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Artículo en «Economía Digital»: Sobre la Buena Vida

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre «La Buena Vida»

Si lo pensamos detenidamente, todas nuestras preocupaciones, desvelos, inseguridades, incertidumbres e infelicidades no son sino una consecuencia del denodado afán, del supremo esfuerzo que invertimos día a día en tratar de satisfacer los dos instintos básicos del ser humano: el de sobrevivir (que compartimos con el resto de especies) y el de ser felices, más allá del mero enfoque placer-dolor (que nos diferencia del resto del reino natural).
Como especie, hemos dado pasos agigantados en la dirección de la supervivencia. Los avances tecnológicos han incrementado los recursos a nuestra disposición para satisfacer nuestras necesidades básicas (alimentación, vestido, vivienda). Tras miles de años de transitar por el planeta tierra hemos resuelto el problema, al menos técnicamente, de la provisión de los recursos necesarios para la supervivencia biológica y hemos entrado en una era de abundancia. Es cierto que las crisis humanitarias persisten, pero son consecuencia más de problemas de distribución y desigualdad que de insuficiencia de recursos.
Dudo, por el contrario, de que hayamos avanzado en la misma medida en la dirección de la felicidad, a pesar de ser un motivo de reflexión constante desde los mismos orígenes de la filosofía occidental.
Aristóteles ya nos advertía que el fin último de la existencia humana es alcanzar la perfección, la cual no deriva de la mera satisfacción de cualesquiera deseos, sino de aquellos acordes con las virtudes que dignifican al ser humano: fortaleza, templanza, justicia, sabiduría, valentía, generosidad o prudencia. La consecución de estas virtudes permitía alcanzar la felicidad considerada como “la actividad del hombre conforme a la virtud”. Por tanto, la idea de perfección nos remite a la de la “buena vida”, no en un sentido hedonista, sino en el sentido de la vida que debe ser vivida. Obviamente, en el camino hacia la “buena vida”, el ser humano no olvida la dimensión material de su existencia y necesita de la actividad económica, pero concebida como un medio. Las riquezas y el dinero son meros instrumentos para un fin superior. La filosofía escolástica cristiana mantuvo más o menos el mismo discurso sobre la relación entre buena vida, felicidad, virtudes y economía-instrumento, si bien ampliando la frontera temporal de la recompensa de la perfección o plenitud; ¡nada menos que la eternidad!
, dio una vuelta de tuerca y situó la felicidad en un plano más social o comunitario al considerar que ésta emana de “la conciencia de ser amado”. Todo el “esfuerzo y el afán de este mundo”, el “perseguir la riqueza, el poder y la preminencia” no se explica por la urgencia de satisfacer las necesidades materiales, pues el salario del trabajador más pobre es suficiente para ello, sino por la necesidad que tenemos de “ser admirados, ser atendidos, ser considerados con simpatía, complacencia y aprobación.” Realmente, se pregunta Smith: “¿Que puede aumentar la felicidad de un hombre que goza de salud, no tiene deudas y se halla en perfectas condiciones mentales?” Para aquel que está en esta situación, las mejoras de la fortuna son meramente superfluas y frívolas.
Keynes, influido por una adolescencia bohemia, aristócrata y estética y por el ambiente delcírculo de Bloomsbury, relacionó la felicidad con los placeres que proporcionan las relaciones humanas y la contemplación de la belleza. Su utopía sería la de una sociedad liberada de la esclavitud del trabajo y dedicada lo que denominaría la “vida imaginativa” frente a la vida material; es decir a disfrutar de los placeres de la vida. Utopía que pronosticó como alcanzable en el plazo de una generación dado el crecimiento de la productividad y la subsecuente reducción de horas de trabajo necesarias para subsistir. El ser humano no habría de trabajar más de 3-4 horas diarias y el resto del tiempo podría invertirlo en “la buena vida”.
Galbraith reelaboró la idea de la superación del “problema económico” de la subsistencia en su best-seller La sociedad opulenta, para hablar de “la buena vida” de la comunidad, basada en la redistribución y la provisión de bienes públicos.
Y uno se para a reflexionar y piensa que, realmente avanzamos hacia un escenario de abundancia pero no sabemos cómo gestionarla. Paradójicamente, el propio capitalismo que ha engendrado la abundancia nos impide disfrutar de ella. El egoísmo y la codicia, sintetizados en la insaciabilidad de nuestros deseos nos impiden darnos cuenta de, en palabras de Skidelsky, ¿cuánto es suficiente?. Como ha dicho Tim Jackson en el estupendo libro “Prosperidad sin crecimiento”, hemos confundido profundamente lo que importa con lo que reluce. Nunca tenemos suficiente de lo superfluo, aunque nos sobra lo necesario, y eso genera infelicidad y frustración.
Y lo peor de todo es que el fracaso en dar una respuesta adecuada al instinto de la felicidad, puede arruinar también con los logros alcanzados en el instinto de la supervivencia biológica. Si nunca tenemos suficiente, un planeta finito no podrá satisfacer nuestros deseos.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre Ética y Economía

