambicioso y utópico proyecto de la Unión Europea, que Jean Monnet supo condensar en una preciosa frase (no coaligamos estados, unimos hombres), y que ha permitido el mayor período de paz y prosperidad en toda la historia de Europa, no puede construirse sólo en torno al mero concepto economicista de «¿Cuanto pastel me toca? o ¿qué hay de lo mío?».
  • Tercero, Alemania parece querer empujar al díscolo Sur al abismo con intención terapéutica; es decir, sólo cuando veamos el precipicio bajo nuestros pies nos pondremos en serio a trabajar (reformas, austeridad…). En otras palabras quiere meter miedo pero no nos dejará caer, porque no le interesa. El problema es que cuando se juega tan al borde, alguno puede tropezar y caerse.

 Si creemos, de verdad, en el proyecto de los «Estados Unidos de Europa» (Churchill Dixit) la actitud no puede ser dejar caer al rezagado. Como, de hecho, Alemania no hizo con sus hermanos del Este, aunque le costara incurrir en enormes déficits. Ya sabemos que el cáncer de pulmón lo provoca el consumo de tabaco y por esos invertimos en educar contra el tabaquismo; ahora bien, no se le niega la atención médica necesaria cuando el fumador cae enfermo y todos corremos con el gasto, aunque sea exclusivamente culpa de quien decidió comprar una cajetilla de tabaco (riesgo-moral-tabaco) . Pues esto es parecido, hay que educar en la disciplina fiscal, el esfuerzo, la austeridad… y en vigilar que todos remamos en la misma dirección pero si alguien se cae del barco hay que lanzarle un flotador antes que permitir que se ahogue. No vale el argumento de que así la barca más ligera. Si todos nos beneficiamos del Euro, todos tenemos que remar.
Señora Merkel, ¡hay que estar a las duras y las maduras!

El «imperium» de los mercados

En Historia de la Teoría Política se conoce como la «cuestión de las investiduras» al conflicto, que a finales del siglo XII, enfrentó a papas y emperadores del sacro imperio romano germano. La cuestión la podemos resumir de la siguiente forma: si el papa es la máxima autoridad religiosa, en él recae la facultad de investir a los clérigos y a él le debe obediencia; ahora bien, los feudos territoriales eclesiásticos prestaban vasallaje, al igual que los laicos, al rey quien, por tanto, quería controlar también los nombramientos. Esta cuestión no era sino un enfrentamiento entre el poder civil y el eclesiástico sobre a quien debe obediencia el clero y, en definitiva, sobre quien recaía el «imperium» o la capacidad de ejercer el poder. Ambas trataban de fundamentar teológicamente la fuente de su poder: el papado esgrimía ser el representante de Dios en la tierra; el emperador que gobernaba «por la gracia de Dios». Al final se impuso una distribución de competencias: el papa consagraba y el emperador nombraba titular de un feudo; eso sí, con la capacidad de veto del emperador sobre candidatos conflictivos. Ya se sabe que lo terrenal nos pilla más cerca que el castigo divino.

