Archivo del Autor: FABIO MONSALVE SERRANO

El reto de la enseñanza de Economía

Recientemente un compañero me hizo llegar la carta pública de la Asociación de Estudiantes de Económicas de la Universidad Autonóma de Madrid, en la que denuncian la «profunda crisis en la formación de los estudiantes de Economía» (firmar); donde denuncian la abstracción intelectual y a-moralidad que la corriente Neoclásica ha impuesto en la forma de entender, estudiar, investigar y practicar la Economía. Opinan los alumnos que la mirada sobre el hecho económico propuesta en los planes de estudios covencionales, resulta claramente empobrecedora del «modo de ser» economista en el Siglo XXI.
La protesta de los estudiantes de Economía no es algo nuevo. En esta, como en otras revoluciones, Francia nos lleva la delantera. Ya en el año 2000, estudiantes franceses publicaron una petición contra el dogmatismo y la falta de realismo de la economía neoclásica, dando lugar al movimiento de Economía Post-Autística.
En el mismo sentido, el nada sospechoso y bien financiado «Institute for New Economic Thinking», del tiburón de las finanzas reconvertido en filántropo, George Soros, dedica uno de sus cinco programas de investigación (liderado por Robert Skidelsky) a reflexionar sobre el cambio en el currículum de la Economía.

Todo lo anterior viene a colación del brevísimo artículo (aquí) publicado el 2002 en la American Economic Review, por Robert H. Frank, (famoso autor del manual de referencia de Microeconomía), en el que cuestiona el modo actual de enseñar Economía, centrada en que los alumnos memoricen tangencias de curvas y complejas condiciones de equilibrio matemático. Se pregunta, si no sería más útil enseñarles a «pensar como economistas», centrando la docencia en conceptos (como el coste de oportunidad) que permitan al alumno observar la realidad de la economía cotidiana e interpretar las razones y los incentivos que mueven a los agentes en su desempeño económico. Para ilustrar la necesidad del cambio didáctico-docente, establece una interesante comparación con la evolución en el modo de enseñar idiomas. Décadas atrás todo se centraba en memorizar reglas gramaticales y vocabulario, con pésimos resultados, hasta que la enseñanza pasó a centrarse en habilidades orales que permitan desenvolverse con facilidad.

La propuesta de Frank es conseguir que los estudiantes de economía se conviertan en «economistas naturalistas«. Al igual que estudiar biología faculta para observar y maravillarse con el mundo natural, estudiar economía debería otorgar a los estudiantes una capacidad similar de observación  y de maravillarse con el entorno económico que les rodea. Para ello, puede ser más interesante responder a preguntas ¿porqué las aerolíneas cobran más por los tickets de último minuto, y los teatros actúan justamente al revés?, o ¿Por qué un fabricante de sanitarios dibuja una mosca común en el centro de los urinarios? que esforzarse en memorizar condiciones de tangencia.

Los éxitos de ventas de libros centrados en este enfoque denominado «economía-divertida» (economics-made-fun), nos deberían confirmar a los docentes que la economía SÍ interesa a la gente, SÍ puede maravillar a los estudiantes, pero nos empeñamos en convertirla en una «Ciencia lúgubre , no sólo por sus tétricos pronósticos (Thomas Carlyle dixit) sino también por la aburridísima pedagogía.

Moral y Eficiencia en los mercados

Ando estas semanas explicando a mis alumnos de Microeconomía Avanzada los fundamentos del modelo del Equilibrio General, considerado por muchos como la Teoría de las Teorías en Economía; es decir el núcleo sustancial del Análisis Económico. Pues bien, puesto en la pizarra, el modelo es de una elegancia y precisión asombrosa. Todo cuadra. Los mercados se vacían y no hay recursos ociosos. Es la metáfora de la mano invisible» en su versión más científico-matemática. Claro, con la que está cayendo, la reflexión es inmediata: todo eso del modelo matemático es muy bonito, pero la realidad es tozuda y lo que tenemos actualmente es una crisis monumental y una enorme cantidad de recursos desempleados. Es decir, todo no cuadra. (Quizá, porque como ya dije en otra parte, la realidad es la que es y es el modelo el que debe adaptarse a ella y no viceversa.)