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre «Ética y Economía»

Me temo que la presente crisis nos va a dejar como herencia, además de unas terribles cifras de desempleo y deuda, una cierta degradación moral del ser humano y de su capacidad de empatizar con las emociones y situaciones de sus congéneres. Altruismo, generosidad, hospitalidad, confianza, honor… se han convertido en palabras huecas. Han perdido su significado, mil veces prostituidas en discursos demagógicos, por unas élites económicas y políticas faltas de escrúpulos y de mínima moralidad. Campa a sus anchas el sentimiento generalizado de que lo racional es anteponer el interés particular al bienestar común. Lo cual no deja de tener su gracia, pues ¿no es eso lo que predica la teoría económica convencional? ¿No es el comportamiento que se supone óptimo para maximizar las ganancias individuales y sociales?
La Teoría Económica predominante toma como modelo de comportamiento humano al agente económico que se comporta de forma racional; es decir, procesando adecuadamente la información disponible, analizando los costes y beneficios y actuando en consecuencia. Y aquí es donde viene lo que siempre me pareció la gran paradoja de la teoría económica: si sólo persigo mi interés, no debería prestar atención a factores relacionados con el bienestar de los demás; pero si no presto atención a esos otros factores, el sistema acaba por romperse. Para que las relaciones económicas funcionen, es necesario que  los agentes económicos moderen su comportamiento respetando la ley, cumpliendo sus compromisos, informando verazmente… La economía de mercado puede asumir a unos pocos actuando de forma oportunista, pero no su generalización. ¿Cómo resuelve la Teoría Económica el conflicto de intereses entre maximizar el propio beneficio o autocontrolarse para que todo funcione? Pues la resuelve confiando en dos mecanismo: el mercado (lo que no deja de tener su gracia, pues es la racionalidad maximizadora del mercado el la que incita las malas prácticas) y la ley.
Veamos el primero de ellos. Según el razonamiento de la teoría económica convencional, aquel que se comportara de forma fraudulenta tendería a ser expulsado del mercado y no sobreviviría. Ningún panadero podrá engañar permanentemente sobre el peso o la calidad de sus productos. Si quiere prospera deberá ofrecer un buen producto a sus clientes. Perfecto, pero ¿qué ocurre en caso de productos que afectan a la salud pública? En España no tenemos tan lejos el caso del aceite de colza, para pensar que un desalmado con una sola partida de productos puede obtener un beneficio enorme y causar un daño irreparable. En esta misma línea tendríamos lo que se denominan los “grandes golpes” o estafas a gran escala que retiran de por vida a su artífice. El sector bancario y financiero es especialmente sensible a este problema. ¿Qué lleva a un alto directivo de banca a controlarse para no diseñar un producto financiero que le retorne enormes beneficios y mínimos riesgos? Pues sólo los altos estándares morales. La reciente historia financiera nos recuerda casos en los que la ausencia de dichos estándares morales en la alta dirección ha traído la ruina y desgracia a millones de seres humanos.
Si la barrera de seguridad del mercado falla, pues entonces tenemos la ley. Si bien ésta también presenta algunos problemas. En primer lugar, la ley suele seguir a la realidad. Continuamente aparecen nuevas prácticas de dudosa moralidad pero no claramente ilegales; hasta que no se demuestra el daño para la sociedad no se regulan y, en el entretanto, miles de individuos pueden haberse visto perjudicados. Las preferentes serían un excelente ejemplo. En segundo lugar, los perjudicados pueden no tener capacidad de presión, bien por pertenecer a una minoría o bien porque el perjuicio lo sufran habitantes distintos del país que lo genera. En tercer lugar, el daño puede ser tan pequeño que no genere alarma social ni necesidad de legislar. Todo ello sin olvidar que la promulgación de las leyes está en manos de políticos y su ejecución en manos de funcionarios públicos que también tienen sus intereses particulares.
En resumen, mercado y ley son necesarias, pero insuficientes armas de control. Para que el sistema funcione con eficiencia y fluidez se requieren ciertos estándares morales. Se requiere que el ser humano recupere su dimensión más humana. Como subraya González Fabre en su estupendo libro sobre Ética y Economía, del que he entresacado no pocas de las ideas aquí expuestas: “En una sociedad de agentes dispuestos a cualquier cosa si es en el propio interés, esto es en una sociedad de Hombres Económicos, los comportamientos oportunistas pronto destruirían al sistema desde dentro, dejando tras de sí Estados fallidos, mercados abusivos, la ley de la selva”.
Ha costado cientos de años asumir que necesitamos unas normas que faciliten la convivencia social, que necesitamos renunciar a libertades individuales para mejorar como colectivo; en definitiva, que necesitamos someternos al imperio de la ley. Pero como ya hemos señalado antes, la ley no es suficiente. En lo venidero habremos de caminar hacia el “imperio de la ética” e interiorizar aquellas conductas que nos dignifican como seres humanos. Conductas presentes en las tradiciones culturales de multitud de civilizaciones pero que parecen que van cediendo ante el rodillo homogeneizador de la globalización unidimensional, racional y maximizadora de beneficios.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre la Responsabilidad Social