Me acordaba de esta historia de conflicto de competencias y de confusión de roles a la luz de los recientes acontecimientos en la política italiana que han culminado en la dimisión del primer ministro Silvio Berlusconi. No seré yo quien levante la mano en favor de dicho personaje, pero sí por la forma en que han transcurrido los acontecimientos. Puede que la ciudadanía italiana estuviera harta de su primer ministro, de su desvergüenza, de su descaro, de su falta de escrúpulo al mezclar la esfera público-privada, de su falta de respeto por la dignidad del cargo y por la ética de la profesión política. de su…  ahora bien,  una cosa es que dimita por la presión popular y otra que tenga que huir a la carrera por la presión de los mercados, lo cual parece haber sido el caso.
Si no recuerdo mal de cuando estudiaba teoría política, la soberanía popular reside en el pueblo y, en democracia, se manifiesta en las elecciones y el subsiguiente proceso de votaciones para escoger a los representantes del pueblo (otro día hablaremos de lo poco que hace la clase política por dignificar el cargo). Los mercados no tienen capacidad legal para elegir o destituir (en este caso por la vía de los hechos) a los representantes; sin embargo, parece que el «imperium» moderno reside en estos entes abstractos con la increíble capacidad de determinar con detalle las políticas públicas e, incluso, derrocar gobiernos.
No tengo especial animadversión contra los mercados financieros ni una percepción diabólica de los mismos. Son instituciones que ejercen un papel fundamental: canalizan los ahorros y el dinero en busca de inversiones provechosas y al hacerlo proporcionan el aceite necesario para que funcione el engranaje de la economía de mercado. No obstante, cuando los mercados funcionan de forma descontrolada y desordenada, cuando «todo vale» por ofrecer cifras que aplaquen a las fieras-agencias de rating, cuando se abandona el parqué para entrar en el casino algo deja de funcionar como debe. La teocracia del mercado puede sancionar los cargos y dar su bendición al nuevo gobierno pero la elección es y debe ser del pueblo y sólo de él.

Leyendo sobre… Los mitos del capitalismo

Decía en una entrada anterior (aquí) que «conviene rebajar la»pureza» de la economía de mercado, pues en altas dosis puede ser letal». Daniel Rodrik (desconozco si de forma original) expresa la misma idea con la metáfora de la limonada: «Los mercados son la esencia de una economía de mercado, de la misma manera que los limones son la esencia de la limonada. El zumo de limón puro no se puede beber. Para hacer buena limonada, necesitas mezclarlo con azúcar y agua. Por supuesto, si pones demasiada agua en la mezcla, arruinas la limonada, al igual que la excesiva intromisión del gobierno puede hacer disfuncionales los mercados. El truco está en no descartar el agua y el azúcar, sino en mezclarlas en la proporción adecuada» (aquí). Ha-Joon Chang, profesor en Cambridge y un reputado economísta neokeynesiano, ha publicado (y vendido por cientos de miles) varios libros para defender, con multitud de ejemplos y de datos, la anterior tesis. En el último de ellos «23 things they don’t tell you about capitalism» disecciona 23 ideas comunes sobre el libre mercado incluidas en el canon de lo que Galbraith denominó «sabiduría convencional». Su lectura resulta instructiva sobre la distancia existente entre el funcionamiento del mercado y cómo se nos cuenta desde la ortodoxia como funciona el mercado. Por ejemplo, Chang muestra claramente como el espectacular éxito del sudeste asiático no es ajeno al fuerte intervencionismo de los gobiernos en aquellos países. Idea que enlaza con la tesis central de un anterior libro «Kicking Away the Ladder» (Retirar la escalera») donde ponía de manifiesto el cinismo de los países desarrollados del mundo occidental al querer negar a los países en desarrollo la «misma escalera» (entiéndase intervención pública) que ellos utilizaron para despegar económicamente en el siglo XIX.
Resumo algunas de las provocativas propuestas con las que Chang finaliza el libro:
1.- El capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos. La crítica es hacia el capitalismo de libre mercado, no a todos los tipos de capitalismo.
2.- Deberíamos construir nuestro sistema económico reconociendo que los seres humanos son agentes de racionalidad limitada.

3.- Aún reconociendo que no somos precisamente ángeles, deberíamos construir un sistema que tome lo mejor, no lo peor, de los seres humanos.
4.- Hay que dejar de creer en que la gente siempre cobran lo que merece.
5.- Es necesario conseguir un equilibrio entre la economía real y la financiera.
7.- Necesitamos gobiernos mayores y más activos.
8- El sistema económico mundial necesita ayudar «injustamente» a los países en desarrollo.
Pues