¿Cuestiona esto mi fe en el modelo y en la eficiencia asignativa de la economía de mercado? Pues no y sí. No; porque la historia nos ha demostrado que el mercado es el menos malo de los sistemas económicos y, por tanto, creo que «puede cumplir» razonablemente bien el cometido de distribuir los recursos. Sí, porque el «puede cumplir» es hipotético y requiere de un escenario moral que, hoy por hoy, no se da; es más, podríamos hablar de un deterioro del mismo.

Para que la economía de mercado funcione razonablemente bien deberían darse, al menos, las siguientes dos condiciones morales:
Primero.- Comportamiento de los agentes económicos respetuoso con ciertos principios éticos básicos; entre los que destacarían el de los intercambios justos (ausencia de abusos), el no aprovecharse de las posiciones de debilidad del otro (compulsión), el de la transparencia en la información (no engañar en los defectos ocultos) y, en general; considerar que el intercambio comercial es una relación de cooperación.
En definitiva, un paradigma ético-económico que nos lleve a pensar tanto en el interés individual (potente fuerza motriz de nuestros desempeños) como en el bien común (espacio convivencial sin el que no podríamos subsistir; pues nos necesitamos unos a otros). Algo así como la economía del bien común.
Segundo.- Hay ciertos límites morales que el mercado nunca debería traspasar. No todo está en venta, hay cosas «que el dinero no puede comprar» e intentar mercantilizarlas no es ni eficiente desde el punto de vista económico, ni justo desde el punto de vista social. Un ejemplo rápido, la donación de sangre funciona de forma más eficiente cuando se rige por principios altruistas que por principios de mercado (pagar por donación). Los defensores del libre mercado consideran que la oferta y demanda no imprime juicios morales sobre los bienes intercambiados pero, ¿realmente es así? ¿Podemos comprar una amigo con la certeza de que su amistad sea sincera y verdadera? ¿Podemos comprar justicia sin que se corrompa? ¿Podemos comprarnos una novia o un novio? ¿Podemos comprar órganos humanos? Es cierto, que existe mercado para todo ello, pero de alguna manera entrar en esos mercados nos degrada como seres humanos, nos mercantiliza y hace que no seamos los mismos.

Adam Smith, lo tenía claro. Estableció cuáles eran las condiciones materiales de «la riqueza de las naciones«, pero también las condiciones éticas y los «sentimientos morales» para que aquellas prosperaran. Es cierto que Adam Smith consideraba «No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés», pero también lo es que «por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciales». Además, «cada hombre, sin duda, es impulsado por su naturaleza a preocuparse de sí mismo; prefiere cuidarse él por encima de cuidas a otras personas, y es correcto que esto sea así… en la carrera por la riqueza, los honores y el ascenso debe esforzarse tanto cuanto pueda y esforzarse con todos sus nervios y músculos en aventajar a sus competidores. Pero debe hacerlo justamente, de lo contrario, no gozará de la indulgencia de los demás. Es una violación de la justa contienda (fair play) que no se puede admitir«. Por tanto, la competencia y, por extensión, el mercado, no son malos siempre que se sometan a ciertos límites de justicia, no en el sentido jurídico sino en el moral. Pues otro de los grandes problemas actuales es confundir lo legal con lo justo.

En definitiva, si el mercado se somete a ciertos principios éticos y, además, deja fuera ciertos bienes que no le son propios puede que finalmente, los mercados sean realmente eficientes en la asignación de recursos escasos tal y como predice el modelo del Equilibrio General.

