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(Re)definiendo el objeto de la Economía

Como cada inicio de curso, toca empezar definiendo lo que es la Economía. Cualquier libro de texto que cojan vendrá a decir cosas más o menos parecidas a que «la economía es a ciencia que estudia la asignación eficiente de los recursos escasos» o que «la economía es el estudio de cómo la sociedad gestiona sus recursos escasos».

Definición que si ya poco me gustaba antes, cuando estudiante, ahora, como profesor, no me gusta nada; no por incierta, sino por incompleta.

En primer lugar, teniendo en cuenta que la escasez de recursos es un concepto extremadamente relativo y contextual geográfica y temporalmente, ¿Quiere ello decir que donde no hay escasez de un determinado recurso, la ciencia económica no tiene nada que decir? La respuesta convencional nos diría que los recursos son escasos por definición, dado que las necesidades son ilimitadas; pero lo que realmente es ilimitado son los deseos  no las necesidades (biológico-culturales). Y eso sitúa la discusión en un plano totalmente distinto: el de la creciente desigualdad en la distribución de recursos y el de la ética de un sistema en el que se da la paradójica situación de no saber qué hacer con los excedentes alimentarios con las hambrunas, al tiempo que aumenta la miseria y desnutrición a nivel global. No me gusta ponerme cuasi-demagógico con estas cuestiones, pero es lo que hay.
En segundo lugar porque la «eficiencia» en la asignación dependerá de los criterios que «a priori» establezcamos cómo válidos sobre la conducta de los agentes económicos. Si consideramos que los agentes son maximizadores de utilidad y beneficios, lo que consideremos eficiente, habrá de ser necesariamente distinto de si, por ejemplo, los individuos son principalmente satisfacedores de necesidades y que sus objetivos vitales van más allá del meramente material-crematístico.
Por tanto pienso que lo relevante para la Economía no es sólo estudiar la asignación eficiente de recursos asociada a una determinada racionalidad del agente económico (también conocido como homo oeconomicus), sino ir mucho más allá y cuestionar y estudiar la validez universal de dicha racionalidad. Por tanto la economía más que la ciencia que estudia la gestión de recursos escasos, realmente es la ciencia que estudia los incentivos y las consecuencias distributivas de los mismos. 
Desde hace ya algunas décadas, numerosos economistas y psicológicos andan desbrozando la senda de la «Economía del Comportamiento» y, aunque lentamente, sus conclusiones se van colando en los manuales de Microeconomía. No obstante, hasta que la definición clásica en los manuales no cambie de la primera a la segunda no habremos concedido a los incentivos el formidable poder que tienen para modelar el mundo que nos rodea. Los impulsos agregados de millones de personas y nada más es lo que mueve el mundo, y esos impulsos están condicionados por incentivos .
El próximo campo de batalla en el que se diriman los éxitos o fracasos tanto de las organizaciones (Empresas, instituciones, estados…) como el de las sociedades será el del «diseño de los incentivos». Vaya por delante que creo que la libertad de elegir está por encima de cualquier consideración de ingeniería social, pero no es menos cierto que los miembros de una colectividad tienen el derecho de decidir libremente los incentivos que mejor satisfacen sus preferencias como colectivo.
Hizo falta un holocausto para ponernos de acuerdo sobre los derechos universales del ser humano, esperemos que no haga falta otra catástrofe similar para diseñar y educar en los incentivos que nos dignifican como especie.

El triunfo de la Economía

Me viene a la memoria estos días algo que escuché hace unos años: «La Economía sería la ciencia «dominante» en el siglo XXI, al igual que la Teología lo fué durante buena parte de la Edad Media y Moderna». Me acordaba estos días pues, desde el inicio de esta crisis, parece que no hay vida más allá de la Economía. Todas las mañanas nos despertamos con noticias sobre bancos, empresas, déficit público, rescates, préstamos, recortes, desempleo, divisas, comercio exterior… conocemos mejor el valor de la prima de riesgo española que del precio del Kg de patatas (si no me creen, hagan la prueba). En definitiva, la Economía nos ha dominado… y es una pena.
Digo que es una pena, pues el «Proyecto vital» que se nos ofrece, basado en el enriquecimiento personal (ingresos) y el colectivo (PIB), nos está llevando a confundir el medio con el fín. Los recursos económicos son un medio para vivir más, para vivir mejor, para ser más felices. Sin embargo, relacionamos prosperidad con placeres materiales (consumo conspicuo), olvidándonos de aquellos bienes de orden superior (salud y felicidad de nuestras familias y amigos, confianza en la comunidad, carácter dignificador del trabajo, placeres intelectuales, disfrutar de la naturaleza…) que, aunque requieren dinero, no requieren ser esclavos del dinero. Es sorprendente, cómo las horas de trabajo que libera el desarrollo tecnológico se destinan a trabajar más para producir más y consumir más y no al cultivo de la dimensión personal y social.

