Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo Adam Smith o el Apóstol del Capitalismo de libre mercado que nunca fue
Archivo del Autor: FABIO MONSALVE SERRANO
Artículo en «Economía Digital»: Sobre «¿Quien se está comiendo la tarta?»
Hoy se pone en marcha el períodico «Economía Digital» de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Albacete, centro en el que trabajo.
Interesante iniciativa para acercar la universidad a la sociedad que la sustenta y a la que se debe.
Mi primera colaboración se titula ¿Quién se está comiendo la tarta?
Prostitución (de ideas) Académica
Pensé en titular esta entrada «Prostitución Académica», a secas, pero decidí aclarar el asunto entre paréntesis, pues los buscadores de internet los carga el diablo y no quiero que alguien, buscando otro tipo de contenidos, llegue hasta aquí y se sienta un tanto decepcionado por no ser mi foto la que esperaba encontrar.
En el mundo anglosajón desde hace décadas y en el español, principalmente desde la reforma universitaria concretada en la LOU-LOMLOU, el éxito académico está directamente relacionado con la calidad de las publicaciones que uno pueda acreditar. Dicha calidad se suele medir por el factor de impacto; es decir, por el número de veces que el artículo y la revista en que aparece son citadas. Con estos números se construyen índices, convertidos en el patrón de medida de la excelencia académica. A mayor número de citas corresponde una posición más elevada en el índice y mayor influencia y prestigio. El índice más utilizado a nivel internacional es el de Thomson (Journal Citation Report). En España disponemos de uno elaborado por la Universidad de Granada (In-RECS).
La banca del futuro
Ayer tuve una visión. Me imaginé como será la banca del futuro. ¿y porqué? Pues porque me pasó algo un pelín aterrador. Les cuento.
Tengo una cuenta corriente en una sucursal de uno de los grandes bancos del país, del que, además, el director es buen amigo. Como todo hijo de vecino cuando tengo algún problema o gestión, o bien me paso por la oficina o bien le llamo por teléfono. Por circunstancias que no vienen al caso, decidí cancelar una tarjeta de crédito; hablo con el director para que tramite la oportuna baja y me dice que él ya no puede hacer nada, que tengo que llamar a un 902. Se me cayeron los palos del sombrajo. ¿Porqué? Ahora les cuento.
Esa misma mañana había decidido sumergirme en las turbulentas aguas de intentar modificar las condiciones de una línea ADSL. Ya saben: peleas y más peleas con teleoperadores sin capacidad de resolución de problemas, departamentos de atención al cliente, departamentos de bajas, musiquitas chill-out y largas esperas entre todos los eslabones del protocolo y, para mas inri, pagando un 902 (que cambian cada semana) pues no les sale de los santos poner un teléfono convencional que nos resulte gratis. ¿Porqué decidí meterme en ese lío que ya conocía? Pues porque pasar de una línea de 50MB a una de 6MB y me dijeron que era imposible, que tenía que hacerlo por tramos: de 50 a 30; de 30 a 15; y de 15 a 6 y dejar pasar una hora entre cada orden ¿Se pueden creer el disparate? Al final lo conseguí previo darme de baja y atender la llamada del departamento de calidad, el cual me tuvo que ofrecer unas condiciones excepcionales para que me quedara, con lo que, encima, perdieron dinero. Y yo me pregunto ¿Qué ganará la compañía con exprimir así al cliente y generar en él una desconfianza difícil de subsanar? No lo puedo entender. Pero ese es otro tema.
Se imaginan, pues, mi sorpresa cuando me pasan con un 902 para dar de baja una tarjeta de crédito que yo había contratado físicamente y firmado en una sucursal del banco. Hace tiempo que soy usuario de banca electrónica, pero esto era otra cosa. La atención, eso sí, fue exquisita; no obstante demos tiempo al tiempo y verán. Si el modelo predatorio del sector de las telecomunicaciones es el futuro de los servicios financieros apañados vamos.
