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Leyendo sobre… Economía y Alquimia

Decía en una entrada anterior (aquí) «el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia», lo que me recuerda el estupendo libro de Parsons «Keynes and the quest for a moral science : a study of economics and alchemy»
La tesis principal de Wayne Parsons es que la teoría keynesiana no es un método mecánico de política económica sino un modo de pensar, de razonar sobre los fenómenos económicos. Los que asocian las propuestas keynesianas a la mera expansión fiscal se equivocan. No existe un única receta para resolver los problemas económicos, la Teoría General no es un manual de cocina con ingredientes y cantidades, sino un discurso lógico-analítico sobre las economías monetarias de producción y sus principales problemas. En palabras de Parsons: «And also like the alchemists, Keynes’s elixir was not and could never be the cure: there was no single for the philosophers’ stone. The General Theory, therefore, was not a universal panacea, but a way of thinking about the ailments of and cures for a money economy». Así pues la destreza del economista radica en tener que ofrecer unas propuestas adaptadas a cada nueva situación. Como el buen cocinero, ha de ser capaz de improvisar una receta distinta según los ingredientes de que disponga. Hago un paréntesis personal para ilustrar el argumento.

Mi madre es una excelente cocinera (imagino que como la mayoría para cada cual) pero a su manera. Cuando hace una comida estupenda  suelo pedirle la receta con los ingredientes, las cantidades y los tiempos; con los ingredientes no suele haber problema, pero sí con las cantidades y los tiempos, pues sus respuestas son del tipo «un poco de esto», «un puñado de aquello», un «pellizco de lo otro», lo dejas cocer «un rato». Ahora bien, la respuesta que más me gusta es «si la propia comida te lo pide», me pide ¿el qué?, si a mí la cacerola no me habla. Se puede cocinar siguiendo estrictamente la receta de un manual o bien por instinto conociendo las propiedades de los alimentos; en circunstancias «normales» ambos métodos proporcionan una buena comida. Ahora bien, en «circunstancias extraordinarias» si fallan los ingredientes o los utensilios el cocinero-de-manual se atasca y no sabe lo que hacer, mientras que el cocinero-por-instinto es capaz de preparar otra estupenda receta. Cierro paréntesis.
Pues bien, a mi juicio también la economía «te lo pide» de tal manera que ante situaciones extraordinarias, como la actual, nos debemos olvidar del manual de cocina al uso e improvisar recetas nuevas ante circunstancias desconocidas. (Por ejemplo, ¿tendría algo de malo monetizar una parte pequeña de la deuda pública y provocar algo de inflación?) Tal vez la explicación al impasse política actual a nivel mundial ante la crisis se deba a que los economistas sólo saben ofrecer recetas de manual, las cuales no están funcionando, y se resisten a desdecirse de sus modelos y de sus cientos de publicaciones.
Desde esta perspectiva alquimista se entiende mejor la conocidísima cita de Keynes sobre la rara combinación de dotes exigibles al buen economista: «Debe alcanzar un nivel elevado en distintas direcciones, combinando capacidades que, a menudo, no posee una misma persona. Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y hablar con palabras; contemplar lo particular bajo el prisma de lo general, abordar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo de la idea. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro. Su mirada ha de abarcar todas las partes de la naturaleza y de las instituciones humanas. Debe ser simultáneamente interesado y desinteresado; distanciado e incorruptible como el artista, y no obstante, a veces, tan pegado a la tierra como el político».