Legados de la crisis (I): Ricos y Más Ricos

Dice nuestro ínclito presidente que lo peor de la crisis ya ha pasado. Y, la verdad, no tenemos por qué dudar de su palabra, más allá de que hay que ir calentando motores para una carrera electoral en la que, por cierto, el PP anda un pelín bajo de forma. Pero bueno, seamos bien pensados y consideremos que a nuestro presidente lo que le motiva es ser transparente con los datos e insuflar esperanza a una alicaída ciudadanía. Además, el hecho de que la oposición y los organismos independientes lo confirmen elimina cualquier suspicacia electoralista. Centrémonos, por tanto, en que «lo peor de la crisis ya ha pasado». Sería pues el momento de ver los destrozos del temporal. Pues bien, parece que a no todo el mundo le ha ido mal.

Como bien refleja el siguiente gráfico en «The Economist», en el año 2012 12 millones de personas superaron el umbral que, técnicamente, les otorga el status de millonarios (tener 1 millón de dólares en activos invertibles); esto es 1 millón más de nuevos ricos respecto al 2011.
Además, no sólo hay más ricos sino que los que había son aún más ricos, en concreto un 10%. Por otra parte, los 3,4 millones de ricos americanos, los 1,9 millones de japoneses y el millón de alemanes acaparan más de la mitad de la riqueza mundial. En resumen, mayor número de ricos y, además, más ricos.
La crítica (que por facilona me despierta cierto pudor demagógico): las crisis no ha sido igual para todo el mundo, ni todos arriman el hombro de la misma forma. Con estos mimbres, no es de extrañar que se cuestione el Estado del Bienestar desde uno de sus santuarios.
El consuelo: Mis lectores ya me han escuchado la cantinela de que «el dinero no da la felicidad» (aquí y aquí) y que quizás «no somos tan pobres«, al menos comparativamente. Por tanto, tiremos de sabiduría popular y concluyamos con que «el que no se consuela es porque no quiere».

¿Cómo va la vida?

Soy un apasionado de la tecnología y, algo menos, de la economía (¿qué le vamos a hacer?).  Por eso decidí crear un grupo de etiquetas (lateral izquierdo) denominado EcoTechs, donde iré recogiendo herramientas tecnológicas (apps, webs interactivas…) de utilidad económico-docente. Algunas de ellas han sido ampliamente publicitadas y son bien conocidas en la blogosfera económica, otro no lo son tanto.
Traigo hoy una, recientemente puesta en marcha, por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que trata de medir «cómo nos va la vida» más allá del PIB. Numerosísimos filósofos sociales, economistas incluidos (menos, a decir verdad), y, sobre todo, el sentido común nos vienen alertando que el objetivo existencial del ser humano no radica en perseguir la riqueza, sino la felicidad, la armonía con uno mismo y con el entorno ambiental y afectivo que le rodea. Pues bien, si esto es así, medir el bienestar de una sociedad únicamente con índices económicos parece, cuando menos, incompleto y, en cualquier caso, sintomática de una cierta manera capitalista de entender las relaciones humanas (lo cual es bastante marxista, por cierto). En definitiva la «riqueza no es sinónimo de bienestar«. El Índice de Desarrollo Humano (IDH), la Felicidad Interior Bruta (FIB), el Índice del Planeta Feliz (IPF), el «Legatum Prosperity Index«, entre otros, intentan medir «lo que realmente importa y no sólo lo que reluce«.
A los anteriores índices se une ahora el «Índice para una vida mejor» que trata de «comparar el bienestar entre distintos países básandose en 11 temas que la OCDE ha identificado como esenciales para las condiciones de vida materiales y la calidad de vida». Lo he incluido en la sección EcoTechs pues la web te permite «jugar» con las estadísticas modificando la importancia que se otorga a cada uno de los 11 ítems. Por ejemplo, con la ponderación inicial España se sitúa en el nivel 20/36, pero si concedemos más importancia a la comunidad, la salud y el balance vida-trabajo ascendemos 3 puestos.
En definitiva, el «Better Life Index» nos proporciona una nueva estadística que viene a reafirmar que, aunque el dinero ayuda, realmente no da la felicidad; y que quizás, los humanos hemos perdido el sentido de «cuanto es suficiente«