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre Responsabilidad Social Corporativa,

La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) está de moda. Quizá la urgencia de la “tormenta perfecta” en que se está convirtiendo la actual crisis, haya relegado a un segundo plano el compromiso social de las empresas, restando algo de energía corporativa e impulso estratégico al tema. Pese a todo, las empresas IBEX-35 siguen publicando regularmente sus memorias de sostenibilidad. Al abrirlas, nos solemos encontrar con un presidente molón, sonriente, y campechano que nos escribe una carta donde nos cuentan cómo de comprometida es su empresa, cómo cuida a los clientes, cómo de respetuosa es con el medioambiente y cómo se toma en serio lo de contribuir a la riqueza del país. En definitiva, nos cuenta qué majos son todos y todas y cómo se preocupan de nuestra felicidad como consumidores.
Como les decía: está de moda. Y eso es lo que me preocupa: que, por el momento, sólo esté de moda. Las memorias de sostenibilidad parecen más un folleto de agencia de viajes (papel satinado, gente sonriente, estupendísimos paisajes…) que un instrumento estratégico de interacción con las partes interesadas (“stakeholders”). Sólo ha calado en la cultura empresarial la necesidad de tener una memoria, otra cosa distinta es el cumplimiento de los objetivos allí reflejados y la nula autocrítica. Y no lo digo yo, lo dice el Observatorio de la Responsablidad Social Corporativa en su informe sobre “La Responsabilidad Social Corporativa en las memorias anuales de las empresas del IBEX 35 (2010)”. La conclusión fundamental del informe es que la información proporcionada por las empresas en sus memorias de sostenibilidad es escasa en cantidad y calidad. En roman paladino, pasan de puntillas por lo que nos les interesa y se centran en plantear objetivos genéricos, tan bienintencionados como premeditadamente ambiguos, lo que dificulta la evaluación de su cumplimiento y, por tanto, exime de la rendición de cuentas. Les cito algunos datos interesantes: el 86% de las empresas analizadas poseen empresas participadas en paraísos fiscales (p. 57); sólo 9 empresas informan (escasamente) sobre las multas recibidas (p. 63); ninguna de las empresas del IBEX35 llevan a cabo análisis exhaustivos sobre los impactos de su actividad, aunque hacen referencia a ellos. Ninguna asume expresamente la responsabilidad sobre los efectos que sus operaciones puedan causar en el medio ambiente y la salud humana (p. 69); si bien se constatan avances en política laboral (discriminación, mobbing…) es evidente que existe una distancia importante entre lo que  supone para la empresa adquirir un compromiso y lo que implica mostrar con datos objetivos información que pueda ser sometida al escrutinio público (p. 78); ofrecen escasa información sobre el impacto de su actividad sobre los derechos de las personas, las sociedades y los bienes públicos y lo que es aún peor, no dan cabida a las voces críticas que puedan cuestionar su modus operandi(80); ausencia de información sobre sus prácticas de lobby y vínculos políticos (85); escaso desarrollo de la información en relación con los derechos humanos (p. 90); escaso compromiso en relación con las prácticas abusivas sobre consumidores  (97)… podríamos seguir, pero con estos “titulares” bastaría. A lo que parece, las empresas IBEX-35 se han puesto el mono de trabajo de la RSC, pero su preocupación se orienta a que les siente bien y les quede estupendo de la muerte, más que a que les sea realmente útil para trabajar.
De la anterior lectura podría desprenderse que, a la luz de los hechos, la RSC no sirve para mucho. Nada más cierto. Personalmente hago una lectura optimista. Si bien es cierto que los contenidos de las memorias y la actitud que transciende de dichos contenidos son manifiestamente mejorables, no es menos cierto que el camino se hace andando. Y hemos de reconocer que se ha empezado a andar. Que las empresas decidan fotografiar su compromiso con la sociedad y publicar la foto es positivo, con independencia de lo borrosa que esta foto pueda ser o parecer. Insisto en que es importante dicho compromiso, pues contribuirá a crear una cultura de la rendición de cuentas, útil para las empresas y necesaria para la sociedad. De lo contrario, las grandes empresas tendrán muy difícil desprenderse de su halo de avaricia y explotación del consumidor. Nadie duda de que las empresas crean riqueza y que la sociedad se beneficie de ello, pero hay maneras y maneras de hacer las cosas; y los “titulares” que hemos dado antes no son precisamente para figurar en un código de buenas prácticas de RSC.
En definitiva, esperemos que la RSC se pase de moda y se convierta en una forma de gestión y no un instrumento de publicidad.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre la «receta» del Euro