Me cuentan algunos amigos, directores de sucursal, que hace tiempo que su capacidad de maniobra es nula. Antes, podían apostar por un cliente; conocían su trayectoria, su familia, sus ilusiones y, sobre todo, confiaban en él. Ahora el rostro se pierde; un departamento de créditos analiza los números, una fórmula matemática arroja un resultado y dice si ha lugar al préstamo… o tararí que te ví.
Una de las razones de la inflación de hipotecas basura en USA está relacionada con el hecho de que el vendedor de hipotecas (al igual que el de tarjetas) cobra a comisión y, además, no sufre los efectos del impago, pues dicha hipoteca se empaqueta con otros productos financieros y se revende. Este sistema incentiva enormemente las hipotecas de baja calidad. En España, con todos sus usos y abusos, el mecanismo es algo distinto. El banco, hasta ahora, tenía un trato personal con el cliente y, supuestamente, creía en su solvencia pues es el principal perjudicado en caso de impago. Pero me dá que esto se va a acabar. La prestación de servicios mediante comunicación electrónica presenta dos grandes ventajas: ahorra costes y, sobre todo, elimina el trato personal, lo que facilita las decisiones drásticas eliminando la posibilidad de compasión que a todo ser humano nos genera la desgracia con rostro. Personalmente, creo que esta estrategia cortoplacista es a la larga una mala inversión. Pero ¿quien le dice que no a unos suculentos beneficios millonarios?; y el que venga detrás que arree.
Leyendo sobre… Crisis, incentivos y (Des)confianza.
Recientemente he terminado la lectura del último libro de Stiglitz «Freefall : America, free markets, and the sinking of the world economy«. Una nueva acometida del nobel de Economía, Ex-Vicepresidente del Banco Mundial y Profesor de Columbia contra el modo de entender la economía y la ciencia económica de neoliberales y allegados.
La lectura del libro me traía continuamente a la memorial el documental Inside Job del que hablé en una entrada anterior. El enfoque, el análisis y el diagnóstico son muy similares; obviamente con las salvedades que establece el formato. Disfruté viendo el documental y también lo he hecho leyendo el libro. Quizá más pues aparece de forma recurrente dos ideas que considero fundamentales para entender la crisis y sus consecuencias.
Para Stiglitz la razón principal de la crisis es un problema de incentivos. El sistema financiero se ha diseñado de tal manera que existe un fortísimo incentivo al beneficio cortoplacista y una nula consideración de las externalidades negativas que esta actitud genera. Por ejemplo; si los vendedores de hipotecas o tarjetas de crédito trabajan a comisión, su principal incentivo será vender tantas como puedan con independencia de la calidad del prestatario, pues ellos no asumirán las consecuencias del impago sino aquellos otros agentes a quien las vendan en forma de derivados financieros. En todo este proceso la externalidad negativa para la sociedad que implica el impago en masa, en forma de crisis, no se tiene en cuenta por parte de las agentes privados que se lucraron con dichas ventas.
Una segunda idea que, por mis especiales preocupaciones, me parece más interesantes es la insostenibilidad de la sociedad capitalista por la mutua desconfianza que genera entre los agentes económicos. Si realmente los agentes económicos se comportan como establecen los modelos racionalistas económicos, nadie se fiará de nadie pues todo el mundo trata de aprovecharse al máximo de la contraparte en cada operación. Es cierto que generalmente, una transacción económica se realiza porque beneficia a ambas partes, pero en un entorno excesivamente competitivo, predatorio y con información asimétrica podemos racionalmente a empezar a dudar sobre la honestidad de todos los agentes y si la transacción se ha realizado en unos términos justos. Cuando las prácticas deshonestas se generalizan, la desconfianza bloquea los mercados (como ha ocurrido con el de los préstamos financieros o el de los pagos a plazos a proveedores) y el sistema entero sale perjudicado.
