Sobre riqueza e igualdad

Periódicamente, estamos acostumbrado a leer y escuchar titulares del tipo el X% de la población más rica acapara el Y% de la riqueza mundial o el Z% de la población mundial vive con menos de 1$ al día. Son titulares impactantes, dramáticos que reflejan el egoísmo sistémico del capitalismo y la anestesia moral del primer mundo. Pues bien, aunque todos esos titulares nos suenan ya a sabidos, el siguiento vídeo los presenta de una manera gráfica, distinta y, si cabe, más impactante. Merece la pena invertir 3,52 minutos en repensar en «como asignamos los recursos escasos eficientemente» y recordar la lección-advertencia de Stiglitz sobre los peligros revolucionario de la desigualdad y el consejo de Skidelsky sobre la buena vida.
Ps. El video está en Inglés, pero se entiende extraordinariamente bien.

Los «austeros» también se equivocan

Esta semana la blogosfera económica ha estado muy entretenida con los errores metodológicos y de cálculo de Reinhart y Rogoff, prestigiosos académicos y autores de un estudio de historia económica que venía a demostrar empíricamente la tesis de la «austeridad expansiva«. Este trabajo se había convertido en uno de los textos sagrados de los tecnócratas adalides de la austeridad… hasta esta semana.
Un nuevo estudio de Thomas Herdon, un estudiante de 28 años, avalado por sus profesores Ash y Polín, ha puesto al descubierto relevantes errores metodológicos y de cálculo en el trabajo de Reinhart y Rogoff, quienes no han tenido más remedio que reconocerlo. Esos sí, manteniendo que los pequeños errores en el cálculo no alteran, en lo sustancial la tesis central del artículo: elevadas deudas públicas se traducen en decrecimientos del PIB. Desde luego como actitud científica no tiene desperdicio. Planteo una hipótesis, la corroboro empíricamente (no dudo de la honestidad científica) y, cuando la demostración se confirma inválida, mantengo la conclusión principal. Ó parafraseando el conocido adagio periodístico: que la realidad no te estropee una buena tesis científica, máxime si encaja en la más pura ortodoxia económica.
No obstante, dado que la realidad se manifiesta tozuda, el «sostenella pero no enmedalla» se complica. El siguiente gráfico del, nada sospechoso, «the economist» parece contradecir la insistencia de Reinhart and Rogoff

Claramente se ve, como por debajo de deudas del 90%, los resultados de uno y otro estudio difieren en las magnitudes, pero no en el sentido del crecimiento; lo relevante ocurre en países con deuda muy elevada. Aquí ambos estudios muestra conclusiones radicalmente diferentes. Y, por el momento, el de Reinhart y Rogoff es el único estudio con errores demostrados. Por tanto, la pretendida generalidad científica de la austeridad expansiva, no se ve avalada por los hechos.
La consecuencia del dislate, no es menor. FMI y UE han articulado toda su estrategia económica anti-recesió, en torno a la verdad científica de la «austeridad». Si ya no es tan verdad, ¿recapacitarán nuestros «econocratas» y corregirán el rumbo? Me temo que no. Y eso, a pesar de que desde dentro del FMI ya se cuestionó a principios de año los efectos positivos de la austeridad, reconociendo que en sus estudios podrían haber subestimado el efecto de los multiplicadores fiscales y, por tanto, el impacto de la reducción del gasto público sobre la economía. Es cierto, que desde el FMI y la UE algunas voces reclaman más tiempo y menos austeridad para los ajustes pero, por el momento, desde Alemania no se afloja la cuerda.
Ya comenté en una entrada anterior que lo de la «austeridad expansiva» me sonaba a «Oxímoron poético». Una política austera, podrá ser beneficiosa (tengo mis dudas que siempre y en cualquier circunstancia) pero expansiva, lo que se dice expansiva nunca podrá ser. Mantener esta idea, no implica defender el gasto y el despilfarro, simplemente reconocer que a base de recortes exclusivamente no se puede crecer. La ciencia no lo avala (por el momento) y la realidad lo confirma.