Armas económicas de destrucción masiva

En una entrada anterior (aquí) comentaba que la crisis financiera global podría interpretarse como la consecuencia del desarrollo de una nueva generación de armas de destrucción masiva: los productos financieros tóxicos. La expresión la acuñó, el nada sospechoso, Warren Buffet afirmando que «los derivados financieros, efectivamente, son armas de destrucción masiva» para la economía. Paralelamente, la existencia de armas de destrucción masiva nos remite al concepto de «crímenes económicos contra  la humanidad«. El desarrollo de ambos conceptos desde el punto de vista jurídico y politológico resulta realmente interesante como contrapunto al desarrollo descontrolado de un modo de entender el capitalismo al que le sientan muy mal los corsés reguladores y para el que cualquier intervención política es una intervención mala. (En este sentido, algo de culpa tiene la propia política cuando asume su rostro mas corporativo y mezquino y tan alejado de la prostituidas expresiones «interés general» y «cosa pública»).
Traigo todo a esto a colación de un reciente post en «The Economist» que me ha hecho pensar en una nueva modalidad de armas «económicas» de destrucción masiva: la ingeniería fiscal.
El gráfico es lo suficientemente elocuente para ilustrar el argumento que titula el artículo: La recaudación impositiva de las grandes corporaciones cae a pesar del aumento de los beneficios.

Los circulitos de la de la derecha son contundentes. En el año 1947 la recaudación impositiva fue del 36,7% sobre los beneficios. En el año 2012 descendió al 12,4%. Sobran las palabras.
Personalmente, considero esta «ingeniería fiscal» tan desestabilizadora y tan»crimen económico contra la humanidad» como la desregulación financiera. Pues sin «arrimar el hombre» es muy difícil que la «res publica» (que decían los romanos) pueda funcionar adecuadamente. Los estados de bienestar occidentales, sustentados sobre un amplio consenso contributivo y que tanta paz social y calidad de vida han proporcionado en las últimas décadas, no pueden funcionar cuando los «pícaros fiscales» se aprovechan legalmente de los resquicios de la ley; cuando los agentes económicos con mayor capacidad contributiva eluden «alegalmente» sus responsabilidades. Así la cosa no funciona. Y no hay más.

Keynes «en directo», sobre el patrón oro.

La crisis actual ha llevado a algunos economistas a cuestionar el sistema monetario tal y como lo tenemos montado. Un sistema de reservas fraccionarias en el que los bancos sólo necesitan mantener en caja un mínimo del dinero que depositan sus cliente. En la zona Euro el coeficiente de caja oscila entre el 0% y el 1%. Un coeficiente caja inferior al 100% otorga la posibilidad de crear dinero a la banca comercial, vía la concesión de depósitos. Si alguien me abre una cuenta con 100€ y el Banco Central Europeo, sólo me obliga a mantener 1€, puedo prestar los 99 restantes; de hecho, ahí radica mi negocio. Pero es que los 99 pueden volver a ser depositados y prestado el 99%… Es decir, es la banca comercial la que crea dinero y no las autoridades monetarias.
La corriente austríaca de Economía se está mostrando especialmente beligerante con el tema, atribuyendo a las reservas fraccionarias buena parte de la culpa del ciclo económico; por eso defienden una radical reforma del sistema monetario articulada en torno al coeficiente de caja del 100%, la supresión de los bancos centrales y el retorno al patrón oro. Algo que, ciertamente, parece «de otra épocas». La corriente post-keynesiana ha conseguido mostrar convincentemente que el dinero es endógeno; es decir, que en ausencia de la suficiente moneda legal que «engrase» la actividad económica, el propio sistema encontrará la solución, bien mediante el aumento del número de veces que un billete pasa de mano en mano (Velocidad) o desarrollando métodos de pago alternativos… Esto de la endogeneidad siempre me recuerda las palabras de Tomás de Mercado al afirmar que en las ferias mercantiles en el siglo XVI, pese a todo el oro que llegaba a España no se veía ni blanca y eran una «fragua de cédulas». ES decir, la falta de «blancas» no entorpecía la actividad económica y los mercaderes creaban sus propios medios de pago.