Creo, y esta es una amarga conclusión personal, que el modelo de sociedad capitalista que nos hemos empeñado en construir se está llevando por delante el sentido de comunidad, de ciudadanía compartida y comprometida con el otro, que los seres humanos, en cuanto animales sociales (Aristóteles dixit) necesitamos para poder subsistir tanto biológica (nadie es autosuficiente) como relacional.
Estoy absolutamente convencido de que la mayoría de la gentes es honesta en sus relaciones económicas, pero también de que ese nivel de calidad moral de nuestra sociedad se está degradando de una manera acelerada bajo la presión mediática del poder del dinero, de tal manera que todo vale para aumentar las cifras de la cuenta corriente. Pero no todo vale.
Pintan bastos a menos que las autoridades monetarias tiren de chequera
Cuando la deuda pública parece que nos da un respiro y los mercados nos prestan más dinero a un precio menor (aquí), va el FMI y nos fastidia el desayuno. Por lo visto se ha filtrado un documento en el que el organismo financiero rebaja su previsión respecto al crecimiento de la economía española; de hecho no es una rebaja sino un cambio de signo. De afirmar hace 4 meses que España crecería al 1,7% (aquí) pasa a sostener que entrará en recesión los dos próximos años. Hasta la semana que viene no publicarán el informe oficial, pero ya vemos por donde pueden ir los tiros.
- Introducir liquidez en la economía.
- Minorar el déficit público, debido al menor coste de financiación.
- Acabar con la incertidumbre de los proveedores del sector público.
- Leve inflación que desapalanque en parte las economías domésticas y las empresas.
- Descontrol de la inflación.
- Pérdida de competitividad exterior; aunque vemos que en el contexto internacional llevamos las de perder en la competencia vía precios.
- Riesgo moral del derroche público; al final viene alguien y paga la factura de la fiesta.
Creo que los dos primeros son asumibles dado el nivel de desempleo y las nulas perspectivas de crecimiento.
Sobre la «casta» política
Comentaba en una entrada anterior (aquí), al hilo del caso Berlusconi, que la defenestración de un político por parte de los mercados no es el orden natural de las cosas en las democracias occidentales. Un político dimite por voluntad propia o por la presión popular pero no debería dimitir por la presión de los mercados.(materializada en el diferencial de deuda). Otra cuestión bien distinta es que se lo tenga merecido y que buena parte de la ciudadanía italiana duerma más tranquila con Mario Monti al timón. Pero en democracia, las formas son importantes, muy importantes.
Lo anterior, sin embargo, no exime de exigir responsabilidad a la clase política. Los casos de corrupción se suceden en las cabeceras de los periódicos dejando en la ciudadanía la sensación de que los políticos se lo han estado llevando crudo; de que este es un país de amiguetes (quien no tiene padrino…), de despilfarro y obras faraónicas, de clientelismo, de que el que venga detrás que arree… y no es así; o al menos yo así lo quiero creer. Entre administración local, comarcal (según casos), provincial, regional, nacional y europea son miles los políticos de este país, muchos de ellos no remunerados (administración local) que ejercen su cargo con vocación de servicios a sus ciudadanos. No obstante, la amplificación mediática de los escándalos, su relativamente gran número y lo escabroso de los detalles oscurece ese labor y provoca que los ciudadanos metan en el mismo cesto de la casta-política-privilegiada-e-insensible-a-los-problemas-del-ciudadano a todo cargo electo. Y esto no es justo.
Ahora bien, donde sí veo una culpa colectiva por parte de la clase política es, primero, en no apartar con la suficiente diligencia las manzanas podridas del cesto y, segundo, en anteponer sus problemas e intereses corporativos, orgánicos y electorales a los del interés general del país. Estas dos actitudes son las que, a mi juicio, explican el desapego y distanciamiento de los españoles hacia su clase política.