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre ¿cómo se cocina el Euro.?



 Cocinar requiere algo de ciencia, bastante de técnica pero, sobre todo, mucho, pero que mucho arte. Ya he escrito en otro lugar sobre Economía y Cocina. Allí comentaba la poca ciencia, mejor técnica y mucho arte de mi madre en la cocina. Cocinar por instinto tiene la gran ventaja de que las comidas siempre están en su punto y el pequeño inconveniente de que no hay manera de conseguir una receta exacta, pues las cantidades y tiempos no son constantes sino probables en función de lo que “el guiso te vaya pidiendo”. Y así, claro, no hay manera. Esta metáfora es un buen punto de partida para analizar la crisis monetaria en Europa pues bien sabemos, a nuestro pesar, que al guiso del Euro nuestros ínclitos cocineros europeos no acaban de darle el punto y estamos a un paso de que se nos atragante. Veamos porqué.

En primer lugar, cocinar requiere algo de ciencia, básicamente cantidades y tiempos. La receta original la escribió el premio Nobel Robert Mundell al analizar las condiciones de existencia de una zona monetaria óptima, es decir, de aquella región geográfica en la que tener una sola moneda es mejor que tener muchas. El elemento clave para que un área geográfica sea una zona monetaria óptima y, consecuentemente, para que la moneda común no fracase, es que las perturbaciones económicas sean “simétricas” dentro de la región. Es decir, que ante dicha perturbación (crisis internacional, subida precios petróleo…) todas las economías evolucionen en el mismo sentido, prosperando o decreciendo. Ya vemos cómo en Europa la cosa no es del todo así. Durante la crisis actual alguna economías han sido intervenidas, otras tienen el susto en el cuerpo, otras actúan como si la cosa no fuera con ellas y, finalmente, otras han seguido creciendo a costa de un Euro fuerte y un férreo control de la inflación. ¿Quiere esto decir que, puesto que las perturbaciones son asimétricas, es del todo imposible el Euro? Pues no; y aquí es dónde entra la técnica.
Cuando una región geográfica quiere una moneda común pero no es una zona monetaria óptima, es posible crear las condiciones favorables para que de facto sí lo sea, a saber: perfecta movilidad laboral y de capitales, flexibilidad de precios y salarios; y, sistema fiscal centralizado. Aquí es donde la técnica de los cocineros está fallando, fundamentalmente en la política fiscal común. Pongamos un ejemplo. Estados Unidos dispone de una moneda común sin ser una zona monetaria óptima. ¿Cuál es la diferencia? Pues que allí, si existe: a) una verdadera y real movilidad de factores (a un americano no le duelen prendas en empaquetar su casa y su vida y desplazarse miles de kilómetros para empezar de nuevo); b) flexibilidad en precios y salarios; c) pero, sobre todo, un presupuesto centralizado.
Y dejamos el arte para el final. Dice mi madre que el secreto está en ir probando el guiso y él mismo te va pidiendo lo que necesita. Pues con el Euro, el guiso está pidiendo a gritos ciertas cosas y los cocineros se empeñan en no escucharlas. Está pidiendo menos austeridad y una senda más amplia de consolidación fiscal; está pidiendo que el BCE abandone el corsé del Artículo 123 del Tratado UE (imposibilidad de monetizar o financiar deuda pública) y abra barra de liquidez para los gobiernos; está pidiendo un poco de inflación que alivie la tensión de la deuda; está pidiendo, en definitiva, aflojar un poco para que la población deje de estar atemorizada… Pero como el manual de cocina ortodoxo no recoge estos ingredientes y a nuestros preclaros cocineros les gusta seguir la receta al pie de la letra, el caldo se nos va estropeando poco a poco. Eso sí, mientras tanto nos lo tenemos que ir comiendo y si nos sienta mal, un poco de aceite de ricino, en forma de austeridad, es mano de santo.
PS. Parece que las últimas noticias abren la puerta a la esperanza y se habla de relajar la senda de ajuste fiscal y poner en marcha una agenda del crecimiento. Veremos.