El modelo Renta-Gasto pasado por agua.

Asistiendo a una conferencia en la Facultad de Economía de Cambridge, me encontré con una maquinaria ciertamente extraña para estar en un aula de Economía. A los pocos días, en una visita al Museo de las Ciencias de Londres, me topé con el mismo cacharro. En la etiqueta ponía «Phillip’s Economic computer» y según se describía era una máquina hidráulica para explicar el flujo circular de la renta. La máquina fue diseñada por el ingeniero, convertido en economista, Bill Phillips (1914-1975) y se construyeron 14 para dar clases de Economía. ¡Jesús, del amor hermosos! La pasión ingenieril británica no tiene límites, pensé. Abres un grifo, llenas una máquina de agua, ajustas unas válvulas según a los súbditos de su graciosa majestad les dé por consumir más o venirse a tomar el sol a Benidorm o a su gobierno por elevar los impuestos y ¡voila! tienes resumida la economía británica. Si no me creen, observen:

Y si les ha sabido a poco o les quedan dudas, aquí tienen una clase completa.
Para los alumnos y ex-alumnos de Introducción a la Economía, la idea les resultará familiar, pues la máquina representa el primer modelo sistemático de explicación de la realidad económica al que se acercan los alumnos al entrar en la aulas de cualquier facultad de Economía del mundo es el modelo Renta-Gasto que, en términos sencillos, relaciona la producción de un país con un múltiplo de la demanda esperada. Es decir, los empresarios producen lo que esperan vender a los consumidores, al gobierno y al resto del mundo. En otras palabras, la demanda que se espera en el siguiente período del ciclo determina la producción en el presente. O sea: Keynes en estado puro.
El modelo resulta atractivo por su capacidad explicativa a partir de unos supuestos sencillos y un álgebra aún más sencilla, tanto en economías simples como con sector público y exterior.
Hay quien considera que no es más que una formalización de la contabilidad nacional a posteriori y cuya presunta capacidad predictiva depende de algo tan intangible y poco cuantificable como los estados de ánimo (animal spirits); lo cual, en definitiva, no resultad de mucha ayuda para el que tiene que ajustar las válvulas (leáse el artífice de la política económica).
En cualquier caso, no me negarán que como innovación pedagógica mola un montón.

La familia, para lo bueno y para lo malo

Lo Malo.
Uno de los aspectos más comentados del denominado «informe Wert para la reforma universitaria» es el aspecto de la desfuncionarización del profesorado. Para los miembros de la «Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario Español» (con excepción del voto particular) uno de los elementos que explicarían la baja posición (matizable, por cierto) de las universidades españolas en los rankings internacionales (aquí aquí) serían la falta de incentivos y competitividad asociados al sistema funcionarial. La Comisión deja traslucir cierta querencia por el modelo anglosajón en que los centros gozan de gran autonomía para contratar (y remunerar) a su personal, en la confianza de que la dirección fichará a los mejores pues de ello depende su propia supervivencia y la rendición de cuentas ante la sociedad.
El comentado programa Salvados «cuestión de Educación» reflejaba similar planteamiento al describir el sistema del profesorado finlandés. No hay carrera funcionarial, sino fichajes de los mejores, para ofrecer los mejores resultados ante la sociedad (y ocupar los puestos más altos en los rankings).
Indudablemente, estoy convencido de que en abstracto, un planteamiento gerencial y competitivo alienta la contratación de los mejores. No obstante, si algo nos ha enseñado la economía institucional es que las circunstancias importan. Y que, con demasiada frecuencia, la tozudez de la realidad destroza un excelente, elegante y científico modelo académico.