No puede ser que con la que está cayendo los ciudadanos perciban a la clase política y a los partidos como el tercer gran problema del país (aquí) y no como la solución. Algo no funciona.
Sobre la Navidad
La navidad se está convirtiendo en una molesta china en el zapato para la coherencia discursiva de la civilización occidental de tradición judeo-cristiana. Si bien, no molesta a todos, ni a todos de la misma manera.
Para la minoría cristiana practicante la china ni siquiera existe, por el momento; y vive con toda su significación cultual y religiosa estas fechas. Un segundo grupo, integrado por el resto de cristianos no practicantes, agnósticos y ateos indiferentes viven la navidad con ciertos adornos característicos de las fechas (árboles, belenes, tarjetas y buenos deseos) pero desprovista de su dimensión religiosa; podríamos hablar de un grupo «sin complicaciones»; respetan a la vez que exigen ser respetados. Un tercer grupo, los ateos militantes y expresamente beligerantes son los que se enfrentan a mayores incongruencias y, paradójicamente, los que se ponen un pelín pesados con el tema y aburren al más pintado de cualquiera de los otros grupos.
En la navidad actual, razón, sentimiento y negocio se entremezclan formando una extraña salsa. La razón laica y atea no quiere conmemorar la fiesta más emblemática del cristianismo, pero el sentimiento no puede resistirse a buscar y reencontrarse año tras año con la calidez humana y el instinto maternal de acogida que impregna estos días la gran mayoría de los hogares. Por otra parte, los centros comerciales, verdaderos nuevos templos del siglo XXI, han montado un enorme escenario de luces, velas, estrellas, bonachones-vestidos-de-rojo-con-barba-blanca, espumillón y burbujas para conmemorar algo a lo que la razón se resiste. Algunos tratan de reencontrar la coherencia en el «solsticio de invierno» y ancestrales ritos cósmicos pero no saben lo que hacer con los adornos culturales que decoran estos días. Es un anticlericalismo con festín en nochebuena y brindis con champán.
Por el momento, querámoslo o no la navidad tiene una profunda significación cultural que merece su conocimiento y, sobre todo, respeto. Escribo esta entrada escuchando el Mesías de Haendel. Una obra que conmueve sin ser creyente, pero que se disfruta mucho más cuando sabe interpretarse los textos. La experiencia de Fe es otra cosa bien distinta y queda restringido al ámbito personalísimo del individudo.
Por cierto, Feliz Navidad
PS. Margarite Yourcenar tiene una excelente glosa sobre la navidad (recientemente descubierta gracias a mi hermenéutico amigo) que no puedo dejar de transcribir como epítome del no creyente ilustrado y respetuoso con su tradición cultural.
La época de las Navidades comercializadas ha llegado ya. Para casi todo el mundo –dejando aparte a los miserables, lo que nos da muchas excepciones- es un alto para el descanso, cálido e iluminado, en el período grisáceo del invierno. Para la mayoría de los que hoy celebran estos dóas, la gran fiesta cristiana se limita a dos ritos: comprar de manera más o menos compulsiva unos objetos útiles o no, y atracarse o atracar a las personas de su círculo más íntimo, en una inextricable mezcla de sentimientos donde entran a partes iguales el deseo de complacer, la ostentación y la necesidad de darse uno también un poco de buena vida. Y no olvidemos a los abetos siempre verdes cortados en el bosque –símbolos muy antiguos de la perennidad vegetal y que acaban por morir al calor de las calefacciones- ni a los teleféricos que sueltan a sus esquiadores sobre la nieve inviolada.