Por cierto, el paralelismo como ciencia dominante Teología (S. XVI)-Economía (S. XXI) resulta interesante en su interpretación literal, pero lo es más, en su lectura simbólica. ¡Quizás la Economía ortodoxa tenga más de Fe y Creencia que de racionalismo científico! No se explica de otra manera la cantidad de paradigmas económicos que coexisten en la actualidad y la feroz crítica a la sabiduría convencional  desde corrientes alternativas o heterodoxas

Por otra parte, la realidad es tozuda y parece empeñarse en desdecir continuamente lo que la corriente principal (Consenso Washington o similar) demuestra con elegantes modelos matemáticos.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre «¿Quien se está comiendo la tarta?»

Hoy se pone en marcha el períodico «Economía Digital» de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Albacete, centro en el que trabajo.
Interesante iniciativa para acercar la universidad a la sociedad que la sustenta y a la que se debe.
Mi primera colaboración se titula  ¿Quién se está comiendo la tarta?

Una de las metáforas preferidas entre los adalides de la eficiencia de los mercados y del estado mínimo suele ser la de la tarta. Consideran que lo realmente importante es el crecimiento de la misma (léase riqueza) sin importar su distribución. De hecho, si la tarta es mayor, todo el mundo recibirá una porción superior a la del año anterior, lo cual redundará en una mejora de la situación de la población con menores ingresos. Lo importante, pues, no son las comparaciones interpersonales sino los incrementos de riqueza individual; que la porción que corresponde al 10% más rico crezca mucho más que la que corresponde al 10% más pobre, es hasta cierto punto irrelevante pues todo el mundo pilla bocado. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la tarta deja de crecer y, sin embargo, la porción de los ricos sigue aumentando?
Recientemente la OCDE ha publicado un interesantísimo informeen el que muestra cómo la desigualdad entre ricos y pobres ha aumentado en todos los países miembros de la organización durante las tres últimas décadas. En términos medios, el 10% de la población más rica tiene un ingreso nueve veces superior al del 10% de la población más pobre. Estas cifras han aumentado incluso en países con amplia tradición redistributiva como Alemania, Dinamarca y Suecia. En el extremo de la escala se encuentra Chile, país en el que la diferencia se eleva a 25 veces.  ¿Tendrán algo que ver los Chicago Boys? En el caso de España, la desigualdad se sitúa alrededor de la media OCDE, pero contrariamente al resto de países, ésta se ha reducido en un 20% hasta el año 2008. No obstante, en los dos últimos años la diferencia está aumentando. Veremos cómo evoluciona en el futuro, pero o mucho me equivoco o aumentará espectacularmente, dado el desempleo masivo en el sector de la construcción, cuyos altos salarios durante el boom seguramente explicarían buena parte de la disminución de la desigualdad hasta el 2008.
En cualquier caso, los datos y el diagnóstico por parte de la OCDE son contundentes. Los ricos son mucho más ricos y siguen apropiándose de porciones mayores de una tarta que, por el momento, ha dejado de crecer; estrategia que puede volverse dramáticamente en su contra. Esta situación rompe con el contrato social que ha dado estabilidad a las sociedades occidentales en los últimos 60 años. Poner en riesgo dicha estabilidad por una actitud de maximización de beneficios a corto plazo puede ser como tirar piedras contra el propio tejado. En un interesante artículoJoseph E. Stiglitz sugiere que los ricos están jugando con fuego, pues su destino y bienestar está asociado al del resto de la población. Los muros de sus mansiones  y urbanizaciones no los protegerán de las revueltas sociales, como la historia ha mostrado en repetidas ocasiones. Incluso un razonamiento economicista advierte de lo equivocado de esta estrategia, pues si quieren preservar su status quo a largo plazo, deberán empezar por devolver a la sociedad parte de lo que la sociedad les da. Mayores impuestos u otras formas de compartir parte de su riqueza no deberían ser anatema sino su tabla de legitimización ante la sociedad.