Leyendo sobre… Economía y Alquimia

Decía en una entrada anterior (aquí) «el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia», lo que me recuerda el estupendo libro de Parsons «Keynes and the quest for a moral science : a study of economics and alchemy»
La tesis principal de Wayne Parsons es que la teoría keynesiana no es un método mecánico de política económica sino un modo de pensar, de razonar sobre los fenómenos económicos. Los que asocian las propuestas keynesianas a la mera expansión fiscal se equivocan. No existe un única receta para resolver los problemas económicos, la Teoría General no es un manual de cocina con ingredientes y cantidades, sino un discurso lógico-analítico sobre las economías monetarias de producción y sus principales problemas. En palabras de Parsons: «And also like the alchemists, Keynes’s elixir was not and could never be the cure: there was no single for the philosophers’ stone. The General Theory, therefore, was not a universal panacea, but a way of thinking about the ailments of and cures for a money economy». Así pues la destreza del economista radica en tener que ofrecer unas propuestas adaptadas a cada nueva situación. Como el buen cocinero, ha de ser capaz de improvisar una receta distinta según los ingredientes de que disponga. Hago un paréntesis personal para ilustrar el argumento.

Mi madre es una excelente cocinera (imagino que como la mayoría para cada cual) pero a su manera. Cuando hace una comida estupenda  suelo pedirle la receta con los ingredientes, las cantidades y los tiempos; con los ingredientes no suele haber problema, pero sí con las cantidades y los tiempos, pues sus respuestas son del tipo «un poco de esto», «un puñado de aquello», un «pellizco de lo otro», lo dejas cocer «un rato». Ahora bien, la respuesta que más me gusta es «si la propia comida te lo pide», me pide ¿el qué?, si a mí la cacerola no me habla. Se puede cocinar siguiendo estrictamente la receta de un manual o bien por instinto conociendo las propiedades de los alimentos; en circunstancias «normales» ambos métodos proporcionan una buena comida. Ahora bien, en «circunstancias extraordinarias» si fallan los ingredientes o los utensilios el cocinero-de-manual se atasca y no sabe lo que hacer, mientras que el cocinero-por-instinto es capaz de preparar otra estupenda receta. Cierro paréntesis.
Pues bien, a mi juicio también la economía «te lo pide» de tal manera que ante situaciones extraordinarias, como la actual, nos debemos olvidar del manual de cocina al uso e improvisar recetas nuevas ante circunstancias desconocidas. (Por ejemplo, ¿tendría algo de malo monetizar una parte pequeña de la deuda pública y provocar algo de inflación?) Tal vez la explicación al impasse política actual a nivel mundial ante la crisis se deba a que los economistas sólo saben ofrecer recetas de manual, las cuales no están funcionando, y se resisten a desdecirse de sus modelos y de sus cientos de publicaciones.
Desde esta perspectiva alquimista se entiende mejor la conocidísima cita de Keynes sobre la rara combinación de dotes exigibles al buen economista: «Debe alcanzar un nivel elevado en distintas direcciones, combinando capacidades que, a menudo, no posee una misma persona. Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y hablar con palabras; contemplar lo particular bajo el prisma de lo general, abordar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo de la idea. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro. Su mirada ha de abarcar todas las partes de la naturaleza y de las instituciones humanas. Debe ser simultáneamente interesado y desinteresado; distanciado e incorruptible como el artista, y no obstante, a veces, tan pegado a la tierra como el político».

Leyendo sobre… «La Gran Transformación»

