La ONU, a modo de santoral laico, se mantiene en su empeño de dedicar una día internacional a aquellas cosas que considera importantes para la humanidad. (La verdad es que no sé que hará cuando llegue a 365. ¿o quizás es que no hay tantas que merezcan la pena?. Bueno eso es harina de otro costal). Continúo.Uno delos últimos días en llegar ha sido el «Día Internacional de la Felicidad». Concepto elusivo donde los haya; y Quizá la meta más íntima y última del ser humano. Con motivo de tal efeméride, internet se ha llenado de artículos que diseccionan el tema (aquí) y, sobre todo, de recetarios para conseguir tan ansiado estado; entre otros (aquí). Cuya búsqueda, por otra parte, fijó como un derecho inalienable la Declaración de independencia Americana al mismo nivel que el de la vida y la libertad. Y los Economistas, ¿que opinan al respecto?. Pues opinan mucho, de hecho hay una completa rama denominada «Economía de la Felicidad» que trata desvelar las relaciones que existen entre Economía y Felicidad, si es que existen. Uno de los retos fundamentales de esta disciplina es tratar de responder a la conocida como «paradoja de Easterling«, en la que se verifica que,una vez las necesidades básicas están cubiertas, los niveles medios de felicidad comparables entre países no están relacionados tanto con el dinero absoluto: un americano de clase media con cuatro veces más renta que un español de clase media, no es cuatro veces más feliz. Ademas, otro dato crucial es que el aumento sustancial de la renta desde los años 50 del siglo XX, no ha aumentado los niveles de felicidad. Lo que parecería indicar que no existe una correlación directa entre dinero y felicidad, superado el umbral de las necesidades básicas. Llevaría razón entonces Woody Allen en su famosa frase: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia».
El año pasado tuve la suerte de tutorizar un Trabajo Fin de Grado sobre las relaciones entre Felicidad y Economía, abordadas desde el Pensamiento Económico. El alumno se centró en diseccionar las dos concepciones sobre la Felicidad que parecen recorrer la Historia del Pensamiento Económico. La primera, que denominamos hedonista, hundiría sus raíces más lejanas en el epicureísmo, si bien adquiriría carta de naturaleza en la disciplina económica con el utilitarismo o la idea de «proporcionar el mayor placer al mayor número posible».Esta concepción hedonista articulada en torno al utilitarismo y el concepto de interés propio sería la predominante en la Economía convencional actual y cuya filosofia subyace en los complejos modelos neoclásicos actuales. La segunda concepción, que dimos en denominar humanista, hundiría sus raíces en Aristóteles y su concepción de la felicidad como consecución de las virtudes que ennoblecen y dignifican al ser humano: fortaleza, templaza, justicia, inteligencia o la prudencia. La felicidad como actividad de perfeccionamiento y no como meros estados placenteros. Pese a la influencia Aristotélica en el pensamiento occidental, su «visión» de la felicidad no caló entre los economistas en su etapa de formación como disciplina científica, guiados únicamente por el concepto de utilidad. Smith intentó frenar el egoísmo del «interés propio» con la moderación que debe introducir en el hombre virtuoso la empatía por la situación de los demás, pero no convenció mucho, y sus seguidores se quedaron básicamente con que cuando uno va a lo suyo toda la sociedad se beneficia. Entre los grandes economistas, tendríamos que esperar hasta Keynes y su concepto de «la buena vida» para recuperar la concepción más humanista de la felicidad. Para Keynes, la tecnología nos libraría del trabajo y entonces el ser humano podría dedicarse realmente a las cosas que ennoblecen el alma y proporcionan verdadera felicidad, tales como la amistad, la búsquedad de la belleza, la salud, disfrutar de la naturaleza y el tiempo libre, sentirse bien con uno mismo, sentirse amado y amar. Skidelsky, en un reciente libro, actualiza el mensaje Aristotélcio y Keynesiano para decirnos que realmente el umbral de lo suficiente para ser felices no es tan caro como pensamos. Acabo con una advertencia de Skidelsky que ya comentaba en un post anterior sobre el tema (aquí), La buena vida no es aquella que simplemente se desea, sino aquella que es deseable o merecedora de ser deseada según unos criterios éticos relacionados con la dignidad humana. En otras palabras, nuestro objetivo como individuos y ciudadanos no es meramente ser feliz (como sucesión de estados placenteros) sino tener rezones para ser feliz. El matiz es importante pues introduce el compromiso moral con nuestros congéneres.
Y tú, con qué concepción te quedas: ¿la hedonista o la humanista?