Pintan bastos a menos que las autoridades monetarias tiren de chequera

Cuando la deuda pública parece que nos da un respiro y los mercados nos prestan más dinero a un precio menor (aquí), va el FMI y nos fastidia el desayuno. Por lo visto se ha filtrado un documento en el que el organismo financiero rebaja su previsión respecto al crecimiento de la economía española; de hecho no es una rebaja sino un cambio de signo. De afirmar hace 4 meses que España crecería al 1,7% (aquí) pasa a sostener que entrará en recesión los dos próximos años. Hasta la semana que viene no publicarán el informe oficial, pero ya vemos por donde pueden ir los tiros.

La pregunta realmente interesantes es qué ha ocurrido en el interín para que el FMI cambie tan drásticamente sus proyecciones. Pues o mucho me equivoco o la respuesta hemos de buscarla en el monumental ajuste fiscal que se está aplicando en la economía española. Este ajuste tendrá un impacto directo en la contracción de la demanda y, lo que es más preocupante, en las expectativas de la ciudadanía. Los agentes económicos no acaba de confiar en el efecto expansivo de la austeridad fiscal, principal argumento teórico subyacente a las políticas contractivas que se vienen aplicando desde el 2010. Políticas que parece que no acaban de funcionar. ¿persistir en el error no será errar dos veces? Esto me recuerda una conversación de hace un par de noches con un amigo que con mucho cinismo (leáse mala leche) me preguntaba: oye Fabiete, ¿con tantos economistas listos que hay en el mundo (también había mala leche en la omisión personal implícita al formular la pregunta) cómo es que no acabamos de salir de ésta?
Mi respuesta fue la que ya vengo dando, más o menos explícitamente, en este blog. Nos hemos empeñado en el control del déficit como principal política contra la crisis, esperando que el ajuste devuelva la confianza a los agentes privados, olvidando que el principal problema es la demanda, el crédito y la nula inflación. El dinero que las autoridades monetarias inyectan en la banca no llega a los hogares pues prefieren utilizarlo para recapitalizarse o comprar deuda pública (lo de que el BCE preste barato a la banca para que ésta preste más caro a los gobiernos es para nota) y el dinero que llega a los hogares se ahorra en espera de tiempos peores o se utilizar para pagar deudas con lo cual no moviliza nueva producción. ¿Qué hacer pues? Mi propuesta, sabiéndome del guión, de los textos cuasi-bíblicos que proponen los manuales de economía convencional sería: Línea de crédito ilimitada a interés 0 por parte de las autoridades monetarias para que las administraciones públicas puedan pagar las deudas ya contraídas (no para nuevas).
Nota.- si constitucionalmente el BCE no puede hacerlo (Art. 101), pues se cambia la constitución UE, pues «la ley está hecha para el hombre…» o bien se hace a través de otros intermediarios (FMI)
Las ventajas serían:
  • Introducir liquidez en la economía.
  • Minorar el déficit público, debido al menor coste de financiación.
  • Acabar con la incertidumbre de los proveedores del sector público.
  • Leve inflación que desapalanque en parte las economías domésticas y las empresas.
Los posibles inconvenientes
  • Descontrol de la inflación.
  • Pérdida de competitividad exterior; aunque vemos que en el contexto internacional llevamos las de perder en la competencia vía precios.
  • Riesgo moral del derroche público; al final viene alguien y paga la factura de la fiesta. 

Creo que los dos primeros son asumibles dado el nivel de desempleo y las nulas perspectivas de crecimiento.

En relación con el «riesgo moral», creo que se ha aprendido la lección de que en época de auge el Estado debe ahorrar, y no derrochar suntuariamente, para cuando vienen mal dadas; siendo entonces el momento de gastar. Y si los políticos no lo han aprendido, pues se aplican con rigor las leyes de estabilidad. En cualquier caso, errores pasados no debe estar permanentemente lastrando el futuro. La factura de la fiesta hay que pagarla como sea y cuanto antes y pasar página y si cierta heterodoxia monetaria nos puede ayudar a salir de ésta, pues bienvenida sea.