El año 2011 va a dejar un triste recuerdo en los libros de historia económica; la crisis lejos de remitir se está recrudeciendo, alimentada con episodios especulativo-financieros de incierto origen. No obstante, también pasará a la historia por ser el año en que numerosos movimiento sociales a «indignarse» y hacer manifiesta su indignación ante la dictadura del mercado. Esta «contraofensiva social» verifica la tesis que ya defendiera Karl Polanyi, en su excelente libro «La Gran Transformación«, publicado en el año 1944 y convertido en un clásico de la sociología económica. Pollanyi disecciona la experiencia histórica de la transición al capitalismo en Inglaterra para reflexionar sobre cómo la economía de mercado y la sociedad se han ido modelando mutuamente en un proceso caracterizado por dos movimientos opuestos: el movimiento del laisezz-faire hacia la expansión de la economía de mercado y la resistencia de la sociedad  frente al dominio absoluto de la mercantilización en todas las facetas de la vida. Fred Block lo resume de una forma muy gráfica en la estupenda introducción al libro: «Polanyi sostiene que la creación de una economía de mercado autorregulada requiere que los seres humanos y el ambiente natural se conviertan en simples mercancías, lo que asegura tanto la destrucción tanto de la sociedad como del ambiente. En su opinión, los teóricos de los mercados autorregulados y sus aliados empujan de forma constante a las sociedades humanas al  borde de un precipicio. Pero conforme se hacen evidentes las consecuencias de los mercados irrestrictos, los pueblos se resisten; se niegan a actuar como lémures que marchan por un acantilado hacia un suicidio colectivo. En lugar de  esto, se apartan de los dogmas de la autorregulación de los mercados para salvar de la destrucción a la sociedad y la naturaleza. En este sentido, podría decirse que el desarraigo del mercado es similar a tensar una liga gigante. Los intentos de dar mayor autonomía al mercado aumentan la tensión. Si se estira más esta liga, se romperá -lo que representaría la desintegración social- o la economía regresará a una posición de mayor arraigo»
El detonador fundamental del la gran transformación fue la mercantilización de lo que Polanyi acuñó como mercancías ficticias (frente a mercancías reales) caracterizadas por no estar originariamente destinadas al mercado, como son la tierra, el trabajo y el dinero. El deterioro ambiental, social y económico no es sino la consecuencia de convertir en meras mercancías unos elementos, cuya función natural nunca fue el serlo. Dicha mercantilización introdujo, y este es un elemento esencial, el principio de la ganancia y no la simple satisfacción de nuestras necesidades vitales, como el leitmotiv de la actividad económica, lo que terminó por desvirtuar la sociedad como un espacio de convivencia, y libertad. En palabras de Polanyi:»La unidad tradicional de una sociedad cristiana estaba siendo sustituida por una negación de la responsabilidad por parte de los ricos, en relación con las condiciones de sus semejantes… Los académicos proclamaban al unísono que se había descubierto una ciencia que dejaba fuera de toda duda a las leyes gobernantes del mundo del hombre. Fue en aras de esas leyes que se eliminó la compasión de los corazones, y que una determinación estoica de renunciar a la solidaridad humana en nombre de la mayor felicidad del mayor número obtuvo la dignidad de una religión secular» «El mecanismo de mercado se estaba afirmando y reclamando su terminación: el trabajo humano debía convertirse en una mercancía»

No obstante, pese al pesimista diagnóstico, Polanyi ve elementos para la esperanza en la resistencia de la sociedad frente al avance del mercado…
… y si estamos atentos, nosotros también podemos verlo. Movimientos sociales como el del 15M o el de Stop Desahucios son un auténtico canto de resistencia de la sociedad frente al dominio total y absoluto del principio de la ganancia y de la economía de mercado
Es cierto que el mercado es eficiente, no seré yo quien dude de ello; pero como Stiglitz acertadamente advierte en el prólogo, las condiciones para que los mercados generen por sí mismos resultados eficientes son tan estrictas, que al no cumplirse en la realidad es necesario regular e intervenir para evitar que la apisonadora del principio de la ganancia acabe con cualquier atisbo de humanidad en nuestra sociedad. Es cierto que el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia. No obstante, dicha combinación, si bien imperfecta es la única fórmula que hasta el momento ha demostrado cierto éxito.