Artículo en «Economía Digital»: Sobre horarios

Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo sobre el «peculiar» horario que rige nuestras vidas. La idea básica es que este país está «en funcionamiento» un buen número de horas cada día, sin que por ellos tengamos mayor calidad de vida, ni seamos mas productivos.

 El cambio horario suele ser un socorrido tema de conversación en estos días; al hilo de una de ellas, alguien contó la anécdota de que antiguamente en su aldea, cuando alguien preguntaba la hora, la gente respondía: ¿cuál, la solar o la de Franco?   

Estoy convencido de que tenemos un horario absolutamente disparatado, fundamentalmente por dos razones: ir una hora por detrás del huso horario internacional y, en segundo lugar, por tener un horario laboral partido con un excesivo descanso para comer (nótese que no incluyo el cambio horario de verano, aunque mucha gente cuestiona su eficacia). Ambas razones contribuyen a que este país esté “en plena actividad” un enorme número de horas, sin que por ello tengamos una mejor calidad de vida ni seamos más productivos.
Nuestro actual régimen horario data del año 1940, cuando Franco decidió alinear el horario español con el de la Alemania nazi. De esta forma, se añadía una hora más al huso horario que por posición geográfica nos corresponde; con el resultado de que entre octubre y abril tenemos una hora de desfase con la hora solar media y entre abril y octubre, la diferencia es de 2. Esto hace que el anochecer se retrase en nuestros relojes y que tengamos unos horarios nocturnos bastante tardíos.
El segundo disparate es la jornada laboral. Frente al horario “nueve-hasta-cinco” de buena parte del mundo occdidental, en España tenemos el horario “no-sé hasta-depende” que tradicionalmente podríamos asociar al 9:00-20:00 con dos/tres horas para comer, aunque esto va por barrios (léase cada cual según y cómo). Algunos ejemplos: “8:00-15:00” de banca y administración (aunque según casos te atienden sólo de 9:00 a 14:00); “9:30h-20:30h con descanso” del pequeño comercio; “10:00h a 22:00h sin descanso” del gran comercio; “9:00h a 18:00-19:00h con descanso” en diversos oficios de la construcción y parte de la industria; todo esto, por supuesto, es pincelada gruesa, pues en cada colectivo hay posibilidades de negociación (algunos bancos abren una tarde y en la administración hay flexibilidad de entrada y salida computando las horas). En la educación (con gran impacto en el ritmo de las ciudades) la cosa se pone más divertida; podemos tener un horario a la carta dependiendo de la región, e incluso el colegio; a grandes rasgos tenemos colegios con jornada continua (5 horas matutinas) o partida (3+2) pero los horarios de entrada y salida pueden cambiar. Esto era un mero recordatorio pues ya se lo saben, pero ¿a que impresiona puesto así todo junto?
A mi juicio, algunas de las consecuencias de este disparate son:
–          Dificultad de la conciliación de la vida familiar y laboral.- La disparidad de horarios hace que, al inicio de la jornada, numerosos padres necesiten horas matutinas para el cuidado de los niños; mientras que, al final del día, se llega a casa demasiado tarde para disfrutar de tiempo de calidad con los hijos.
–          Escasez de horas de sueño.- Un claro ejemplo de lo tardío de nuestro horario es que el “prime time” televisivo se sitúa a las 22:00h, dos horas más tarde que en el resto de Europa, lo que retrasa la hora de irse a la cama y reduce el descanso, con negativa incidencia en el rendimiento escolar.
–          Mayor número de horas de trabajo.- En las ciudades pequeñas es habitual ir y volver al trabajo mañana y tarde, con el consiguiente gasto de tiempo y energía, además de tener que “arrancar” la actividad dos veces. En las grandes ciudades, la congestión hace que se opte por comer en el puesto de trabajo, con lo que “de facto” se trabajan muchas más horas.
–          Ineficiencias y excesiva inversión de tiempo en la realización de gestiones administrativas.- La apertura de la administración al público se reduce “de facto” a cinco horas matutinas y expedientes complejos suelen requerir varias mañanas. Por otra parte, la incertidumbre horaria en el puesto de trabajo obliga a invertir tiempo previo en concertar citas o verificar que se puede realizar la gestión.
–          Alargamiento excesivo de los horarios comerciales.- Las grandes superficies abren hasta tarde, pues miles de trabajadores no pueden realizar sus compras diarias hasta que no finaliza su jornada laboral.
–          Dificultades para la programación cultural.- En el resto de Europa, la cena temprana permite asistir a actividades culturales sin necesidad de trasnochar. Aquí, o bien se trasnocha o bien se cena de cualquier manera.
Es cierto que, con buen espíritu mediterráneo, nos hemos adaptado a esta disparate y lo “sabemos vivir bien”, pero no deja de ser un caos.
02:30 a.m., me voy a la cama.