Ponerle puertas al campo

La noticia de que la justicia absuelve a un creador de programas de intercambio de archivos del delito de infracción de la propiedad intelectual (aquí) me recuerda aquella primera entrada con la que iniciaba este blog hace 9 meses (aquí). De alguna manera esta sentencia, algunas anteriores, (y las que creo vendrán) confirman la tesis que entonces defendía. Decía entonces que la industria de contenidos culturales, especialmente la audiovisual, encontró un auténtico filón de oro en la música enlatada. El precio de venta que la gente estaba dispuesto a pagar por un cd (en muchos casos infamemente presentado y empaquetado, por el que pagamos 3.000pts, cuando el mismo vinilo, mucho más costoso, de producir se vendía rentablemente por 1.000) permitió que la industria gozara de unos «beneficios extraordinarios»; descontados incluso los multimillonarios contratos con los artistas, que subireron como la espuma en los 80 o 90. Ahora bien, como todo estudiante de Economía de primer curso bien sabe, los beneficios extraordinarios no son sostenibles a largo plazo, pues atraen nuevos capitales al negocio en busca de explotar el mismo producto o innovar sobre él producto o el proceso.
El sector audiovisual, al igual que el informático, es un ejemplo de manual sobre el que poder aplicar la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter. Negocio que se van y negocios que vienen, empleos que se destruyen pero que se ven compensados por aquellos otros que se crean impulsados por un emprendedor con la mirada puesta en el horizonte del monopolio, con el deseo de conquistar el mercado sabiendo que su reinado siempre será efímero, pues el beneficio extraordinario atrae la competencia sin que regulaciones y límites lo puedan contener.
Por todo ello, no entiendo porqué la industria cultural sigue empecinada en parapetarse, con millonarios gastos en costas y minutas, en un modelo de negocio caduco. Como mucho conseguirán dilatar la transición, pero no impedirla. Considerando los recursos de que disponen, mejor les iría en liderar el cambio en el modelo de negocio del mundo digital, ofreciendo contenidos de calidad, fácilmente accesibles y a precios justos. Pero no, parecen empeñadas en ponerle puertas al campo y en prolongar artificialmente una guerra que van a perder. No obstante, bien pensado lo mismo es una inteligente táctica dilatoria que les permita ganar tiempo mientras encuentran las estrategias que les permitan encontrarse a sí mismas «en la nube». Aunque no creo.

Ecuaciones vs Arte y buen oficio

Lo siento, pero creo que de esta no salimos a base de ecuaciones.
La instrumentalidad de la economía axiomática es indudable, pero la realidad suele ser muy tozuda. Las ecuaciones, los modelos y las políticas económicas (herramientas) que de ellos se derivan funcionan relativamente bien en circunstancias «normales» pero no en circunstancias «extraordinarias», como con las que ahora mismo nos toca lidiar. Para arreglar el euro, vamos a necesitar algo más que las herramientas convencionales.
El siguiente ejemplo puede ser ilustrativo. Imaginemos un ingeniero al que le encargan la construcción de un puente. Con toda seguridad el proyecto será «perfecto» en los planos y las cargas, medidas, distancias… cuadrarán con precisión milimétrica. Ahora bien, en la fase de ejecución, la dirección de obra se enfrentará a innumerables contratiempos que habrá de solucionar sobre el terreno, tomando decisiones que alteren los parámetros inicialmente proyectados; de lo contrario, peligra la el puente en sí y su buen funcionamiento. por otra parte, no está de más recordar que cuando los técnicos se empecinan en obviar la realidad, aumentan las posibilidades del desastre, como de cuando en cuando nos recuerdan trágicas noticias (un puente o una carretera arrastrados por la riada, una urbanización anegada….). Como ya hemos señalado la realidad suele ser muy tozuda. Abro paréntesis. Este ejemplo me vino a la cabeza al recordar la historia que un abuelo me contó sobre la construcción de la variante de su pueblo. Los ingenieros diseñaron el trazado y los mayores del lugar les advirtieron el trazado pasaba por una torrentera natural; los ingenieros obviaron el consejo con el resultado de que cuando llueve en abundancia el agua impide la circulación. Cierro paréntesis.
Retomo el discurso económico. Pensemos ahora cual es la actitud de nuestros prohombres europeos a la hora de afrontar los problemas asociados al Euro. Puede que los mercados funcionen eficientemente pero, habrá de reconocerse que no siempre es así, que surgen contratiempos y que los contratiempos requieren «modificar» los planos originales y aplicar soluciones imaginativas. No parece ser el caso. Los líderes europeos, asesorados por sesudos (y ortodoxos) economistas, han decidido seguir construyendo el Euro con los planos originales (sin inflación y controlando el déficit público). Esta ortodoxa política económica, que sería muy recomendable en «circunstancias normales», no parece serlo ahora pues o bien no conseguirá solucionar el problema a corto plazo o bien lo conseguirá a un coste humano y social altísimo.
Ya comenté anteriormente que la Economía tiene algo de Alquimia (Aquí). Las formulas magistrales (léase ecuaciones) no suelen ser de aplicabilidad universal y el buen economista es aquel que sabe cómo combinar los ingredientes, según las cambiantes circunstancias, para obtener el resultado deseado. Es decir, que necesitamos mucho arte y buen oficio y no sólo ecuaciones convencionales, válidas sólo para circunstancias normales.