Pensemos ahora en la propuesta de «fichajes» por estos lares, donde los vínculos familiares son sagrados, la partitocracia política tiene una enorme capacidad de presión y donde las envidias, nos hacen recelar de la cualificación de cualquiera. Bueno, no hace falta que pensemos mucho: históricamente cerca tenemos la figura Galdosiana del Cesante, tan característica de la alternancia política de finales del XIX. De hecho, el actual estatuto tan garantista de la Función Pública, se planteó como una respuesta ante el disparate de las Cesantías y el nepotismo. Pero como los españoles somos de naturaleza tozuda y persistente, visto la imposibilidad de funcionarizar a familiares y amigos pues optamos por un camino intermedio a través de los cargos de confianza. Hemos sustituido la figura del funcionario cesante, por la del cargo de confianza cesante, en expectativa de destino. En definitiva, parece ser que hemos hecho del «quien no tiene padrino no se bautiza» toda una filosofía de inserción laboral. Así pues, ya me dirán como casamos esta psicología socio-laboral con dotar a los equipos gerentes de centros educativos con el poder de contratar a quien quieran y por el salario que quieran.
Desde este punto de vista, las relaciones familiares serían un fuerte hándicap para implantar modelos más competitivos.
Lo bueno.
Como hemos visto las familias latinas son muy exigentes con sus miembros a la hora de demandar apoyos, pero también generosas -a la hora de dar cobertura económica y emocional ante reveses de la vida. ¿Cómo explicar que con una tasa de paro del 26% y con las miles de ejecuciones de desahucio anuales no estemos ante revueltas sociales más cruentas? Pues porque las familias están acogiendo, de vuelta, a hijos con familias enteras. El trauma de pedir «asilo» a tus propios padres tras independizarte durante 10,20 o 30 años debe ser mayúsculo, pero ese techo y esa comida están librando a miles de familias, provenientes de una clase media acomodada, de la exclusión social. Las organizaciones asistenciales están alertando de que la crudeza de la crisis está tensando excesivamente las relaciones familiares pero, por el momento, el dique resiste.

Para concluir, no seré yo quien defienda un sistema en el que se «fichan» a los amigos y familiares por encima de los mejores, pero olvidarnos de la capacidad de presión familiar y del deseo que todos podamos tener de hacer favores es negar la realidad. El modelo anglosajón es, seguramente, más eficiente pero requiere una institución familiar diferente, menos visceral. Estoy convencido de que los valores economicistas nos están haciendo caminar hacia ese modelo de mayor independencia familiar y desapego, y en una par de generaciones quedará poco de ese concepto de clan. Lo estamos ya percibiendo en el trato a los mayores. Y no sé yo si con el cambio ganamos o perdemos.

