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Sobre deuda pública, inversión y especulación

Para ser sincero, cada vez entiendo menos de Economía.  Estamos viviendo unos meses de una extrema volatilidad en los mercados de deuda soberana y, por arrastre, en las bolsas y restos de mercados financieros. Este comportamiento se asemeja más al de una manada aterrorizada que al que predice la Hipótesis de los mercados eficientes y de la racionalidad de los agentes económicos. Como muestra un botón.

Si nos fijamos atentamente en el gráfico vemos como España tiene el menor déficit público de las economías consideradas y, sin embargo, ha sido objeto de algunos de los ataques más virulentos. Algunos aducen que si el efecto contagio, que si el grupo delos PIIGS, que si la “pereza” del sur, que si las altas cifras de desempleo y la rigidez del mercado laboral… pero a la hora de la verdad nuestras cifras de deuda pública hablan por sí solas y, hasta donde conocemos, las subastas de deuda pública española se colocan sin problemas y no hay en el horizonte cercano perspectivas de impago. Entonces, ¿a qué se deben los ataques? Pues eso, que no entiendo la “racionalidad” de estos mercados. Más bien me creo en la idea de que vivimos unas “finanzas de casino” dominadas por el pavor conscientemente inducido por grandes fondos de inversión con capacidad de “alterar el precio de las cosas”, llámese mercados de deuda soberana u otros.
Soy de los que opinan que esta crisis está teniendo unas consecuencias devastadoras sobre la ciencia económica desde el punto de vista epistemológico. Cada día cuesta más ponerse delante de los alumnos a explicar la racionalidad del comportamiento del consumidor o la hipótesis de los mercados eficientes con la que está cayendo. Parece que la corriente dominante es incapaz, con sus elegantes y sólidos modelos teórico-formales, de dar una respuesta satisfactoria tanto teórica como de actuación política; otras corrientes son demasiado débiles como para que los líderes políticos se arriesguen a recorrer caminos nuevos de resultado incierto. Prefieren contemporizar antes que tomar una decisión equivocada, y quedan así, como el protagonista de la canción de Extremoduro: “siempre en estado de espera”.
Un colega, con una dilatadísima trayectoria académica, me dice que día a día comprende menos como funciona la economía y que se siente incapaz de dar respuestas cuando sus conocidos le preguntan al respecto; empatizo con la tristeza de dedicar toda una vida al conocimiento de una materia y cuando crees que la has aprehendido darte cuenta que se te diluye entre las manos. como sigamos “a por uvas” desde la disciplina académica acabaremos cambiando el sillón de la política económica por el del psicoanalista.