A estas ferias van de todas las naciones, de Sevilla, de Lisboa, de Burgos, de Barcelona, de Flandes y Florencia, o a pagar seguros, o a tomar cambios, o darlos, finalmente es una fragua de cédulas, que casi no se ve blanca, sino todo letra. Las cuales son de dos maneras, unas en banco, otras en contado…

La endogeneidad viene a decir que la masa monetaria es como una nube de límites imprecisos y que crece o decrece según las necesidades de la actividad económica. En este sentido, volver al patrón oro, parecería meterse en un corsé demasiado rígido, que impediría respirar a la economía.
Así lo entendió Keynes al defender, en el siguiente vídeo, los beneficios de abandonar el patrón oro en Inglaterra.

El «casi» peor de los escenarios posibles

En materia de política económica no estamos en el peor de los escenarios posibles, pero casi. Como es bien sabido la actual estrategia económica se ha construido en torno a dos pilares fundamentales: la austeridad y las reformas; dando lugar a una situación que, a juicio de muchos, está alargando la salida de la crisis y, lo que es peor, la agonía y el sufrimiento de miles de ciudadanos. A la luz de los parcos resultados cabría preguntarse tanto si los tratamientos -gasto público y reformas estructurales- como las dosis son las correctas. A mi juicio SI y NO. ¿Las variables a tratar son las adecuadas?; pues SI. ¿El enfoque adoptado es adecuado?; pues NO. Vamos por partes.
Si consideramos que cada una de las dos variables objetivo admite dos estrategias (y una sucesión de estados intermedios entre ellas), la combinación nos daría lugar a cuatro escenarios. En relación con la variable gasto público no moveríamos entre el estímulo y la austeridad y en relación con la variable reformas nos moveríamos entre avanzar en el camino reformista o quedarnos quieto. Así pues los cuatro escenarios serían:

  1. Estímulos con reformas
  2. Austeridad con reformas
  3. Austeridad sin reformas
  4. Estímulo sin reformas

La particular ordenación corresponde a lo que, a mi juicio, sería una gradación del mejor al peor escenario. ¿Adivinan en cual nos encontramos? Pues no en el peor, pero sí en el siguiente.
El estímulo sin reformas es un pésimo escenario por muchas razones, pero básicamente por su insostenibilidad en el tiempo si vienen mal dadas. Esta es una estrategia de muy corto plazo y abocada al fracaso cuando la crisis persiste más allá de un intervalo muy corto de tiempo. Fué, si no recuerdan mal, lo que intentó nuestro ínclito anterior presidente del gobierno con su política chupi-güay de «mas madera» y buen rollito para todos los miembros y miembras de nuestra sociedad, sin querer ver que la crisis era mucha crisis, incluso para la conjunción astral Obama-Zapatero. Al final se cayó del guindo y el 10/05/2010 giró el timón y puso rumbo al escenario número 3. En el cual nos encontramos todavía; pues aunque el PP publicita a bombo y platillo a Mariano Rajoy como «reformator», las cosas no son tan así. El PP dice situarse en el escenario 2, pero aún anda a medio camino.
Los costes principales de las empresas son los laborales, los financieros y los energéticos. Si analizamos cada uno de ellos veríamos que las reformas están muy lejos de alcanzar un escenario que fomente la competitividad. La reforma laboral complica, más que clarifica, el escenario de las relaciones laborales (multitud de contratos, judicialización,…). La reforma financiera no ha incrementado el crédito a disposición de las empresas y familias. El sector energético, si alguien entiende cómo se fija el precio de la energía, pues que me lo explique. En definitiva, mucha austeridad, pocas reformas y ninguna de calado que nos haga salir de este capitalismo castizo (recomendable lectura), controlado por pocas estirpes empresariales y dependiente del BOE, que dificulta enormemente la competencia. Por no extenderme demasiado, ya no hablo de la reforma de administración o de la reforma del sistema educativo que cada 4 años toca.
En cualquier caso, el escenario 2 tampoco nos va a sacar de la crisis.

