Constitución 40 años: La pacificación de la existencia

Sorprende que la conmemoración de los 40 años de la Constitución se vea rodeada del entusiasmo de las gentes de cierta edad, pero con frialdad en los sectores más jóvenes. Nuestro entusiasmo se asienta en la inmensa satisfacción de haber contribuido a romper la ley de acero de la historia de España desde 1808: una situación de guerra civil recurrente, primero entre afrancesados y nacionalistas, que es lo que fue también la guerra de la independencia, después las sucesivas guerras carlistas y con el trágico final de la guerra civil y la larga dictadura. Pero lo cierto es que lo mismo aconteció en Europa al terminar la II Guerra Mundial, cuando se quiso poner fin a una Europa en guerra civil permanente, principalmente las dos llamadas mundiales y la franco-prusiana en el último tercio del siglo anterior. La receta fue tanto la adopción de los sistemas democráticos, garantizados por la genial innovación de los Tribunales Constitucionales, como trazar un pacto entre los trabajadores y el capital, constituyendo lo que llamamos Estado Social. Además, se propusieron acabar con la disputa por las riquezas naturales, fuente envenenada de todas las guerras, creando la primera comunidad europea, que fue precisamente la del carbón y el acero y luego todo el Mercado Común, que ha llevado a la actual Unión Europea.

En España conocíamos bien las recetas, es decir, la Constitución de un Estado Social y democrático de Derecho y la integración en las instituciones europeas. Todo fue muy bien, pero en Castilla- la Mancha lo deberíamos saber mejor que otros. La Constitución estableció el autogobierno y gracias a él y a su impulso hemos conseguido una sanidad de calidad para todos, 20 veces mejor que la del tiempo de la beneficencia, un sistema educativo valioso que llega hasta el más lejano pueblo y una Universidad que todavía resplandece a pesar de los seis años de severa infra financiación. En infraestructuras el salto es increíble, con el ave y las autopistas comunicando todas las capitales de la Región, frente al “campo a través” tradicional. Pero no todo está cumplido: la gran tubería manchega debe terminarse en sus ramales de abastecimiento final para garantizar el agua de las poblaciones y de la industria en las próximas sequías, que con el cambio climático irán a más, los trasvases deben someterse a la ley y a la sostenibilidad, y no puede haber un aeropuerto gigantesco del que el gobierno no se ocupe políticamente, aunque no lo haga financieramente, más que como lo haría con una gran empresa capaz de crear más de mil empleos a nada que se ponga en funcionamiento.

A su vez la integración en las instituciones europeas nos ha permitido alcanzar una renta agrícola desconocida en nuestra historia, la financiación de las infraestructuras anteriormente mencionadas, la de la educación y la de la Universidad. Pero lo más importante que no podemos olvidar es que la pertenencia a la Unión Europea impidió la quiebra de España, que hubiera supuesto la ruina, con, entre otros efectos, la suspensión de los sueldos de los funcionarios y de las pensiones.

Pero no podemos dejar de lado la profunda crisis económica y social que se produjo desde 2010, que redujo drásticamente el Estado del Bienestar, lanzando al desempleo a centenares de jóvenes, precarizando el existente y creando graves bolsas de pobreza, especialmente entre los desempleados mayores y entre un buen número de familias monomarentales. Ha sido en éste doloroso sistema social en el que nace el desapego de los jóvenes respecto de la Constitución y las instituciones.

Lo fundamental de la Constitución es que, además de consagrar la democracia, supuso la pacificación de la existencia de este país, largo tiempo engolfado en el abuso, en la necesidad y en los conflictos civiles y esto es lo que hay que recuperar, acabando con el desempleo masivo y con la precarización de los empleos y salarios. Esta es la materia que reclama hoy el consenso de entonces y, además, sentido común.

Luis Arroyo Zapatero, Diciembre 2018, Diario La Tribuna