Escuchando a Sadeq Sayeed

Asistí ayer a la conferencia organizada por la veterana asociación de estudiantes de economía de Cambridge, “Marshall Society”. El invitado era el financiero Sadeq Sayeed, Ex-Vicepresidente ejecutivo del Conglomorado financiero-industrial Nomura y arquitecto de la compra en 2008 de la división Europea-Oriente Medio-Africa de Lehman Brothers, que llevó  a la corporación japonesa a la primera división mundial de los bancos de inversión. Un crack de las grandes finanzas, del que dicen que se ha embolsado más de 30 millones de Euros como regalo de jubilación y que ahora dedica su dorado retiro a gestionar, más por entretenimiento que otra cosa, un fondo de inversión y a impartir sabiduría financiera en el Imperial College de London y en el MIT. Imagino que enseñando a sus alumnos como pueden conseguir un bonus de jubilación de tal calibre en vez de un reloj y una palmadita en la espalda.
El señor Sadeq, irradiando confianza en sí mismo y en sus logros, planteó la sesión de la siguiente manera. Imaginen que me ven caminando por la calle y que disponen de 15 minutos de mi valioso tiempo, ¿qué me preguntarían? Obviamente, entre la audiencia  de estudiantes, salieron muchas de las preguntas que rondan a toda la ciudadanía por la cabeza. Las siguientes resultan particularmente ilustrativas; más o  menos fueron así:
P: ¿Una mayor regulación evitaría crisis futuras?
R: Absolutamente, no.
P: ¿Que opina de la moralidad del comportamiento de los mercados?
R: No soy un economista; sino un financiero. Conozco como funcionan los mercados, las reglas que los rigen y no voy a entrar en debates filosófico-teóricos sobre el asunto.
P: ¿Funcionan los mercados de forma eficiente?
R: Absolutamente sí
P: ¿Cuales ha sido las causas de la crisis?
Llegados a esta pregunta, la que él esperaba, nos contó la historia que había venido a contar.
Para él la causa última de la crisis financiera, hay que buscarla en una regla implícita que la mayoría de los gobiernos han transmitido a los mercados: no va a dejar quebrar a las grandes (incluso medianas) compañías financieras. El ser humano se mueve por incentivos; básicamente, a su juicio, ganar dinero. Si el gobierno acude al rescate, ¿quien se preocupa de los riesgos? Es un claro ejemplo de una situación ganadora-ganadora; si juego de forma arriesgada y sale bien, los retornos son mayores que los de las decisiones conservadoras; si sale mal, el gobierno y los ciudadanos, en última instancia, cubren las pérdidas. ¿Quien no entra en la partida con éstas reglas de juego? El señor Sadeq afirmaba que los financieros, aunque sea implícitamente, adoptan decisiones bajo esta premisa. La cobertura está tanto más garantizada cuanto mayor es la compañía. Por tanto, el problema no es del tiburón financiero que sin escrúpulos negocia de mala fe, a sabiendas de que engaña; sino del gobierno que adopta la decisión, como mal menor, para la economía de no dejar caer a los grandes. Eso sí, los pequeños que se las apañen como puedan. De paso, nos contó que con Lehman Brothers realizó la operación de su vida, comprando unos activos (físicos y humanos) a precio de saldo que, bien gestionados y ayudado por las inmensas inyecciones monetarias de los gobiernos occidentales, han dado unos beneficios estratosféricos en tan sólo un año.
Soluciones a la crisis: reglas simples en vez de complejos marcos regulatorio, no dudar de que el ser humano se mueve básicamente por incentivos (monetarios básicamente) y anticipando las decisiones de los adversarios, dejar caer a quien no sabe jugar como medida ejemplarizante. Ya se encarga el mercado se encarga de eliminar la grasa que sobra. Casi me convence de la perfección del sistema.
De lo del riesgo moral ya estaba convencido. Si bien, puede llegarse a un compromiso en la manera en que se gestionan los recates. Por ejemplo la responsabilidad patrimonial de la alta dirección y la forma en que se blindan contra la adversidad.
Un tema, que surgió, pero en el que el señor Sadeq no entró fue el de la ética de los negocios, pues el es “un banquero inversor y no un economista”. Y éste me parece que es el elemento central de la presente crisis financiera. Puede que en el entorno de las grandes finanzas internacionales o eres despiadado o no sobrevives; pero el gobierno y la sociedad debería velar porque no se sobrepasaran ciertos límites. El primero legislando y endureciendo el marco de lo que se considera lícito en honesta competencia, la segunda mediante la denuncia y disconformidad.
En las sociedades actuales la mayoría de los ciudadanos no comete delitos. Esto se debe, en parte, a la existencia de un sistema jurídico que castiga al que delinque (juez externo); pero, sobre todo, a la conciencia (juez interno) que nos lleva a descartar aquellos actos que consideramos injustos, perversos, dañinos para con los demás. Así es como se comporta, o lo intenta, la mayoría de la ciudadanía en su vida diaria; lo cual permite la convivencia. Obviamente, el cordón de seguridad, del sistema judicial hace falta; pero estoy convencido de que su poder disuasor es menor que el de la conciencia. Máxime si se tiene en cuenta lo ridículo de las penas para numerosos delitos.
Al final el señor Sadeq lleva razón; todo se reduce a un problema de incentivos. Esto nos debe llevar a reflexionar sobre la educación y los valores éticos que están impregnando la sociedad del siglo XXI. ¿A qué estamos incentivando en la familia, en al escuela, en la sociedad, en los medios de comunicación? ¿Cuáles son los héroes? ¿A quién se quiere imitar? ¿Cuáles son los objetos de deseo que perseguimos en busca de la felicidad?