Parece que Rajoy, al igual que Zapatero, también ha caído del guindo y empieza a reconocer que el escenario que eligió tampoco es el correcto. Es necesario moverse al escenario número 1. Pero en este sentido, al gobierno le faltan bemoles para liderar un bando con los países del Sur y Francia que hagan ver al bloque germánico que así no se puede. Que los estímulos son necesarios como reconoce la Reserva Federal, el Banco de Japón, el FMI… y multitud de organismos y economistas menos los «econócratas» europeos con nuestra amiga Merkel a la cabeza.
En definitiva, reformas que nos saquen de nuestro capitalismo castizo SI, pero con estímulos.

¿Cuanto cuesta la felicidad?

Para la sabiduría popular, parece «que el dinero no da la felicidad». En innumerables ocasiones hemos oído este famoso adagio, que la literatura y otras artes se han encargado de sancionar contándonos mil y una historias con el argumento de que «los ricos también lloran». Y la verdad es que no nos los acabamos de creer, por eso se suele añadir la coletilla de que «no dará la felicidad, pero ayuda».

La cuestión no ha pasado desapercibida a los economistas que han desarrollo un específico campo de estudio denominado Economía de la Felicidad. Richard Easterlin fué uno de los pioneros al preguntarse en el  año 1974 si «el crecimiento económico mejoraba la felicidad«, descubriendo que los datos empíricos avalaban parcialmente la sabiduría popular. Es cierto que el dinero importa y sí que da la felicidad, pero hasta un cierto punto; es decir, en una sociedad dada, la gente más rica es más feliz que la más pobre. Ahora bien, los incrementos sustanciales de renta per cápita no se traducen en incrementos en los indicadores de felicidad. Es más, las comparaciones entre países, con distintos niveles de riqueza, muestran como los índices medios de felicidad declarada no cambian, una vez satisfechas las necesidades básicas… lo que obviamente contradice la teoría económica dando lugar a lo que se conoce como «Paradoja de Easterlin«
Baucells y Sarin, en la misma línea argumetnal que Easterlin, sostienen que «definitivamente, el dinero no da la felicidad» debido a la particular psicología del ser humano. Por una parte, el «poder de adaptación» hace que la gente se acostumbre a niveles de vida más altos conforme aumentan sus ingresos, considerándose el nuevo stándard la situación normal y, por tanto, no aportando felicidad o bienestar adicional. La segunda explicación es la «comparación social» ( o teoría del «salario del cuñado») que relaciona nuestra felicidad con el entorno social y no con nuestras circunstancias materiales absolutas. En resumen, el dinero da la felicidad hasta un cierto nivel (8.000$-25.000$, según estudios) a partir del cual los incrementos sustanciales de riqueza proporcionan incrementos residuales de felicidad.
Parece sin embargo que esta interpretación convencional no es la correcta a juicio de Stevenson y Wolfers que consideran que el dinero sí puede comprar la felicidad. La tesis central es que no hay evidencias empíricas de la existencia del punto de saciedad o saturación y que, por tanto, la gente nunca se cansa de ganar más dinero.

El gráfico (reelaborado por The Economist) refleja claramente que a mayores ganancias, mayor bienestar subjetivo para los individuos. Sin cuestionar la conclusión fundamental, podríamos hacer dos matizaciones. El gráfico utiliza una escala logarítmica, por tanto pasar, por ejemplo, de 1.000$ a 2.000$ gráficamente tiene la misma importancia que pasar de 64.000$ a 128.000$ y, no me negarán, que lo mismo, lo mismo pues no es. En otras palabras, el «coste económico» de incrementar la satisfacción crece exponencialmente lo que implica que aumentar un punto requiere de muchísimo más dinero cuando ya se es rico. Una idea que se aproxima bastante a que existe un «punto de saciedad» que es la tesis que pretenden rebatir. En segundo lugar, cuando un país se acerca a elevadas satisfacciones (cercanas a 10) el «coste económico» del incremento es enorme.En definitiva, el estudio redefine logarítmicamente la relación ingresos-bienestar, pero no resuelve la Paradoja de Easterlin.

