Decíamos en una entrada anterior (aquí) las tensiones que sufre el Euro por el asimétrico impacto que está teniendo la crisis entre los distintos países de la Unión Monetaria Europea. Mientras que un Euro fuerte beneficia, o no perjudica excesivamente a Alemania, por su capacidad (competitividad) exportadora, otros países ven como un Euro fuerte dificulta considerablemente sus comercio exterior. A la vista de lo cual una lectura rápida de la Unión Monetaria podría ser: ¡menuda castaña de diseño! Un producto pensado para durar una eternidad y a los 10 años, ante la primera dificultad, ¡menuda castaña de diseño. El «ingeniero» que lo pensó no debía andar muy fino. Sin embargo, otra lectura es posible. ¿hemos leído bien el manual de instrucciones? Lo mismo el producto estaba bien diseñado pero no lo hemos utilizado como se recomendaba. Habrá que ir pues al diseño teórico original; es decir, al artículo de 1961 de Mundell sobre las zonas monetarias óptimas.
En su propuesta teórica Mundell identificaba cuatro mecanismos de ajuste en caso de una perturbación asimétrica (la que afecta de forma distinta a las regiones), a saber:
- flexibilidad de los tipo de cambio,
- flexibilidad de precios y salarios,
- perfecta movilidad de factores, y
- un sistema fiscal centralizado.
A partir de aquí identificó como área monetaria óptima (espacio adecuado para una unión monetaria y el establecimiento de una moneda común) aquel en el que el tipo de cambio nominal no es necesario como instrumento de ajuste; es decir, aquella región geográfica que, o bien sólo sufre siempre perturbaciones simétricas, o bien dispone de los 3 últimos mecanismos para hacer frente a las perturbaciones asimétricas. Hasta aquí la teoría.
En Europa pensamos que ciertos países podrían constituir una zona monetaria óptima, y en esas nos embarcamos con el Euro. Se establecieron los requisitos de Maastricht para ver quien podría entrar al club, con los que cumplieron se estableció la zona euro, la convertibilidad fija en 1999 y la circulación de monedas y billetes en 2002; por cierto de colores muy alegres y vistosos y con grandes prohombres europeos.
La pregunta es evidente, ¿Sufre todos los países las perturbaciones en el mismo sentido? Parece que no, a la luz de los acontecimientos de la última crisis. Las diferencias en las estructuras productivas y competitivad exterior, unido a diferentes estrategias de política económica ha hecho que los países sufran de forma radicalmente distinta los efectos de la crisis.
No obstante, sufrir perturbaciones asimétricas no implica no ser una zona monetaria óptima; aún quedan tres mecanismos de corrección. Pero, ¿Realmente es así?
Primero, los precios y salarios son ciertamente rígidos a la baja; véase, por ejemplo, como el fantasma de la deflación no ha aparecido y, a pesar, de la crisis de demanda los precios siguen subiendo. Segundo, la perfecta movilidad de factores es una mera ilusión en Europa; la legislación sobre la libre circulación de personas no elimina las barreras psicológicas, sociales, culturales y tecnocráticas que implicaría dicha movilidad. Por ejemplo, en Estados Unidos un trabajador empaqueta su casa en un par de días lo mete todo en el monovolumen y se despalaza de costa a costa. Aquí es impensable. Tercero, la centralización fiscal queda aún más lejos; aunque, a mi juicio, éste será el único camino que a largo plazo podrá garantizar la supervivencia del euro. La mejor respuesta ante los problemas de Europa en «Mas Europa».
En definitiva, el producto no es que estuviera mal diseñado sino que lo hemos querido aplicar a una realidad para la que no se pensó; no somos una zona monetaria óptima. Exculpemos al «ingeniero» jefe y hagamos casos de su propuesta inicial.
Si queremos una moneda común ya podemos ir pensando en una política fiscal común. Los eurobonos podría ser un primer paso (
aquí)
En el proceso de construcción Europea dejar de pedalear no implica quedarse en el sitio sino caerse.