Eurobonos SI, Eurobonos NO

Si algo está dejando claro la señora Merkel estos días-semanas es que hay dos cosas de las que no quiere ni oir hablar y mentárselas es mentarle a la bicha, a saber: los Eurobonos y la posibilidad de monetizar la deuda (que el BCE compre deuda pública de forma ilimitada). Las razones, a mi juicio, son principalmente tres de índole económico y una de índole pedagógico-punitivo. Empecemos por las económicas. En primer lugar, hay que señalar el pavoroso miedo a la inflación que campa por aquel país (el trauma de la hiperinflacción, el caos económico y su influencia en la llegada del nazismo ha quedado grabado de forma indeleble en la psicología colectiva alemana). En segundo lugar, no debemos olvidar la racionalidad maximizadora de beneficios que les lleva a preferir endeudarse más barato individualmente que más caro colectivamente; la pela es la pela. En tercer lugar, Alemania quiere preservar el interés de su banca con grandes cantidades de deuda soberana de dudosa solvencia y salvar los trastos lo más que pueda. Todas ellas razones muy ortodoxas y muy respetables.

Ahora bien, a mi juicio, la principal es el deseo de disciplinar a los díscolos y perezosos vecinos del sur que andan de fiesta en fiesta, viviendo a crédito por encima de sus posibilidades y queriendo dilatar el momento en que llega el cobrador del frac a base de nuevos préstamos. Si mamá Merkel viene ahora con la eurochequera, paga los desperfectos de la fiesta y simplemente da una reprimenda a los niños puede que éstos se lo tomen a chunga y vuelvan a las andadas. Por eso, dice que no paga hasta que no mejoren su compartamiento. (Esto es lo que los economistas llamamos técnicamente problema de riesgo moral).
Varias cuestiones habría que indicarle a la señora Merkel al respecto.

  • Primero, que el problema del riesgo-moral-país es importante pero no lo es menos que el riesgo-moral-banca TBTF (too big to fall) y, sin embargo, parece que el tratamiento ha sido completamente distinto. Los rescates billonarios desde el 2008 parece que no duelen al bolsillo; máxime cuando alguna porción del déficit fiscal se debe a esos rescates.
  • Segundo, el ambicioso y utópico proyecto de la Unión Europea, que Jean Monnet supo condensar en una preciosa frase (no coaligamos estados, unimos hombres), y que ha permitido el mayor período de paz y prosperidad en toda la historia de Europa, no puede construirse sólo en torno al mero concepto economicista de «¿Cuanto pastel me toca? o ¿qué hay de lo mío?».
  • Tercero, Alemania parece querer empujar al díscolo Sur al abismo con intención terapéutica; es decir, sólo cuando veamos el precipicio bajo nuestros pies nos pondremos en serio a trabajar (reformas, austeridad…). En otras palabras quiere meter miedo pero no nos dejará caer, porque no le interesa. El problema es que cuando se juega tan al borde, alguno puede tropezar y caerse.

 Si creemos, de verdad, en el proyecto de los «Estados Unidos de Europa» (Churchill Dixit) la actitud no puede ser dejar caer al rezagado. Como, de hecho, Alemania no hizo con sus hermanos del Este, aunque le costara incurrir en enormes déficits. Ya sabemos que el cáncer de pulmón lo provoca el consumo de tabaco y por esos invertimos en educar contra el tabaquismo; ahora bien, no se le niega la atención médica necesaria cuando el fumador cae enfermo y todos corremos con el gasto, aunque sea exclusivamente culpa de quien decidió comprar una cajetilla de tabaco (riesgo-moral-tabaco) . Pues esto es parecido, hay que educar en la disciplina fiscal, el esfuerzo, la austeridad… y en vigilar que todos remamos en la misma dirección pero si alguien se cae del barco hay que lanzarle un flotador antes que permitir que se ahogue. No vale el argumento de que así la barca más ligera. Si todos nos beneficiamos del Euro, todos tenemos que remar.
Señora Merkel, ¡hay que estar a las duras y las maduras!