Robert Skidelsky, en su muy recomendable libro ¿Cuanto es suficiente? reflexiona sobre lo que nos hace felices y «lo poco que cuestan» las cosas realmente importantes. Skidelsky dedica el capítulo cuatro a cuestionar la «Economia de la Felicidad» por no resolver adecuadamente dos irracionalidades: una individual y otra colectiva. La primera es que la gente sobreestima la felicidad futura asociada al consumo y menosprecian las satisfacciones presentes como el ocio, la educación  la amistad y otros intangibles. La segunda es que colectivamente no todo el mundo puede estar en lo alto de la escala. En una sociedad de dos individuos el éxito del individuo A debe ser necesariamente a expensas del fracaso de B.
Skidelsky relaciona la felicidad con la idea «the good life» (la buena vida). Un concepto ético y no meramente subjetivo. La buena vida no es aquella que simplemente se desea, sino aquella que es deseable o merecedora de ser deseada según unos criterios éticos relacionados con la dignidad humana. En otras palabras, nuestro objetivo como individuos y ciudadanos no es meramente ser feliz sino tener rezones para ser feliz. El matiz es importante pues introduce el compromiso moral con nuestros congéneres.
Para Skidelsky los bienes básicos son la salud, la seguridad, el respecto, la personalidad, la armonía con la naturaleza, la amistad, el ocio y tiempo libre… todos ellos bienes que proporcionan felicidad a un «bajo coste». Teniendo en cuenta, pues, lo que verdaderamente merece ser deseado conviene preguntarse ¿cuanto es suficiente para conseguirlo?. Veremos entonces que la felicidad no es cara y que el problema de la insatisfacción personal en las sociedades avanzadas no es económico sino moral. En otras palabras, no somos más felices no porque no podamos «comprar la felicidad» sino porque no sabemos donde buscarla.

¿Y si soy más rico de lo que pienso?… Comparativamente hablando

 Decía Keynes que «El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. Todas ellas deben desarrollarse paralelamente y en la proporción adecuada para evitar un crecimiento atrofiado de la humanidad. La eficiencia económica sin justicia social genera sociedades desiguales y «cuartos mundos» que son la vergüenza de las sociedades capitalistas avanzadas. La eficiencia económica sin libertad individual está relacionada con dictaduras y colectivismos que anulan la importancia del individuo sacrificado al bien de la comunidad (Ex-URSS o la China actual). El mismo sinsentido colectivista se da en situaciones de justicia social sin libertad individual (Cuba). La combinatoria a que da lugar los anteriores tres aspectos es múltiple. Habrá quienes defiendan la riqueza y el crecimiento económico por encima de todo lo demás, pues alcanzando éste lo demás viene dado. Para otros, es preferible menores crecimientos económicos pero más repartidos, pues el sufrimiento y explotación humana no compensa.
En cualquier caso el problema que plantea Keynes es pertinente en un día como hoy, dedicado al trabajo. Realmente, si lo pensamos despacio, el trabajo es uno de los factores determinantes en la solución del anterior problema. Un capital humano competitivo y trabajando (no en el paro) hace a un país más eficiente, lo que permite distribuir las ganancias de dicha eficiencia a través de los salarios y de mecanismos de protección social que, a su vez, permiten al ciudadano afrontar con autonomía y libertad sus proyectos vitales. Todo encaja, ¿no?. Pero la realidad dista mucho de ser así: hay desempleo masivo, explotación laboral y falta de libertades, escandalosas distribuciones de la riqueza… También hay sólidas clases medias, con trabajos adecuadamente remunerados y escenarios vitales que permiten una vida digna y libre, pero, desde luego, la mayoría de los más de 6 mil millones de habitantes del planeta no se encuentran en esas islas de bienestar, ni tiene fácil acceso.
Podríamos preguntarnos ahora, ¿dónde nos encontramos nosotros? Aunque la pregunta tiene un elevado componente subjetivo, el aspecto económico-monetario también es importante y una comparativa, en este sentido, no viene mal para reflexionar sobre «lo afortunados» que podemos ser. En Global Rich List, puedes ver cómo de rico comparativamente eres entre todos los habitantes del planeta.
Luego me cuentas.