Sobre deuda pública, inversión y especulación

Para ser sincero, cada vez entiendo menos de Economía.  Estamos viviendo unos meses de una extrema volatilidad en los mercados de deuda soberana y, por arrastre, en las bolsas y restos de mercados financieros. Este comportamiento se asemeja más al de una manada aterrorizada que al que predice la Hipótesis de los mercados eficientes y de la racionalidad de los agentes económicos. Como muestra un botón.

Si nos fijamos atentamente en el gráfico vemos como España tiene el menor déficit público de las economías consideradas y, sin embargo, ha sido objeto de algunos de los ataques más virulentos. Algunos aducen que si el efecto contagio, que si el grupo delos PIIGS, que si la «pereza» del sur, que si las altas cifras de desempleo y la rigidez del mercado laboral… pero a la hora de la verdad nuestras cifras de deuda pública hablan por sí solas y, hasta donde conocemos, las subastas de deuda pública española se colocan sin problemas y no hay en el horizonte cercano perspectivas de impago. Entonces, ¿a qué se deben los ataques? Pues eso, que no entiendo la «racionalidad» de estos mercados. Más bien me creo en la idea de que vivimos unas «finanzas de casino» dominadas por el pavor conscientemente inducido por grandes fondos de inversión con capacidad de «alterar el precio de las cosas», llámese mercados de deuda soberana u otros.
Soy de los que opinan que esta crisis está teniendo unas consecuencias devastadoras sobre la ciencia económica desde el punto de vista epistemológico. Cada día cuesta más ponerse delante de los alumnos a explicar la racionalidad del comportamiento del consumidor o la hipótesis de los mercados eficientes con la que está cayendo. Parece que la corriente dominante es incapaz, con sus elegantes y sólidos modelos teórico-formales, de dar una respuesta satisfactoria tanto teórica como de actuación política; otras corrientes son demasiado débiles como para que los líderes políticos se arriesguen a recorrer caminos nuevos de resultado incierto. Prefieren contemporizar antes que tomar una decisión equivocada, y quedan así, como el protagonista de la canción de Extremoduro: «siempre en estado de espera».
Un colega, con una dilatadísima trayectoria académica, me dice que día a día comprende menos como funciona la economía y que se siente incapaz de dar respuestas cuando sus conocidos le preguntan al respecto; empatizo con la tristeza de dedicar toda una vida al conocimiento de una materia y cuando crees que la has aprehendido darte cuenta que se te diluye entre las manos. como sigamos «a por uvas» desde la disciplina académica acabaremos cambiando el sillón de la política económica por el del psicoanalista.

Conferencia en honor de G.C.Harcout

Este fin de semana se ha celebrado en el Robinson College de Cambridge una conferencia en honor de Geoff Harcourt (aquí) organizada por la revista «Cambrige Journal of Economics». Esta conferencia ha sido un encuentro de ideas heterodoxas; pero, sobre todo, un encuentro de amigos, colegas y discípulos, llegados de todo el mundo, para dar tributo a quien consideran uno de los grandes impulsores de la corriente postkeynesiana. Yo lo he vivido desde fuera; como mero espectador. No conozco a la mayoría de los asistentes, más allá de ver su nombre firmando numerosos libros y artículos académicos, pero en el clima de la conferencia y en las conversaciones se palpa el enorme afecto que ha despertado y transmitido la figura de Harcourt en todos ellos. También ha estado presente su familia con emotivas intervenciones. En definitiva, un estupendo y merecido homenaje.

