Leo, que hace unos días un grupo de estudiantes entraron en la capilla de la Universidad Complutense y protagonizaron una protesta pidiendo el fin de los espacios religiosos en los campus de las universidades públicas; un «acto simbólico» para unos y una «gamberrada» para otros (aquí y aquí) . Desconozco los detalles de la puesta en escena y, por tanto, no puedo opinar sobre si realmente fue un simple «acto pacífico» o una «provocación» con mala fe y susceptible de responsabilidades.
Esta noticia me lleva a reflexionar sobre la no resuelta tensión entre clericalismo-anticlericalismo que, de un tiempo a esta parte, determinados medios se empeñan en resucitar; si es que alguna vez estuvo realmente enterrada.
El clericalismo de la «Santa Cruzada», de tan infausto recuerdo, no debería ser esgrimido para reconstuir una imagen de una iglesia omnipresente en la sociedad y así, avivar, una y otra vez, el radicalismo anticlerical. Por cierto, de un progresismo tan fosilizado y maniqueo, que es incapaz de ver otra iglesia católica distinta a la de la «España bajo palio». Y existe. Y merece todo el respeto, aunque sólo sea por el presupuesto que ahorra a los servicios sociales, o por la honesta vocación de ayuda con la que trabajan miles de personas.
Otra actitud distinta es la de un laicismo ilustrado que, con elegancia de formas y respeto a la institución católica, así como al resto de confesiones, reclama que la religión, como acto personalísimo privado, en el espacio privado ha de quedar. En consecuencia, consideran que las autoridades eclesiales deberían retirarse de la arena pública y no influir en ella, más allá del mensaje transmitido a sus fieles en los templos que le son propios; entre otras razones, porque cuando les ponen un micrófono delante dicen muchas cosas, alguna que otra desafortunada, que es la que suele trascender.
Comparo la situación con la Universidad de Cambridge. Esta debe ser una de las ciudades universitarias con más capillas por metro cuadrado del mundo y, a su vez, con una mayor diversidad cultural-étnico-religiosa de estudiantes. Hasta ahora no he visto tensión de ningún tipo. Sólo he vivido una movilización de estudiantes y fue contra las tasas universitarias (aquí). Diariamente hay servicios músico-cultuales a los que la gente asiste, bien por su dimensión religiosa, bien por su dimensión cultural, en un ambiente extremadamente respetuoso. Como muestra un botón.
El otro día, asistiendo a uno de estos servicios-conciertos, presenté dos detalles significativos de lo que quiero contar. Uno de los miembros del coro de la capilla del Trinity College, con sus obligados ropajes eclesiales, eludía participar en la dimensión religiosa del evento, lo que no le impedía cumplir con sus obligaciones corales. El segundo detalle es que, en el momento de la comunión, el folleto informaba de que la gente en cuya religión no se comulga, podía acercarse a ser bendecidos y los hubo.
Las capillas son un espacio privado, entra el que quiere y azuzar al personal contra la iglesia no genera más que una crispación «inventada», que no sentida, por la sociedad. Esto me recuerda la campaña protagonizada por quienes quieren apostatar y desean ser borrados de los libros de bautismo. ¿No es una contradicción en sus términos declarar abiertamente que la religión te la trae al pairo y luego estar preocupado por aparecer en sus registros? Además, es una sinsentido, pues no se puede revertir el pasado. Es como si ahora viajo con mi niño a Eurodisney, pago con tarjeta de crédito y luego, dentro de 25 años, mi hijo apostate de lo que implica Disney y su mensaje, y reclame a Visa que borren cualquier rastro de que él estuvo alguna vez allí. ¿Que sentido práctico tiene esta apostasía más allá de mantener viva la pasión anticlerical más reaccionaria? ¿Qué sentido tiene tiene esgrimir slóganes anticlericales en una capilla? ¿Es tanta la opresión?
Con la que está cayendo… y algunos estudiantes con esas.
Por cierto, igual que borrarnos de los libros de bautismo no anula el hecho en sí, barrer toda manifestación religiosa del espacio público no anula la herencia que como país portamos, tan reconocible, por ejemplo, en el todas las artes y, en no pocas, actitudes. Al respecto de esto, me surge una pregunta ¿Estamos proporcionando a las nuevas generaciones el bagaje necesario para interpretar esa herencia? Pero, bueno, ese es otro tema…