Leyendo sobre… Economía por y para humanos

En una entrada anterior reflexionaba sobre el objeto de la Economía más allá de la insatisfactoria (no por incierta, sino por incompleta) definición convencional de la «ciencia que estudia la asignación eficiente de los recursos escasos». Dicha definición no me convence por dos motivos. Primero, por la imprecisión del concepto eficiente, pues está ligado al criterio de eficiencia escogido (económica, social, medioambiental…). Segundo, por la relatividad cultural y geográfica del concepto escasez; dependiente de desiguales distribuciones de recursos y de insatisfechos apetitos y deseos. Por tanto, a mi juicio, cuando la Economía se hace interesante, no es cuando resuelve problemas de asignación (optimización matemática), sino cuando reflexiona sobre los criterios de eficiencia (maximización utilidad y beneficio) y escasez (satisfacción de necesidades vs satisfacción de deseos); es decir, cuando reflexiona sobre los incentivos que mueven a los seres humanos en su «modus operandi» en la arena económica.
Me convencería más la definición convencional si hablara de «provisión» y no de «asignación». De hecho, creo que el último sentido de la actividad económica no es otro que proveer bienes y servicios para el bienestar de los seres humanos. Preocuparse por proveer no es lo mismo que preocuparse por asignar. El matiz es importante. En otras palabras, la preocupación por proveer pondría la Economía al servicio de los humanos y no al revés.
En ultima instancia, es de lo que trata el interesante libro de Julie A. Nelson, «Economics for Humans«.

Nelson es una de las autoridades mundiales en Economía Feminista y unas de las autoras que más ha contribuido a dotar de autonomía y solidez intelectual a esta corriente de pensamiento heterodoxa.
En un tono divulgativo, el libro reflexiona sobre el mecanicismo matemático que impera en la ciencia económica actual de herencia ilustrada-newtoniana (metáfora del mundo como una perfecta maquinaria) y su alejamiento de la realidad y cotidianidad de los problemas económicos a los que la gente realmente se enfrenta. La presunción de eficiencia que otorga el apartado matemático deja de lado consideraciones como justicia, salud, superveniencia y sostenibilidad. Además, es sumamente interesante comprobar como toda la sofisticación matemática de la metáfora mecanicista-newtoniana ha contribuido en poco o muy poco a generar instrumentos económicos útiles.
El nudo gordiano del libro se encuentra en el capítulo 4, cuando Nelson reflexiona sobre la motivación de los individuos y enfrenta los conceptos de amor y dinero. En las actuales circunstancias parece que todo lo mueve el dinero y esta es nuestra única motivación. Cuando realmente, si lo pensamos, no lo es o, al menos, no debería serlo. Las relaciones interpersonales, sobre todo, a escala cercana se rigen por principios como el cuidado, la atención, la empatía y la ayuda (familia, amigos, comapañeros…). No podemos abandonar la responsabilidad ética que tenemos con nuestros congéneres y que nos confiere dignidad como seres humanos. Lo cual no quiere decir, como bien advierte, Nelson que caigamos en la ingenuidad del anti-economicismo y la anarquía faciloide, sino en apostar por modelos de relaciones económicas-humanas donde se armonicen las motivaciones del dinero y del amor. Donde nos preocupe lo que ocurre más allá de nuestra individualidad. La realidad es muy tozuda y nos mostrará como la Economía-Economicista puede generar mayores ingresos para un grupo selecto, pero la Economía-Humana es más eficiente desde el punto de vista de la estabilidad social y el bienestar de la humanidad.