La conferencia llevaba por título «The future of capitalism» y la pregunta que recorría explícita o implícitamente  todas las sesiones es si el sistema económico actual tiene futuro a la luz de los graves problemas que afronta el primer mundo en esta «gran recesión». Paradójicamente, y contario a lo que podría suponerse a primera vista, la respuesta que dan Neoclásicos y PostKeynesianos es la misma: Sí. Ahora bien, la discrepancia está en la «pureza» del sistema. El sentir mayoritario en la conferencia, en la más pura tradición de Keynes, es que el capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos conocidos hasta la fecha; de hecho, es un buen mecanismo de asignación de recursos escasos. No obstante, existen ciertas disfunciones que conviene supervisar y controlar. En otras palabras, conviene rebajar la»pureza» de la economía de mercado, pues en altas  dosis puede ser letal. Entiéndase por pureza la visión más radical del Equilibrio General y de la eficiencia de los mercados. ¿Cómo rebajarla? Pues con controles y supervisiones que permitan armonizar las objetivos individuales sin poner en peligro el propio sistema.
Recojo, a continuación, simplemente a modo de inventario, algunas de las interesantes ideas debatidas en la conferencia.
– «Economía del exceso» frente a la «Economía de lo suficiente».- Llegará un momento en que las sociedades ricas y las clases ricas dentro de las sociedades ricas deban considerar que tienen bastante. En un anterior post ya hablamos del tema, y de cómo una creciente desigualdad puede fracturar el consenso sobre el que descansa el sistema. (aquí)
– El cinismo de la corriente ortodoxa al negar los fallos del sistema en la presente crisis del primer mundo, proponiendo más «pureza» en el mercado.- El problema es que la realidad y los hechos son muy tozudos y las cifras de la catástrofe evidentes.
– La regulación «Too-Big-To-Fail» (demasiado grande para caer) en USA ha contribuido a las fusiones y el surgimiento de los megabancos y  ha pasado de ser un instrumento de estabilización a un elemento sustancial en la estrategia corporativa de esos mismos megabancos. Sobre esta cuestión y el riesgo moral asociado a la certidumbre del rescate ya comentamos algo (Aquí)
– La financiarización del sistema (Entendida como una mayor participación del sector financiero en el PIB) es un peligro permanente de crisis cada vez más recurrentes y profundas.
– La ortodoxia económica falla al construir todo el modelo del Equilibrio General sobre la irreal hipótesis del comportamiento maximizador del agente económico en un entorno de información perfecta. La incertidumbre es una elemento esencial del sistema.
Por último también surgió el problema de la «mala salud» de que goza la tradición Keynesiana-PostKeynesiana desde los años 80 y, en particular, la Escuela de Cambridge (desplazada incluso en la Facultad y Ciudad que pueden considerarse su alma mater). El breve renacimiento de la misma en el período 2008-2010, no ha ido más que un espejismo. Entre las razones esgrimidas se encuentra la falta de incentivos para una carrera académica dentro de esta tradición. La mayoría de las revistas académicas publican principalmente artículos «ortodoxos» y esto determina la selección de miembros en los Departamentos.
Por cierto, el propio George Soros, bastante crítico con el estado actual de la Economía, su irrealismo y su escaso acierto en las propuestas para afrontar los desafíos económicos ha creado un instituto (Aquí) que trata de revertir esta situación incentivando (generosamente) otras enfoques de investigación en Economía.

Un país en la calculadora (electoral)

Saltaba la semana pasada la noticia de que en algunos círculos del PSOE se barajaba la posibilidad de un adelanto electoral para el próximo otoño. Noticia que, como ya viene siendo habitual, fue rápidamente desmentida. Un inciso y abro paréntesis: ¡qué difícil lo tiene una agente económico con expectativas racionales para crearse un escenario estable con este gobierno! Cualquier rumor o noticia confirmada o incluso ley aprobada va seguida de su contrario. Cierro paréntesis. La razón para el presunto adelanto electoral no radica en la razón de Estado o el supuesto interés general del país, sino en el cálculo electoral de: a) ¿será capaz el presente gobierno de aguantar o cada día que pasa la fuga de votos es mayor?; b) el previsible buen dato del empleo tras el verano puede ser debida y mediáticamente apropiado por el gobierno y así atribuirse un éxito en materia económica del cual extraer rédito político.
Esta estrategia meramente electoralista y cortoplacista encarna el modo y espíritu de hacer política en España de los últimos años. Primero el partido y su superviviencia, que se ha convertido en un fin en si mismo. Luego, y sólo luego, importa el país. Y encima oídos sordos a las miles de personas que salen a la calle clamando, entre otras cosas, por que la clase política deje de ser el primer problema del país y un adecuado funcionamiento de las instituciones.