Leyendo sobre… El fracaso de las naciones

Parece ser que ya sabemos por qué fracasan las naciones. En un libro, que lleva camino de convertirse en un clásico, Acemoglou y Robinson plantean una interesante hipótesis explicativa. Obviamente las causas de por qué cada país, en particular, accede a la autopista de la prosperidad o se queda en el camino de la pobreza son distintas, pero pueden agruparse en dos conceptos suficientemente amplios y poderosamente explicativos: instituciones económicas y políticas inclusivas y extractivas. Las primeras sientan las bases del desarrollo, entre ellas: garantías sobre la propiedad privada, un sistema legal imparcial y una provisión de servicios públicos que beneficia a todos por igual y donde todos pueden intercambiar libremente. Este marco alienta la inversión y conduce al desarrollo. Por el contrario, las instituciones extractivas, extraen la riqueza de la comunidad en beneficio de unos pocos que ejercen toda sus influencia para perpetuar sus beneficios particulares. En este caso, la incertidumbre sobre la apropiación de los beneficios desincentiva el emprendimiento económico.
Con varios ejemplos incontestables (Como el de Corea, dónde la misma geografía, cultura y población han dado lugar a dos países con radicalmente distintos niveles de prosperidad; o el más sorprendente de la ciudad de Nogales; donde la ruptura es entre partes que una vez fueron la misma ciudad) y a través de un detallado recorrido por algunas de las grandes civilizaciones, imperios y pueblos a lo largo de la historia de la humanidad los autores van demostrando una y otra vez su hipótesis.
En resumen mediante el afortunado y evocador concepto de «extractivo» y el de «inclusivo», los autores explican las condiciones del desarrollo y la prosperidad.
El libro supone un importante avance para las ciencias sociales, pero a mí me deja un sabor agridulce, pues implícitamente reconoce que los seres humanos se mueven por tendencias «extractivas» con respecto a sus congéneres y a su comunidad. Es decir, si la ley no lo impidiera la convivencia humana se definiría  por una permanente tensión entre explotadores (extractores) y explotados. Deprimente escenario, pues. Me resisto, sin embargo, a creer que miles de años de historia de la humanidad no hayan contribuido al desarrollo moral de la misma. Si estamos en la sociedad para «extraer» y no «incluir», el chiringuito se nos viene abajo; pues la ley irá siempre por detrás de las prácticas sociales, siendo insuficiente para regular todo el ingenio «extractivo» de que el hombre es capaz. Es decir, si el egoísmo extractivo, y  no la cooperación inclusiva, son los valores que se van imponiendo, nuestra coexistencia social lo tendrá cada día más difícil. Quizá la presente crisis financiera sea un buen ejemplo de lo que ocurre cuando lo extractivo de «unos pocos» se impones sobre las instituciones «inclusivas». Y eso que, como ya dijera Aristótoles, el hombre es una animal social y necesita de la sociedad para subsistir. Lo que me hace preguntarme, ¿quien es tan tonto como para tirar piedras sobre su propio tejado? ¿Quien desearía «extraer» hasta agotar de un entorno que necesita para sobrevivir?

SMS, WhatsApp y las «actitudes» tecnológicas de las empresas

Las fiestas de Navidad y las telecomunicaciones han mantenido siempre una relación muy especial. En estas fechas, todo el mundo quiere enviar sus mejores deseos a familiares, amigos y conocidos y claro, los sistemas se colapsan. En su momento, primero, la Felicitaciones postales no llegaban siempre a tiempo; luego, costaba establecer conferencias telefónicas en la últimas horas del día 24 y 31 de diciembre. Más recientemente, nos apuntamos al SMS y millones de mensajes circulaban por las redes telefónicas, colapsando los sistemas en las navidades de años anteriores. Este año, lo problemas parecen haber sido menores, pese a que en Nochevieja se enviaron cerca de 18.000 millones de mensajes; ello se debe en gran parte a una de la APPS que ha revolucionado el mercado de la comunicación: el WhatsAPP.
Es cierto, que esta tecnología es más eficiente y ofrece más posibilidades que el SMS (hacer grupos, mantener conversaciones…) pero no es menos cierto que la forma en que ha canibalizado a los SMS es una perfecta ilustración de cómo evoluciona el mercado tecnológico y de lo que las grandes compañías no quieren ver mientras su cuenta de resultados engorda a costa del consumidor.
Los SMS ha sido una tecnología con importantes réditos, pero la avaricia de las operadoras les ha hecho matar a la gallina de los huevos de oro, además de enfrentarse a una multa de 119 millones de euros por precios excesivos impuesta por la Comisión Nacional de la Competencia.
¿Que hubiera ocurrido si algún directivo de las operadoras se hubiera leído cualquier manual de Introducción a la Economía y hubiera descubierto que, en ausencia de restricciones, el precio de mercado tiende al coste de producción? La historia se repite una y otra vez, confías en tu poder de monopolio para cargar precios excesivos y luego, cuando la gallina empieza a morir, o bien tomas decisiones a destiempo (desarrollos tecnológicos como segundón, o parches para contener la hemorragia como las tarifas planas SMS) o acudes al gobierno a que regule en tu favor (propiedad intelectual de contenidos).
En el en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación, más tarde o más temprano aparece un desarrollo tecnológico que romperá con un el poder de mercado. Y cuanto mayor sea el poder, más incentivos para acelerar el cambio, pues la oportunidad de negocio es mayor. Los directivos se resisten a reconocer que el coste de reproducción (marginal) de cualquier producto informacional es 0 y el coste medio cercano a 0.
No digo yo que si el precio del SMS se hubiera acercado al del coste de producción, no hubiera aparecido el WhatsApp, pero posiblemente no hubiera habido la emigración masiva hacia los SmartPhones que hemos visto en el 2012. La gente prefirió hacer desembolsos de 150-200€ por un móvil y no pagar 15Cts/SMS. Algo para pensar.
La historia es similar a la de los contenidos visuales. Hoy nadie está dispuesto a pagar 18€/Cd con canciones de relleno o 30€ BlueRay por una película que ves una par de veces. Lo que deben hacer las propietarias de contenidos es ofertarla legalmente a precios ajustados al coste de producción y en plataformas de contenidos sencillas, ágiles y con las características deseadas. Intenten ver una películas en un videoclub online de cualquier SmartTV, en versión oríginal y con subtítulos en inglés y luego me cuentan si lo han conseguido.   