Leyendo sobre… «La Gran Transformación»

El año 2011 va a dejar un triste recuerdo en los libros de historia económica; la crisis lejos de remitir se está recrudeciendo, alimentada con episodios especulativo-financieros de incierto origen. No obstante, también pasará a la historia por ser el año en que numerosos movimiento sociales a «indignarse» y hacer manifiesta su indignación ante la dictadura del mercado. Esta «contraofensiva social» verifica la tesis que ya defendiera Karl Polanyi, en su excelente libro «La Gran Transformación«, publicado en el año 1944 y convertido en un clásico de la sociología económica. Pollanyi disecciona la experiencia histórica de la transición al capitalismo en Inglaterra para reflexionar sobre cómo la economía de mercado y la sociedad se han ido modelando mutuamente en un proceso caracterizado por dos movimientos opuestos: el movimiento del laisezz-faire hacia la expansión de la economía de mercado y la resistencia de la sociedad  frente al dominio absoluto de la mercantilización en todas las facetas de la vida. Fred Block lo resume de una forma muy gráfica en la estupenda introducción al libro: «Polanyi sostiene que la creación de una economía de mercado autorregulada requiere que los seres humanos y el ambiente natural se conviertan en simples mercancías, lo que asegura tanto la destrucción tanto de la sociedad como del ambiente. En su opinión, los teóricos de los mercados autorregulados y sus aliados empujan de forma constante a las sociedades humanas al  borde de un precipicio. Pero conforme se hacen evidentes las consecuencias de los mercados irrestrictos, los pueblos se resisten; se niegan a actuar como lémures que marchan por un acantilado hacia un suicidio colectivo. En lugar de  esto, se apartan de los dogmas de la autorregulación de los mercados para salvar de la destrucción a la sociedad y la naturaleza. En este sentido, podría decirse que el desarraigo del mercado es similar a tensar una liga gigante. Los intentos de dar mayor autonomía al mercado aumentan la tensión. Si se estira más esta liga, se romperá -lo que representaría la desintegración social- o la economía regresará a una posición de mayor arraigo»
El detonador fundamental del la gran transformación fue la mercantilización de lo que Polanyi acuñó como mercancías ficticias (frente a mercancías reales) caracterizadas por no estar originariamente destinadas al mercado, como son la tierra, el trabajo y el dinero. El deterioro ambiental, social y económico no es sino la consecuencia de convertir en meras mercancías unos elementos, cuya función natural nunca fue el serlo. Dicha mercantilización introdujo, y este es un elemento esencial, el principio de la ganancia y no la simple satisfacción de nuestras necesidades vitales, como el leitmotiv de la actividad económica, lo que terminó por desvirtuar la sociedad como un espacio de convivencia, y libertad. En palabras de Polanyi:»La unidad tradicional de una sociedad cristiana estaba siendo sustituida por una negación de la responsabilidad por parte de los ricos, en relación con las condiciones de sus semejantes… Los académicos proclamaban al unísono que se había descubierto una ciencia que dejaba fuera de toda duda a las leyes gobernantes del mundo del hombre. Fue en aras de esas leyes que se eliminó la compasión de los corazones, y que una determinación estoica de renunciar a la solidaridad humana en nombre de la mayor felicidad del mayor número obtuvo la dignidad de una religión secular» «El mecanismo de mercado se estaba afirmando y reclamando su terminación: el trabajo humano debía convertirse en una mercancía»

No obstante, pese al pesimista diagnóstico, Polanyi ve elementos para la esperanza en la resistencia de la sociedad frente al avance del mercado…
… y si estamos atentos, nosotros también podemos verlo. Movimientos sociales como el del 15M o el de Stop Desahucios son un auténtico canto de resistencia de la sociedad frente al dominio total y absoluto del principio de la ganancia y de la economía de mercado
Es cierto que el mercado es eficiente, no seré yo quien dude de ello; pero como Stiglitz acertadamente advierte en el prólogo, las condiciones para que los mercados generen por sí mismos resultados eficientes son tan estrictas, que al no cumplirse en la realidad es necesario regular e intervenir para evitar que la apisonadora del principio de la ganancia acabe con cualquier atisbo de humanidad en nuestra sociedad. Es cierto que el equilibrio libre mercado-intervención es difícil y además la fórmula en la que ambos deben combinarse varía según las circunstancias de cada tiempo y lugar lo que convierte la gestión de la economía en una especie de alquimia. No obstante, dicha combinación, si bien imperfecta es la única fórmula que hasta el momento ha demostrado cierto éxito.