Yo no soy católica (salvo por nacimiento y tradición), ni protestante (salvo por algunas lecturas y por la influencia de algunos grandes ejemplos), ni siquiera cristiana en el sentido pleno del término, pero todo me lleva a celebrar esta fiesta tan rica en significaciones y también su cortejo de fiestas menores como el día de San Nicolás y la Santa Lucía nórdicas, la Candelaria y la Fiesta de los Reyes Magos. Pero limitémonos a hablar de la Navidad, esa fiesta que es de todos. Lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo. Se trata de gente pobre: una antigua balada francesa nos describe a María y a José buscando tímidamente por toda Belén una posada al alcance de su bolsillo, sin que nadie acepte alojarlos, ya que los posaderos prefieren a unos clientes más brillantes y más ricos, siendo finalmente insultados por uno de los que “aborrecen a los pobretones”. Es la fiesta de los hombres de buena voluntad –como decía una fórmula que no siempre encontramos ahora, desgraciadamente, en las versiones modernas de los Evangelios-, desde la sirvienta sordomuda de los cuentos de la Edad Media, que ayudó a María en el parto hasta José que calentó ante una escasa lumbre los pañales del recién nacido, y hasta los pastores embadurnados de grasa de oveja y a quienes Dios juzgó dignos de ser visitados por los ángeles. Es la fiesta de una raza a menudo a menudo despreciada y perseguida, puesto que el Recién Nacido del gran mito cristiano aparece en la tierra como un niño judío (empleo la palabra mito con respeto, como la emplean los etnólogos de nuestro tiempo, y como algo que significa las grandes verdades que nos superan y a las que necesitamos para vivir).
Es la fiesta de los animales que participan en el misterio sagrado de esa noche, maravilloso símbolo cuya importancia comprendieron algunos santos y sobre todo San Francisco, pero en el que han descuidado y descuidan inspirarse muchos cristianos corrientes. Es la fiesta de la comunidad humana, ya que es, o será dentro de unos días, la de los Tres Reyes cuya leyenda nos cuenta que uno de ellos era Negro, alegorizando así todas las razas de la tierra que llevan al niño la variedad de sus dones. Es una fiesta de gozo, pero también tenida de patetismo, puesto que ese pequeño a quien se adora será algún día el Hombre de los Dolores. Es finalmente, la fiesta de la misma Tierra, que en los íconos de la Europa del Este vemos a menudo postrada a la entrada de la gruta en donde el niño escogió nacer; de la Tierra que en su marcha rebasa esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera. Y por esta razón, antes de que la Iglesia fijara esa fecha para el nacimiento de Cristo, era ya, en épocas remotas, la fiesta del Sol.
Parece que no es malo recordar esas cosas, que todo el mundo sabe y que tantos de nosotros olvidan.
Ponerle puertas al campo
La noticia de que la justicia absuelve a un creador de programas de intercambio de archivos del delito de infracción de la propiedad intelectual (aquí) me recuerda aquella primera entrada con la que iniciaba este blog hace 9 meses (aquí). De alguna manera esta sentencia, algunas anteriores, (y las que creo vendrán) confirman la tesis que entonces defendía. Decía entonces que la industria de contenidos culturales, especialmente la audiovisual, encontró un auténtico filón de oro en la música enlatada. El precio de venta que la gente estaba dispuesto a pagar por un cd (en muchos casos infamemente presentado y empaquetado, por el que pagamos 3.000pts, cuando el mismo vinilo, mucho más costoso, de producir se vendía rentablemente por 1.000) permitió que la industria gozara de unos «beneficios extraordinarios»; descontados incluso los multimillonarios contratos con los artistas, que subireron como la espuma en los 80 o 90. Ahora bien, como todo estudiante de Economía de primer curso bien sabe, los beneficios extraordinarios no son sostenibles a largo plazo, pues atraen nuevos capitales al negocio en busca de explotar el mismo producto o innovar sobre él producto o el proceso.
El sector audiovisual, al igual que el informático, es un ejemplo de manual sobre el que poder aplicar la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter. Negocio que se van y negocios que vienen, empleos que se destruyen pero que se ven compensados por aquellos otros que se crean impulsados por un emprendedor con la mirada puesta en el horizonte del monopolio, con el deseo de conquistar el mercado sabiendo que su reinado siempre será efímero, pues el beneficio extraordinario atrae la competencia sin que regulaciones y límites lo puedan contener.