Pero no. La regeneración institucional-democrática no está en la agenda; sólo el «cuántos votos ganaré o perderé si adelanto las elecciones» o, en la otra parte, «mejor callados que ya se hunden ellos solitos». Con la crisis de confianza en el legislativo, ejecutivo y judicial nadie habla de pacto de Estado y grandes acuerdos marco o, incluso, de reformas constitucionales. No. Lo único que importa es llevar siempre una calculadora en el bolsillo y ver como la realidad y los escenarios previsibles van sumando o restando votos. Cuando se llegue a una cifra que, dadas las circunstancias, minimice el desastre pues finalizamos el recuento y, se convocan elecciones; y a empezar a de nuevo.

Sobre el carácter eurorganizador del café para todos (aunque cada cual a su manera)

Hablaba en la última entrada del reto monetario que supone la enorme diversidad cultural europea. En concreto, argumentaba que la estabilidad del Euro requiere de la movilidad (perfecta para los ortodoxos) de factores productivos; en ausencia de ésta sólo una mayor centralización fiscal podrá sostener la moneda común a largo plazo y en distintas fases del ciclo económico. En resumen, «más Europa».
Retomo el tema Europea al hilo de las siguientes viñetas que, sin llegar a ser virales, han tenido una gran difusión en la red.

Las viñetas definen toda una manera de entender el proyecto de construcción europea y circulan como una explícita crítica a la Unión Europea y a la imposibilidad de tal quimera. Parece deducirse de las viñeta que Europa sólo es posible en base al pacto, a la componenda y al respeto al otro pensando en el beneficio propio. «Yo pido lo mío y luego ya negociaremos». En un principio, la identidad de intereses y la traumática experiencia de la II Guerra Mundial hicieron fácil el acuerdo respecto al café, pero parece que con las sucesivas ampliaciones el acuerdo se complica.
Extrañamente, yo lo veo justamente al revés. Precisamente esa mayor complejidad es lo que caracteriza o, mejor aún, define Europa. Europa no es un espacio geográfico sino una identidad construida a partir de la diversidad y el antagonismo; sin los cuales existiría el espacio físico pero no el concepto sociológico y cultural.   En mi opinión hay «más Europa» en la segunda viñeta que en la primera; de hecho, la segunda es realmente Europa y la primera un mero acuerdo entre caballeros.

Mi particular lectura de las viñetas está fuertemente influenciada por el libro «Pensar Europa» del filósofo francés Edgar Morin. El autor considera que la identidad Europea emerge con el cristianismo [El islam hace Europa (la aísla) y Europa se hace contra el Islam (lo enfrenta)] e irrumpe con fuerza con el «torbellino histórico Euroorganizador» que fueron el renacimiento y la Edad Moderna caracterizadas por las inter-retroacciones conflictivas entre Estados y sociedades. Los Estados no son homogéneos sino fruto del bricolaje de alianzas, herencias, anexiones y guerras. Europa se configura como el batiburrillo de esos batiburrillos. La identidad cultural europea se constituye a partir del fértil encuentro de la diversidad, el antagonismo y la complementariedad.
Por tanto, las divisiones y conflictos son las causas de la diversidad cultural que, en sí misma, es constitutiva de la identidad de Europa y su signo más distintivo.
En entradas anteriores he reclamado «más Europa» como respuesta a los retos económicos. Ahora también la reclamo como respuesta a los retos globales, sociales y políticos.
Como advierte Morin, la conciencia europea se haya subdesarrollada respecto a los progresos reales de la comunidad de destino. Una comunidad de destino que se refuerza ante el enemigo común. El problema es que al desaparecer los enemigos intraeuropeos, el enemigo queda ya en nosotros mismo: la catalepsia, la descomposición y el fatalismo.
Una pena, pues Europa aún puede seguir siendo un referente para el mundo si abraza lo más distintivo de su ser: la cultura judeo-cristiana-grecolatina, marcada por la espiritualidad, el humanismo, la racionalidad y la democracia.