Economistas en el 100-TIME Hit Parade

Comentaba ayer que somos unos forofos de las listas. Nos encantan. Forbes y Time, desde luego, se lo han currado y han sido pioneras en esta línea de negocio. Darte una vuelta por sus páginas web es como pasear por una feria de vanidades pero muy ordenadita. Además, se han convertido en un terreno de juego para el orgullo nacional. Cada vez que Forbes publica su esperada lista de los más ricos, dejamos por un momento la envidia y empatizamos con los Ortega o Botín, a ver si han escalado posiciones en el medallero. Y nos entristece que desciendan. ¡Que le vamos a hacer, el espíritu de clan tira!
Me resulta más fascinante, sin embargo, la lista TIME de las 100 personas más influyentes del mundo (aquí). Gente que está configurando, en el más amplio sentido de la expresión, el modo en que vivimos. Echar un vistazo a la sección de pensadores es tiempo bien invertido. Además este año, si mi rápida lectura no me engaña, encuentro a dos economistas: Paul Wolcker (aquí) y mi admirado Amartya Sen (aquí), premio Nóbel de Economía y voz discrepante contra el modo en que se entiende actualmente la Economía. Y que quieren que les diga, pues que me alegro. Estar en listas de este tipo tal vez contribuya a dar un poquito de «glamour» a la profesión y quitarnos de encima el tópico de aburridos y la etiqueta de «ciencia lúgubre». Por cierto, etiquetas que nos ganamos a pulso, día a día, a fuerza de una jerga tecnocrática pavorosamente aburrida. Por eso siempre admiraré a John Kenneth Galbraith y su manera de entender la presencia pública del economista.
Un último par de apuntes en relación con las listas. No puede ser que entre los 100 personajes más famosos  de Forbes (aquí) no haya ningún compatriota  y menos aún que Jennifer Aniston, una de mis dos musas virtuales, esté solo en el puesto 26. Habrá que encargar a algún economista que revise y mejore la metodología.

Leyendo sobre… el carácter «científico» de la economía

Acabo de finalizar la lectura del libro The puzzle of modern economics: science or ideology (aquí). Un ensayo, en tono divulgativo, sobre el estado actual de la ciencia económica, la crisis de legitimidad que sufre y las circunstancias que han llevado a ella. Interesante lectura que me lleva a reflexionar sobre los límites de la Economía como ciencia.
El autor centra el argumento a partir de dos ejemplos que ilustran los límites y posibilidades de la disciplina económica. El primero de ellos fue el diseño de las subastas de las licencias 3G en Gran Bretaña; un rotundo éxito. El segundo fue el diseño de la estrategia de transición de la URSS hacia la economía de mercado; un rotundo fracaso. De estos dos ejemplos podríamos extraer las siguientes lecciones: a) los economistas son expertos en diseñar modelos teóricos y cuando consiguen que la realidad funcione como el modelo (diseño de la subasta) los resultados son los esperados en relación con el comportamiento racional-maximizador de los agentes. b) los economistas fracasan cuando se empeñan en hacer caso omiso de la dimensión institucional-cultural de la realidad y considerar que ésta funciona tal y como describen los modelos. A partir de aquí, el libro describe el desarrollo de la disciplina durante el siglo XX, de la corriente principal y de las alternativas heterodoxas, lo que le permite al Backhouse recorrer la tensión entre la elegante modelización-matematización y la falta de realismo y predicción que ha llevado a la Economía a sufrir una profunda crisis de identidad desde el punto de vista metodológico.

Personalmente creo que la economía se equivoca de enfoque al intentar buscar el «prestigio» científico en la modelización matemática. Quien sabe si no nos iría mejor si nos desprendiéramos del complejo de inferioridad y asumiéramos los límites que impone el objeto de estudio (sociedad). Para ello deberíamos cambiar el enfoque y pensar en términos de Economía Política y filosofía moral, como hicieron los clásicos. La matemática no es la única manera de aproximarse a la realidad social; también sirve la lógica argumental y su verificación empírica. En resumen, y parafraseando un conocido adagio periodístico, evitemos el «que la realidad no te estropee un buen modelo».