El «imperium» de los mercados

En Historia de la Teoría Política se conoce como la «cuestión de las investiduras» al conflicto, que a finales del siglo XII, enfrentó a papas y emperadores del sacro imperio romano germano. La cuestión la podemos resumir de la siguiente forma: si el papa es la máxima autoridad religiosa, en él recae la facultad de investir a los clérigos y a él le debe obediencia; ahora bien, los feudos territoriales eclesiásticos prestaban vasallaje, al igual que los laicos, al rey quien, por tanto, quería controlar también los nombramientos. Esta cuestión no era sino un enfrentamiento entre el poder civil y el eclesiástico sobre a quien debe obediencia el clero y, en definitiva, sobre quien recaía el «imperium» o la capacidad de ejercer el poder. Ambas trataban de fundamentar teológicamente la fuente de su poder: el papado esgrimía ser el representante de Dios en la tierra; el emperador que gobernaba «por la gracia de Dios». Al final se impuso una distribución de competencias: el papa consagraba y el emperador nombraba titular de un feudo; eso sí, con la capacidad de veto del emperador sobre candidatos conflictivos. Ya se sabe que lo terrenal nos pilla más cerca que el castigo divino.

Me acordaba de esta historia de conflicto de competencias y de confusión de roles a la luz de los recientes acontecimientos en la política italiana que han culminado en la dimisión del primer ministro Silvio Berlusconi. No seré yo quien levante la mano en favor de dicho personaje, pero sí por la forma en que han transcurrido los acontecimientos. Puede que la ciudadanía italiana estuviera harta de su primer ministro, de su desvergüenza, de su descaro, de su falta de escrúpulo al mezclar la esfera público-privada, de su falta de respeto por la dignidad del cargo y por la ética de la profesión política. de su…  ahora bien,  una cosa es que dimita por la presión popular y otra que tenga que huir a la carrera por la presión de los mercados, lo cual parece haber sido el caso.
Si no recuerdo mal de cuando estudiaba teoría política, la soberanía popular reside en el pueblo y, en democracia, se manifiesta en las elecciones y el subsiguiente proceso de votaciones para escoger a los representantes del pueblo (otro día hablaremos de lo poco que hace la clase política por dignificar el cargo). Los mercados no tienen capacidad legal para elegir o destituir (en este caso por la vía de los hechos) a los representantes; sin embargo, parece que el «imperium» moderno reside en estos entes abstractos con la increíble capacidad de determinar con detalle las políticas públicas e, incluso, derrocar gobiernos.
No tengo especial animadversión contra los mercados financieros ni una percepción diabólica de los mismos. Son instituciones que ejercen un papel fundamental: canalizan los ahorros y el dinero en busca de inversiones provechosas y al hacerlo proporcionan el aceite necesario para que funcione el engranaje de la economía de mercado. No obstante, cuando los mercados funcionan de forma descontrolada y desordenada, cuando «todo vale» por ofrecer cifras que aplaquen a las fieras-agencias de rating, cuando se abandona el parqué para entrar en el casino algo deja de funcionar como debe. La teocracia del mercado puede sancionar los cargos y dar su bendición al nuevo gobierno pero la elección es y debe ser del pueblo y sólo de él.