Estadisticas en el bolsillo

Estaba el otro día en clase de la Universidad de la Experiencia, hablando de la situación de España en el mundo, cuando los alumnos, impregnados de este pesimismo   económico-vital que nos envuelve, me preguntaron si éramos los primeros en algo. Los primeros no, contesté; pero sí estamos entre los 10 primeros en muchas variables; unas buenas y otras menos buenas. Me apunté la tarea para responderles a la semana siguiente y en éstas me encontré con la excelente app World in figures que «The Economist» ha puesto al alcance de un click; eso sí, por el momento  sólo la han desarrollado para sistema operativo iOS (iPad e iPhone).
Esta app es muy intuitiva y sencilla de utilizar y te permite tener de forma rápida y accesible datos estadísticos de más de 190 países, pudiendo establecer comparativas y viendo que lugar ocupa tu país en cada uno de los rankings.
Con esta manía que nos ha entrado en la civilización occidental por medir-comparar todo lo habido y por haber no está de más llevar los datos en el bolsillo e ir echando de vez en cuando un vistazo. Más que nada para saber donde estamos.
Por cierto, ya les decía que no estamos los primero en ningún ítem; estamos los segundos en un par, pero desde luego no son como para sentirse orgullosos. Luego me cuentan.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre la Buena Vida

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre «La Buena Vida»