    Artículo en «Economía Digital»: Sobre Adam Smith o el Apóstol del Capitalismos de libre mercado que nunca fué


    Hoy me publican en «Economía Digital » de LaCerca.com un artículo Adam Smith o el Apóstol del Capitalismo de libre mercado que nunca fue

    La reciente crisis económica está elevando a Adam Smith al olimpo de los Dioses. Su “mano invisible” se ha convertido en el argumento de autoridad que avala la hipótesis de la eficiencia de los mercados y la subsecuente política económica de austeridad y desregulación que de ello se deriva. Sin embargo, nada más lejos de la realidad; no, al menos, cuando se hace una lectura más global de la obra de Smith.
    Fascinado por el mecanicismo Newtoniano, Smith trató de encontrar una ley universal que explicara el funcionamiento del universo social al igual que la ley de la gravedad explicaba el funcionamiento del universo físico. Esta ley la encontró en las motivaciones individuales (pasiones y virtudes) que la Naturaleza imprimía en los seres humanos y que, sin pretenderlo, beneficiaban al conjunto de la sociedad. Smith consideró tres virtudes especialmente “dignas de admiración”: la justicia, la prudencia y la benevolencia. De hecho, el gran proyecto intelectual de Smith fue escribir un libro sobre cada una de ellas; una trilogía que explicara el funcionamiento del universo social, sus leyes motrices y los obstáculos en el camino hacia lo que él denominaba “sistema de libertad natural”, concebido como el último estadio natural y más perfecto en la evolución de las sociedades humanas caracterizado por libertad, la igualdad y la justicia. De los tres libros proyectados, sólo acabo dos: La Teoría de los sentimientos moralessobre la virtud de la benevolencia y La Riqueza de las naciones, sobre la virtud de la prudencia.
    Se pregunta Smith en la Teoría de los Sentimientos Morales “¿cuál es el motivo de todo el esfuerzo y trajín de este mundo?” Obviamente, el primer motivo es satisfacer las necesidades de subsistencia (alimento, techo, vestido…); pero una vez cubiertas “¿cuál es el fin de la avaricia y la ambición, de perseguir la riqueza, el poder, la preeminencia?” La respuesta es categórica, el verdadero deseo de los seres humanos es “ser admirados, ser atendidos, ser considerados con simpatía, complacencia y aprobación”. Esto se puede conseguir buscando la sabiduría o la virtud, pero, principalmente lo que admira la gente es la riqueza.
    La búsqueda del interés propio, tal y como la entendió Smith, no puede ser desligada de la virtud de la prudencia, que impide proceder de forma desordenada o arriesgada, ni de la virtud de la benevolencia que tiene en cuenta la situación del otro (empatía) y que nos impulsa a comportarnos siguiendo ciertos valores morales. La virtud de la justicia, por su parte, promueve a nivel interno (conciencia) comportarse de forma apropiada y a nivel externo (sistemas jurídicos) velar por el cumplimiento de las normas que garantizan el funcionamiento de la sociedad.