Leyendo sobre… Los mitos del capitalismo

Decía en una entrada anterior (aquí) que «conviene rebajar la»pureza» de la economía de mercado, pues en altas dosis puede ser letal». Daniel Rodrik (desconozco si de forma original) expresa la misma idea con la metáfora de la limonada: «Los mercados son la esencia de una economía de mercado, de la misma manera que los limones son la esencia de la limonada. El zumo de limón puro no se puede beber. Para hacer buena limonada, necesitas mezclarlo con azúcar y agua. Por supuesto, si pones demasiada agua en la mezcla, arruinas la limonada, al igual que la excesiva intromisión del gobierno puede hacer disfuncionales los mercados. El truco está en no descartar el agua y el azúcar, sino en mezclarlas en la proporción adecuada» (aquí). Ha-Joon Chang, profesor en Cambridge y un reputado economísta neokeynesiano, ha publicado (y vendido por cientos de miles) varios libros para defender, con multitud de ejemplos y de datos, la anterior tesis. En el último de ellos «23 things they don’t tell you about capitalism» disecciona 23 ideas comunes sobre el libre mercado incluidas en el canon de lo que Galbraith denominó «sabiduría convencional». Su lectura resulta instructiva sobre la distancia existente entre el funcionamiento del mercado y cómo se nos cuenta desde la ortodoxia como funciona el mercado. Por ejemplo, Chang muestra claramente como el espectacular éxito del sudeste asiático no es ajeno al fuerte intervencionismo de los gobiernos en aquellos países. Idea que enlaza con la tesis central de un anterior libro «Kicking Away the Ladder» (Retirar la escalera») donde ponía de manifiesto el cinismo de los países desarrollados del mundo occidental al querer negar a los países en desarrollo la «misma escalera» (entiéndase intervención pública) que ellos utilizaron para despegar económicamente en el siglo XIX.
Resumo algunas de las provocativas propuestas con las que Chang finaliza el libro:
1.- El capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos. La crítica es hacia el capitalismo de libre mercado, no a todos los tipos de capitalismo.
2.- Deberíamos construir nuestro sistema económico reconociendo que los seres humanos son agentes de racionalidad limitada.

3.- Aún reconociendo que no somos precisamente ángeles, deberíamos construir un sistema que tome lo mejor, no lo peor, de los seres humanos.
4.- Hay que dejar de creer en que la gente siempre cobran lo que merece.
5.- Es necesario conseguir un equilibrio entre la economía real y la financiera.
7.- Necesitamos gobiernos mayores y más activos.
8- El sistema económico mundial necesita ayudar «injustamente» a los países en desarrollo.
Pues

Sobre deuda pública, inversión y especulación

Para ser sincero, cada vez entiendo menos de Economía.  Estamos viviendo unos meses de una extrema volatilidad en los mercados de deuda soberana y, por arrastre, en las bolsas y restos de mercados financieros. Este comportamiento se asemeja más al de una manada aterrorizada que al que predice la Hipótesis de los mercados eficientes y de la racionalidad de los agentes económicos. Como muestra un botón.

Si nos fijamos atentamente en el gráfico vemos como España tiene el menor déficit público de las economías consideradas y, sin embargo, ha sido objeto de algunos de los ataques más virulentos. Algunos aducen que si el efecto contagio, que si el grupo delos PIIGS, que si la «pereza» del sur, que si las altas cifras de desempleo y la rigidez del mercado laboral… pero a la hora de la verdad nuestras cifras de deuda pública hablan por sí solas y, hasta donde conocemos, las subastas de deuda pública española se colocan sin problemas y no hay en el horizonte cercano perspectivas de impago. Entonces, ¿a qué se deben los ataques? Pues eso, que no entiendo la «racionalidad» de estos mercados. Más bien me creo en la idea de que vivimos unas «finanzas de casino» dominadas por el pavor conscientemente inducido por grandes fondos de inversión con capacidad de «alterar el precio de las cosas», llámese mercados de deuda soberana u otros.
Soy de los que opinan que esta crisis está teniendo unas consecuencias devastadoras sobre la ciencia económica desde el punto de vista epistemológico. Cada día cuesta más ponerse delante de los alumnos a explicar la racionalidad del comportamiento del consumidor o la hipótesis de los mercados eficientes con la que está cayendo. Parece que la corriente dominante es incapaz, con sus elegantes y sólidos modelos teórico-formales, de dar una respuesta satisfactoria tanto teórica como de actuación política; otras corrientes son demasiado débiles como para que los líderes políticos se arriesguen a recorrer caminos nuevos de resultado incierto. Prefieren contemporizar antes que tomar una decisión equivocada, y quedan así, como el protagonista de la canción de Extremoduro: «siempre en estado de espera».
Un colega, con una dilatadísima trayectoria académica, me dice que día a día comprende menos como funciona la economía y que se siente incapaz de dar respuestas cuando sus conocidos le preguntan al respecto; empatizo con la tristeza de dedicar toda una vida al conocimiento de una materia y cuando crees que la has aprehendido darte cuenta que se te diluye entre las manos. como sigamos «a por uvas» desde la disciplina académica acabaremos cambiando el sillón de la política económica por el del psicoanalista.