Sobre El Euro, la diversidad Europea y la perfecta movilidad de factores

La semana pasada recorrí con mi familia en coche los 2000 Km que separan Albacete de
Cambridge. Un larguísimo viaje que nos permitió recorrer un buen tramo de la geografía Europea, pasando por tres de sus grandes capitales (Madrid-Paris-Londres). En autopista los kilómetros pasan rápido y a la misma velocidad vas viendo como cambian el paisaje, los campos, la orografía, la arquitectura… y, en la última parte, incluso la manera de conducir y el sistema métrico. (Esperemos que la conversión Km-millas no me depare ningún susto de las autoridades de tráfico británicas)
Me decía un viejo profesor que en Estados Unidos recorres 5.000 kilómetros y parece como si no hubieras cambiado de ciudad. Las mismas casas, la misma gastronomía y restaurantes, los mismos espacios de ocio y consumo… y, por descontado, el mismo idioma. Aquí, en Europa, en cambio, recorres 1000 Kms y te encuentras absolutamente desorientado; máxime si esos kilómetros los recorres por el centro del continente, donde cambias varias veces de país. Quizás esta enorme diversidad de usos y costumbre, geografías, culturas y lenguas que es Europa sea uno de los principales obstáculos a los que se enfrenta el Euro y la consolidación de la Unión Monetaria.

Ya comenté en una entrada anterior (aquí)que la consideración de un espacio geográfico como Zona Monetaria Óptima requería el cumplimiento de algunas o todas de los siguientes condiciones: flexibilidad de precios y salarios, perfecta movilidad de factores y un sistema fiscal centralizado.
Pensemos en el segundo de los requisitos y los obstáculos a la perfecta movilidad de factores productivos. Parece que el factor capital no tiene mayores problemas; ahora bien, en el caso del factor trabajo, la enorme diversidad de la que venimos hablando puede ser una barrera psicológica difícil de superar. No es lo mismo recorrer 5.000 Km y comer las mismas hamburguesas y hablar el mismo idioma que recorrer 2.000 Km y cambiar la paella por el «fish-and-chips» o la «salchicha y el chucrut» y no entender lo programas de humor de la TV. Nos sorprende ver en las películas americanas como una familia empaqueta  su casa y su vida en el maletero de una ranchera e inician una nueva vida en la otra costa americana buscando nuevas oportunidades, aprovechando ofertas de promoción dentro de su empresa o por otras mil razones; ¿se imaginan esa misma disposición a viajar en el ámbito europeo?
En los últimos años parece que esta barrera psicológica ha disminuido sustancialmente debido a las generaciones de jóvenes bien formados, con idiomas y deseos de conocer nuevos países (el programa Erasmus en el ámbito universitario ha contribuido notablemente a esta movilidad); no obstante pensemos ¿qué porcentaje de la masa laboral representan estas generaciones sin miedo a la movilidad? A todas luces parece que las emigración laboral intraeuropea no será la solución para las tensiones que la pérdida de competitividad de algunos países y el enorme desempleo están introduciendo en el Euro. Estamos demasiados apegados al terruño como para dejarlo todo y emprender aventuras en territorios desconocidos. Seguimos pensando que ¡más vale lo malo conocido…!
En resumen, sin perfecta movilidad de factores y con la rigidez a la baja de los precios y salarios sólo queda apostar por un sistema fiscal centralizado para dotar a la Eurozona de la cohesión que requiere la estabilidad de una moneda común; es decir, frente al euroescepticismo y la crisis del proyecto monetario europeo lo que necesitamos es Más Europa.