Si lo pensamos detenidamente, todas nuestras preocupaciones, desvelos, inseguridades, incertidumbres e infelicidades no son sino una consecuencia del denodado afán, del supremo esfuerzo que invertimos día a día en tratar de satisfacer los dos instintos básicos del ser humano: el de sobrevivir (que compartimos con el resto de especies) y el de ser felices, más allá del mero enfoque placer-dolor (que nos diferencia del resto del reino natural).
Como especie, hemos dado pasos agigantados en la dirección de la supervivencia. Los avances tecnológicos han incrementado los recursos a nuestra disposición para satisfacer nuestras necesidades básicas (alimentación, vestido, vivienda). Tras miles de años de transitar por el planeta tierra hemos resuelto el problema, al menos técnicamente, de la provisión de los recursos necesarios para la supervivencia biológica y hemos entrado en una era de abundancia. Es cierto que las crisis humanitarias persisten, pero son consecuencia más de problemas de distribución y desigualdad que de insuficiencia de recursos.
Dudo, por el contrario, de que hayamos avanzado en la misma medida en la dirección de la felicidad, a pesar de ser un motivo de reflexión constante desde los mismos orígenes de la filosofía occidental.
Aristóteles ya nos advertía que el fin último de la existencia humana es alcanzar la perfección, la cual no deriva de la mera satisfacción de cualesquiera deseos, sino de aquellos acordes con las virtudes que dignifican al ser humano: fortaleza, templanza, justicia, sabiduría, valentía, generosidad o prudencia. La consecución de estas virtudes permitía alcanzar la felicidad considerada como “la actividad del hombre conforme a la virtud”. Por tanto, la idea de perfección nos remite a la de la “buena vida”, no en un sentido hedonista, sino en el sentido de la vida que debe ser vivida. Obviamente, en el camino hacia la “buena vida”, el ser humano no olvida la dimensión material de su existencia y necesita de la actividad económica, pero concebida como un medio. Las riquezas y el dinero son meros instrumentos para un fin superior. La filosofía escolástica cristiana mantuvo más o menos el mismo discurso sobre la relación entre buena vida, felicidad, virtudes y economía-instrumento, si bien ampliando la frontera temporal de la recompensa de la perfección o plenitud; ¡nada menos que la eternidad!
, dio una vuelta de tuerca y situó la felicidad en un plano más social o comunitario al considerar que ésta emana de “la conciencia de ser amado”. Todo el “esfuerzo y el afán de este mundo”, el “perseguir la riqueza, el poder y la preminencia” no se explica por la urgencia de satisfacer las necesidades materiales, pues el salario del trabajador más pobre es suficiente para ello, sino por la necesidad que tenemos de “ser admirados, ser atendidos, ser considerados con simpatía, complacencia y aprobación.” Realmente, se pregunta Smith: “¿Que puede aumentar la felicidad de un hombre que goza de salud, no tiene deudas y se halla en perfectas condiciones mentales?” Para aquel que está en esta situación, las mejoras de la fortuna son meramente superfluas y frívolas.
Keynes, influido por una adolescencia bohemia, aristócrata y estética y por el ambiente delcírculo de Bloomsbury, relacionó la felicidad con los placeres que proporcionan las relaciones humanas y la contemplación de la belleza. Su utopía sería la de una sociedad liberada de la esclavitud del trabajo y dedicada lo que denominaría la “vida imaginativa” frente a la vida material; es decir a disfrutar de los placeres de la vida. Utopía que pronosticó como alcanzable en el plazo de una generación dado el crecimiento de la productividad y la subsecuente reducción de horas de trabajo necesarias para subsistir. El ser humano no habría de trabajar más de 3-4 horas diarias y el resto del tiempo podría invertirlo en “la buena vida”.
Galbraith reelaboró la idea de la superación del “problema económico” de la subsistencia en su best-seller La sociedad opulenta, para hablar de “la buena vida” de la comunidad, basada en la redistribución y la provisión de bienes públicos.
Y uno se para a reflexionar y piensa que, realmente avanzamos hacia un escenario de abundancia pero no sabemos cómo gestionarla. Paradójicamente, el propio capitalismo que ha engendrado la abundancia nos impide disfrutar de ella. El egoísmo y la codicia, sintetizados en la insaciabilidad de nuestros deseos nos impiden darnos cuenta de, en palabras de Skidelsky, ¿cuánto es suficiente?. Como ha dicho Tim Jackson en el estupendo libro “Prosperidad sin crecimiento”, hemos confundido profundamente lo que importa con lo que reluce. Nunca tenemos suficiente de lo superfluo, aunque nos sobra lo necesario, y eso genera infelicidad y frustración.
Y lo peor de todo es que el fracaso en dar una respuesta adecuada al instinto de la felicidad, puede arruinar también con los logros alcanzados en el instinto de la supervivencia biológica. Si nunca tenemos suficiente, un planeta finito no podrá satisfacer nuestros deseos.