Por todo ello, no entiendo porqué la industria cultural sigue empecinada en parapetarse, con millonarios gastos en costas y minutas, en un modelo de negocio caduco. Como mucho conseguirán dilatar la transición, pero no impedirla. Considerando los recursos de que disponen, mejor les iría en liderar el cambio en el modelo de negocio del mundo digital, ofreciendo contenidos de calidad, fácilmente accesibles y a precios justos. Pero no, parecen empeñadas en ponerle puertas al campo y en prolongar artificialmente una guerra que van a perder. No obstante, bien pensado lo mismo es una inteligente táctica dilatoria que les permita ganar tiempo mientras encuentran las estrategias que les permitan encontrarse a sí mismas «en la nube». Aunque no creo.
Ecuaciones vs Arte y buen oficio
Lo siento, pero creo que de esta no salimos a base de ecuaciones.
La instrumentalidad de la economía axiomática es indudable, pero la realidad suele ser muy tozuda. Las ecuaciones, los modelos y las políticas económicas (herramientas) que de ellos se derivan funcionan relativamente bien en circunstancias «normales» pero no en circunstancias «extraordinarias», como con las que ahora mismo nos toca lidiar. Para arreglar el euro, vamos a necesitar algo más que las herramientas convencionales.
El siguiente ejemplo puede ser ilustrativo. Imaginemos un ingeniero al que le encargan la construcción de un puente. Con toda seguridad el proyecto será «perfecto» en los planos y las cargas, medidas, distancias… cuadrarán con precisión milimétrica. Ahora bien, en la fase de ejecución, la dirección de obra se enfrentará a innumerables contratiempos que habrá de solucionar sobre el terreno, tomando decisiones que alteren los parámetros inicialmente proyectados; de lo contrario, peligra la el puente en sí y su buen funcionamiento. por otra parte, no está de más recordar que cuando los técnicos se empecinan en obviar la realidad, aumentan las posibilidades del desastre, como de cuando en cuando nos recuerdan trágicas noticias (un puente o una carretera arrastrados por la riada, una urbanización anegada….). Como ya hemos señalado la realidad suele ser muy tozuda. Abro paréntesis. Este ejemplo me vino a la cabeza al recordar la historia que un abuelo me contó sobre la construcción de la variante de su pueblo. Los ingenieros diseñaron el trazado y los mayores del lugar les advirtieron el trazado pasaba por una torrentera natural; los ingenieros obviaron el consejo con el resultado de que cuando llueve en abundancia el agua impide la circulación. Cierro paréntesis.
Retomo el discurso económico. Pensemos ahora cual es la actitud de nuestros prohombres europeos a la hora de afrontar los problemas asociados al Euro. Puede que los mercados funcionen eficientemente pero, habrá de reconocerse que no siempre es así, que surgen contratiempos y que los contratiempos requieren «modificar» los planos originales y aplicar soluciones imaginativas. No parece ser el caso. Los líderes europeos, asesorados por sesudos (y ortodoxos) economistas, han decidido seguir construyendo el Euro con los planos originales (sin inflación y controlando el déficit público). Esta ortodoxa política económica, que sería muy recomendable en «circunstancias normales», no parece serlo ahora pues o bien no conseguirá solucionar el problema a corto plazo o bien lo conseguirá a un coste humano y social altísimo.
Ya comenté anteriormente que la Economía tiene algo de Alquimia (Aquí). Las formulas magistrales (léase ecuaciones) no suelen ser de aplicabilidad universal y el buen economista es aquel que sabe cómo combinar los ingredientes, según las cambiantes circunstancias, para obtener el resultado deseado. Es decir, que necesitamos mucho arte y buen oficio y no sólo ecuaciones convencionales, válidas sólo para circunstancias normales.