Sobre los crímenes económicos contra la humanidad

A raíz de las crisis financiera global que todos estamos sufriendo, se está empezando a hablar de un concepto realmente interesante: “Los crímenes económicos contra la humanidad” (Aquí). ¿Veremos algún día sentados en el banquillo de los acusados a todos aquellos que de forma consciente contribuyeron a crear una burbuja que, al explotar, derivó en la actual crisis? Ciertamente hemos visto a algunos presuntos responsables sentados en las comisiones de investigación del Congreso de los Estados Unidos, pero todo ha quedado en el mal trago que algunos hubieron de pasar ante la dureza de las preguntas de algunos congresistas y la exposición pública de sus desorbitadas ganancias y lujoso nivel de vida.
Los orígenes y desencadenantes de la crisis han quedado relativamente bien explicados: a) la desregulación financiera que permitió a las entidades financieras elevar los niveles de inversión y riesgo en relación con sus activos; b) la “fabricación” de unos productos financieros basura, envueltos en lujosos paquetes de derivados financieros que se vendía a un precio muy superior al activo que escondían, todo ello avalado por agencias de rating; c) La intervención de los gobiernos (nacionalización de las pérdidas) para no dejar caer a las grandes entidades financieras por sus potenciales efectos desestabilizadores globales (demasiado grande para caer).
Los responsables directos de la desregulación y de la venta fraudulenta de productos basura tienen rostro, nombre y apellido y no son millares de brokers, sino unas decenas de personas que diseñaron una compleja ingeniería financiera para vender algo por encima de su justo precio. Ocultaron la información de lo que “realmente” estaban vendiendo y el aval de las agencias de rating sancionó ese precio artificial. No puedo juzgar si fueron conscientes de la potencial capacidad de destrucción/desestabilización financiera; posiblemente no, pero ello no les exime de su responsabilidad; pues sabían que vendían engañando.

Según la Corte Penal Internacional un crimen contra la humanidad es “cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de una ataque generalizado o sistemático contra una población civil”. Es cierto que la crisis financiera global no tiene su origen en un ataque con armas convencionales; pero a la vista de los acontecimientos y las dramáticas consecuencias para millones de ciudadanos quien podría dudar que las “subprime” podría lícitamente considerarse como “armas de destrucción masiva”. Si hemos invadido países por armas que no existen, ¿cómo no vamos a poder juzgar a los responsables de esta nueva modalidad de “armas de destrucción masiva” en su versión financiera? El efecto pedagógico de estos juicios y el mensaje lanzado al mundo, seguramente, disuadirá a futuros maquinadores financieros y daría tranquilidad y respeto por la justicia al resto del común de los mortales.

Viendo “Inside Job”

En el excelente documental ganador del Óscar “Inside Job” se cuenta que Richard Fuld, CEO de Lehman Brothers, hizo instalarse su propio ascensor privado, de tal manera que se desconectó de todos. El chófer llamaba al ascensor, un guardia de seguridad aguantaba la puerta y él entraba directamente de tal manera que “sólo habría dos o tres segundos en los que tuviera que ver a la gente”. (Aparece en los últimos segundos del siguiente fragmento)

Dan Ariely, en su recomendable libro “las trampas del deseo”, muestra como las estafas o engaños online son percibidos como menos graves que los atracos directos.
¿Qué tienen en común estas dos historias? Que indudablemente es más fácil engañar cuando no vemos el rostro de la persona a la que estamos engañando.
Stigler, uno de los grandes apóstoles de la eficiencia del libre mercado y de la desregulación, afirmaba que no es que el ser humano no fuera altruista sino que la preocupación por los demás es muy fuerte entre la familia y los amigos y parientes cercanos pero disminuye cuando aumenta la distancia social de la persona.
Así pues, la gran paradoja de la globalización es que al tiempo que nos enriquece económicamente, nos empobrece socialmente pues aumenta la distancia con las personas que van a “consumir” el producto de nuestro trabajo. Es decir, negociamos y vendemos nuestros productos a “gente sin rostro”.

El patrón de comportamiento es completamente distinto cuando el objeto de nuestro trabajo se dirige a la comunidad-sociedad donde vivimos. En este contexto la “gente tiene rostro” y convivimos con ella a diario. En este caso la honestidad prima en espera de un comportamiento recíproco, promoviendo además un clima agradable para la convivencia. Lo cual, por cierto, no deja tampoco de ser egoísta. Ya advertía Adam Smith de las ventajas para la propia persona de la honestidad.
Pero volviendo a la “gente sin rostro”, ¿No les parece sospechoso que las grandes empresas distribuidoras de comunicaciones, energía, … prefieran sustituir los servicios presenciales de atención al cliente por números de teléfono? Por encima del ahorro de costes, prima la cuestión de que se evita que el responsable tenga que mirar directamente a la cara del cliente y ver el desengaño, el sufrimiento o el enfado por un producto que no cumple con lo prometido. ¿Les suena la historia?
En conclusión, a los ejecutivos de la industria financiera les resulta menos doloroso embolsarse millones de dólares en bonus por vender productos tóxicos y estafar a gente a las que no tienen que ver cada día. No es mala terapia preventiva. Quizás a Richard Fuld, lo del ascensor, se lo aconsejó su psiquitra.