Una «animada» reflexión sobre la deshonestidad

Dan Ariely anda de promoción de su nuevo libro «The Hones Truth About Dishonesty» una reflexión sobre «como mentimos a todo el mundo – especialmente a nosotros mismos». Analizando los datos obtenidos en sus experimentos económicos  a cerca de 30.000 entrevistados, Dan Ariely reflexiona sobre el papel que juega el engaño en el comportamiento de los agentes económicos y sus consecuencias para la economía. La idea central es que los seres humanos tendemos a ser «algo» deshonestos para tratar de beneficiarnos un poco de nuestro engaño pero no «tan» deshonestos que no podamos mirarnos al espejo por las mañanas.
A partir de este análisis de Ariely, considero que el sistema económico todavía funciona razonablemente bien pues, si bien los costes monetarios de la deshonestidad son enormes, en general sigue primando la honestidad y las relaciones de confianza; en definitiva, sisamos pero poquito y, total, no hace mal a nadie. Ahora bien, ¿Que ocurrirá cuando, para una gran mayoría, el beneficio material de la deshonestidad supere el coste emocional de no sentirnos bien con nosotros mismos? coste que, por otra parte, se reduce día a día en un contexto mediático y socio-cultural de degradación de los estándares morales (nuestra alma está de saldo). Pues mi particularísima respuesta es que el sistema es capaz de tolerar unos niveles de deshonestidad, pero que sí se sobrepasan el sistema colapsará.

Aquí les dejo el vídeo que recoge, de forma gráfica, resumida y divertida, las conclusiones de Ariely.

El Oxímoron de la «austeridad expansiva»

     Tenía algo (o mejor mucho) olvidadas las figuras literarias retóricas; pero estos días ando dándole vueltas al «Oxímoron»; aquella en la que se utilizan dos conceptos de significado opuesto para generar un tercero que, en principio, se manifiesta como absurdo y bien obliga a una interpretación metafórica o bien introduce un concepto nuevo. Se utilizó mucho por los clásicos para hablar del amor «hielo abrasador, fuego helado» (Quevedo) y por los místicos «La música callada, la soledad sonora» o «que tiernamente hieres» (San Juan de la Cruz). Algunas de estas figuras generan más asombro que admiración poética; en la línea de la famosa «inteligencia militar» que acuñara Groucho Marx, como por ejemplo: «Tolerancia cero»;  «Ciencias Ocultas»; «Sociedades Unipersonales»; «Realidad Virtual»; «Copia Original»; «Guerra Santa»; «Luchar por la paz»…

     Habría que añadir a la lista uno que recién ha nacido con la actual crisis financiera: «Austeridad Expansiva» (Expansionary Austerity) que vendría a decirnos algo así como que los recortes estimulan el crecimiento, pues la ortodoxia fiscal da confianza a los mercados que, en definitiva, son los que financian las inversiones. La deflación salarial y la contracción del Estado del bienestar serían las consecuencias inmediatas del Oxímoron. Esta corriente intelectual se manifiesta como dominante en la gobernanza económica mundial y europea. Sobre las consecuencias no hace falta que me extienda, pues todos las estamos viviendo. Me parece,  sin embargo bastante sorprendente, que incluso en el olimpo de la ortodoxia económica, la Reserva Federal siga apostando por políticas monetarias expansivas con una inyección mensual de 40.000 millones de $ hasta que  se vea la luz al final del túnel. Aunque por estas tierras siempre nos caracterizamos por ser más papistas que el papa.
No sé si en estos momentos podríamos aplicar la máxima de que persistir en el error es errar dos veces o como dijera más poéticamente Cicerón: «De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error». Si tras 5 años de crisis y 3 de durísimo ajuste, los «brotes verdes» sólo aparecen en la imaginación de unos cuántos, ¿no querrá decir que realmente la «austeridad expansiva» no es la solución?. Al final, indudablemente, saldremos de la crisis, pero puede que el camino de la «austeridad fiscal» no haya sido el atajo transitable que nos devolviera antes a la senda del crecimiento, sino un camino de cabras que nos está destrozando el vehículo. Con el agravante de que cuando consigamos incorporarnos de nuevo a una carretera normal, tendremos un vehículo destrozado y sin recursos para cambiarlo.
Ps.- Por cierto lo opuesto al despilfarro no es la austeridad, sino la gestión eficiente y honesta de los recursos públicos. El que tengamos serias dudas sobre nuestra clase política para hacerlo, no quiere decir que no sea posible.