    El Smith que surge de esta lectura global difiere claramente de la errónea caricatura, por simplificada, asociada al campeón del laissez-faire y apóstol del capitalismo, predominante en los manuales de economía y también en los medios de comunicación. Smith percibió claramente la paradoja implícita en el interés-propio: por una parte beneficia a la sociedad, pero también puede destruirla cuando no es moderado por las virtudes internas y por las instituciones externas… como la presente crisis se ha encargado de mostrar. ¿Quién sabe lo que opinaría Smith ante todo el esfuerzo desregulador de los mercados financieros que se ha hecho en su nombre?

    Artículo en «Economía Digital»: Sobre «¿Quien se está comiendo la tarta?»

    Hoy se pone en marcha el períodico «Economía Digital» de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Albacete, centro en el que trabajo.
    Interesante iniciativa para acercar la universidad a la sociedad que la sustenta y a la que se debe.
    Mi primera colaboración se titula  ¿Quién se está comiendo la tarta?

    Una de las metáforas preferidas entre los adalides de la eficiencia de los mercados y del estado mínimo suele ser la de la tarta. Consideran que lo realmente importante es el crecimiento de la misma (léase riqueza) sin importar su distribución. De hecho, si la tarta es mayor, todo el mundo recibirá una porción superior a la del año anterior, lo cual redundará en una mejora de la situación de la población con menores ingresos. Lo importante, pues, no son las comparaciones interpersonales sino los incrementos de riqueza individual; que la porción que corresponde al 10% más rico crezca mucho más que la que corresponde al 10% más pobre, es hasta cierto punto irrelevante pues todo el mundo pilla bocado. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la tarta deja de crecer y, sin embargo, la porción de los ricos sigue aumentando?
    Recientemente la OCDE ha publicado un interesantísimo informeen el que muestra cómo la desigualdad entre ricos y pobres ha aumentado en todos los países miembros de la organización durante las tres últimas décadas. En términos medios, el 10% de la población más rica tiene un ingreso nueve veces superior al del 10% de la población más pobre. Estas cifras han aumentado incluso en países con amplia tradición redistributiva como Alemania, Dinamarca y Suecia. En el extremo de la escala se encuentra Chile, país en el que la diferencia se eleva a 25 veces.  ¿Tendrán algo que ver los Chicago Boys? En el caso de España, la desigualdad se sitúa alrededor de la media OCDE, pero contrariamente al resto de países, ésta se ha reducido en un 20% hasta el año 2008. No obstante, en los dos últimos años la diferencia está aumentando. Veremos cómo evoluciona en el futuro, pero o mucho me equivoco o aumentará espectacularmente, dado el desempleo masivo en el sector de la construcción, cuyos altos salarios durante el boom seguramente explicarían buena parte de la disminución de la desigualdad hasta el 2008.
    En cualquier caso, los datos y el diagnóstico por parte de la OCDE son contundentes. Los ricos son mucho más ricos y siguen apropiándose de porciones mayores de una tarta que, por el momento, ha dejado de crecer; estrategia que puede volverse dramáticamente en su contra. Esta situación rompe con el contrato social que ha dado estabilidad a las sociedades occidentales en los últimos 60 años. Poner en riesgo dicha estabilidad por una actitud de maximización de beneficios a corto plazo puede ser como tirar piedras contra el propio tejado. En un interesante artículoJoseph E. Stiglitz sugiere que los ricos están jugando con fuego, pues su destino y bienestar está asociado al del resto de la población. Los muros de sus mansiones  y urbanizaciones no los protegerán de las revueltas sociales, como la historia ha mostrado en repetidas ocasiones. Incluso un razonamiento economicista advierte de lo equivocado de esta estrategia, pues si quieren preservar su status quo a largo plazo, deberán empezar por devolver a la sociedad parte de lo que la sociedad les da. Mayores impuestos u otras formas de compartir parte de su riqueza no deberían ser anatema sino su tabla de legitimización ante la sociedad.